Vivía Hernando, el halconero, junto a la torre de Gasteiz. Era uno de los más diestros cazadores con arte de altanería y estaba reputado así entre todos los compañeros como el más entendido en su oficio. Hernando consiguió enseñar a un halcón, que era su preferido, al que cuidaba con más amor, y el que, en compensación, le traía las mejores piezas, las aves más montesinas, las que más difícilmente podrían derribar otros halcones. Negro, con ojos brillantes, el halcón iba erguido en el guante de Hernando, y al solo movimiento del brazo de este, se lanzaba como una flecha de basalto contra las aves que vanamente querían huir de él. Y así, entre Hernando y su halcón llegó a haber una relación íntima, un afecto casi humano.
Una tarde, la cacería había sido larga, y Hernando estaba cansado y sediento. Bajaba de un alto monte, a cuya cumbre había llegado después de penosa ascensión. El halconero buscaba con gran ansiedad una fuente en que refrescar su sedienta boca. Al fin, junto a una pequeña arboleda, vio con gran alegría una fuente que brillaba al sol del atardecer.
«¡Agua!», exclamó. Bajó del caballo y se echó de rodillas, para beber. El halcón volaba por encima de él. De pronto, cuando el halconero iba a aproximar a sus labios las manos, en que había recogido un poco de agua, la soltó con un grito de dolor. Había sentido un tremendo picotazo en el cuello. Se revolvió, irritado, y vio con extrañeza que había sido su propio halcón el que le había atacado. Quiso atraerlo, para sujetarlo en el guante, pero fue inútil: el halcón siguió volando. Y cada vez que el halconero quería beber, el halcón lo impedía, lanzándose feroz contra su dueño. Hasta que este, lleno de ira y desasosiego, puso una saeta en su ballesta y lanzándola contra el ave, la derribó, muerta en tierra. Mas cuando el cazador iba a recoger el cuerpo traspasado del que hasta entonces había sido su fiel compañero, vio con espanto que en el nacimiento de la fuente una enorme culebra había metido su cabeza y que, cerca, unas aves que habían bebido estaban muertas. El halconero comprendió, con gran dolor y confusión de su alma, que su halcón, con el inexplicable ataque, lo había salvado de una muerte cierta. Y entonces cogió el cuerpo del ave, que aún latía, y lo besó. Después le dio sepultura, ahuyentó a la culebra y alzó allí una fuente.
La fuente se encuentra cerca de la ermita de Santa Águeda, y cuenta la tradición que quien beba de esas aguas el 5 de febrero, fecha en que se celebra la romería, no tendrá mal alguno en el resto del año.
Leyenda del País Vasco
Todavía me emociono cada vez que la leo, y la conozco desde hace muchos años.
Es una leyenda muy triste, ¿alguien sabe qué tiene de verdad?