Miguel Quesada (Albacete, 1933), como persona, es un hombre sencillo, austero. De imagen enjuta, alta, gesto y mirar irónico, semeja un Quijano surgido de uno de sus dibujos. Como personaje, sencillo, afable y nada engreído (aunque orgulloso de sus muchos trabajos elaborados con maestría); pero, como artista, ahí sí se agranda y emerge con poderosa fuerza, que mueve al asombro, el demiurgo del dibujo valenciano. De sus manos surgen héroes valerosos, aguerridos, de musculatura potente, dispuestos a desfacer entuertos y luchar por la verdad y la justicia.
Amable y abierto, como la puerta de su casa, nos recibe haciendo un hueco entre su trabajo y sus visitas médicas, porque los años no perdonan… Por cada pregunta que le hacemos, teje un cúmulo de recuerdos y anécdotas, desde la urdimbre de su memoria, que nos retrotrae a tiempos difíciles. Es de los últimos supervivientes, si no el último, de la heroica Escuela Valenciana del Cómic.
Su estudio es un lugar atiborrado de pergaminos, láminas de dibujos esbozados, libros y cuadros entre los que destaca uno muy especial; el de una mujer hermosa de dulce mirada: María Jesús, la esposa ausente de este mundo desde hace pocos meses. Un ángel según quienes la conocieron.
Miguel, ¿cuándo empezó a dibujar?
No hay fecha concreta. Yo me recuerdo siempre dibujando, desde que mi memoria abarca, con una pizarrita de niño y pizarrín. Eso sí, cuando terminó la Guerra Civil, contando yo entonces seis años, empecé a ser consciente de mi afición porque a un compañero del colegio, que dibujaba muy bien ¡en cuartillas y con lápiz!, le compraban la revista Chicos , con dibujos de Freisac; también era buscador de tebeos, como se llamaban entonces, y luego intentábamos copiar a los personajes: «Flash Gordon» y «Merlín» (que antes de la guerra se llamaba «Mandrac»); todos estos era producción americana; pero Chicos era totalmente español. Primero editada en San Sebastián y luego en Madrid.
Y, profesionalmente, ¿cuándo le supuso un beneficio económico?
Eso tardó bastante. Antes, gané quince céntimos con las propinas como aprendiz de una barbería y otros lugares. Aún recuerdo la emoción de mi madre ante el gesto de hombrecito responsable. Yo tenía unos ocho años y las dificultades económicas que pasábamos en casa me hicieron ayudar aportando mi granito de arena. Eran tiempos difíciles… Muy duros y carentes de lo más básico; mi padre en la cárcel, represaliado a causa de una denuncia falsa, teniendo que ir con mis hermanos a comer al Auxilio Social. En aquellos años, los niños teníamos una ilusión; esperar a que llegara el miércoles porque salían los tebeos semanales. Claro que no los podíamos comprar. Nos conformábamos con compartir su lectura con los niños más agraciados.
¿En qué taller aprendió la técnica?
¿Taller? Qué va… Mirar y copiar, nada más. Tuve la suerte de que la madre de Manuel Gago hizo amistad con la mía porque las dos iban a ver a sus maridos a la cárcel de Albacete. Me enteré de que se había hecho dibujante, porque había tenido que estar hospitalizado varios meses y, para no aburrirse, dibujaba en la cama sobre una tabla y a lápiz. Poco a poco, yo fui asistiendo a las sesiones de dibujo que Manuel, ocho años mayor que yo, elaboraba ya en su casa. Él fue el autor de El Guerrero del Antifaz . ¡Un genio del cómic! Dibujaba con maestría y a una velocidad tremenda. Mientras otros necesitaban una semana para entregar un cuaderno, él hacía tres. Y ahí estaba yo, a sus espaldas, contemplando embobado sus geniales trazos. Así empecé a soltarme profesionalmente.
O sea, autodidacta. ¿Cómo empezó a publicar?
Pues en eso tuve suerte. Gago, ante su enorme cantidad de trabajo, me ofreció elaborar algunos dibujos del cuaderno de El pequeño luchador . Eso hizo que me soltase. La necesidad y el compromiso hacen maestría. Un año más tarde, con trece años, Gago me ofreció hacer los dibujos de La pandilla de los siete . También colaboró en los guiones mi hermano Pedro. Así, hicimos equipo, pues Gago se hizo novio de mi hermana. Por esa época también conocí a Luis Bermejo en la escuela de Albacete, un genio del dibujo…
¿Cuándo formó parte de la Escuela Valenciana?
Pues cuando mis padres fallecieron. Primero fue mi padre que, después de cuatro años, salió de la cárcel enfermo, y al poco tiempo le siguió mi madre. Como mi hermana se había ido a vivir a Valencia, pues se había casado con Manuel Gago y se instaron ambos aquí, yo le propuse a mi hermano Pedro trasladarnos a Valencia, por ser una ciudad con más posibilidades de trabajo. De este modo, tomamos contacto con editoriales valencianas. He de aclarar que la llamada Escuela Valenciana estaba formada por dibujantes y guionistas de Albacete y diferente lugares de España; pero eso sí, acogidos todos por esta ciudad valenciana, tan artística, que potenciaba el ambiente profesional.
¿Cuál, entre todos los trabajos, ha sido su personaje más querido?
Ha habido varios, pero ¿uno en particular?: «Pequeño Pantera negra». Aunque hay otros dos: «Paxo Dinamita» (boxeador que, cuando surgió Urtain, dijeron que parecía el del cómic), y «Toni y Anita». También se me reconoce especialmente por los dibujos de la figura humana. Ha habido otros trabajos que me han llenado de satisfacción: Joyas literarias , La pandilla de los siete (con temas del momento), Los exploradores del universo , (estos eran robots de goma que, viendo lo actual… la realidad nos ha superado), Los ases del circo , El león de Florencia , Don Quijote …
¿Alguno de ellos fueron para editoriales extranjeras?
Así es. Trabajé para Francia y, sobre todo, Inglaterra a partir de los sesenta, cuando decayó aquí el trabajo.
Por todos los trabajos que nos cita, está claro que muchos de ellos han sido llevados al cine por reconocidísimos directores internacionales.
En esencia sí. Nuestra generación tenía una capacidad creativa descomunal; solo que carentes de medios económicos… y por lo tanto, de técnicas modernas que a los norteamericanos les venía de sobra.
Y todo, Miguel, con un simple lápiz y tinta negra. Nada de tinta china…
Así es. La tinta china era el Roll Royce… Y además, apurábamos el lápiz hasta límites mínimos (nos señala con los dedos el espacio de dos centímetros)… ¡había que ahorrar!
¿Cree que sus publicaciones fomentaban valores en los niños?
Creo que dábamos ilusión y sueños en donde había malos malísimos, que siempre perdían, y héroes buenos buenísimos que luchaban por la justicia y siempre ganaban.
Pero, tengo entendido que, pese a esto, no fue comprendido así, ya que, a mediados de los años sesenta se cerraron editoriales dejando sin trabajo a numerosos dibujantes, a causa de una censura local…
Así es. Un error de valoración de quienes tenían la autoridad y el poder. Decían que se fomentaba la violencia, llegando, de un modo absurdo, a hacernos borrar de la mano del guerrero un hacha o una espada y dejarlo con el puño cerrado, en alto… y sin el arma (sonríe con ironía).
Sin embargo, parece ser que en años posteriores se les reconoció el mérito adquirido ¿no es así?
Verdaderamente. Yo tuve el honor de compartir con mi hermano Pedro, a título póstumo, el Gran Premio del Salón del Cómic 1999 de Barcelona. Y junto con otros, recibir la Medalla de Bellas Artes de manos del rey don Juan Carlos en el año 2000. Y ser un referente para todos los que admiran el trabajo de tantos dibujantes españoles, que marcamos un hito en la historia del cómic.
Nos importa la persona y el artista. Como persona, ¿es el arte su refugio ante el dolor existencial? ¿Se desdobla su persona en el artista cuando está creando sus dibujos y vive en otra dimensión?
Totalmente. Si bien el camino se me abrió por la necesidad, fue la vocación artística la que me hizo surgir, desde lo cotidiano y gris, hacia la magia de los sueños juveniles.
Gracias, Miguel Quesada, por todos ellos y por usted.
Colaboración y fotografía, José Luis Besteiro