«Son las seis de la mañana. No ha amanecido en el Camino de Santiago. Unos breves estiramientos y últimos preparativos. La linterna en la mano y la atención despierta, enfocando cada piedra o poste junto al camino. Un pequeño despiste puede suponer una hora de camino añadida.
El camino es llano en el primer tramo; sigue monótono y cansino un buen tramo. A lo lejos se vislumbra una arboleda que no llega a ser bosque y ¡una cuesta! Las piernas lo agradecen tras dos horas avanzando sin ningún desnivel.
Desde lejos parecía un suave y corto repecho… Tras media hora de subida, el dolor empieza a aparecer en las piernas. Por fin, llego a un alto. Ando deprisa para desentumecer los músculos. No me atrevo a parar; dicen que no es aconsejable (y menos, quitarse la mochila). Se inicia una suave pendiente y me dejo caer. El contraste es contundente para el cuerpo y vuelvo a recobrar el ánimo.
Al cabo de un rato mis rodillas están machacadas. ¡Si la pendiente hubiera sido a primera hora, con el frescor matinal! Ahora, con el sol de agosto y tres o cuatro horas en las piernas, cada paso de pronunciado descenso es un verdadero calvario para mis rodillas…».
Esto es una etapa del camino. Podéis cambiar el orden de los factores, pero el producto seguirá siendo el mismo. Si llueve, queremos que pare. Si hay sol, nos gustaría que estuviera nublado. Si el viento arrecia, preferimos que cese…
Si sabemos que ni la lluvia o el sol, ni las cuestas o los llanos son elementos dominables, ¿por qué prestarles tanta atención y desear algo que no está en nuestras manos? ¿No sería más inteligente disfrutar cada instante y apreciar cada uno de los elementos que componen ese tramo del Camino?
Es fácil llevar este ejemplo a nuestra vida (de hecho, un tema fundamental de conversación en verano es el calor que hace; y en invierno, el frío). Si nuestra vida es rutinaria, esperamos alguna sorpresa de vez en cuando; cuando todo en nuestra vida es caos y confusión, esperamos la rutina como tabla de salvación. Mientras deseamos lo que no depende de nosotros, se nos va la vida.
Aprender a disfrutar de las pequeñas cosas que nos pone delante el Camino (o la vida) es todo un arte.