¿Quién no ha pensado alguna vez que una catástrofe (natural o producida por la imprudencia humana) puede afectar al planeta lo suficiente como para que la vida corra serio peligro? Algunos Gobiernos también se lo han planteado, y uno de los resultados de este planteamiento ha sido la creación del Banco de Semillas de Noruega, un almacén con capacidad para albergar millones de especies vegetales que podrían permitir resurgir la vida en un escenario desolado.
Literalmente, un arca de Noé, tal y como los teólogos la imaginan y como la hemos visto en algunas recientes superproducciones de Hollywood, la respuesta es un no rotundo. Pero… (y de esto va este artículo).
Desde que el hombre se convierte en un ser sedentario, siente aparecer una preocupación racional sobre el futuro y sobre su alimentación. Si es nómada, la preocupación es menor o inexistente, ya que confía en lo que la propia Naturaleza le ha enseñado. Y es que tras cada estación, viene un natural crecimiento de los productos que da la tierra, los que convierte en su habitual y natural comida. Pero al dejar su vida itinerante, genera un miedo atávico a no saber lo que sucederá cuando se haya comido todo lo que hay a su alrededor, por lo que aparece la preocupación por un futuro inmediato.
Más allá de esta primera racional inquietud por la comida y por la alimentación diaria, hay otro temor por lo que pueda suceder si se produce una catástrofe, ya sea natural o provocada. Si hablamos de las catástrofes naturales, podemos citar las influencias negativas de los rayos del sol (más en concreto, con sus erupciones), lo que sucede con el deshielo de los casquetes polares, los terremotos, los tsunamis, las inundaciones, etc.; cuestiones como para que no nos preocupemos. Si hablamos de catástrofes provocadas, podemos referirnos al daño que ha hecho el ser humano a la capa de ozono, a los vertidos de fuel en las aguas del océano, a las nubes tóxicas de polución, a los accidentes nucleares, a los incendios forestales, etc.
Esta natural preocupación por el mañana, por la alimentación, por preservar algunos de los recursos naturales de la Tierra ante las posibles catástrofes, ha llevado a la creación del Banco Mundial de Semillas (en inglés, «Svalbard Global Seed Vault», y en noruego, «Svalbard Globale Frøkvelv»), también conocido como «La Bóveda Global de Semillas de Svalbard», «La Bóveda del Fin del Mundo» o «El arca de Noé del siglo XXI».
No es que este banco sea el único, ya que se cree que, actualmente, hay alrededor de mil bancos de semillas en el mundo (no hay un censo, por lo que la estimación es subjetiva). Como dice Pablo Jáuregui (enviado especial de El Mundo), «Sin embargo, muchos de ellos, sobre todo en los países en vías de desarrollo, se encuentran permanentemente amenazados por la escasez de agua, el riesgo de terremotos, inundaciones u otros desastres naturales, el impacto de los conflictos bélicos o simplemente una mala gestión debido a la escasez de recursos. Para afrontar todos estos peligros, a los que también habría que añadir la cada vez mayor amenaza del cambio climático o la hecatombe mundial que podría provocar una guerra nuclear, Noruega ha construido la Bóveda».
Una despensa para una situación extrema
El Banco Mundial de Semillas noruego tiene como finalidad ser el almacén de semillas más grande del mundo, para poder proteger en caso de una catástrofe mundial la biodiversidad de las especies de cultivos que sirven como alimento. Los primeros ministros de Noruega, Suecia, Finlandia, Dinamarca e Islandia participaron en la ceremonia de la «colocación de la primera piedra» el 19 de junio de 2006, después de unas obras que se finalizaron, para su inauguración, el 26 febrero de 2008. Pese a su reciente construcción, su idea data de los años 80, pero hubo que esperar a que en el año 2004 entrara en vigor el Tratado Internacional sobre Recursos Fitogenéticos. Este tratado, que define los recursos fitogenéticos como «cualquier material genético de origen vegetal de valor real o potencial para la alimentación y la agricultura», tiene como finalidad «la conservación y utilización sostenible de los recursos fitogenéticos para la alimentación y la agricultura, y la distribución justa y equitativa de los beneficios derivados de su utilización en armonía con el Convenio sobre la Diversidad Biológica, para una agricultura sostenible y la seguridad alimentaria», y ha permitido, jurídicamente, crear el Banco Mundial de Semillas.
La construcción, como tal, es un edificio situado en la mayor de las islas del archipiélago noruego de Svalbard (de aquí su nombre), en las montañas de Longyearbyen, del asentamiento de Spitsbergen, situado a unos 130 metros sobre el nivel del mar en el paralelo 78, a tan solo mil kilómetros del Polo Norte, con una temperatura exterior que ronda los 11 grados bajo cero. El portal de entrada es la única parte visible, ya que el resto de la construcción se ha efectuado hacia el interior de la montaña. Para hacernos una idea de lo que estamos hablando, nada como ver algunas de las fotografías que acompañan este artículo. Y es que, como dice ese viejo refrán, «más vale una imagen que mil palabras».
Como hemos indicado, la parte exterior es solo «el portal de entrada», pero viene seguido de un pasadizo de unos cien metros, del que destacamos una decoración artística en la superficie exterior del techo y en la parte superior del área frontal, que refleja una parte de la luz polar y otra parte de una brillante luz artificial. Este portal de entrada nos lleva a los tres almacenes en que está dividida la instalación. Cada uno de los almacenes puede albergar un millón y medio de muestras, por lo que, en total, se ha construido pensando en una capacidad para unos cuatro millones y medio de ellas (lo que puede representar unos 2000 millones de semillas), ocupando una superficie de unos mil metros cuadrados. Actualmente, se tienen almacenadas cerca de un millón de muestras.
A prueba de terremotos e inundaciones
En la construcción de la bóveda, se han seguido diseños para hacerla impermeable a la actividad volcánica, los terremotos, la radiación y la crecida del nivel del mar. De hecho, ya ha vivido una primera prueba, y es que tan solo cinco días antes de su inauguración, el 21 de febrero, todo el territorio de Svalbard sintió la sacudida de un fuerte terremoto de 6,2 grados, cuyo epicentro se encontraba a 140 kilómetros de la bóveda. Westengen, la directora en ese momento, indicó que «inicialmente nos preocupamos un poco, pero de inmediato realizamos un estudio detallado y comprobamos que la bóveda no había sufrido ningún daño. Todos los expertos nos han asegurado que la bóveda está lejos de cualquier zona de inestabilidad, así que no tenemos motivos para preocuparnos desde este punto de vista».
Con la ayuda de su propia maquinaria eléctrica, accionada por electricidad de la central eléctrica local, en el interior se mantiene una temperatura constante de menos 18 grados. Ahora bien, se ha pensado, incluso, en posibles fallos eléctricos, por lo que si se diera el caso, al estar recubierto de permafrost (capa de hielo permanente en los niveles superficiales del suelo de las regiones muy frías o periglaciares, como la tundra) el propio exterior actuaría como refrigerante natural. Por ello, puede decirse que se ha diseñado para que dure muchos, muchos años (en algún lugar se indica que se ha pensado en una vida casi «infinita», pero una vida infinita es demasiado larga y el hombre tiene una natural tendencia a los cambios).
En el interior, las semillas se conservarán a unos 18 grados bajo cero, como ya henos indicado, en cajas de aluminio cerradas herméticamente, lo que garantiza una baja actividad metabólica y un perfecto estado de conservación durante siglos. Además, la construcción a unos 130 metros de altura, no ha sido casualidad, sino que se ha hecho pensando en la idea de preservar el interior para que siempre esté seco.
Antes de llegar a las tres cámaras de la bóveda, hay que atravesar el cerebro del búnker: una sala de control donde un equipo de técnicos se encarga de registrar, catalogar y sellar, con un código de barras, cada muestra que llega al Banco de Semillas. Cada una de las muestras que llega al banco contiene alrededor de 500 semillas, que se introducen en bolsas de aluminio, cerradas de forma hermética, y se guardan en cajas de plástico apiladas sobre estanterías metálicas. Por ejemplo, se sabe que se tienen guardadas más de 70.000 variedades de arroz, provenientes de más de cien países diferentes. Y, por ejemplo, se sabe que han llegado muestras que llevaban varias décadas conservadas en una mina abandonada de Spitsbergen que se estaba utilizando como banco de semillas; es decir, que se está convirtiendo en el Banco de Semillas de los bancos de semillas.
Financiación
La construcción del Banco Mundial de Semillas costó, aproximadamente, unos cuarenta y cinco millones de coronas noruegas (el equivalente a unos nueve millones de dólares y a unos ocho millones de euros), y fue una idea del Gobierno noruego. Ahora bien, una vez construido, se ha ideado un sistema de reparto de los gastos de mantenimiento, de manera que a través de una sociedad, la Global Crop Diversity Trust, se financia su mantenimiento, con aportaciones de fundaciones y países, como la Fundación Bill y Melinda Gates (más de 20 millones de dólares), el Reino Unido (más de 19 millones de libras), Australia (con 11 millones), etc. También han colaborado muchos países, como Brasil, Colombia, Etiopía, India, etc. Si bien todos ellos contribuyen a soportar los gastos de mantenimiento, el Gobierno de Noruega, como propietario de la construcción, y para evitar futuras disputas sobre la propiedad, se encargará de los gastos de mantenimiento de la estructura.
Interesante es la cuestión jurídica de las semillas, su titularidad y cómo pueden ser utilizadas. El Banco Mundial de Semillas funciona como una caja de seguridad en un banco. El banco posee el edificio y sus instalaciones; por su parte, el depositante es propietario del contenido de su caja. Es decir, el Gobierno de Noruega es dueño del edificio; a través de una sociedad, se financia con aportaciones y dinero de terceros países el mantenimiento del banco; y, por último, el que efectúa el depósito de semillas es dueño de las semillas que envía. Por lo tanto, no hay cambio de dueño de las semillas por el hecho de remitirlas al Banco de Semillas. Y este estatus jurídico, de titularidad del dueño, ¿era necesario? Pues parece que sí, ya que muchos organismos internacionales y Gobiernos tenían miedo de que sus semillas acabaran en manos de las grandes compañías biotecnológicas.
Una vez delimitadas todas las propiedades, queda un último tema por resolver y es si el coste del mantenimiento se puede repercutir a los depositantes. Pero, en este caso, a diferencia de a lo que estamos acostumbrados, el servicio de depósito es un servicio gratuito. Esta gratuidad del servicio de conservación no altera la propiedad de las semillas que, insistimos, sigue siendo de quien las envía y solo el depositante puede sacar las semillas.
Así que, podemos concluir que, en los albores del siglo XXI, el ser humano ha construido un refugio para que, en caso de catástrofe, se pueda reiniciar la Humanidad. Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos reiniciado nuestro ordenador, nuestra tablet, nuestro teléfono móvil, cuando se ha quedado bloqueado por culpa de un programa, de una aplicación, etc.; y nos ha parecido lo más normal y sencillo del mundo. Pues, en este caso, si el hombre perdiera la cordura (algo que parece no muy lejos de la realidad, a la luz de los últimos acontecimientos mundiales), o si la Tierra decidiera tomarse un descanso (la mitología nos cuenta diversos episodios) y quedaran pocos seres humanos sobre ella, se podría reiniciar la Humanidad gracias al Banco Mundial de Semillas.
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