Es curioso comprobar una vez más que, si no tomamos las decisiones necesarias para mejorar nuestras vidas, algo que podríamos llamar destino nos obliga a hacerlo, frecuentemente con el acompañamiento del sufrimiento y el dolor.
Es lo que está ocurriendo en estos meses de incertidumbre y de miedo: que nos estamos viendo obligados a ponernos ante nosotros mismos y hacernos muchas preguntas, especialmente aquellas que tienen que ver con el sentido de la vida y lo que de verdad importa. A reflexionar, en definitiva, a ensayar nuestras posibilidades de practicar una filosofía de vida, basada en unos valores que nos hagan sentirnos más felices y completos como personas.
Empezamos a notar que lo que nos parecía fundamental deja de serlo y damos importancia a muchas cosas, personas, ideas, que teníamos olvidadas, entre el ruido y la prisa. Nos liberamos de muchos objetos superfluos que cargaban nuestros espacios. Recuperamos los viejos hábitos de la lectura, el estudio, cierta serenidad ante las adversidades, centrándonos en lo que depende de nosotros, como nos recomendaba Epicteto. Descubrimos que es posible otro ritmo más armónico y afinado y un mundo mejor, más humano.