Ciencia — 31 de agosto de 2018 at 22:00

Ciencia y verdad, paradigmas enfrentados

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En los planteamientos actuales para acceder al conocimiento, se abre paso una cuestión que fue resuelta de modos distintos según las épocas: ¿debe la ciencia prescindir de todo lo que no sea estrictamente racional para obtener resultados? Tal vez algunas respuestas se hallen analizando algunos ejemplos que nos antecedieron.

Hemos hablado mucho de ciencia, hemos hablado mucho de filosofía, pero me gustaría concentrarme sobre el «y», porque vivimos en una cultura del «o».

Hoy estamos hablando de ciencia y filosofía, una visión en la que la ciencia pueda ser parte de la filosofía. La filosofía debe aportar a la ciencia criterios de validez de sus conocimientos: ¿Qué pasos debo yo seguir? ¿Qué supuestos puedo o no tomar para que los conocimientos a los que llegue puedan considerarse válidos o no? Y la respuesta es: «depende».

Es un planteamiento un poco distinto. En las obras de Platón no es absolutamente imprescindible llegar a una definición exacta, por ejemplo, de las virtudes que explora en sus distintos libros. Y uno dice: ¿dónde está la conclusión? Pero es que, tal vez, el camino mismo nos está presentando nuevos horizontes y hay cosas de las que quizás no sea tan importante el definirlas sino el vivirlas.

En Occidente se dice que, hasta Descartes, impera el realismo. Es decir, el mundo existe, independientemente de que lo conozcamos o no. A partir de Descartes se dice que lo único de lo que tengo una evidencia es de que existe una actividad cognitiva psíquica, cogito, por lo cual soy. Hay un sujeto que tiene esta actividad, lo cual no significa que lo que estoy pensando sea correcto.

Pero como todavía estamos en un mundo muy impregnado por la religión, Descartes sigue diciendo: «Bueno, yo tengo la idea de perfección en mi mente, yo soy imperfecto; por lo tanto, alguien perfecto tiene que haberla insertado en mi cabeza; ese alguien es Dios». Ya estamos yo y Dios, y a partir de ahí voy a reconstruir el mundo.

Pero, concentrémonos en este «y». Hay una vieja parábola de cinco ciegos y un elefante. Los cinco ciegos van a describir un elefante. Un ciego se pone debajo y dice: «es como un enorme barril». Otro, que le toma la cola dice: «no, no, estás muy equivocado, es como una soga». Otro, que coge la pata dice: «no, no, están equivocados, es como el tronco de un árbol». El cuarto, le toma la oreja y dice: «señores están equivocados, es como la hoja de una palmera». Y el quinto, dice: «no, todos ustedes están equivocados, porque en realidad es como una manguera» porque le está tocando la trompa.

¿No nos pasa mucho esto? Cada cual tiene un punto de vista, pero considera que ese punto de vista es «el punto de vista». Si simplemente cambiamos la partícula del «o» por la posibilidad del «y», tal vez cambien las cosas.

La siguiente cita me parece muy pertinente al respecto. «Y así como la misma ciudad vista por distintas partes parece otra, y resulta como multiplicada por la perspectiva, así también sucede que por la multitud infinita de sustancias simples, hay como otros tantos universos diferentes, los cuales no son, sin embargo, sino perspectivas de uno solo, según los diferentes puntos de vista de cada uno» Elogio de la duda).

Bien… ¿cómo podemos pensar en el «y»?

Quiero que nos concentremos en la imagen de La escuela de Atenas, de Rafael, en la que hay un espacio de encuentro, donde aparecen reunidas, ordenadas según unos criterios platónicos de las cuatro virtudes, el arte, la política, la mística o religión y la filosofía y ciencia.

Fijémonos en algunos detalles. Tenemos a dos personajes en el centro: Platón, mostrando un dedo hacia arriba, probablemente tomando la cara de Leonardo da Vinci, y llevando un texto bajo el brazo que es el Timeo, el libro sobre la naturaleza, y observamos que tanto el gesto de Platón como el libro están en vertical.

En cambio, Aristóteles lleva su Ética trazando una línea horizontal, la misma dirección que muestra la palma de su mano, con lo cual ya tenemos una cruz de una visión vertical, que mira hacia los orígenes, hacia las causas, mira hacia el mundo de las ideas, y el otro ámbito del mundo de causalidades horizontales, que es el de la ciencia de la tradición aristotélica.

A los teóricos les interesa descubrir las causas últimas. A los físicos les interesa más este mundo. Pero, para Rafael, estas son realidades complementarias. Y yo me atrevería a decir incluso más. Aparecen otros elementos, hay una complementareidad y es un tiempo imaginario que permite los encuentros del «y», Porque en este cuadro se unifica a personajes que no vivían en el mismo lugar y, especialmente, no vivían en el mismo momento. ¿Esto es mito o es logos? Ellos no se encontraron físicamente, pero tal vez, los grandes espíritus no necesitan encontrarse.

Tenemos a Pitágoras, con una numerología simbólica que habla de los orígenes últimos de las cosas, y que muy probablemente Platón explicitó, en parte, en su Timeo, donde habla de las series numéricas en relación con las proporciones del alma del mundo. La geometría a nivel arquetípico. Los modelos del mundo en relación con los cuatro elementos, en relación con los cinco cuepos poliédricos regulares que después dibuja Leonardo da Vinci durante el Renacimiento, ilustrando un libro sobre la proporción áurea. Y destacamos la palabra armonía.

La palabra griega cosmos manifiesta belleza y orden. Es bello porque está ordenado, está ordenado porque es bello. Con lo cual, además, integramos el arte. Hoy nos cuesta mucho integrar la ciencia y el arte. Ya nos cuesta integrar la filosofía y la ciencia. Sin embargo, en Leonardo da Vinci encontramos a un científico y a un artista.

Un artista ha interiorizado las proporciones áureas y las refleja en sus obras de forma natural: hace sabiendo. Tenemos que descubrir esa armonía, y podemos hacerlo porque esa misma armonía está en nosotros, como vamos a ver en la imagen de Leonardo da Vinci, el hombre de Vitruvio, donde encontramos la proporción áurea.

Con los Médici vuelve el mundo clásico, apoyan el Renacimiento. Se buscan viejos textos, reaparece Platón, se vuelve a traducir la República y otras obras…

El elemento «y» tal vez pertenezca a otro nivel de la filosofía. Porque lo básico es el nivel analítico-lógico. Antes de empezar a leer hay que aprender el abecedario. Pero en otra escala, uno llega a escribir poesía después de aprender ciertos cánones. Es el ser interior, esa conciencia, que se va a expresar. Es otro lenguaje.

Como elemento a destacar, encontramos a Leonardo da Vinci, el gran arquetipo que integra la ciencia y el arte. Es un científico totalmente racional, pero no desconectado de la armonía del universo.

En nuestro cerebro tenemos dos áreas: el hemisferio cerebral izquierdo y el hemisferio cerebral derecho. Hoy sabemos que el habla, el logos, se halla en el hemisferio cerebral izquierdo; la palabra y el análisis están en la izquierda. Pero la percepción de un todo está en la derecha. Es muy interesante; la música se relaciona más con el tiempo que con el espacio. Todo lo que es gráfico se relaciona más con el espacio que con el tiempo.

Si se destruyen o afectan ciertos centros, a veces hay dispersión del habla, de la comprensión… Esa otra parte, que yo relacionaría con el mito, con la comprensión del símbolo, está en el lado derecho. En cambio, el lenguaje discursivo, que sirve más para explicar que para comprender, está al lado izquierdo.

Entonces, tal vez, uno de los problemas de algunos planteamientos científicos muy generalizados sea el trabajar solo con medio cerebro. ¿Y si integrásemos el otro lado?… Tendríamos, entre otras cosas, la creatividad.

Esto lo va descubriendo Einstein. Y se le plantea el gran problema porque no quiere terminar de darle realidad a los entes matemáticos, pero se da cuenta de que son lo más importante, y que a partir de la experiencia de los casos particulares, que podríamos llamar método analógico, es imposible llegar a las ideas generales. Él mismo va a decir que para ello son imprescindibles la intuición y la imaginación. De manera autobiográfica, nos va explicar cómo se usa la imaginación como método. Porque los principios de la teoría de la relatividad ya están en experimentos mentales imaginarios que él hacía cuando era joven.

Por eso es el tema del «y». Porque hoy aceptamos en ciencias la observación, la experimentación y la razón. Pero ¿qué pasa con la imaginación y la intuición? Vamos a tener un método muchísimo más completo y complejo integrando de manera sistemática la imaginación y la intuición.

Lo mismo pasa con nosotros, utilizamos mucho la inducción y la deducción, pero ¿qué pasa con la analogía? Es uno de los métodos fundamentales que utiliza Leonardo da Vinci.

En el árbol cabalístico, con los diez principios constructores del universo, encontramos un concepto muy interesante: los tres principios superiores, Keter, Hokhmah y Binah, corresponden a la cabeza, y se diferencia, en la cábala, entre la sabiduría, Hokhmah, y la inteligencia, Binah. Y nosotros, en la ciencia contemporánea, trabajamos poco con la sabiduría. La inteligencia es la que sigue explicitando, pero no tiene la comprensión profunda de las cosas. Para alcanzar las causas últimas hay que seguir subiendo. Lo otro es simplemente echar la barca al río e irse con la corriente.

Kepler toma los poliedros regulares que aparecen en el Timeo de Platón y los encaja unos dentro de los otros para ubicar y tratar de descubrir la relación entre las órbitas planetarias. Con este sistema, relacionándolo con las órbitas planetarias tomadas como circulares, llega a un modelo que está errado solo un 5%, y sigue investigando hasta llegar a la famosa formulación de las órbitas elípticas, que es más perfecto.

Cuando un profesor trata de enseñar griego, seguro que hace malabarismos, y se siente con un enorme sentido de frustración porque, de diez cosas que quería enseñar, ha enseñado una o dos. Sin embargo, sus alumnos están contentos porque han entendido. Dicho de otra manera, tenemos una partitura de un coro a cuatro voces, pero terminamos todos cantando solo la melodía porque las aptitudes musicales son limitadas.

¿Qué es más completo y qué es más verdadero? En la mecánica clásica, si yo conozco dónde está el coche en cualquier momento en carretera, puedo calcular, si tengo esa fórmula, en función de la posición y del tiempo a través de la primera y segunda derivada, puedo calcular la velocidad y la duración. Pero hay mundo en el que eso no es posible, y ahí es donde se resquebraja el tema y para Einstein esto es muy desconcertante.

«En el templo de la ciencia hay muchos tabernáculos, y muy distintos entre sí son, por cierto, quienes a ellos acuden acuciados por motivos muy diversos. Muchos obtienen de la ciencia gozoso sentimiento de poderío y superioridad intelectual, la ciencia es su deporte favorito y en ella buscan experiencias vividas y la satisfacción de sus ambiciones. En ese mismo templo habrá otros que ofrecerán los productos de sus cerebros para sacrificarlos con propósitos utilitarios.

Si un ángel del señor llegara para arrojar del templo a todos los que pertenecen a esas dos categorías, quedarían solo unos pocos hombres, tanto del tiempo presente como del pasado. Nuestro homenajeado Max Planc sería uno de ellos y por tal motivo le estimamos profundamente.

Soy consciente de que con esta imagen he expulsado a la ligera a muchos hombres excelentes que han sido responsables importantes y hasta casi totales de la construcción del templo de la ciencia. Y en muchos casos, el ángel se encontraría con que le resultaría muy difícil decidirse. Pero, de algo estoy seguro: si los tipos de científicos a los que hemos arrojado fueran los únicos existentes, el templo jamás habría llegado a existir. Tal cual como no podría haber un bosque donde solo crecen enredaderas » (Einstein).

Y para terminar, el hombre de Vitruvio. Tenemos un cuadrado, tenemos un círculo y un pentágono. En el centro del cuadrado están los órganos sexuales, ese es el centro de la materia. Pero el ónfalos, el ombligo, divide al hombre de acuerdo a la proporción áurea, imprimiéndole al todo una dinámica espiritual.

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