Arte — 28 de febrero de 2019 at 23:00

El artista frente a la materia y el hecho artístico

por
artista

Enfrentarse a la materia supone un reto para cualquier artista, igual que para el filósofo enfrentarse al vacío que le sugieren sus dudas. ¿Vendrá la inspiración en ayuda del que, comprometido con su idea, anhela su obra?

Hablar de inspiración es complicado, pues nadie puede definirla realmente. La inspiración suele entenderse como algo etéreo e indefinido que sopla al oído de la mente del artista para «decirle» qué y cómo hacer la obra que le ocupa. Sin embargo, la inspiración, como bien decía Picasso, es hija del trabajo. Y el trabajo exige disciplina, disciplina para dominar algunas cosas.

En primer lugar, la pereza. Es más cómodo dejarse llevar por la idea de la bohemia, del no hacer nada y esperar a que bajen las musas, que ponerse a trabajar en el taller y provocar esa bajada divina. La disciplina será la que, por otra parte, forje la mano del artista, aportándole la técnica precisa para su oficio.

También se deben dominar el deseo y la ansiedad. Un deseo excesivo de hacer algo grandioso le conducirá inexorablemente a una ansiedad profunda y a una frustración sin límites. El artista debe dejar fluir la necesidad de expresión libremente, pues solo de esta forma las ideas pueden aparecer claras en su mente.

El artista precisa una formación constante de tipo intelectual, cultural y, sobre todo, filosófica, pues la base del hecho artístico ha de ser, necesariamente, filosófica, aunque algunos artistas no sean conscientes de ello.

Llegamos, pues, al punto central de mi discurso. El artista frente a su obra, la materia y el hecho artístico. ¿Cómo enfrentar el proceso creativo?

El proceso creativo

Acometer una obra puede tener dos vías de ataque diferentes: directa o indirecta.

La vía indirecta es la que he comentado antes, que se origina en la necesidad de trabajar y surge del encargo de un cliente. Este proceso ha sido el más habitual durante buena parte de la historia del arte. Los artistas, generalmente, ponían su habilidad al servicio de un pedido. Esto les permitía expresarse mediante su lenguaje técnico, pero siempre sujeto a la temática sugerida o impuesta por el cliente.

El proceso, en este caso, es el siguiente: pedido-pensamiento-trabajos de estudio-desarrollo técnico. Este proceso ha dado lugar a obras de gran calidad a lo largo de la historia, pero a veces carentes de contenido, quedando como meras obras de arte decorativo, muy respetable pero que no es el objeto de nuestro ensayo.

EL ARTISTA FRENTE A LA MATERIA 1

La segunda vía es la directa. En ella, del interior del artista surge la necesidad de comunicar con los espectadores, y en ocasiones ni tan siquiera eso. Solo se necesita, a veces, la necesidad de dejar hablar al alma. Entonces sí ha habido un momento de inspiración, un contacto con lo intuitivo, que, como decía Matisse, se halla escondido y debemos dejar salir. A partir de este momento comienza la feliz tragedia del artista, pues plasmar aquello percibido de forma intuitiva es muy complicado.

Debemos referirnos en este punto al mundo de los arquetipos platónicos. El artista, como sacerdote de la belleza que es, siempre trata de bajar ese arquetipo al mundo material, algo que a todas luces es imposible de conseguir al cien por cien, y tal vez incluso al diez por ciento. Este es el drama del artista. Esta es la permanente frustración. Es cierto que podemos quedar satisfechos de nuestra obra, como Pigmalión, pero inmediatamente hay un complemento a esa idea, que necesitamos hacer, pues en una sola obra no se puede plasmar todo lo que se siente. Pigmalión nos habla del Amor y la Belleza. Nos habla del artista luchando en una batalla eterna por comprender el arquetipo y plasmarlo en la tierra para que, de ese modo, cobre vida. Entendemos que, por supuesto, una obra no cobra vida tal y como la entendemos, mas sí podemos decir que se acerca al concepto de vida en tanto en cuanto cobra forma material. También nos dice la tradición que las formas creadas por el hombre pueden albergar pequeños devas, elementales que las animan. Es una forma de vivificar una obra. De este modo, el artista no solo se compromete con el ideal de la Belleza, sino que también tiene un pacto, generalmente inconsciente, con algunos mundos invisibles. Por ello, tiene la obligación de buscar las formas más perfectas que puedan representar aquellos ideales, sentimientos, arquetipos que sienta que debe representar.

Cómo se plasma el arte

Pero cómo hacerlo es el segundo problema y un gran reto al que se enfrenta el autor. De pronto, surge el inconveniente de que aquello que se ha visto en la mente de manera clara y que ha ido tomando forma tal y como un feto se gesta en el seno materno, debe ser dado a la luz del mundo físico. De pronto, la materia se convierte muchas veces en una barrera. No todos los materiales sirven para todos los objetivos. Se debe seleccionar el más adecuado. Aun así, deberemos buscar recursos técnicos que nos permitan, por ejemplo, hacer que parezca que una escultura se encuentra flotando en el aire. O que parezca la misma agua, aun siendo de bronce. O que parezca sólida y rocosa, aunque sea cristal. Por lo tanto, el artista debe conocer todos los materiales que maneja y aprender de ellos. Aprender, significa saber escuchar al propio material, dialogar con él. No es lo mismo pintar al óleo que al pastel y no es igual que tallar madera o fundir bronce. El material necesita mimos y cariño, pues al fin y al cabo es materia viviente que se nos presta para tratar de crear belleza. En algunos casos, como la madera, proviene de un ser al que todos consideran como vivo. Es más, aun muerto, sigue moviéndose, pues su manifestación es puramente vital, es pura energía. Si el escultor no comprende esto, hará un mal uso de la madera, exponiéndola a situaciones inadecuadas para ella, y por lo tanto, en cierto modo, desperdiciando esa vida que, aunque ya finalizada, está en sus manos, a su disposición.

Escuchar cómo suena la piedra al golpearla, o la madera al cortarla es maravilloso. Se la escucha como quejarse si no la tallas como es correcto. Al contrario, cuando te unes a ella y el trabajo fluye, ni tan siquiera la herramienta se desgasta. No pretendas levantar una pieza de barro fuera de su centro de gravedad, pues atentas contra todas las leyes físicas. Necesitarás una ayuda y pedir permiso al barro, y tratarlo con sumo cuidado para que no se desprenda. Has de saber cuándo y cuánto humedecerlo, que no se perjudique ni se seque. De todos modos, si se seca, él te permite volver a usarlo, pero ya entonces debes trabajar con él: molerlo, tamizarlo, mojarlo…

Un pintor no puede pintar de cualquier manera, pues su obra sería efímera. Si quiere que sea efímera deberá emplear conscientemente otros materiales. Desperdiciar materiales es algo terrible, pues tiramos a la basura elementos minerales y vegetales preciosos. Al contrario, debemos enseñar a los materiales cuál es el camino de la belleza. Nosotros le damos la oportunidad al árbol de volver a la vida de algún modo, de reciclarse en formas bellas. La montaña, deja de serlo en grande para ser una forma bella, de roca que parece carne o planta. ¿No es esto enseñar de algún modo a evolucionar a ambos mundos? ¿No es esto acercar el arquetipo al mundo manifestado?

El diálogo que se debe establecer entre el artista y su obra debe ser muy íntimo. Solo así el canal de comunicación con lo superior se establecerá. Cuando un autor se implica en su obra, se abstrae del mundo que le rodea. Puede pasar horas sin fatiga. Su forma de percibir se altera, pues su conciencia se eleva. La ligereza proviene del sutil tirón que de lo alto percibe. Se siente atraído por fuerzas superiores que lo llevan hacia arriba. Solo cuando la obra ha nacido y tan solo quedan procesos físicos y mecánicos, el artista recuperará el sentido de la «realidad» y volverá a ver y sentir casi como los demás.

Todos podemos hablar con la materia y crear obras de arte. Para sentir fluir el arte, solo necesitamos abrir el corazón y dejar que las palabras se pronuncien con las manos. Cerremos los ojos, abramos el corazón y dejemos volar nuestras manos. ¿Puede haber algo más maravilloso?

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2 Comments

  1. Araceli Schettini

    Muy buen artículo.

  2. Que el artista se enfrente a la materia resulta un poco duro. No es igual que el filósofo ante sus dudas, porque sus problemas son generales, mientras que el artista realiza obras singulares. El filósofo dispone de la Historia de la Filosofía y el artista de la Historia del arte. Con ello conocen lo que han hecho otros. Limitando el tema a los artistas, conoce lo que han hecho los mejores artistas al elegir la materia para representar su idea, que el filósofo llamaría forma. También ha hecho un aprendizaje práctico.
    La inspiración, o concepción de la forma, como dice usted muy bien, dice el qué ha de hacer, pero el cómo lo ha de hacer, proviene de la habilidad artística, el dominio de conocimientos prácticos en los que también tiene su lugar la inspiración, como diría Jaime Balmes, que tiene una calle en Sevilla.
    La inspiración de la forma es hija del trabajo siempre que no venga súbitamente. Es un decir, porque realmente la idea matriz a representar ha madurado en la mente del artista incluso inconscientemente por la acción prospectiva del que Aristóteles llama entendimiento agente, que siempre actúa, como enseña Santo Tomás, y que preside todas las funciones del intelecto: la adquisición, memoria, y producción de ideas.
    Cuando no se presenta como de pronto, el trabajo, el intento, el tanteo, o sea el trabajo y la meditación son el único camino.
    No puedo más que discordar de que el artista vive en permanente frustración. Considere la pieza de Schumann “El campesino alegre en la vuelta del trabajo”. Se ha de considerar que por perfecta que resulte una obra, la forma nunca puede ser representada en su integridad, siempre queda un rincón inefable, hasta que nuevas obras puedan decir algo de él. Tal vez, si el artista es por ejemplo pintor y músico, pueda decir algo más por la música, pero siempre quedará. Por otro lado, el verdadero artista ha de ser humilde y aceptar su condición humana de ser limitado.
    La base del hecho artístico dice muy bien que ha de ser filosófica, porque el arte, del que deriva el hecho artístico, es básicamente metafísica.
    No quisiera ser pesado y termino, con ganas de seguir comentando su escrito, muy bello literariamente.

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