Una de las mayores ventajas de profundizar en el conocimiento de la Historia es que nos permite desmontar los tópicos y deconstruir las falsas representaciones prefabricadas que, a fuerza de repetirlas, nos llegan a parecer verosímiles.
Tal sucede con la oposición Oriente-Occidente, no ya como referencias de tipo geográfico, sino cultural. Es como si ambos extremos del mundo hubieran estado aislados entre sí, o continuaran siendo ajenos mutuamente o en abierto conflicto. Como consecuencia, el orgulloso Occidente no tendría nada que aprender del incomprensible y atrasado Oriente, hasta el extremo de despreciar sus tesoros de sabiduría, sus variadas formas de mística y sus filosofías, como manifestaciones culturales atrasadas o simplemente exóticas. Nada que ver con el racionalismo, inventado en exclusiva por nosotros, los occidentales.
Tal visión, injusta y reduccionista, está ya más que superada, pues un análisis comparado nos permite darnos cuenta de que, desde siempre, ha habido relaciones de influencia mutua, aun en los aspectos que parecerían más exclusivos de una o de otra forma de ver el mundo.
En estos tiempos de pérdida de valores y referentes morales, tenemos una buena oportunidad para mirar a ambos lados y rescatar los tesoros de sabiduría que se fueron forjando gracias a esa mutua relación entre Oriente y Occidente desde los tiempos más remotos. De todo ello encontrarás en este número.