Nadie duda de que nuestro mundo necesita un cambio de paradigma, una transformación de los valores raíces de nuestra civilización si queremos construir un mundo mejor, o si queremos simplemente sobrevivir como especie en la tierra. Los males que sufren las sociedades no son más que una manifestación de la profunda falta de valores éticos y espirituales; de una falta de sentido, en general, que sufren los individuos y las instituciones.
¿Filosofía oriental u occidental?
Necesitamos reencontrar ese sentido, que los seres humanos volvamos a creer en el futuro, y atrevernos a soñar y construir un mundo mejor, en este momento tan desilusionante para muchos, pero tan lleno de oportunidades para todos.
¿De dónde extraer esas fuerzas perdidas? Tal vez la filosofía, entendida como actitud vital, como ejercicio espiritual de reencuentro de valores permanentes, nos dé algunas claves. Pero ¿filosofía oriental u occidental?
Las dos. Sri Ram, profundo filósofo del siglo XX, decía que la humanidad se encuentra en un gozne de la Historia, un momento de grandes cambios y dolores, que daría nacimiento a una nueva concepción del mundo, del hombre y del universo. Para ello –decía–, hace falta la síntesis: unificar y conciliar los opuestos que tanto sufrimiento han provocado. Así, se ha de armonizar la ciencia y la mística; la libertad individual y el orden social; el microcosmos y el macrocosmos; la sabiduría oriental y la occidental, etc.
Para ir logrando este objetivo, viene en nuestra ayuda el estudio comparado de las religiones, las tradiciones éticas, místicas, etc. Esto permitirá encontrar las bases comunes, los valores universales que pueden orientar a la humanidad a través de este gozne de la historia hacia ese mundo mejor que todos soñamos.
Oriente, complemento de Occidente
Esquilo dijo que solo se aprende padeciendo: el ser humano sabe de dolor y sufrimientos. No han sido suficientes las guerras que hemos provocado, los millones de muertes absurdas. La supremacía de la razón y la técnica no ha demostrado ser mejor que el espíritu. Tal vez por eso, se vuelve a buscar el valor de lo místico. Afortunadamente, un sentido de supervivencia ha logrado que algunas experiencias místicas hayan perdurado hasta el presente para poner un velo a la desgracia que ocasiona la ignorancia. El hombre se autodestruye, pero siempre vuelve a sí mismo y se adentra en las profundidades de su ser. Este es el legado de Oriente a Occidente.
El Imperio sasánida, integrado por numerosos grupos religiosos, fue el último en la historia antigua del Próximo Oriente, y ha sido de vital importancia en la transmisión de este legado. En el 338 d.C. dio comienzo una guerra entre Roma y Persia, que duró cerca de cuatrocientos años. Los hijos de Ardacher I , varios siglos más tarde, terminaron desapareciendo bajo el dominio árabe.
Persia tuvo una importante influencia sobre la civilización romana ; basta con revisar las obras de aquella época, donde se aprecian numerosos puntos en común entre el misticismo de Oriente y el de Occidente. Parte de la literatura se hizo permeable, desafiando las distancias y el tiempo. Tomemos como ejemplo la enseñanza del Dharma que, hacia el 600 a.C. en Kapilavastu, impulsó Siddhartha Gautama, el Buda.
La influencia mutua del misticismo oriental y del occidental implicó una unión de concepciones místicas y una calidad común en el intercambio del pensamiento compartido. Podemos recordar a quienes, entre muchos, dibujaron el sentido del desvelo de la unión mística: San Francisco, Santo Domingo, San Bernardo, el Maestro Eckhart, Raimundo Lulio, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, etc.
Como decía este carmelita descalzo: Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada. Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada. Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada. Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada…
El budismo en Calderón de la Barca
El hombre llegó a desvelar el sentido oculto de las cosas gracias a muchos sabios que, aunados en el silencio, se libraron de las sensaciones y se fundieron en la propia naturaleza, en un largo peregrinar de anhelos y esperanzas. Esa posibilidad de un hombre mejor, simbolizada en Buda, llegó a Europa por Barcelona.
Fue entre los siglos XIII y XIV, enmascarado en varios manuscritos medievales. Según algunos estudiosos, la historia de Barlaam y Josafat narrada en algunos de ellos fue tomada del Blanquerna de Lulio y apareció luego en el Libro de los Estados del infante Don Juan Manuel. Sin embargo, fue el rabino barcelonés Abraham Ben Semuel ha-Leví Ibn Hasday quien la adaptó al hebreo en la obra El príncipe y el monje .
En el siglo XIII, la historia comenzó a popularizarse en la Península Ibérica hasta que, en 1611, Lope de Vega compone un drama que tiempo después influirá en Calderón de la Barca cuando este pincela el primer acto de La vida es sueño . En 1583 serán incorporados al martirologio romano como San Barlaam y San Josafat confesores, cuya fecha de celebración en el santoral es el 27 de noviembre.
Barlaam y Josafat fue una adaptación cristiana muy popular de la historia del Iluminado, cuya difusión muestra la vasta herencia que la literatura occidental recibió de Oriente, confirmada por el interés que los escritores medievales y renacentistas –como el mismo Lope– demostraron por esta narración y sus resonancias espirituales.
¿Cómo se transformó el Bodhisattva en Josafat?
A fines del siglo XIX los estudiosos de la obra señalaron su parentesco con la leyenda de Buda y comenzaron a estudiar su compleja transmisión textual. Se han planteado numerosos problemas sobre las distintas etapas compositivas, desde sus orígenes búdicos hasta su consolidación como relato hagiográfico cristiano. En este sentido, se han propuesto distintas hipótesis acerca del modo en que transmigró el texto de una lengua a otra y sobre quiénes fueron sus autores. Cabe destacar que en el persa medio el nombre Josafat se traduce como Budasif (Bodhisattva).
Este texto tuvo su primera gran metamorfosis en una versión turca del siglo III d.C. Cinco siglos más tarde sería traducida al árabe. Entre los siglos VIII y IX se terminó una versión georgiana, preludio de la griega y la bizantina, que daría origen a dos versiones latinas de considerable popularidad: el Speculum historiale , de Vicente de Beauvais, y la correspondiente a la Leyenda dorada , ambas muy difundidas en Europa occidental. Esta última obra, escrita a mediados del siglo XIII por Jacobo de la Vorágine, arzobispo de Génova , se tituló inicialmente Legenda Sanctorum («Lecturas sobre los santos»), y se convirtió en uno de los libros más copiados durante la Baja Edad Media. En la actualidad existen más de un millar de incunables de ellas. A partir del alemán, se hicieron versiones en islandés y sueco en el siglo XV. En Manila apareció una edición en lengua tagala –debida al trabajo de los misioneros españoles en Filipinas– y, en Oriente, es posible hallarlas en siríaco, árabe, etiópico, armenio y hebreo.
Barlaam y Josafat es un claro ejemplo del peculiar modo compositivo medieval, caracterizado por la confluencia de géneros diversos. En su estructura, la historia de Buda funciona como el eje narrativo básico al que se han incorporado motivos propios de las leyendas hagiográficas, marcas de debates religiosos, apologías de la doctrina católica, parábolas y sentencias bíblicas, oraciones cristianas y relatos de la cuentística oriental. Este sincretismo de materiales tan heterogéneos la convierte en una obra fascinante que conserva un perdurable interés literario y cultural.
Josafat, el Iluminado en versión cristiana
Este relato de la vida de un santo narra las peripecias de Barlaam, de Josafat y de su padre, el rey Avenir. Tuvo adaptaciones hebreas, castellanas, catalanas y portuguesas. San Eutimio la introdujo en el ámbito cristiano amalgamando el texto búdico con contenidos bíblicos y de los Santos Padres. En castellano se conservan tres manuscritos, además de las innumerables copias de las Flos Sanctorum de Jacobo de Vorágine.
En esta narración, Josafat sería el Iluminado. Recordemos que Siddhartha crece en un palacio rodeado de placeres mundanos. Mientras, su padre está atormentado por la profecía del viejo Asita, quien dijo que su hijo sería un gran rey pero sin reino, o sea, un rey-santo. Entonces hace lo imposible para que su hijo no entre en contacto con la realidad del mundo.
En el relato de Josafat, los astrólogos habían anunciado al padre de Josafat que su hijo llegaría un día a ser cristiano. La historia se repite igual en cuanto a las pruebas de la vejez, la enfermedad y las miserias de la vida, y el posterior encuentro con Barlaam que, disfrazado de joyero, deja el desierto para encontrase con él.
Este ermitaño, mediante el relato de cuentos, le hará reflexionar acerca de la fe cristiana. Finalmente, Josafat se bautiza, se convierte, ayuna y ora a Dios. Al igual que Siddhartha, Josafat resiste un sinnúmero de pruebas, seducciones y artificios mágicos empleados contra él, elige la soledad y el silencio del camino de perfección. Tras su muerte, su cuerpo, junto con el de su maestro, es llevado a la India, en donde suceden milagros muy conocidos al pie de su tumba.
Buda y Kempis
Incluso en la obra del beato alemán Tomás de Kempis, autor de La imitación de Cristo , aparecen pinceladas de la tradición budista. Él se dio cuenta de que el primer paso para lograr que la Iglesia se volviera más santa, era el esfuerzo personal tendiente a ser mejores.
De este modo, si cada uno se reforma a sí mismo, toda la Iglesia se reformará poco a poco. Kempis se reunió con un grupo de amigos en una asociación llamada «Hermanos de la Vida Común», dedicada a practicar un modo de vida que denominaron «devoción moderna», consistente en largos momentos de oración, meditación, lectura de libros piadosos y recibir y dar dirección espiritual.
Cada hermano cumplía con la mayor dedicación posible los deberes diarios de su propia profesión. Los que pertenecían a esta asociación hacían rápidamente progresos muy notorios en santidad, al tiempo que la gente los admiraba y quería. Es posible que Kempis haya logrado comprender profundamente a la persona humana: sus miserias y sublimes posibilidades; sus inquietudes y su inmensa necesidad de tener un amor que llene totalmente sus aspiraciones.
Kempis reflexionó, a la manera budista: « Todas las cosas pasan y tú también las acompañas. Guárdate de pegarte a ellas para que no seas preso y perezcas » .
La vida nos hermana y así como el color de los huesos es el mismo en cualquier ser humano, la mente humana se ha manifestado entrelazando tradiciones y creencias. Historias que repiten una y otra vez las mismas certezas, como si todos los sabios de diferentes tiempos y lugares llegaran a las mismas conclusiones: el ser humano tiene un fin trascendente, más allá de la tierra perecedera que pisa. ¿Será nuestra civilización capaz de aplicar estas verdades?