A veces las sorpresas surgen al escuchar una recomendación ajena. De pronto, mientras mis ojos buscan uno de esos libros que una considera lectura pendiente, la mano de la librera me extiende la novela de un autor desconocido hasta ahora para mí y me dice: «Léelo, no te defraudará». Y acierta.
Kader Abdolah (1954), considerado uno de los escritores holandeses más conocidos, nació en Irán. Llegó a Holanda, tierra que lo acogió, huyendo de su país. Graduado en Física en la Universidad de Teherán e integrante de un grupo de izquierdas, fue contrario al sah, y más tarde, al régimen del ayatolá Jomeini, oposiciones que lo conducirán a un exilio permanente.
Nieto de escritor, decide ahondar en el mundo de las letras desde joven. Una vocación que además de brindarle galardones, como el Premio E. du Perron (2001) por su trayectoria o la Condecoración de la Orden Francesa Caballero de las Artes y las Letras (2008), le llevará a ser traducido a varios idiomas por obras como La casa de la mezquita (2006), El viaje de las botellas vacías (1997) o El reflejo de las palabras, novelas que terminarán obsequiándole al lector una narrativa tan sencilla como profunda.
No es difícil encontrar cierta similitud entre el recorrido de uno de los personajes principales de El reflejo de las palabras y el propio autor. A través de la voz de Ismail, también iraní y refugiado en Holanda, Abdolah expondrá la historia de su país, sus costumbres y sus creencias.
Ismail recibe por correo el cuaderno de notas, una suerte de diario, de su padre sordomudo, ya fallecido. Páginas llenas de símbolos de una remota inscripción cuneiforme grabada en una cueva del monte Azafrán, que Aga Akbar, padre del joven, usará a lo largo de su existencia para expresar lo que piensa, ve y siente.
El afán y la necesidad de traducir el diario de su padre lo colocará nuevamente en el punto de origen. Un viaje al pasado que le ayudará no solo a entender el porqué del desenlace de los caminos elegidos, sino a comprenderse a sí mismo, a su padre, a su familia y principalmente a recuperar la historia de su país.
Una novela sublime que recurre a la memoria para contar una historia donde se realza, además del amor incondicional entre un padre y un hijo, la importancia y la necesidad de la comunicación, sea a través de palabras, gestos o símbolos.
«Nadie sabía cuándo se sentaba a escribir. Y menos aún sobre qué. El cuaderno se había convertido en parte de su persona, estaba inseparablemente unido a él, como su corazón, que bombeaba sin que nadie reparara en ello. Pero Ismail sí sabía cuándo escribía su padre, cuando necesitaba plasmar las cosas que no comprendía y que no alcanzaba a explicar con su lenguaje de gestos. Cosas inalcanzables, incomprensibles, impalpables, que de pronto lo conmovían y que se quedaba contemplando impotente».
Cortesía de «El club de lectura El Libro Durmiente» www.ellibrodurmiente.org