Filosofía — 31 de diciembre de 2019 at 23:00

Séneca: la filosofía como terapia

por
Séneca

Personaje multifacético, Lucio Anneo Séneca (4 a. C.-65 d. C) vivió una de las épocas más controvertidas del Imperio romano. Fue filósofo, político, abogado, escritor de prestigio ya en su época y preceptor del emperador Nerón. Es uno de los máximos exponentes del estoicismo romano.

Su filosofía es una auténtica terapia para el alma y un consuelo para los momentos difíciles de la vida.

Han pasado más de dos milenios y sus enseñanzas adquieren una tremenda actualidad por su profunda comprensión de los resortes psicológicos del ser humano.

Séneca pretendía que la filosofía realmente ayudara al ser humano a ser más feliz, a conocerse y a vivir más acorde con la naturaleza. Por eso, no consideraba filosofía lo que enseñaban otros personajes que se llamaban a sí mismos filósofos y que se dedicaban a hacer juegos de sofismas o silogismos cuya única finalidad era agudizar el ingenio. Cicerón llamaba a los sofismas «Cavillationes» o «cuestioncillas sutiles», que no sirven para la vida.

Séneca decía de su maestro Papirio Fabiano que era un «filósofo no de los de salón, como los de ahora, sino a la vieja usanza». Llama a los falsos filósofos Cathedrariiphilosophi, filósofos que enseñan desde la cátedra, no con el ejemplo de su vida (la cátedra era la silla de brazos desde donde enseñaban).

Ortega y Gasset, en su libro ¿Qué es la filosofía?, explica por qué la filosofía en nuestra época ha sido suplantada por otras ciencias que tienen la finalidad de «dominar la materia». En la segunda mitad del siglo XIX, con la Revolución Industrial, se dio especial importancia a lo utilitario en detrimento de las humanidades, pero como afirma el gran pensador español, una sociedad en la que la filosofía, la reflexión no tiene lugar, es una sociedad fácilmente manipulable.

La filosofía nos plantea preguntas fundamentales para el ser humano, como cuál es el sentido de la vida. Si carecemos de grandes preguntas, en lugar de acercarnos a una dimensión mayor de la vida, una más grande perspectiva, nos quedamos con la visión de un «paisaje mutilado».

Habría una diferencia entre sabiduría y filosofía.

La sabiduría es el logro del ansiado Bien, es la llegada a la cumbre, es poder vivir el arte de la vida, haber llegado a la meta. La filosofía, en cambio, es el amor o anhelo de la sabiduría. Busca lo que la sabiduría ya posee. El filósofo (filo, ‘amor’, y sofos, ‘sabiduría’) es el que «ama la sabiduría». A través del camino de la virtud que le lleva a la esencia de sí mismo, puede aproximarse a lo esencial de todas las cosas. Lo que el filósofo anhela, el sabio ya lo ha alcanzado.

Solo el sabio goza de verdadera salud. Los filósofos o aspirantes a la sabiduría se llaman también proficientes y son los que aspiran a la perfección, los que pretenden curarse de las enfermedades del alma.

«No es lo mismo recordar que saber. Recordar supone conservar en la memoria la enseñanza aprendida; por el contrario, saber es hacerla suya, sin depender de un modelo, ni volver en toda ocasión la mirada al maestro», nos dice Séneca.

También nos dice que la sabiduría, a diferencia de los conocimientos técnicos destinados a hacer más cómoda la vida del hombre, no alecciona nuestras manos, sino nuestras almas.

SENECA LA FILOSOFÍA COMO TERAPIA 3

La escuela estoica tuvo buena acogida en Roma. Su ideal de excelencia moral y de virtud daba seguridad interior en unos momentos de gran inestabilidad por las guerras civiles y, más tarde, por la conducta de algunos emperadores.

Séneca no se preocupa por transmitir los planteamientos clásicos de los fundadores del estoicismo como Zenón, Crisipo o Cleantes; resaltará principalmente el valor práctico de su pensamiento. A él no le importa tanto de quién son los preceptos sino que sean adecuados para el problema o la persona a la que se dirigen. «El filósofo no está para servir de archivo sapiencial, sino para administrar con prontitud y lucidez el remedio adecuado».

Vemos en Séneca al filósofo ecléctico que acoge en su pensamiento lo mejor de las diferentes corrientes filosóficas: estoicismo, cinismo, epicureísmo, neopitagorismo. Para Séneca, al igual que para Cicerón, todas estas escuelas persiguen la felicidad; lo que cambia es el método, el camino por el que cada una persigue el tan ansiado bien al que llaman Sumo Bien. Pero es en los filósofos del pórtico en los que encuentra mayor inspiración, tanto en sus obras como en su vida.

Séneca hará especial hincapié en la moral. Escribió un libro sobre filosofía moral que se ha perdido, pero en sus obras queda plasmada su enseñanza moral, especialmente en los diálogos y en sus Cartas morales a Lucilio. Séneca eleva la moral atemporal al lugar que le corresponde, una ética profunda que rebasa las costumbres propias de una época o lugar determinado, y su puesta en práctica nos acerca a lo más noble en nosotros y en la naturaleza, nos permite no depender de lo circunstancial en la vida. La práctica de esta filosofía moral nos conduce a la apatía (sin pasión o perturbación del alma), es decir a la serenidad, a la salud perpetua e integral.

Séneca no es simplemente un filósofo de preceptos para llevar una vida más feliz, sino que lo que pretende principalmente es que el ser humano sepa quién es y qué lugar ocupa en el mundo; solo entonces, cuando el ser humano quiere vivir de acuerdo con su naturaleza, surge el camino de la ética y la virtud.

«El estoicismo es amarga medicina. Séneca pertenece a esta estirpe de antiguos filósofos que nos trae el amargo despertar de la razón, que nos sacude de nuestros delirios y ensueños para “hacernos entrar en razón”, como el pueblo español dice todavía. Vemos en Séneca a un curandero de la filosofía, que sin ceñirse estrictamente a un sistema, burlándose un poco del rigor del pensamiento, nos trae el remedio» (María Zambrano).

Séneca recoge de la filosofía la función sanadora; el filósofo se convierte así en conductor de almas o psychagogos.

Si consideramos la enfermedad como una falta de armonía entre las partes de un todo, esta se puede dar no solo a nivel corporal, sino también a otros niveles, como el emocional o mental.

Si la virtud es armonía con uno mismo, con la naturaleza y con Dios, la enfermedad del alma se daría cuando algo ha ocupado el lugar que no le corresponde.

Para Séneca, la enfermedad estaría producida por las pasiones y los vicios que se han adherido tanto al alma que se han hecho crónicos, dando lugar a la enfermedad, al igual que un catarro que, si se cronifica, se puede convertir en una bronquitis. La enfermedad también sería la consecuencia de un error en los juicios o razonamientos sobre las cosas.

La filosofía a la manera clásica es un camino para vivir en armonía con la naturaleza y para lograr un desarrollo integral del ser humano. En este sentido, la filosofía es terapéutica.

Las antiguas filosofías desarrollaron una serie de prácticas que sirvieron de terapia para el alma. Los diferentes discursos constituían el remedio oportuno para restablecer la salud del alma: exhortación, reprimenda, consuelo o instrucción.

Estas filosofías, que desempeñaron un gran papel en la dirección espiritual de las almas dolientes, albergaron un gran conocimiento del «corazón humano», de sus motivaciones, conscientes e inconscientes, de sus intenciones profundas, etc.

Sus diálogos morales son un ejemplo del procedimiento usado por los filósofos estoicos y cínicos para llevar al alma a través del razonamiento, de un planteamiento erróneo y, por lo tanto, que tiende a la enfermedad, a un restablecimiento de la salud al aplicarse las directrices de la razón que llevan a salir de la ignorancia. A través del diálogo surgen las argumentaciones que llevarán, tras superar las oportunas objeciones, a exponer el remedio saludable para lograr las virtudes sanadoras.

El diálogo es el estilo literario escogido por Séneca para aportar los remedios para los males del alma. Para ello utilizará los recursos propios de la predicación popular: el empleo de términos propios de la medicina, los ejemplos extremos que espolean las conciencias, las preguntas oportunas, los ejemplos históricos o mitológicos, las citas de los sabios, etc. Al igual que las tragedias, parece que los tratados de Séneca pretenden impresionar al lector a través de lecciones más que a través de razonamientos lógicos.

Cuando leemos las obras de Séneca, vemos que continuamente hace alusiones a la curación. Él quiere saber para enseñar, para ser útil a los demás, para exhortarles, consolarles, para darles remedios curativos que son sus enseñanzas filosóficas. En sus obras, especialmente en sus Cartas morales a Lucilio, encontramos numerosos párrafos que demuestran sus conocimientos de medicina, y muchas alusiones a la terapia o curación del alma por medio de la filosofía. Y es que el contacto con las ideas de los grandes filósofos y pensadores produce una elevación de la conciencia que favorece la salud del alma.

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En una carta a Lucilio, Séneca, en lugar de comenzar como era de cortesía en las cartas, «Si tienes buena salud, me alegro, yo disfruto de buena salud», le dice: «Si cultivas la filosofía, me alegro, porque esto es en definitiva tener buena salud. Sin esto, el alma está enferma; hasta el cuerpo, por grandes energías que posea, no está igual de vigoroso. Por eso, cultiva primero esta salud; luego, la del cuerpo».

La terapia filosófica de Séneca pretende que confiemos la dirección del timón de nuestra alma a nuestra mejor parte, a la razón. Los juicios o razonamientos acertados sobre nosotros mismos y sobre las cosas nos conducen a la salud.

Para poder guiarse por la virtud, el hombre debe conocerse a sí mismo.

«¿Cómo hallarás lo que sea mejor para el hombre si no examinas la naturaleza de este? Llegarás a conocer tus deberes positivos y negativos cuando sepas qué es lo que debes a tu naturaleza».

Para cada cosa, lo mejor es aquello para lo que nació, y en esa conformidad se cumple su perfección (el Dharma de los hindúes). La libertad consiste en unificar la propia voluntad con la necesidad divina, en asentir al orden universal. «Es libre quien libremente obedece a lo que necesariamente sucede».

Para el estoico, solo se considera bueno lo bueno en sentido moral, las demás cosas no son verdaderamente bienes. Séneca, en sus escritos, quiere que no se confundan estas realidades con «lo Bueno», porque sería hacer depender al hombre de cosas exteriores: fama, riquezas, etc. Pero como esto no depende de nosotros mismos, por ese camino no es posible alcanzar la plenitud humana ni la felicidad. Séneca se refiere a esas realidades comoindiferentes. Eso no significa que algunas sean preferibles o comoda a otras, pero en sí mismas no son buenas ni malas, no hacen bueno o malo al que las posee. Igual de falso sería medir la estatura de los actores cuando están subidos a los coturnos en la escena que apreciar a los hombres junto con las cosas que poseen.

Para cada cosa, es bueno lo que está de acuerdo con su naturaleza, y cuando realiza el bien específico y es laudable, llega su razón de ser.

Lo que caracteriza al hombre en cuanto tal es la razón; por tanto, su bien propio es la razón perfecta o «recta razón».

Lo honestum se identifica con la razón perfecta, son buenas las acciones que provienen de la recta razón. La virtud es una disposición de regularidad armónica, implica la adhesión voluntaria a lo honestum, la rectitud en la intención.

Es entonces cuando se produce la eudaimonía (buen daimon ), que sería «estar en gracia», estar en dios. Es la verdadera felicidad, claritas. Surge cuando el hombre está en armonía con el orden universal. Dice Crisipo: «La eudaimonía llega cuando se ha hecho todo de acuerdo con el daimon [recordemos a Sócrates] que cada cual lleva dentro de sí, con la voluntad del Gobernador del Todo».

De entre las virtudes, Séneca da preferencia a la justicia; luego, a la moderación, el ahorro, la continencia, la serenidad, la tranquilidad de ánimo, la sinceridad, la elegancia, la nobleza de carácter, la clemencia y la sociabilidad.

Virtud viene del latín Virtus-utis, actividad o fuerza de las cosas para producir o causar efectos. Virtud es fuerza, vigor, valor.

El ser humano tiene cuerpo y alma. Debe cuidar y custodiar su cuerpo, como un tutor, pero no vive solo a su servicio. Hay que comportarse no como si debiéramos vivir para el cuerpo, sino como si la vida no nos fuera posible sin él.

Si lo específico del hombre es la razón, las acciones propiamente humanas serán las que tienen su origen en la parte superior del alma. La razón ennoblece al hombre, da sentido a su vida, le hace semejante a Dios; en cambio, la pasión es inmoderación, desequilibrio interior, pérdida de voluntad, y nos aleja de nuestra verdadera naturaleza.

Si «lo propio» del hombre es la razón, es ella la que ha de gobernar nuestra vida, y esa es la tarea de la ética.

«La virtud es el perfecto equilibrio y tónica de la vida, siempre en consonancia consigo, la cual no puede ser sin el conocimiento y experiencia de las cosas, por el que se conoce lo humano y lo divino» (Séneca).

Al igual que el Logos ordena la naturaleza, la razón debe ordenar toda la existencia del hombre. Eso es vivir acorde con la naturaleza, en armonía con ella.

De este vivir conforme a la naturaleza surge la ataraxia, que es la forma de vida del sabio, es una quietud que erradica del alma los elementos de discordia y falta de armonía. Si hay dolor, la razón lo privará de todo lo que sea en él superfluo e innecesario.

De la armonía con la naturaleza surge también la eutimia, la estabilidad de ánimo que Séneca traduce por tranquillitas.

Pero Séneca, si bien se pliega a los dictados de lo inexorable, no por eso deja de luchar contra lo evitable. En la tragedia Medea, encontramos esta frase: «La fortuna teme a los fuertes y acosa a los cobardes».

Herramientas para la salud en la filosofía de Séneca

Atención: Vivir cada día como si fuera el último. Tener conciencia del presente.

Meditación: Prever problemas y dificultades para encontrar soluciones.

Reflexionar: sobre las máximas o praecepta.

Rememoración: Antes de empezar el día, pensar en lo que queremos realizar y cómo. Al terminar el día, hacer un repaso de lo realizado, revisar las actitudes ante el «tribunal de la conciencia».

Revisarse: Tomar conciencia de lo que pensamos sobre las cosas, ver si podemos tener un criterio más acertado.

Conocerse para dominarse: Que nuestra mejor parte sea la que nos rija.

No añadir sufrimientos innecesarios. No atormentarnos con males que no han sucedido.

Aceptar lo que no podemos cambiar.

Acostumbrarnos a buscar el porqué de los acontecimientos. Las causas de las cosas.

Tener cada día una máxima o enseñanza de algún filósofo que nos inspire y tratar de llevarla a la práctica.

Tener una buena amistad o alguien con quien compartir nuestros sueños de crecimiento interior.

Tener criterio propio sobre las cosas, no dejarse llevar por la opinión de los demás.

Vivir como si un sabio nos estuviera observando.

Bibliografía

Séneca y los estoicos. Juan C. García-Borrén Moral.

Séneca y el estoicismo. Paul Viene.

Séneca o el poder de la cultura. Julio Mangas Manjares.

Séneca. Isabel M.ª León Sanz.

El ideal del sabio en Séneca. M.ª A. Fátima Martín Sánchez.

Séneca. María Zambrano.

Séneca. Diálogos. Matías López López.

Diálogos. Lucio Anneo Séneca. Carmen Codoñer.

Anales. Tácito.

Urbs Roma. José Guillén.

Suetonio. Los doce césares.

¿Qué es la filosofía? José Ortega y Gasset.

La sabiduría recobrada. La filosofía como terapia. Mónica Caballé.

Momentos estelares del mundo antiguoAño uno y los orígenes del cristianismo. Antonio Piñero.

Hadot, Pierre. ¿Qué es la filosofía antigua? Fondo de Cultura Económica. 1998. Madrid.

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