El deporte es una actividad accesible y recomendable para todos. Tal vez por ello, la celebración de unas Olimpiadas despierta siempre tanta expectación. La Escuela del Deporte con Corazón es consciente de lo que se transmite a través de la práctica del deporte y promueve la vivencia de la actividad deportiva con «espíritu olímpico».
Como diría Conrado Durántez: «Si el deporte no sirve al hombre, para nada sirve». Por eso, desde la Escuela del Deporte con Corazón somos conscientes y responsables de qué se está trasmitiendo a través de la práctica del deporte, pero también lo que se muestra en nuestras Olimpiadas Filosóficas.
Si algo he aprendido en todos estos años sobre el espíritu olímpico es que siempre subyace la superación, el esfuerzo por dar lo mejor en cada competición, ver a otro atleta no como un rival, sino como el ser que sirve de acicate para superarte a ti mismo.
Los orígenes de los Juegos Olímpicos en la Antigüedad no están en absoluto claros, ya que no hay fuentes que lo atestigüen con certeza. Ya incluso los historiadores helénicos fueron incapaces de encontrar esos inicios del rito. El primer dato seguro son los JJ.OO. del año 776 a.C., donde Corebo de Elida, cocinero en la ciudad-estado de Elis, vence la carrera del estadio (única prueba). Después de esta primera edición, pasa a ser una fiesta cuadrienal, al igual que los JJ.OO. modernos.
Los festivales deportivos en la Antigüedad
Unos dos siglos después de su primera edición, se establecieron otros importantes festivales deportivos en honor a otros dioses: Juegos Píticos en honor a Apolo (hijo de Zeus), Juegos Ístmicos en honor de Poseidón (dios del mar) o los Nemeos. La gran ambición de los atletas griegos era obtener la victoria en cada uno de los juegos disputados.
Unos cuantos siglos han pasado desde aquellas primeras Olimpiadas en Grecia, pero volver a rescatarlas con su espíritu inicial hace que los atletas se sientan felices y dispuestos, sonrientes y a la vez nerviosos porque van a demostrar que la constancia y la perseverancia de sus entrenamientos van a tener pronto sus frutos.
Ya lo dijo el barón Pierre de Coubertin en 1908 durante los Juegos de Londres:
«Lo más importante en los Juegos Olímpicos no es ganar sino participar, de la misma forma que lo más importante en la vida no es el triunfo, sino el esfuerzo. Lo esencial no es haber conquistado, sino haber luchado bien».
Algo que también conmueve el alma es ver llegar la antorcha olímpica portada por los atletas que en las pasadas Olimpiadas obtuvieron más medallas en su medallero. Es una reminiscencia de los Juegos Olímpicos de la Antigüedad y su espíritu. Se enciende con los primeros rayos del sol del solsticio de verano y es custodiada por los atletas hasta que comienzan las Olimpiadas. Ver encender el Fuego Olímpico todos juntos es una experiencia que queda grabada en el corazón y que te recuerda que tú también tienes parte de ese fuego en tu interior, es el entusiasmo que hace que todas tus acciones tengan un calor especial.
Citius, Altius, Fortius
No podemos olvidarnos del lema olímpico: «Citius, Altius, Fortius» (más rápido, más alto, más fuerte), frase adoptada también por Coubertin tras oírla a su amigo, el dominico Henri Martin Didon, y que simboliza la lucha del ser humano por mejorar.
«El olimpismo es una filosofía de vida, que exalta y combina en un conjunto armónico las cualidades del cuerpo, la voluntad y el espíritu. Aliando el deporte con la cultura y la educación, el olimpismo se propone crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo y el respeto por los principios éticos fundamentales universales».
Pierre de Coubertin, precursor de la filosofía del olimpismo, enfatizó los valores de igualdad, justicia, imparcialidad, respeto a las personas, racionalidad, entendimiento, autonomía y excelencia, como paradigma del movimiento olímpico.
Como vemos, muchos valores se entrelazan para formar parte de una única filosofía, de una forma de vida, de la búsqueda de un objetivo. Muchas veces no importa cuál es el reto sino la manera de afrontarlo, la confianza y seguridad que se deposita en uno mismo para continuar trabajando a la vez que se disfruta de lo que se hace.
Muchas veces, participar en unas Olimpiadas es la consecuencia de la práctica de estos valores. Esta participación se convierte, en sí misma, en un éxito personal y deportivo, a veces, independiente del resultado. Formar parte de esta celebración es una oportunidad para aprender, una experiencia única que acompaña a lo largo de la vida, y que anima a afrontar nuevos retos.
Los valores olímpicos pueden estar presentes en todos nosotros, en cada persona, deportista o no. Estarán presentes siempre que tengamos la seguridad de que –dando los pasos adecuados, esforzándonos, siendo constantes, respetando a quien nos rodea y superando las dificultades– llegaremos a donde queremos estar, haciéndonos responsables en todo momento de cada decisión que tomemos.