El pintor italiano Rafael supo captar con sutileza las diferentes formas de entender la filosofía que tuvieron Platón y Aristóteles. La filosofía platónica requiere una mente analógica en la que priman la metáfora y el símbolo, mientras que la aristotélica, que fue el esqueleto de la obra de Santo Tomás con todas sus secuelas, utiliza la mente analítica que clasifica. En su Escuela de Atenas, Platón señala hacia arriba y Aristóteles abarca un espacio terrestre indefinido.
Antes de su muerte, Santo Tomás manifestaba tristeza sin motivo aparente hasta que hizo una importante revelación, que no debía saberse hasta después de su muerte, que intuía próxima: «Todo lo que hasta ahora escribí me parece, únicamente, paja, en comparación con aquello que me ha sido revelado». Las últimas semanas habían sido de éxtasis espirituales, en los que se le habían mostrado verdades que convertían su ciencia anterior en ceniza. «Dios, además ha sellado con mi obligado silencio tales secretos».
Santo Tomás arrodillándose y ofreciendo sus obras a la Iglesia católica romana (Ludwig Seitz, Wikipedia).
Toda la base escolástica del autor de la Suma Teológica es Aristóteles, trabajosamente cristianizado para no ofender el dogma. Nos preguntamos si las visiones divinas cubrieron de ceniza también el pensamiento aristotélico, que era el esqueleto de su filosofía.
El mito de la caverna de Platón dice lo mismo: ¿son válidas las categorías nacidas de un mundo de sombras, razonadas por sombras?
Las imágenes mentales que tenemos del mundo dependen de nuestra percepción del mismo, construida por nuestros sentidos materiales. Con tan frágil arquitectura, sobre el barro de lo irreal, ¿queremos llegar a la verdad? Rafael fue muy agudo al pintar a Platón señalando hacia arriba y a Aristóteles queriendo abarcar la tierra, pues el método aristotélico, usando una mente analítica y no analógica (donde reinan la metáfora y el símbolo), más nos sirve para clasificar lo que vemos que para acceder a lo que desconocemos.
Platón (a la izquierda) y Aristóteles (a la derecha), un detalle de la Escuela de Atenas (Rafael, Wikipedia).
Como escribí en mi novela El viaje iniciático de Hipatia:
«La mente es como el horizonte que percibe nuestra mirada, une… y también separa la tierra del cielo. Nosotros debemos hacer de ese horizonte una puerta para elevarnos a vivencias más sublimes, que son las que necesita nuestra alma… y no dejar cerrada la puerta pensando que la realidad es nada más que esa puerta y no lo que espera detrás de ella. No se trata de edificar un mundo de conceptos y estructuras mentales derivados de la misma naturaleza matemática y geométrica de la línea que es el horizonte, dibujando con esta línea una realidad infinita pero horizontal, sino hacer con ella, con la mente, una escalera para subir al Cielo… Si no, antes o después, quien no haya experimentado las vivencias de los Misterios y sepa, por tanto, cómo respirar el aire puro de la verdad, quedará intoxicado por una filosofía, que en vez de usar o dominar la mente, entra en sus atractivos, pero fatales laberintos: la mente, en vez de ayudar a liberar el alma, la encarcelará aún más».
Las categorías aristotélicas
Aristóteles, acusado por Alejandro de revelar Misterios en sus obras, le responde que estos, sin un conocimiento previo, serán leídos pero nadie sabrá que están ahí. O sea, que quizás el lenguaje aristotélico es un velo que encubre verdades sublimes con el artificio de sus categorías.
Estas categorías aparecen en el Organon, compilado por Andrónico de Rodas en el siglo I a.C. Según los especialistas, el texto fue escrito por Aristóteles cuando aún estaba en la Academia. El libro Categorías, incompleto, formaba parte de los textos esotéricos o acromáticos, una especie de apuntes que usaba el Maestro del Liceo, y que después explicaría con ejemplos y significados ocultos que solo quedan esbozados.
Las categorías son los predicados del ser, y son diez. La formulación de estos predicados hace que parezcan más asociados a la matemática del lenguaje (a su sistema de lógica, base de su sintaxis, que es intrínseco a la mente humana, como demostró Chomsky) que a la naturaleza de la realidad, al orden divino subyacente. ¿Sería entonces un instrumento del lenguaje, el modo de conducirse de nuestra mente, categorizada por estructuras con las que puede construir y crear, pero que la limitan y atan al mundo, como los filósofos hindúes dicen de ella cuando la llaman Kama-Manas (ideas-forma ligadas por el fluido viscoso de los deseos y sensaciones)? ¿Son diferentes los Arquetipos de Platón de estos predicados del ser? Evidentemente sí, pero ¿son estos últimos una sombra de los primeros en la mente formal con la que nos movemos en el mundo? ¿Son un símbolo mental, estructural, de misterios de los que Aristóteles no podía hablar?
Este tema ya fue campo de batalla en la filosofía medieval en relación con los universales. ¿Los géneros y especies existen en la realidad sensible o son una herramienta mental para poder clasificar y organizar mentalmente lo que percibimos? O mejor aún, todo el árbol de géneros y especies ¿existe en la mente divina, como afirmara Raimundo Lulio, formando una especie de Escalera del Ser?, ¿o son solo «el nombre» que damos a lo que creemos conocer y de lo que en verdad nada sabemos, pues no hay dos rosas iguales y el concepto rosa es solo una caja mental donde meter todas ellas? El dialéctico Abelardo propone una solución salomónica: «Tiene razón Aristóteles al decir que los géneros y las especies existen solo en las cosas sensibles; pero también Platón al decir que existen en su pureza, como formas sin materia, en la mente divina».
Las categorías de Aristóteles son: sustancia, cantidad, cualidad, relación, lugar, tiempo, posición, posesión, acción y pasión. En sí mismas ni afirman ni niegan nada, son ideas (en el sentido aristotélico y no platónico). Pero al ser combinadas se realizan juicios que sí pueden ser verdaderos o falsos y con los que sí podemos conocer nuevas realidades, según Aristóteles.
Son parte del lenguaje, que es siempre expresión del pensamiento. La sintaxis y la morfología usan o expresan estas categorías. El singular y el plural lo son de la categoría «cantidad»; el sustantivo es la «sustancia», que puede funcionar como sujeto o como objeto directo, según la acción del verbo (otra categoría). La oración puede estar en activa o pasiva (otra categoría); no es lo mismo el amante que el amado. La 1.ª, 2.ª y 3.ª personas están definidas por la relación (otra categoría). La categoría «cualidad» puede definir la función de los adjetivos o el modo del verbo. Las categorías «lugar» y «tiempo» son definidas por palabras (adverbios, nombres de lugares o momentos), o por la forma que asume el verbo. El lenguaje, siguiendo las formas del pensamiento, y el pensamiento, adaptándose a las formas del lenguaje, usan necesariamente las categorías.
¿Esconden las categorías otros mensajes?
Pero ¿definen estas categorías realidades del ser? ¿Hay un mensaje «esotérico» detrás de su aparente trivialidad? Trivialidad necesaria, sin embargo; ¿y puede lo necesario no ser importante? Y sin embargo, puede no ser significativo para el alma, tener solo un valor instrumental, válido en el círculo de la mente concreta, y no fuera de ella; o sea, pertenecerían a la naturaleza de la caverna que hace prisionera al alma, aunque nos sean necesarias para «pensar» y «vivir» en ella. Aunque visto desde fuera de la caverna, desde la sabiduría, ¿podemos llamar a esto «pensar» y «vivir»?
La caverna (MichielCoxcie, WikimediaCommons).
¿Qué le importa al alma que yo hable a una o a diez personas (categoría número), que sea yo o uno de mis colegas (sustancia) quien revela una idea, si soy blanco o negro (calidad)? ¿Qué le importa si un suceso fue ayer, hoy o mañana (categoría tiempo)? Como diría Marco Aurelio: «Varios granos de incienso, destinados a ser quemados, se esparcieron en el mismo altar. Uno cayó antes, el otro caerá más tarde, ¿qué importa?».
Toda esa información son sombras sobre la caverna del mundo, necesarias en la vida de sombra, quizás de su misma textura material, y sin ella, nada sabemos del mundo, pero ¿qué sabemos de lo real, de la verdad que espera más allá, viva y perenne, que Platón llama Arquetipos? Así conoceremos el mundo: el gesto de Aristóteles en el cuadro de Rafael, gesto de dominio sobre el mundo, imposible sin conocimiento. Pero dominio, ¿para qué?, ¿qué cualidad moral o intrínseca hay en ello? Si es dominio para servir, proteger, desvelar, perfecto. Si es para hacer uso, sin más, del mundo, como hasta ahora hemos hecho, envenenándolo en todos los planos de la conciencia, ¿en qué nos acerca eso a la verdad?
Llegar a la verdad
Dice un aforismo: «Ayuda a la Naturaleza y trabaja con ella, y la Naturaleza te prestará obediencia, y abrirá, ante la mirada de tu espíritu, los tesoros de su seno virginal». ¿Son las categorías o las herramientas lógicas o aun metafísicas que predica Aristóteles, estos tesoros? Como decía Buda, no podemos dominar la mente sin conocerla, y no podemos no ser traicionados por ella sin dominarla, luego conocerla es un deber. Y es necesario conocer lo suficiente la caverna para salir lo más rápidamente de ella, pero ¿qué de verdad hay en ello, dónde obtiene aquí el alma su alimento?
El abuso del pensamiento aristotélico nos ha permitido un conocimiento deshumanizado del mundo, y ha adulterado la búsqueda del saber, convirtiéndola en un estudio de la mente y del lenguaje como instrumentos, sin trascendencia. El misterio ha sido crucificado en las categorías lógicas, y con las estrategias del discurso, hemos aprendido a vencer a nuestros adversarios, y aun a pensar, que es necesario. Pero, abusando, hemos dejado de saber en qué pensar, para qué pensar.
Veamos la diferencia con Platón, cuando dice que meditar es el diálogo del alma consigo misma, un acto de sinceridad en que ella abre los ojos y ve el mundo más real cuanto más limpia es su mirada; o cuando dice que pensar es una actividad interior semejante a caminar, que se avanza en el mundo interior si se hace sabiamente. Es la filosofía en su sentido dinámico, de búsqueda y amor de la verdad, bañados en la luz incesante que emana del misterio mismo.
La Escalera de Oro (Louis Janmot, Wikimedia Commons).
Una metáfora oriental[1] habla de la filosofía de lo fijo, que es como la de nuestros centros de saber actuales, porque ahogan nuestras preguntas con un sinfín de respuestas que no podemos asimilar.
«Un discípulo se había propuesto andar por un camino hasta llegar a su fin. Aquí el camino es el Tao, el viejo Sendero Iniciático. Caminaba y de pronto se fijó en la Luna y dijo: “Qué hermosa está la Luna esta noche”. Pero quisieron los dioses de la casualidad –aunque la casualidad no existe– que la Luna se escondiese detrás de una hermosa flor. Esto hizo que el discípulo dijese: “Qué linda está la Luna esta noche, que se ha escondido detrás de tan hermosa flor”. Y quisieron los mismos dioses que la flor estuviese sobre un árbol frondoso, y el discípulo dijo: “Qué linda está la Luna esta noche, que se ha escondido detrás de la hermosa flor de este árbol tan frondoso”, y poco a poco, el discípulo comenzó a repetir enormes letanías, nombrando miles de objetos. Se detuvo en el camino, clasificó los objetos y dijo: “Soy un sabio y he llegado”. Pero no había llegado a ninguna parte. Lo único que había hecho era quedar enredado en la ilusión de la pluralidad».
Las categorías, ¿forman parte de la matemática del pensamiento humano, o de la matemática divina, manifiesta en el orden armónico de la naturaleza? ¿Son trama de la realidad divina, o por el contrario, es la arquitectura de la cárcel en que estamos prisioneros? La cuestión no está resuelta, pero quizás ayude a despertar nuestra sed de altura, nuestra necesidad de ser auténticos, y no simplemente jaulas que sienten, hablan y piensan.
[1] Relatada por J. Á. Livraga en Magia, religión y ciencia para el III milenio, Ed. NA.
LLegue aqui hace algun tiempo, he releido varias veces y es un placer hacerlo, !Gracias¡