Usamos a diario este lenguaje preverbal, consciente o inconscientemente, para decir a otros cómo nos sentimos en relación con ellos y con nosotros mismos.
Dicho lenguaje incluye la postura que adoptamos, los gestos, las expresiones faciales, la vestimenta, el modo de caminar; incluso la manera como manejamos el tiempo, el espacio y los objetos.
Todas las personas se comunican simultáneamente en varios niveles diferentes, pero con frecuencia sólo son conscientes del diálogo verbal y no se dan cuenta de que están respondiendo a mensajes no verbales. Pero cuando alguien dice una cosa distinta a la que realmente piensa, la discrepancia entre ambas a menudo se deja sentir. Los sistemas de comunicación no verbal están mucho menos sujetos al engaño premeditado que los sistemas verbales, donde es más frecuente. Cuando nos encontramos pensando; «no sé lo que será esta persona, no parece sincera», normalmente es dicha falta de congruencia entre sus palabras y su comportamiento lo que nos hace sentir incómodos…
Somos muy sensibles a cualquier ruptura de la etiqueta de la comunicación no verbal a la hora de escuchar a otros.La comunicación no verbal es diferente según cada cultura.
Cuando queremos mostrar a alguien que estamos atendiendo, le miramos cara a cara, a los ojos.
Si observamos a una persona conversando, podremos notar cómo indica su interlocutor que le está escuchando mediante movimientos con la cabeza. También hace pequeños ruidos como » Umm «. Si está de acuerdo con lo que está diciendo, puede que mueva la cabeza vigorosamente, asintiendo. Para manifestar placer o afirmación, sonríe; si tiene alguna reserva, se muestra escéptico arqueando una ceja o haciendo bajar las comisuras de la boca. Si uno de los participantes desea dar por finalizada la conversación, puede comenzar a girar la posición de su cuerpo, estirar las piernas, balancear un pie o desviar su mirada de quien habla. Cuanto más se mueva aquél, más consciente se volverá éste de que está perdiendo audiencia. Como último recurso, es posible que el oyente mire su reloj para indicar el inminente fin de la conversación.
El lenguaje de los ojos es al mismo tiempo sutil y complejo; muchas norteamericanas se siente muy turbadas al visitar Francia o Italia debido a que, por primera vez en su vida, los hombres las miran realmente a sus ojos, pelo, nariz, labios, pecho, caderas, etc. Una vez se han acostumbrado a que las miren así, regresan a los Estados Unidos, y a menudo les asalta el sentimiento de que «ya nadie me mira de verdad». Hay tres formas de uso fundamentales con la vista: dominio-sumisión, implicación-desapego y actitud positiva-negativa. Mirando las pupilas de una persona podemos observar dónde está su interés; cuando las pupilas se abren demuestran un mayor interés, el brillo del ojo es síntoma de emoción; entre las parejas de enamorados, es uno de los indicios más fiables de que el amor es genuino. Ninguna investigación hasta el momento permite explicar el brillo del ojo, y sin embargo todos lo reconocemos al verlo.
El espacio vital o sentido territorial puede variar dependiendo de nuestro estado; todos tenemos como una burbuja de espacio invisible que se contrae o ensancha dependiendo de ciertos factores: el estado emocional, el tipo de actividad que se esté llevando a cabo en ese momento, la procedencia cultural, etc. Los pueblos de herencia norte-europea y anglosajona, escandinavos, suizos, alemanes, tienden a evitar el contacto; a los de herencia italiana, francesa, española, rusa, latinoamericana o medio oriental les agrada la proximidad en el trato.
Las personas son muy sensibles a cualquier intrusión en su burbuja espacial. Cuando alguien se coloca demasiado cerca, tu primera reacción es echarte hacia atrás. Si no es posible, orientarse otra dirección, encogerse, ponerse en tensión. En caso de que el intruso no responda a estas señales corporales, entonces probablemente trates de protegerte mediante un maletín, un paraguas o interponiendo la gabardina. La mayor parte de las veces ésto se hace de manera inconsciente.
Cuando alguien está enfadado o bajo estrés, su burbuja se expande y requiere más espacio. En un experimento, se observó en una cárcel que los reclusos no violentos permitían acercarse bastante a ellos a un sujeto, mientras que los de conducta violenta manifestaban tensión a bastante más distancia y reaccionaban con cierta ansiedad. Aparentemente, las personas sometidas a estrés experimentan la presencia de los demás como mayor y más cercana de lo que realmente es. Los estudios sobre esquizofrénicos han mostrado que éstos a veces tienen una percepción distorsionada del espacio, y muchos psiquiatras han informado de pacientes que sienten que su cuerpo ocupa una habitación entera. Para tales personas, cualquiera que entre en el cuarto se halla de hecho en el interior de su cuerpo, y tal inclusión puede desencadenar un acceso violento.
Alguien que se vea empaquetado en el metro, empujado en la calle, encajonado en un ascensor, y forzado a trabajar durante todo el día metido en un cuarto o una pequeña oficina sin privacidad visual y auditiva, al final de la jornada estará considerablemente estresado. Lo que necesita son lugares que proporcionen alivio a su sistema nervioso tras la constante sobreestimulación. El estrés producido por la aglomeración es acumulativo, razón por la cual las personas pueden tolerar mejor al comienzo el día.
La mayoría usamos cuatro distancias principales en nuestras actividades: íntima, personal, social y pública. Cada una de estas distancias tiene una fase próxima y otra distante y se acompaña de cambios en el volumen de la voz.
La distancia íntima varía el contacto físico directo con otra persona a una distancia entre tres y 8 cm.
La distancia personal, la fase cercana, se sitúa entre los 50 y los 70 cm. Es a esta distancia a la que se colocan en público las mujeres casadas respecto de sus maridos; si otra mujer entra en esa zona, es probable que se incomode. La fase lejana está entre 70 y 120 cm y en la distancia espacial más frecuente para conversar.
La distancia social se emplea durante los tratos de negocios, los intercambios con un empleado o dependiente, desde 120 cm a 2 m.
La distancia pública es la que usan los profesores en el aula o los oradores en una reunión pública. Su fase más alejada, de 7 m, es la que se guarda ante figuras públicas importantes, y su violación pueda acarrear serias complicaciones.
Es interesante hacer notar cómo los vendedores y pedigüeños explotan las convenciones no escritas ni habladas del ojo y la distancia. Ambos sacan partido del hecho de que, una vez se establece contacto ocular explícito, resulta grosero mirar a otro lado porque hacerlo significa disminuir bruscamente a la otra persona y sus necesidades. Una vez el mendigo ha atrapado la mirada de su presa, ya no la deja escapar hasta que pueda ir pasando desde la zona pública a la social, luego la personal y, finalmente, a la esfera íntima, donde las personas son más vulnerables.
El tacto también es parte importante de la continua corriente de comunicación que tiene lugar entre los seres humanos. Un breve roce, un golpe, una caricia, todos ellos son comunicaciones.