Roma es una de las culturas madre del mundo occidental, a nivel histórico, social, político y cultural, a pesar de que muchas de las formas de su pensamiento hayan sufrido transformaciones con el correr del tiempo. Sin embargo, siempre es útil volver la mirada a nuestros orígenes.
En la actualidad, la mentalidad del hombre se ha transformado y Roma se ha convertido en una de las ciudades más visitadas por los turistas. Es donde más elementos del mundo grecolatino encontramos, no solamente por la atracción que suscitan los motivos religiosos, sino que se ha convertido en un centro cultural y civilizatorio que dio origen a todo el mundo occidental.
Construcciones como el Coliseo y otros restos arquitectónicos siguen atrayendo al público, además del patrimonio cultural reconocido como elemento representativo.
Por otro lado, se manifiesta una inquietud por el conocimiento histórico de la cultura romana, que se ha puesto de moda con el cine, aunque en algunos aspectos la escenografía varía un poco de la realidad. Sin embargo, hay cierto interés en reconocer cuáles son nuestras raíces, en recordar cuál es el origen de nuestra cultura, la mentalidad y la forma de vida tanto individual como social.
Aunque Roma se nutrió del mundo griego, se caracterizó por un gran espíritu civilizatorio que destaca en su anhelo de comunicación, de lograr la concordia y la unión entre los distintos pueblos, más allá de sus fronteras, en contraposición a los griegos, que tenían una idea de la ciudad, de la polis, de un mundo cerrado.
En sus inicios, Roma era un territorio pequeño y delimitado, y se fueron anexionando las zonas adyacentes a través de su expansión. Primero, en la península itálica y, posteriormente, conquistando el norte de Italia, Grecia, Egipto, Asia Menor, la Península Ibérica y Europa central, llegando incluso hasta las Islas Británicas.
Entre las siete colinas, se forja la urbe como centro del mundo cultural, un lugar amurallado que fue expandiéndose hacia el otro lado del río Tiber en sus inicios.
Uno de los mitos fundamentales de la formación de Roma es el de Rómulo y Remo. Cuenta la leyenda que Rómulo mata a Remo para unir a las familias, para establecer un elemento de concordia. En un círculo introdujeron tierra transportada de las distintas ciudades y, a partir de ahí, se consagra e instaura ese espacio sagrado como ombligo del mundo, idea reincidente en todas las culturas, centro, eje vertebrador de lo que será un desarrollo posterior.
Uno de los grandes avances que ayudó a afianzar esa unión, fueron las famosas calzadas romanas, vías de comunicación por las que circulaban mercancías y personas, facilitando la interrelación del mundo.
Otro elemento importante son los arcos, instrumentos conmemorativos de hechos históricos relevantes, en los que se encuentran talladas leyendas, elementos mitológicos y simbólicos de conceptos sagrados en la parte superior, mientras que en la parte inferior aparecen situaciones de la vida cotidiana.
En cuanto a la religiosidad, los hombres sentían un vínculo muy cercano a los dioses. Construían arcos, asociados al dios Jano, dios de las puertas, de los inicios y los finales; no habiendo puertas en ellos, servían para recordar la idea de que Roma siempre estaba abierta para poder llegar hasta ella a través de ese espacio diáfano. Hoy en día, podemos ver un arco romano en la carretera nacional, en Tarragona.
No olvidemos otra serie de arcos que se utilizaban como acueductos, como el de Segovia, en los que, con una admirable ingeniería, mantenían la red fluvial superficial para suministrar el preciado bien.
Otro lugar a destacar en el Imperio romano, eran los foros imperiales, centros neurálgicos donde se desarrollaba la vida pública, administrativa, cultural, económica y religiosa.
Como se ha citado anteriormente, se le concedía gran importancia a las creencias trascendentales. Destacaban los grandes templos en los que se ofrecía culto a Vesta o a otras divinidades.
La etimología de basílica es basileus , que significa «rey», y hace referencia al lugar donde el rey, el pontífice máximo, impartía justicia. El emperador romano, como sucesor de la mítica Roma, tenía la potestad de impartir justicia. Tenía tanto poder que podía, incluso, establecer amnistía o invalidar la decisión de los jueces.
El interior brindaba una bóveda decorada con motivos naturales, mitológicos o de la historia familiar, haciendo alusión a la bóveda celeste.
La palabra iglesia viene de ecclesia , lugar de reunión de los fieles. En la Antigüedad la relación de los hombres con la divinidad era algo distinta a la que tenemos en la actualidad. El templo venía a ser como el lugar de residencia del dios en la tierra.
Los lugares como Lourdes o Fátima son espacios donde una entidad espiritual se ha hecho presente y, a continuación, se construye un templo, receptáculo por el que se mantiene activa esa presencia.
En Grecia, encontramos en Delfos un gran santuario en el que se manifestaba el dios Apolo a través de la pitonisa. Este pensamiento es heredado por el mundo latino. Además de pervivir la idea del santuario, se tenía la noción de atraer a la divinidad receptora de la presencia espiritual sobre la tierra. Los romanos construían templos donde la casa sacerdotal rendía culto al dios, restringiendo el acceso al resto de los hombres. Por lo tanto, los templos no eran lugares de reunión de los fieles, como se conoce hoy en día.
Tenían muy presente la relación transgeneracional. Recordemos que Roma perpetuaba su estirpe desde su fundación, iniciada por Rómulo, descendiente del rey Eneas, uno de los héroes troyanos que habían huido de Troya después de que los griegos la invadieran.
Los emperadores elaboraron la idea de instaurar públicamente un lugar de culto a su dios, de la misma forma que la familia tenía los lares y los penates como elemento de culto dentro de la domus .
Por otro lado, las vestales estaban establecidas como una gran institución dentro del mundo romano. Podríamos hacer una división entre los patricios y los plebeyos. Los patricios representaban a aquellas familias con un honor adquirido y como transmisores de la tradición familiar, parecido a una estirpe que se consideraba originaria de una impronta especial que se transmitía con el primer varón.
Los plebeyos, sin embargo, eran campesinos y hombres que no tenían esa tradición ancestral, es decir, que carecían de una vinculación con los orígenes míticos o de carácter sagrado.
Las vestales procedían de las familias patricias y servían a Vesta, diosa del fuego sagrado, elemento muy importante en la Roma antigua. El fuego simbolizaba la imagen material de la espiritualidad en el mundo. Por este motivo, no se debía apagar ni el fuego del hogar ni el del imperio.
Estas mujeres pasaban treinta años de su vida dedicadas al culto: los diez primeros años se consagraban al aprendizaje para la realización de ese culto; más tarde realizaban ese servicio, además de tareas de carácter sagrado; y los últimos diez años enseñaban a las novicias.
Gozaban de una gran autoridad, que devenía de la relación con lo sagrado. No podían casarse. No vivían recluidas como las monjas, sino que participaban de algunos actos de la vida cotidiana.
Hay que tener en cuenta que ninguno de sus actos podía ser reprobado por ninguna de las instituciones del Estado. Además, existían dos cosas inviolables, so pena de muerte: una era que se les apagara el fuego, y la otra, que rompieran el voto de castidad. Los emperadores confiaban en ellas, hasta el punto de entregar en sus manos su testamento.
Durante la destrucción de la Antigüedad, se fueron apropiando de los materiales que existían anteriormente para construir las iglesias cristianas, bien fuera en los lugares donde habían existido los templos griegos y romanos, o en otros lugares.
Roma, en su origen, tenía muchos elementos etruscos y troyanos. Sin embargo, cuando conquistó Grecia se helenizó, es decir, absorbió su cultura. En este sentido, destaca la capacidad que tenían los romanos de asimilar cultos extranjeros. Cuando los cristianos fueron perseguidos y afirmaban que su Dios era el único verdadero y los otros eran falsos, la mentalidad romana se sorprendía por la tradición religiosa y la permisividad en los cultos de otras civilizaciones, como la oriental o la griega.
El otro elemento importante era el teatro. Las obras se representaban, en sus inicios, en un espacio abierto utilizando la ladera de una montaña, para que tuviese una buena acústica. Con el avance del tiempo se construyeron recintos cerrados. En España podemos encontrar los teatros de Mérida y de Sagunto.
Hay que aclarar que, para los griegos, el teatro tenía un fin sagrado que pretendía generar una catarsis en el público, no lo tenían concebido como diversión o para el tiempo de ocio, como ocurrió en la época del Imperio romano o en nuestros días.
Otro lugar a destacar eran las termas romanas, recintos públicos destinados a baños, donde se tenía por costumbre hablar de política.
Contrariamente a lo que se cree, los romanos aspiraban a vivir en armonía, anhelaban la paz y pensaban: «si quieres la paz, enfréntate a la guerra».