A lo largo de la historia el ser humano ha sabido cruzar umbrales insospechados. La curiosidad, la necesidad de darle respuesta a los por qué y los cómo y el deseo de superar desafíos ha guiado sus pasos a espacios donde la admiración provocada por los logros obtenidos solo se ha visto ensombrecida por el estremecimiento al percibir su incapacidad para establecer límites a su ambición. Tal vez por eso, al terminar de leer esta obra de Philip Dick, que fue publicada por primera vez en 1968, resulte inevitable aseverar que la complejidad ha sido y será siempre una característica inherente de la naturaleza humana.
La deshumanización, la pérdida de identidad como individuo, la necesidad innata de tener fe en algo o alguien superior, el uso de máquinas para evadir la realidad y el temor de que la tecnología supere a la humanidad son los hilos conductores de esta historia. Una novela de ciencia ficción en la que las especulaciones del escritor sobre la repercusión de los avances tecnológicos en el futuro de la humanidad hoy en día resultan bastante reconocibles.
La novela tiene como personaje principal a Deckard, un cazarrecompensas cuya misión consiste en eliminar androides rebeldes. Fabricados para satisfacer las necesidades de los humanos que se establecieron en otros planetas tras la Guerra Mundial Terminal, un grupo de androides se aventura a poner punto final a las condiciones esclavistas a las que son sometidos en las colonias. Deckard sobrevive sin problemas dándoles caza hasta que topa con una versión que le despierta un dilema moral en el momento de terminar con ellos. La apariencia humana, el apego hacia la vida y las inquietudes intelectuales que demuestran le obligan a cuestionar la validez ética de su trabajo.
La historia, que dura un día, se desarrolla en un escenario devastado. La Tierra ya no es lo que era. Apenas cuenta con habitantes, y casi todos los animales se han extinguido. La mayoría de la población, alentada por los Gobiernos, ha emigrado a otros planetas, y unos cuantos de los pocos que han quedado viven en un medio inhóspito cuya única herencia es la degeneración que les provocó la lluvia radioactiva. Enfermedades o déficits intelectuales que les impiden superar el test para poder viajar a las colonias que se crearon en otros planetas y que supondría el fin de esa existencia decadente que les ha tocado vivir.
Un programa de televisión que se emite las veinticuatro horas del día y una caja de empatía que los conecta con Mercer, una suerte de Dios, son las dos válvulas de escape con las que cuentan los que se quedaron. Las máquinas se han convertido en las únicas opciones para combatir el aislamiento social y para apaciguar esa necesidad innata de convivir y compartir con otros congéneres.
Con una escritura sencilla, Dick logra generar en el lector no solo el temor a perder la capacidad de discernir lo real de lo artificial, sino también la certeza de que nos estamos encaminando a edificar un futuro sobre lo superficial: individuos que dependen de máquinas para existir y máquinas que tienen sueños e ilusiones propios del ser humano. El mundo al revés. Un planteamiento complejo a la vez que cercano, que suscita dudas existenciales sobre varias temáticas a medida que se avanza en la lectura y que, al llegar a la última página, te obliga a desembocar una vez más en el interrogante: ¿qué nos hace humanos?