Una relectura de Ortega señala el nuevo poder humano: yo soy yo y mis creencias.
El ser humano crea escenarios para sentirse real, y concreta sus posibilidades creativas merced a sus creencias. Una nueva lectura de Ortega señala: Yo soy yo y mis creencias. Ahora bien, las creencias dejan de ser útiles cuando impiden a la realidad desenvolverse en armonía con otras creencias, cuando surgen factores de desequilibrio internos y externos. Si la creencia es un instrumento para la creación material, se requiere que los horizontes de las creencias se amplíen para que este poder siga actuando y permitiendo que la conciencia de lo que somos emerja, a través de ese poder de creación.
Uno de los motores que ponen en marcha la búsqueda de nuevas explicaciones está en las paradojas con las que continuamente nos tropezamos y que la inercia de un conocimiento lineal rechaza, denominándolas excepciones a la regla, sin reconocerlas como expresiones de la complejidad de la realidad, la cual se anuncia a través de ellas.
Los fenómenos paradójicos nos estimulan a observar mejor los efectos de las acciones que ponemos en marcha y cuyos resultados no corresponden totalmente a lo esperado. A través de esas manifestaciones paradójicas, podemos elaborar nuevos mapas de lo real que queremos desentrañar, tal como los astrónomos construyen los mapas siderales: suponiendo la existencia de algo no cuantificado a partir de ciertos comportamientos o reacciones, de origen desconocido, elaboran mapas de la realidad astronómica.
De esta manera intuitiva, nosotros nos aproximamos también a la interpretación de lo que suponemos existe, creando modelos teóricos que incluyen nuevos parámetros, deducidos a partir de los comportamientos observados. De este modo se construye, o se amplía, un nuevo entorno que nos permite explicarnos mejor a nosotros mismos y a nuestra propia razón de ser. En el nuevo entorno diseñado se volverán a manifestar, tarde o temprano, nuevas paradojas para nuevas búsquedas.
Escenarios de realidad
El ser humano crea escenarios para sentirse real, pero la realidad que crea no resuelve los enigmas de la Realidad. Su acción es el medio para su propia concreción como tal ser humano, dentro de la sustancia misma de la que está constituido. Su esfuerzo no tiene como fin la creación de lo externo a él: si acaso es un intento para comprender su existencia o la materia de la que está hecho, a partir de dar forma a las posibilidades que emergen de la propia realidad. Dichas posibilidades se concretan gracias a las propias creencias del actor o actores.
Las creencias se heredan de los antecesores y se renuevan con las experiencias vividas por las nuevas generaciones de individuos y sus sociedades. Las creencias se alimentan de esas experiencias que a los sujetos les confirman en ellas, las cuales no se cuestionan porque no se detecta la naturaleza y el origen de la realidad en que se desenvuelven. De esta manera, la creencia pasa de ser un instrumento de creación, a convertirse en una verdad absoluta, inamovible.
El capital de las creencias
Las creencias de hoy son el fruto del esfuerzo de nuestros antepasados por hacer posible la vida en la Tierra. Si ahora creemos poseerla (la Tierra) es que sus esfuerzos dieron frutos.”Hemos heredado todos aquellos esfuerzos en forma de creencias que son el capital sobre que vivimos”, sostiene al respecto José Ortega y Gasset, en su obra “Ideas y creencias” (1940).
Ahora bien, como instrumento de creación humana, las creencias dejan de ser útiles cuando impiden a la realidad desenvolverse en armonía con otras creencias, cuando surgen factores de desequilibrio internos y externos al individuo que las porta, cuando dejan de permitir el crecimiento espiritual para convertirse en un dogma de fe que causa destrucción en cualquier entorno o nivel.
Si la creencia es un instrumento para la creación material, se requiere que los horizontes de las creencias se amplíen para que este poder siga actuando y permitiendo que la conciencia de lo que somos emerja, a través de ese poder de creación.
Yo soy yo y mis creencias
Por todo lo expuesto, podemos incorporar el factor creencia a la definición de realidad que propone el insigne filósofo español Ortega y Gasset, en su bien conocida frase: “yo soy yo y mis circunstancias”. Esto daría como definición de realidad el que: “ yo soy yo, mis creencias y las de los otros con las que construimos “las circunstancias”.
¿Cómo detectar aquellas creencias que fueron útiles en el pasado y que hoy son obsoletas, porque frenan la evolución humana, el poder del espíritu, el avance de la conciencia de lo que somos, el encuentro con la unidad, la empatía con los otros seres humanos, la comprensión de la realidad que vivimos y el sentido de los acontecimientos que se suceden?
Para renovar el modelo que nos sostiene, para renovar el poder de las creencias, hoy se cuenta con nuevos conocimientos, con nuevas ideas que enriquecen el pensamiento y que provienen de las ciencias físicas pero también de la nueva biología, de la neurología, de las ciencias de la información, etc.
Nuevos conocimientos que nos acercan a la complejidad de la realidad, al conocimiento de la existencia de otras dimensiones, tan reales o más que las tres en las que parece que nos movemos.
La creencia como atractor
Es preciso que la acción humana tenga en cuenta la complejidad de factores que se conjugan, en este momento, para materializar un instante de realidad, poniéndose en cuestión, ante los nuevos conocimientos, las interpretaciones que se hacen y que impiden otras lecturas posibles.Las creencias son como aquellos “atractores extraños” que permiten que todos los factores que están en juego, como partículas de la realidad a construir, estructurar, materializar (o como se quiera definir la plasmación de una probabilidad), sean percibidos como una única expresión o probabilidad de expresión que confirmaría aquella creencia que subyace en nuestra concepción del mundo y de las cosas. (El concepto «atractor extraño» se usa en el campo de investigación del caos e indica que el sistema es atraído hacia un tipo de movimiento determinado).
Muchos hablan del momento de transición por el que pasa la sociedad humana y que se manifiesta en las condiciones planetarias de las que tanto se debate hoy (guerras, epidemias, hambrunas, cambio climático, etc.) Para todos los habitantes del planeta Tierra, concebir hoy la cotidianidad en medio de tantas convulsiones es un esfuerzo que no conoce “patrón medida”.
De ahí la necesidad de sabernos situar en las características que definen este instante de incertidumbre, riesgos, confusión, caída de símbolos, emergencia de patrones, aún en la nebulosa muchos de ellos, a sabiendas de que la emergencia de algo nuevo siempre ha supuesto contradicciones y luchas; infantilismos y conservadurismos; dogmas y frivolidades; costos y precios difíciles de evaluar.
El oráculo de la intuición
No podemos mirar el ciclo que vivimos, con todo lo que está poniéndose de manifiesto, y perder de vista que es parte de un proceso del cual no conoceremos hacia donde conduce, hasta que dicho proceso no haya acabado de conjugar y armonizar todas sus variables, que pasan por el procesamiento y asimilación de las experiencias de todos los “participadores” (activos o pasivos, conscientes o inconscientes, agentes o pacientes…). Siempre ha sido así.
La humanidad siempre necesitó de oráculos para racionalizar la situación y dar, a través de una buena receta, con las pautas a seguir para el mejor obrar. Hoy la ciencia y la tecnología parecen querer jugar ese papel. Yo diría que en estos momentos el mejor oráculo es la intuición que como brújula nos indica el mejor camino para amar, comprender y aceptar el momento en que vivimos y la experiencia que como individuos y sociedad estamos adquiriendo, en la creencia de que toda esta experiencia nos lleva a una mayor ratio de consciencia. Los retos son grandes, pero siempre han sido enormes, medidos en relación a las capacidades humanas de cada época.
Incineración de un modelo
A este ciclo que vivimos le está correspondiendo la incineración de un modelo. Esta incineración se manifiesta en el desajuste entre conocimiento científico y vida cotidiana; entre emergencia de un nuevo paradigma y obsolescencia de las instituciones nacidas al amparo de la modernidad; entre las necesidades de supervivencia de la especie y el tópico de que hemos dado con un modelo de desarrollo incuestionable; entre la comprensión de la complejidad y el sentido de la vida humana y los radicalismos en las formas religiosas y políticas.
El problema está en cómo mantener el equilibrio individual y social en medio de tantos desajustes. La paz interna que necesitamos, para afrontar los retos que nos tocan vivir, sólo nos la pueden dar la comprensión del momento en que vivimos, la aceptación de lo que es, el conocimiento de la complejidad de la realidad y sus manifestaciones, la humildad para reconocer que no sirven las respuestas simples ni las recetas, ni los dogmas, pues el reto es un nuevo reto. También el reconocer la experiencia acumulada por la humanidad.
Esta etapa (con sus posibilidades) es una etapa más de la marcha humana hacia la comprensión de lo que es como especie, aceptando que en esta dimensión en la que se manifiesta nuestra vida y la de nuestro entorno es sólo un espacio donde se dirimen las leyes que rigen lo más grande que nos unifica (lo trascendente, el alma, la vida, lo innombrable por desconocido y por incomprensible…), en un universo multidimensional y sin límites que está plenamente intracomunicado.