La revista Esfinge ha podido realizar una breve entrevista imaginaria a través de nuestro reportero en la ciudad de Lausana. Muchos medios y redes sociales de todo el mundo se hacen eco de un extraordinario acontecimiento: Pierre De Coubertin, fundador del Comité Olímpico Internacional y padre de los JJ. OO. modernos, paseando por esta localidad de Suiza, a pesar de que este pedagogo francés nos dejó en 1937. Aunque gran número de periodistas y curiosos se arremolinan en torno a él, Coubertin ha tenido la gentileza de responder a las preguntas de nuestro reportero.
Monsieur Coubertin, lo vemos paseando por el Parc de Vidy, contemplando el ajetreo de las obras para el futuro cuartel general del COI. ¿Qué sentimientos confluyen en usted en estos instantes?
No consigo salir de mi asombro tras observar las nuevas instalaciones que el Comité Olímpico Internacional está construyendo junto al lago Lemán, en Lausana. Es cierto que la ciudad mantiene su elegancia y su belleza junto al lago, el mismo aire bucólico que cuando en 1914 moví las oficinas del Comité a esta ciudad suiza y la hice capital olímpica. El tamaño del nuevo edificio me deja atónito; será el centro neurálgico del Parc de Vidy, como si una catedral gótica se levantase en mitad de un bosque. Qué diferencia con el pequeño palacete de Mon Repós, donde tenía mi humilde despacho. En mi curiosidad, he preguntado a qué se debe que el Comité necesite un hogar que, más que casa, parezca un palacio imperial pero de estilo vanguardista. Me comentan que actualmente casi un millar de personas trabajan en el Comité. No me lo creía… ¡Hace un siglo solo estábamos yo y cuatro secretarios!
Parece sorprenderle el crecimiento exponencial que ha vivido esta institución en las últimas décadas desde que…
Pero… ¿por qué el Comité que yo creé en 1894 necesita semejante número de trabajadores y tan inmenso santuario? ¿Es que acaso se dedica hoy en día a alguna empresa ajena a gestionar los Juegos Olímpicos, alguna industria más allá del deporte que requiera tal grupo humano? Y he aquí la mayor sorpresa… El Comité necesita una nueva sede faraónica para proseguir su centenaria y exclusiva misión: gestionar los mismos Juegos Olímpicos que yo concebí en su día. Las respuestas a mis preguntas conllevaban nuevas dudas. ¿De qué Juegos Olímpicos me habláis?, ¿tanto han evolucionado como para que el Comité que los dirige no lo reconozca ni su mismo padre?
¿Podríamos saber qué ha ido conociendo sobre el olimpismo del siglo XXI?
Pues bien, mis simpáticos interlocutores me han respondido sacando de sus bolsillos un extraño artilugio rectangular, de plástico y cristal, que proyecta imágenes como si de una pantalla de cine en miniatura se tratase. «¿Ves? -me decían-, estos han sido los últimos JJ. OO. celebrados. Fue hace dos veranos, en Río de Janeiro». ¡En qué se han convertido los Juegos! Siguen siendo la reunión de la juventud, la esencia se mantiene, pero… es todo tan diferente… Cuántos colores, cuántas luces, qué de gente en los estadios. En el fondo, me gusta. Pero me sorprenden deportes nuevos. Hay uno que son tres al mismo tiempo, triatlón le llaman. El voleibol, un juego local de Norteamérica en mis tiempos, hoy en día existe incluso por duplicado: en pabellones y ¡en la playa! Qué rápido se corre, qué veloz se nada, las acrobacias de los gimnastas son sobrehumanas a mis ojos. Me ha disgustado ver tantas mujeres, no solo en pocos deportes como el tenis o el golf, sino en todos. «Pierre, esto es reflejo de la sociedad actual, que es mucho más paritaria que cuando tú creaste los Juegos, hoy el olimpismo se basa en la igualdad entre hombres y mujeres». Quizás es eso, que yo crecí en un mundo decimonónico…
Entendemos que, tras tantas décadas «desconectado» del mundo, su curiosidad sobre el fenómeno universal que usted engendró va mucho más allá, que sus dudas no dejan de arreciar.
Me interesé sobre la versión de nieve de los Juegos, he mostrado curiosidad. «Y tanto -me replican-, de hecho, hace pocos meses consiguieron que los dirigentes de las dos Coreas, una nación dividida y oficialmente en guerra desde hace setenta años, se entendiesen, se reuniesen y conversasen sobre una muy ansiada paz». Yo no podía guardar por más tiempo mi gran duda: estos JJ. OO. del siglo XXI, con semejante poder social, que aúnan un número de deportes que jamás pude haber llegado a imaginar, ¿cómo han llegado así hasta hoy, hubo alguna mente que los renovase de tal forma? Pues resulta que, según me han informado, hubo en las dos últimas décadas del siglo XX un hombre chiquitito como yo, también muy inteligente y visionario, que otorgó al olimpismo moderno una segunda juventud. No era francés, sino español, y él consiguió que el Comité aplicase un modelo de gestión económica mucho más eficaz, que los medios de comunicación jugasen un papel (ahora entiendo cómo puede costearse una sede nueva tan espectacular) prioritario o que los Juegos se abriesen al profesionalismo. ¡Deportistas profesionales, inaudito!
¿Se muestra disconforme, por tanto, con los caminos que ha trazado el olimpismo desde que usted desapareció?
No exactamente. Me asaltaba la lógica duda de si el espíritu primigenio de los JJ. OO. ha sido pervertido desde que yo fallecí. Es decir, si queda algo de mi deseo de que esta competición deportiva fuese una herramienta pedagógica, una forma de mejorar el sistema educativo. Pensaba que no, que aquel ideal se debió de perder con el paso de los años. Y, con gran alegría para mí, no ha sido así. Resulta que toda ciudad olímpica está obligada por el Comité a desarrollar un programa de educación olímpica que pueda ser implementado en las escuelas del país anfitrión. «Transforma» se llamó en esos Juegos de Río que he visto… Además, he podido saber que aquel proyecto que jamás pude llegar a ver hecho realidad, el de una escuela o academia mundial donde reunir a jóvenes del mundo bajo el paraguas de la filosofía olímpica que yo di a luz, existe. Además, en el mejor sitio que yo podría concebir: junto al yacimiento arqueológico de la antigua Olimpia. Es ahí, en suelo griego, donde un centro que llaman Academia Olímpica Internacional desarrolla cada año cursos universitarios y sesiones para jóvenes en torno al deporte y sus valores. Lo que me ha hecho más gracia es saber que en las puertas de esa Academia hay un pequeño monumento de mármol donde descansa mi ya enmohecido corazón.
No hemos podido disfrutar más tiempo del sabio testimonio de Pierre de Coubertin. Nuestros compañeros periodistas también deseaban sonsacarle alguna declaración más. No obstante, el francés parecía abstraerse de tal nube de preguntas con creciente falta de disimulo, al mismo tiempo que daba la sensación de que se fundía con los árboles del Parc de Vidy.