Sociedad — 30 de septiembre de 2018 at 22:00

Bienvenidos a Olimpia

por
Olimpia

Es agosto y estamos en mitad de Castilla-La Mancha, más concretamente en Chinchilla de Montearagón, un pueblo de nombre ilustre y arquitectura noble que apenas llega a 5000 habitantes. Solo 13 km lo separan de Albacete, una distancia desde la que ya se ve la que bien podría ser la única colina de la provincia, coronada por el hermoso y antiguo castillo de Chinchilla. La vida en el pueblo habitualmente discurre tranquila, pero durante cinco días los vecinos han compartido calles y plazas con cerca de 450 personas de nueve países‪, que han llegado hasta aquí para competir en las I Olimpiadas Internacionales del Voluntariado‪.

Deporte de corazón

Detrás de este evento está la Escuela del Deporte con Corazón, una entidad joven, nacida hace apenas ocho años, pero que ha desarrollado una intensa actividad organizando por primera vez, en 2011, las Olimpiadas del Voluntariado en España, abierta a voluntarios de cualquier organización aficionados al deporte. Eso sí, como en toda competición deportiva, los atletas han tenido que cumplir los requisitos de marca mínima establecidos para el deporte y la categoría en la que quisieran participar.

Francisco Iglesias, director de la Escuela del Deporte, ha logrado llevar sus principios también a Brasil, Canadá, Paraguay, Bolivia, Rusia, Ucrania, Israel, República Checa, Hungría, Eslovaquia y Alemania. Principios que no solo fomentan el uso del deporte como elemento de salud, sino que también buscan canalizar vocaciones deportivas e integrarlas con el espíritu filosófico, ese que permite aplicar y transmitir los valores deportivos a las personas. Sus palabras a los nadadores que compitieron, nada más conocerse los resultados de los cronómetros, expresan muy bien la idea: «Igual de bien que habéis nadado en la piscina tenéis que nadar en la vida, no podéis ser como otros atletas que nadan muy bien en la piscina pero se ahogan en la vida. Vosotros no».

Así, después de siete años convocando en Chinchilla a voluntarios deportistas de toda España, el 2018 se ha convertido para la Escuela del Deporte con Corazón en un año de importantes latidos, como la firma de un convenio con el Ayuntamiento del pueblo y la Real Academia Olímpica de España para crear en el municipio un Centro de Estudios Olímpicos, y el logro de atraer hasta este pueblo manchego a deportistas y voluntarios de diversos países para hacer realidad la primera de muchas Olimpiadas Internacionales del Voluntariado.

Atletas nuevos, espíritu antiguo

Los Juegos Olímpicos, los que salen por la tele cada cuatro años, son el espectáculo de las marcas, los récords y las estrellas. El « citius, altius, fortius» nos ha permitido ver los 9,58 segundos de Usain Bolt en 100 metros lisos, los 2,45 metros de Javier Sotomayor en salto de altura y las 2 horas 02 segundos de Dennis Kimetto en la maratón. Pero hay algo que hace mucho tiempo que no se ve en los Juegos Olímpicos, tanto que cuando ocurre es noticia en todo el mundo y los vídeos del momento se viralizan por doquier: eso que llaman «espíritu olímpico».

A pesar de que se trata de una competición de «aficionados», el nivel del deporte que ha podido verse en las Olimpiadas del Voluntariado ha sido bastante bueno, pero lo que realmente ha sorprendido es la presencia constante de ese espíritu que en la Antigüedad proclamaba la tregua de cualquier conflicto y exigía, como ofrenda viva al dios fundador de las olimpiadas, que reinase la paz y la convivencia entre los atletas, fuera cual fuera su ciudad de origen.

Solo hemos tenido que ver las competiciones, observar a los atletas de un país dando ánimos a los de los otros o gastándose bromas juntos, al público reconociendo el esfuerzo de los perdedores con vítores y aplausos, a los jueces actuar con rigor, justicia y alegría y, sobre todo, oírles; escuchar los comentarios que se hacían entre ellos o en las entrevistas que ofrecían a la prensa local: «He competido muchas veces, sé lo que es la competición, pero esto es nuevo para mí, es la primera vez que veo algo así, de compañerismo, con los equipos, con la gente. De verdad que todo esto es nuevo, es increíble», decía Juan Oppong, del equipo español, ganador del oro en velocidad; «Siento como si estuviera en Olimpia, es el espíritu, la fraternidad y la alegría», comentaba Roberto dos Santos, uno de los jefes de equipo de Brasil; «He competido en mi país, y esto es parecido, pero no es igual, estoy viviendo el espíritu de las olimpiadas», explicaba en inglés el israelí Or Shafrir, ganador del oro en 100 metros braza.

Como en la Antigüedad, estas olimpiadas no han sido solo competiciones deportivas. Cada noche, los equipos que durante el día habían competido en el estadio se batían de otra forma, sobre el escenario del Auditorio Constantino Romero de Chinchilla, con actuaciones de teatro, poesía, canto o baile. Los ganadores de cada competición artística también recibían sus medallas y coronas de olivo en el podio del estadio al día siguiente.

Los segundos y los centímetros marcan con precisión los récords olímpicos, pero ninguna de esas medidas puede acercarse siquiera a expresar o transmitir algo tan intenso, fuerte y elevado como la fraternidad. Algo así solo puede vivirse, y apenas hay palabras que puedan lograr que otro, alguien que no haya estado ahí, lo entienda. Los ganadores del oro en fútbol sala (obligatoriamente mixto en las normas de la competición), chicos y chicas del equipo de Chinchilla, comentaban que cuando juegan en las liguillas los equipos perdedores nunca les felicitan, y suelen marcharse abatidos nada más terminar. Les sorprendía ver cómo aquí los perdedores se abrazaban, felicitaban y festejaban el solo hecho de haber dado lo mejor en cada uno de los partidos. Y realmente lo hacían, realmente daban lo mejor de ellos, como atletas y como personas.

Voluntarios, voluntarios, voluntarios

Quizá ese espíritu del que hablamos tenga que ver con el tipo de personas que han hecho posible el evento. Si miramos la lista de colaboradores, están instituciones como el Centro de Estudios Olímpicos de Chinchilla, el Ayuntamiento de Chinchilla, Radio Chinchilla, la Diputación de Albacete, el Instituto Municipal de Deportes de Albacete, el Comité Olímpico Español, la Real Academia Olímpica Española, la Organización Internacional Nueva Acrópolis, así como numerosas empresas y comercios locales.

Las contribuciones han sido de todo tipo; algunas, económicas, pero también cesión de uso de instalaciones deportivas y culturales, equipamiento, servicio de lavandería, hospedaje, o la colaboración de Protección Civil durante la prueba de 14 km. Una infraestructura sin la cual difícilmente habrían podido llevarse a cabo estas Olimpiadas, y que ha estado articulada desde dentro por un extenso equipo de voluntarios que, durante cinco días, han sostenido casi a pulso el engranaje olímpico.

Empresarios e ingenieras convertidos en ayudantes de cocina, gestores que se han preparado para actuar como jueces, abogados como abanderados, una investigadora en biomedicina preparando las medallas que se entregaban a los ganadores, aparte de médicos, enfermeras y quiroprácticos atendiendo de día y de noche las lesiones de los atletas. Y Max, que ha venido con su equipo desde Rusia para grabarlo y fotografiarlo todo y dejar testimonio visual de lo que se ha vivido en Chinchilla. Posiblemente sea la persona que más ha corrido en los cinco días de olimpiadas. Todos voluntarios, todos en equipo, sin distinciones y sin más identificación que estar donde hiciera falta, especialmente por parte del equipo de España, el país anfitrión de estas primeras olimpiadas.

Con tanta gente que llevaba el voluntariado en la sangre no era difícil ver a atletas que, justo después de bajar del podio después de recibir una medalla, salían corriendo para la cocina porque había que preparar el almuerzo: 450 personas tres veces al día, y hacían falta manos para tenerlo todo a tiempo.

Al final

Si tuviera que pedir un deseo al futuro de las Olimpiadas del Voluntariado, no pensaría en más gente, ni en más países, ni en un estadio más grande en una capital importante; si tuviera que pedir un deseo, sería que no se perdiera el espíritu. Hago balance de estos cinco días, de los atletas y los voluntarios juntos en el gran comedor del Palacio de San Jorge, de la admiración del graderío por todos los que estaban en la pista, saltando, corriendo, lanzando y sudando. No es fácil estar allí, vistiendo la camiseta de tu país en el estadio, llegar desde lejos, ponerse a prueba y competir. Eso es lo que se aplaude.

Veo todo eso y me pregunto: ¿cuándo cambió todo?, ¿en qué momento los juegos dejaron de dar cabida a personas como el panadero Corebo de Élide, que obtuvo la victoria en velocidad en la primera olimpiada de la Antigüedad? ¿En qué momento el logro de la excelencia deportiva fue más importante que la excelencia humana? ¿Cuándo perdieron los juegos la capacidad de detener las guerras y hacer que los contendientes se sentaran en la misma mesa a negociar la paz, bajo el auspicio siempre favorable de los dioses rectores de los juegos?

En la Antigüedad una idea logró unir a personas diferentes más allá de los conflictos de sus políticos y sus credos. Al final, cuando los equipos desfilaban juntos al cierre detrás de las banderas, después de las últimas pruebas y de las últimas medallas, el concejal de Deportes de Chinchilla y primer teniente de alcalde, dijo unas palabras, las oficiales, sobre cómo el evento había engrandecido al pueblo, y le había dado vida y alegría. Luego, pronunció las otras, las extraoficiales, las que le salían del corazón en ese momento: «Estoy contento porque he podido vivir esto, porque esto es algo único, que voy a vivir sólo una vez en mi vida». Eso es Olimpia, ayer y ahora. ¡Bienvenidos a Olimpia!

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