Pruebas de la injusticia sufrida por la mujer, a lo largo de los tiempos, hay muchas, y como muestra podemos ver su rastro en algunos documentos de la antigüedad, y en los escritos de grandes personajes del pensamiento, la política o la religión no tan lejanos de nuestra época.
Podemos adornarlo, mirar para otro lado, hacer uso de eufemismos y tratar de enmascararlo, pero lo cierto es que la mujer muy pocas veces fue comprendida a lo largo de la historia, lastre que aún pesa en nuestra época a pesar de sus grandes logros, y que claramente se refleja en la vida cotidiana, en actitudes machistas por parte del hombre, en la desigualdad de sueldos y oportunidades laborales, en un fomentar roles sociales, bien diferenciados, donde la mujer debe quedarse en casa y sacrificarse por la familia.
Todo esto atenta contra la dignidad de la mujer, sus sueños, sus necesidades de realización, no dejando que se muestre en todo su esplendor, y por ello ocultándose a los ojos del hombre, a su comprensión, evitando la necesaria empatía por su parte de ese “otro mundo”, no tan ajeno, que parece ser “lo femenino”.
Sea pues este artículo un homenaje más hacia las mujeres que tanto lucharon y luchan por encontrar su sitio en la sociedad, y de paso, un golpe a los prejuicios masculinos que menoscaban y atentan contra el mundo de la mujer.
Un poco de historia
Pruebas de la injusticia sufrida por la mujer, a lo largo de los tiempos, hay muchas, y como muestra podemos ver su rastro en algunos documentos de la antigüedad, y en los escritos de grandes personajes del pensamiento, la política o la religión no tan lejanos de nuestra época:
«Aunque la conducta del esposo sea censurable, aunque éste se dé a otros amores, la mujer debe reverenciarlo como a un Dios. Durante la infancia, una mujer virtuosa debe depender de su padre; al casarse, de su esposo; si él mismo muere, de sus hijos, y si no los tiene, de su soberano. Una mujer nunca debe gobernarse a sí misma».
Leyes de Manú (Libro Sagrado de la India).
«Cuando una mujer tenga conducta desordenada y deje de cumplir sus obligaciones del hogar, el esposo puede someterla a esclavitud. Este servicio puede, incluso, ser ejercitado en el hogar de un acreedor de su esposo y, durante el periodo en que dura, es lícito para él (el esposo) contraer un nuevo matrimonio».
Código de Hammurabi (Babilonia, siglo XVII A.C. escrito bajo supuesta inspiración divina)
«La mujer debe venerar al hombre como a un Dios. Toda mañana, por nueve veces consecutivas, ella debe arrodillarse a los pies del esposo y, de brazos cruzados, preguntarle: Señor, ¿qué desea usted que haga?».
Zaratustra (filósofo Persa, siglo V AC)
«La naturaleza sólo hace mujeres cuando no puede hacer hombres. La mujer es, por lo tanto, un hombre inferior«.
Aristóteles (filósofo, maestro de Alejandro Magno, siglo IV AC)
«Para el buen orden de la familia humana, unos tendrán que ser gobernados por otros más sabios que aquellos; de ahí la mujer, más flaca en cuanto al vigor del alma y de fuerza corporal, está sujeta por naturaleza al hombre, en quien la razón predomina».
Santo Tomás de Aquino (Teólogo Católico, siglo XIII)
Y dando un salto en el tiempo, cabrían muchos otros textos y documentos en esta misma línea, terminamos este brevísimo repaso histórico con Friederich Hegel, el filósofo e historiador alemán que tanta influencia tuvo en la historia moderna de Europa:
«La mujer puede ser educada, mas su mente no es adecuada para las ciencias más elevadas, como la filosofía y algunas artes».
Cabe hacerse muchas preguntas al tratar este tema ¿Por qué esa infravaloración de la mujer claramente perceptible en la historia? ¿Qué tiene el hombre para creerse mejor que ella? ¿Por qué la mujer permitió (y permite) tantos siglos de sometimiento? ¿Qué prejuicios dificultan el mutuo entendimiento?
Buscando respuestas
Tales razones hay que buscarlas en la historia, y así vemos que en la antigüedad existieron sociedades matriarcales, donde hubo un predominio social de la mujer y era el hombre el que estaba supeditado a la mujer, sobre todo por ser ellas las “dadoras de vida”. En esas sociedades la deidad principal solía ser una diosa. Pero según los estudios de George P. Murdock, realizados sobre 752 sociedades con documentación histórica, el matriarcado lo componían poco más de una quinta parte de las sociedades, y no siempre se puede asegurar que, en estos grupos, el dominio de la mujer era completo.
En ese sentido resultan interesantes los estudios de Johann Jakob Bachofen, que ya por el siglo XVIII afirmaba que el origen de la sociedad humana era el matriarcado, y que la primera diosa predominante debió ser una proto-Afrodita terrena en un mundo salvaje y nómada; luego vendría una fase “Lunar” donde Demeter era la deidad principal, apareciendo la agricultura y las leyes; más tarde esas tradiciones se irían masculinizando dando lugar al predominio de Dionisio, dios del entusiasmo (entre otras cosas) relacionado con los ritos mistéricos en Grecia; y finalmente llegaría nuestra época, claramente bajo la advocación del dios Apolo, fase solar del patriarcado, con predominio de lo formal y que terminó con todo vestigio de Dionisio y las tradiciones matriarcales.
Las diferentes formas de ser y ver las cosas, entre un hombre y una mujer, resulta algo evidente, y tan erróneo es querer ser iguales como que una de las partes se olvide de si misma para imitar patrones ajenos. Igualdad sí, pero de oportunidades, derechos y obligaciones, y a partir de ahí que cada cual sea fiel a su propia naturaleza. Lo que arrastramos, con la inercia de la historia, es el sometimiento de la mujer a un mundo concebido por y para los hombres.
Es lógico que la mujer se defienda del machismo, y busque su propio camino, un estilo de vida que le sea propio, donde pueda ser ella misma sin tener que compararse a nadie. Pues en ocasiones, el feminismo se expresa en androfobia, cayendo en una parecida red de prejuicios y temores en la que el propio hombre está atrapado con respecto a la mujer. El hombre sojuzga a la mujer porque no la entiende, y trata de tener controlado y ordenado lo que la mujer tiene de vida, sentimiento, empatía y espontaneidad, es la misma actitud que nuestra sociedad “apolínea” tiene hacia la propia vida y el dominio de la naturaleza por parte de la ciencia, y que nos ha llevado a lo que ahora somos.
Sin embargo, inmersos como estamos todos en la historia, este proceso no parece haber terminado, pues una vez más lo femenino, quizá con una nueva conciencia de sí misma, despierta con fuerza para reivindicar su forma de ser y entender la vida, que no es tan ajena a la de los hombres, pues tanto los valores masculinos como los femeninos no son patrimonio exclusivo de ningún género, sino de todos los hombre y mujeres que, tarde o temprano, acabaremos por comprendernos y respetarnos, dando lugar a una sociedad, sin duda alguna, más amable, donde vivir y dejar vivir.