Una etapa larga en el Camino de Santiago plantea un dilema trascendental en la vida del peregrino: «¿Comemos durante la etapa o esperamos a finalizarla?». Aquel día, el dilema quedó zanjado tras la aparición de un restaurante en la entrada de un pueblo. Nos miramos, sin palabras, y descargamos las mochilas junto a una mesa.
Entré, pedí dos bocadillos y cervezas. Salí fuera y nos sentamos a la sombra de un gran árbol. Quedaba un buen rato de etapa, bajo el sol de agosto, pero en ese momento la única preocupación era retomar fuerzas. Justo al salir el camarero para servirnos, entraron en la terraza un joven y dos chicas. Nos saludamos en «espanglish» (mucho gesto y palabras sueltas). Él señaló nuestros bocadillos con una enorme sonrisa y siguió al camarero hacia el interior del bar.
Al quitar la servilleta que envolvía mi enorme bocadillo, el chico salió del establecimiento apartando la cortina de la puerta. Su gesto mostraba decepción. «¿Any problem?», le pregunté. ¡Me dio a entender que nos habían servido los últimos bocadillos! Antes de que cargaran sus mochilas, dejé mi bocadillo en su mesa. Tras una breve discusión les convencí, y compartimos nuestra comida. Poco después, antes de enfriarnos, retomamos el camino. Pasamos junto a nuestros «invitados» y volvieron a darnos las gracias. La etapa resultó agotadora. Hicimos una última parada y yo aproveché para quitarme las botas un rato. Cuando ya iba a calzarme, nos alcanzaron nuestros invitados. Él nos pidió que nos acomodáramos, aunque no estaba seguro de entenderle.
De pronto, hizo trucos de magia que nos dejaron boquiabiertos. Su intención era ofrecernos un espectáculo. Tras un rato, sorprendiéndonos una y otra vez, me pidió agua y la derramó en su mano izquierda. Luego la cerró y, con la mano, empezó a frotarse el otro brazo desde la muñeca hacia el hombro. Entre contorsiones, daba a entender que quería conducir el agua por el interior de su cuerpo. Al cabo de unos minutos, cansados de reír, imitó un redoble con su voz y abrió su mano derecha. ¡Todos vimos caer agua!
Un bocadillo nos proporcionó uno de los espectáculos más maravillosos de nuestra vida en el lugar más inverosímil para ello. Con «la magia del Camino» no me refería a la prestidigitación que presenciamos aquella tarde, sino al hecho de aprender a compartir lo que tienes o sabes. Seguro que nos «llenó» tanto su espectáculo como nuestro bocadillo a ellos.