Buscaba ayer un pozo en el desierto;
perdida, me embargaba la tristeza.
El verme en soledad me sofocaba,
mas pude distinguir una palmera.
Allí fui dirigiendo mis pisadas,
ansiosa por llegar a su presencia.
Al fin hallé el brocal que me esperaba,
mostrándome, del agua, su pureza.
Bebí temblando, entonces, azorada;
¡el pozo un manantial nos ofrecía!
[El cielo ha respondido a mi plegaria].
Y el nuevo sol, radiante, ¡ya salía!
Mas hoy he levantado la mirada
y veo a muchos seres a mi lado.
Saciando, como yo, su sed del agua,
bendicen el oasis… ¡tan amado!