Esta obra, tan especial en la historia de la filosofía, está constituida por las meditaciones o reflexiones que el emperador Marco Aurelio escribía en griego, por las noches, después de haber cumplido con sus deberes imperiales. Probablemente eran ejercicios interiores, propios de aquellos que, como él, habían consagrado su vida a la vivencia de la filosofía.
El emperador conocía las escuelas filosóficas del mundo antiguo, pero seguía de forma más directa las enseñanzas de la escuela estoica, tan afín a su naturaleza y al carácter romano en general. Se trataba de una filosofía que, sin dejar de responder problemas teóricos generales, se centraba en el conocimiento y domino del mundo interior, con la finalidad de lograr el propio bien y el de la sociedad a la que se pertenece.
El primer capítulo está dedicado a recordar a todas aquellas personas que influyeron en forjar su carácter, expresando un profundo agradecimiento. Los once capítulos restantes están dedicados a hablar de temas que siempre son de actualidad para el ser humano: la vida, la muerte, el orden de la naturaleza, la conducta humana personal y la social. En este artículo, expondremos algunos de los temas centrales de sus reflexiones que pueden ayudarnos, a pesar del paso del tiempo, a tener más lucidez en ese camino hacia nosotros mismos. Mirar hacia nuestro mundo interior, entenderlo y ordenarlo para enfrentar mejor la vida, sigue siendo una labor humana a la que dedicamos una gran parte de nuestra existencia.
La disciplina del pensamiento: la lógica
Para la filosofía estoica solo tres cosas dependen de nosotros realmente: los juicios de valor o pensamientos sobre todo aquello que acontece, el impulso hacia la acción o la voluntad y los deseos o aversiones de nuestra parte emocional. Comenzaremos presentando cómo se esforzaban por canalizar sus pensamientos para que reforzaran su parte humana.
Para Marco Aurelio, igual que para el gran maestro del estoicismo Epicteto, no son las cosas las que nos turban, sino las representaciones e imágenes mentales que hacemos de lo que nos sucede. De estos juicios o representaciones mentales surgen después el deseo o aversión y el impulso de la acción. Una imagen o juicio interior solo es verdadera cuando coincide con la realidad objetiva.
«Borra de tu pensamiento lo que solo es pura fantasía y háblate interiormente así: “En este mismo momento, solo depende de mí el que no exista en mi alma ningún vicio, ninguna pasión; en una palabra, ningún desorden; para esto me basta únicamente con ver cada cosa tal como es y hacer de ella el uso que merezca”» (VIII, 29).
Otro elemento fundamental para el correcto dominio mental, para no turbarnos innecesariamente, es no dejar que la mente se vaya a otro momento que no sea el presente. A veces los seres humanos sufrimos por cargar con el peso de «toda la vida»; es suficiente saber sobrellevar el peso de «cada día» a la luz de la lógica y la razón.
«[…] No consideres en conjunto las dolorosas pruebas de todo género que, sin duda, habrás de sufrir, sino a medida que las vayas experimentando dirígete esta pregunta: “¿En qué consiste o qué es lo que en este momento no puedo soportar?” […]. Ten en cuenta, luego, que no son ni el porvenir ni el pasado los que nos apenan, sino el presente. Luego las penas presentes no son casi nada si las reduces a su intensidad real […]» (VIII, 36).
No obstante, pensar en el futuro también formaba parte de los ejercicios interiores estoicos, estar preparado para lo peor que pueda suceder era una manera de evitar la turbación del ánimo, pero también es una herramienta fundamental para el arte de elegir correctamente. Sin reflexionar profundamente en las consecuencias de nuestros actos, no podremos tomar decisiones correctas.
«Antes de llevar a cabo cualquier acto, pregúntate: ¿para qué me servirá? ¿Me arrepentiré? Dentro de poco ya no existiré […] ¿Mi acto presente es digno de un ser inteligente, sociable y sometido a la misma ley de Dios?» (VIII, 2).
En resumen, esta disciplina del pensamiento, en la que nunca dejaremos de entrenarnos los seres humanos, para los filósofos estoicos era el objetivo de estudio de la lógica. No solo se trata de aprender a pensar con coherencia y haciendo uso de nuestra cualidad más elevada, la razón, sino de que «ese recto pensar», esa lógica aplicada, debería ser la raíz de nuestras emociones y acciones cotidianas. No sentir ni hacer nada que vaya contra nuestra naturaleza humana racional.
«[…] Acostúmbrate a pensar tan noble y rectamente que si de súbito te hicieran esta pregunta: “¿En qué piensas?”, pudieras contestar inmediatamente y con toda franqueza» (III, 4).
La disciplina de las emociones: la física
La práctica vivida de la disciplina del deseo implica una determinada actitud frente al cosmos y la naturaleza. Se trataría de solo desear lo que depende de nosotros (nuestros pensamientos, emociones y actos), de evitar hacer el mal a otros seres y de aceptar como voluntad de la naturaleza lo que no depende de nosotros. El ser humano se reconoce como parte del todo y comprende que los sucesos se encadenan porque así lo rige la razón o Providencia universal.
«No te preocupes, porque todo acaece según las leyes de la naturaleza universal» (VIII, 5).
El consentimiento al destino, como reflejo de la razón universal, es lo esencial de la vivencia de la disciplina del deseo. Se trata de que el ser humano se sienta una parte del universo y, por lo tanto, practique la «física», tal y como la entendían los estoicos. La física estoica abarcaba todas las leyes, desde las del mundo físico a las internas, inherentes a nuestra condición humana.
«No hay nada que colme tanto de alegría al hombre como el comportarse de acuerdo con la naturaleza humana. Luego es propio en el hombre amar a sus semejantes, despreciar todo lo que afecta a los sentidos, distinguir lo falso de lo verdadero, observar cuidadosamente la naturaleza universal y acatar todos los acontecimientos que las leyes nos aporten» (VIII,26).
Si hay una cualidad que resalte en Marco Aurelio es su gran tendencia al amor, su conciencia muy desarrollada hacia el bien común. En este aspecto, es un gran referente humano.
«[…] Yo soy una parte del Todo que está regido por la naturaleza universal; después, que existe cierta analogía entre yo y las partes que son de mi especie. Penetrado de este pensamiento, que soy una parte del Todo, no recibiré de mala gana nada de cuanto me esté reservado; porque aquello que es útil al Todo no puede ser perjudicial a la parte, y no hay nada en el Todo que no le sea esencialmente útil. […] me someto con gusto a todo cuanto me acontezca; y puesto que existe cierta afinidad entre yo y las partes que son de mi especie, no haré nada que sea perjudicial para la sociedad; ¿qué digo?, me ocuparé particularmente de mis semejantes, dirigiré toda mi actividad hacia todo lo que contribuya al bien general, evitando cuanto le sea perjudicial. Del cumplimiento del deber, así comprendido, resulta necesariamente una vida dichosa. Para darte una idea, figúrate la dulce existencia de un hombre que, en todas sus acciones, no piensa sino en el bien de su conciudadanos, prestándose con gusto a todo cuanto la ciudad le pida» (X, 6).
En la disciplina estoica sobre el mundo emocional, es fundamental saber aceptar los acontecimientos. La aceptación es muy diferente a la resignación; la resignación es pasiva, la aceptación es activa. Todo aquello que dependa de nosotros mejorar para el bien propio y del conjunto lo realizamos, pero aceptamos serenamente aquello que no depende de nosotros.
«Si realizo un acto, lo hago pensando en el bien de la Humanidad; si me sucede algún accidente, lo acepto teniendo en cuenta que viene de los dioses y del origen de todas las cosas y de todos los acontecimientos» (VIII, 23).
La disciplina de la acción: la ética
La ética nace cuando hay un esfuerzo en unir el mundo de los mejores pensamientos o juicios a los mejores sentimientos, sublimando el mundo emocional y llevarlos a la práctica. Ética es pensar, sentir y actuar en la misma dirección, siempre que todo ello nos humanice. A continuación mostramos un fragmento de las Meditaciones que lo expresa de forma muy clara:
«[…] Que tu reflexión te lleve a conocer los deberes que el espíritu te impone, y que por ningún pretexto te apartes de este estudio. Has querido buscar la felicidad […] ¿Dónde está, pues? En la práctica de las acciones que la naturaleza del hombre exige. […] Solo es bueno en el hombre lo que le hace justo, moderado, valeroso, libre; y solo es malo lo que produce en él el efecto contrario a estas bellas cualidades» (VIII,1).
El conocimiento es intelectual, surge del estudio. La sabiduría, la conciencia de unidad en la acción, fue un arte en el que Marco Aurelio destacó.
«No te es posible aprender todo de la lectura; pero puedes abstenerte de cualquier acto de violencia; puedes sobreponerte al placer; puedes despreciar el orgullo; puedes evitar la ira contra los malvados e ingratos; ¿qué digo?, hasta puedes ayudarles» (VIII, 8).
En ese camino ético, de acción, hacia la conquista de sí mismo, en la que Marco Aurelio destacó, es necesario tener mucha atención a las palabras. Las palabras también son formas de acción, deben ser reflejo de nuestra ética individual.
«Di lo que tú creas más justo, pero siempre con dulzura, modestamente y sin disimulo» (VIII, 5).
«Que nadie te oiga quejarte desde ahora de la vida social ni de la tuya» (VIII, 9).
El desarrollo de estas tres disciplinas filosóficas, la del pensamiento, la de la emoción y la de la acción deben ir de la mano. Pero a veces, los filósofos estoicos recomiendan comenzar, de acuerdo con un progresivo desarrollo interior, por la disciplina emocional sobre los deseos y las aversiones. Trabajar a continuación el mundo de las acciones e impulsos. Y finalmente, esforzarse por trabajar en el mundo del pensamiento o juicios.
Una vida inspiradora
Nos hemos acercado a la vida interior de Marco Aurelio a través de sus Meditaciones. Es impresionante la profundidad, humildad, bondad y alta conciencia colectiva que transmite. Pero todavía lo es más su vida. Marco Aurelio ha sido uno de los grandes personajes de la historia que la ha transformado. Desde su posición de emperador de Roma (161-180 d. C.) en el momento de máximo esplendor y expansión del Imperio, más allá de todas las adversidades con las que tuvo que lidiar, desde inundaciones a pestes y traiciones, pudo también expresar toda su buena voluntad. Construyó orfanatos, mejoró la condición civil de los esclavos, creó una institución pública para curar a todos los que lo necesitaran y protegió las escuelas de filosofía, instituciones que transmitían el conocimiento y espiritualidad en el mundo antiguo.
Para Platón, tal y como lo expresa en su famoso mito de la caverna, el mejor político es el que primero se ha tornado sabio recorriendo el camino de la filosofía. Sin duda, Marco Aurelio es un ejemplo del pensamiento platónico, supo unir grandeza interior y exterior, supo acercar los eternos arquetipos de Bondad, Belleza, Verdad y Justicia a la época que le tocó vivir.
«El principio activo del universo es un torrente que arrastra en su curso a todos los seres. […] No esperes jamás poder establecer la república de Platón. Conténtate si consigues hacer a los hombres un poco mejores; esto ya no es poco, puedes creerlo. (…) Simple y modesta es la obra de la filosofía» (IX, 29).
Para Cicerón, el filósofo y político romano, solo hacemos historia cuando logramos plasmar parte de esos eternos ideales humanos en lo individual y en lo colectivo. En este sentido ciceroniano, Marco Aurelio es uno de los grandes artífices de la historia de Occidente.
«No desees más que una cosa y es que no haya en tu vida ni acción ni reposo que no se aplique al interés de la sociedad» (IX, 12).
Bibliografía
Epicteto, Séneca, Marco Aurelio. Los estoicos. Editorial Nueva Acrópolis, Madrid, 1997.
Grimal, Pierre. Marco Aurelio. Fondo de Cultura Económica, 1997.
Hadot, Pierre. La ciudadela interior. Editorial Alpha Decay, S. A. Barcelona, 2013.
Romains, Jules. Marco Aurelio, o el emperador de buena voluntad. Editorial Espasa Calpe, S. A.