El hecho de vivir una experiencia tan insólita como un confinamiento general y un estado de alarma ante la presencia de un virus devastador, ha despertado nuestra necesidad de acudir a ejemplos de seres humanos que encararon los infortunios de manera ejemplar, como puede verse en las historias que nos han proporcionado nuestros colaboradores. Hemos comprobado que, cuando se trata de aprender cómo enfrentarse a la adversidad, lo más eficaz es recurrir a los consejos de los filósofos por una parte, y por otra, al buen ejemplo de los valientes que lo hicieron, incluso en circunstancias aún más difíciles que las nuestras.
Durante las largas semanas de pandemia, se ha hablado mucho de heroísmo, para calificar la abnegación de tantos profesionales de los más diversos sectores que dejaron a un lado los miedos y los graves riesgos a los que se sometían y cumplieron con lo que era su deber, con un pundonor y una entereza admirables. Como sucede en todas las guerras, la que está librando la sociedad mundial está dejando atrás la pérdida de muchos seres humanos que, a pesar de su valor, no resistieron los ataques del patógeno, entre los cuales se cuentan numerosos profesionales sanitarios.
Hemos comprobado que el ser humano es capaz de alcanzar las cimas del heroísmo, pero también la bajeza de la mezquindad egoísta. Pero si hacemos un balance, podemos afirmar que son mucho más numerosos los héroes, y su memoria queda imperecedera para animar nuestros afanes por ser mejores y dignos de ellos. Son esos «héroes cotidianos», como los llama Delia Steinberg en un necesario libro con ese título, publicado por editorial NA.