Los antiguos chinos tenían una especie de saludo: «Ojalá vivas en tiempos interesantes». Suena bonito, pero muchos piensan que este no es un deseo positivo, sino una especie de mal agüero. La verdad es que lo interesante no siempre es cómodo, ni fácil, ni placentero, sino que nos somete a intensos estados de ánimo, a experiencias insospechadas. Nos saca de un adormecimiento confortable y nos pone frente a nosotros mismos. Nos obliga a sacudirnos la inercia y la modorra. Nos despierta.
Es probable que la crisis de la pandemia que estamos atravesando sea uno de los tiempos interesantes que nos está tocando vivir. Por primera vez, la globalización nos está obligando a pensar en términos de humanidad porque de repente todos reconocemos a un enemigo común, que no entiende de fronteras, ni de diferencias culturales, ni de religiones, agazapado en lo que no se puede ver. No es un enemigo humano, de los que nos amenazan con las guerras y la destrucción, sino algo que no sabemos si puede calificarse como ser vivo, con el cual nuestros cuerpos físicos entablan una lucha sin cuartel, muy desigual, pues, a pesar de su inconcebible pequeñez, es capaz de causar mucho dolor, enfermedades con secuelas graves, incluso la muerte. Otras veces hubo pandemias, tan temibles como esta, pero nunca fueron tan extensos los efectos, que afectan a todos los países de la tierra, y nunca las pudimos ver «en directo», como decimos ahora, por obra y gracia de los medios audiovisuales.
Y aquí estamos, a pesar de todos los avances de las ciencias epidemiológicas, a ratos sintiéndonos seguros, a ratos desvalidos, unas veces muy informados sobre las causas y los efectos de lo que nos está ocurriendo, o nos puede ocurrir, otras aturdidos por las explicaciones contradictorias que no llegamos a comprender, o engañados por las falsedades que tantos inventan, a la medida de sus sospechas. Temerosos de ser atacados por un enemigo invisible, por un simple saludo, o gesto de cortesía, que alguien que no sabe que lo tiene nos lo puede transmitir, sin querer.
Cultura contra el virus
En estos meses estamos tomando conciencia de lo que es importante para la vida social, ya que nuestra infantil visión a corto plazo nos impide prever las posibles consecuencias de nuestros actos. Y si eso es así en asuntos tan directos y delicados como los que tienen que ver con la salud, es mucho más flagrante nuestro descuido para con los que se refieren a otros niveles, digamos, más sutiles, que se relacionan con las cosas del alma, de la mente, o como queramos identificarlo. Eso explica, por ejemplo, que la cultura siga siendo la gran olvidada de los discursos de los políticos, y lo que es peor, de sus planes de recuperación. Pocos la tienen en cuenta a la hora de señalar lo que contribuye al bienestar de las personas, ni se incluye en las actividades esenciales para nuestra sociedad.
A pesar de los olvidos, también en esta crisis está resultando relevante la capacidad de la cultura para llenar nuestros días de experiencias bellas y buenas y combatir los males que afectan a la psique. Lo estamos viendo en infinidad de iniciativas maravillosas de instituciones públicas y privadas, de profesionales de diversos campos, de cultivadores de todas las artes, que llenan las pantallas de nuestros dispositivos con sus generosas contribuciones para que colmemos nuestro tiempo libre o nuestro aburrimiento, si es que lo tenemos.
Además de tales ofertas, están los testimonios de muchísimas personas tocando variados instrumentos, o cantando bellas arias de ópera, o combinándose en conjuntos corales y orquestales, cada uno desde su casa, todos bien armonizados. Nos recomiendan libros, que han leído y les han gustado y nos explican por qué, o las películas que han visto y cómo las historias bien narradas nos llevan a mundos apasionantes, más allá de nuestros reducidos rincones, los poemas que nos elevan gracias a las palabras bien elegidas y sus ritmos sonoros, o las reflexiones de nuestros filósofos de cabecera, y los análisis lúcidos de los especialistas que nos ofrecen las claves de un sinfín de asuntos que nos interesan y nos preocupan.
Lo más interesante de esa inmensidad de ejemplos que se dejan ver y muchísimos más que no lo hacen, es que demuestran una vitalidad maravillosa de la actividad cultural y todos los campos que abarca. Cabe pensar en lo que seríamos capaces de lograr solamente con un poco más de apoyo por parte de los que deciden en poderes públicos y privados. Sería otra manera de vencer al virus de la desesperación y la tristeza.
La utilidad de la filosofía
Junto a las medidas para evitar los nefastos efectos de los contagios, se está poniendo de manifiesto, una vez más, la utilidad de las recomendaciones de los filósofos, porque ellos conocen el método para atisbar las señales que nos llevan hacia determinados desenlaces. Ojalá nos volvamos un poco filósofos, más reflexivos, menos ingenuos.
El maestro Emilio Lledó, como buen platónico, compara el momento actual con la caverna de Platón, donde hay prisioneros obligados a vivir en la oscuridad, de tal manera que creen que las sombras que apenas vislumbran son la realidad. Algunos consiguen salir y avisan a los demás de que están muy confundidos, que hay otro mundo, allí fuera, cosa que la mayoría de los prisioneros ni comprende ni acepta. Lledó teme que se sigan ocultando otras pandemias, «como el deterioro de la educación, la cultura y el conocimiento» y agrega: «Debemos estar alerta para que nadie se aproveche de lo vírico para seguir manteniendo la oscuridad y extender más la indecencia».
Recurrir a los clásicos es una medida que nunca falla, quizá especialmente a los filósofos estoicos, los que nos enseñan a vivir con unos consejos tan acertados y oportunos que, a pesar de que han pasado más de dos mil años desde que fundaron su escuela de filosofía, todavía siguen dando respuestas a nuestros problemas vitales y a nuestro desconcierto. Una de sus recomendaciones es que aprendamos a ocuparnos de lo que depende de nosotros, lo cual nos puede ahorrar muchos sufrimientos inútiles que nos impedirán solucionar los problemas que sí están en nuestras manos.
Los estoicos hicieron suya también la noción de «bien común» como deber social, es decir, el fin que nos unifica a todos: «Lo que es bueno para la colmena es bueno para la abeja y lo que no es bueno para la colmena no puede ser bueno para la abeja», decía Marco Aurelio, un emperador que también era filósofo y sabía de lo que hablaba. En sus Meditaciones nos ha dejado maravillosas joyas de sabiduría para ser mejores cada día.
El mundo VICA
Por aquello de que la palabra crisis significa ‘cambio’, volvemos a preguntarnos por los que van a producirse, con la sospecha de que no todos van a ser mejoras y ya estamos buscando chivos expiatorios para echarles la culpa de todo lo que pase. Pero las cosas no son tan simples y vamos a tener que reflexionar un poco más, aprovechando las propuestas de la gente lúcida que sabe otear el futuro a partir de lo que ve en el presente. Ya hay algunas ideas interesantes que nos pueden ayudar, pues para cambiar el mundo a mejor, necesitamos cambiar nosotros mismos, al menos en la forma en que pensamos y nos representamos la realidad.
El VICA es una de ellas. Se trata de un modelo de análisis que define nuestro entorno, tal como es y no como nos gustaría que fuera, o como suponemos que es, por medio de un acróstico que sintetiza las palabras: Volátil, Incierto, Complejo y Ambiguo, donde predomina lo inesperado, lo cambiante, lo aleatorio y lo confuso. El modelo se difundió en los años 80 durante uno de esos cambios fuertes que vivió el mundo con el fin de la guerra fría y la caída del muro de Berlín. Como síntesis de lo mucho que ya se ha elaborado sobre el tema, nos referiremos a las características que señalan los cambios actuales con las recomendaciones para abordar las tendencias del espíritu del tiempo.
Volátil. Ante la velocidad con que se producen los cambios, es difícil retener lo que sale bien. Necesitamos entonces una visión de futuro estratégica y global para gestionar nuestra vida, y las de las organizaciones, en todos sus ámbitos, partiendo de que el miedo paraliza y saber lo que depende de nosotros nos serena.
Incierto. Los imprevistos surgen con una temible facilidad, con lo que no podemos pretender controlar y prever los resultados con seguridad. Tendremos que desarrollar la empatía para comprender cómo pueden afectarnos los cambios a nosotros mismos y a los demás.
Complejo. No hay causas ni efectos aislados en un mundo cargado de interacciones, por lo que ver las cosas en términos de blanco o negro, buenos o malos es peligroso. Huir de las simplificaciones. Concentrarnos y profundizar en los análisis y concretar las acciones.
Ambiguo. Como no tenemos claros los múltiples factores que intervienen en los fenómenos que observamos, se impone la agilidad para reaccionar y actuar, desarrollando nuestras capacidades para actuar en diferentes campos, como la imaginación y la intuición. Lo cual significa capacitarnos para cooperar en la búsqueda de soluciones.
Todo esto está muy lejos de los sistemas rígidos, cargados de inercias y complicaciones burocráticas. Es vital sacudirse la pasividad y tomar la iniciativa, con valor y capacidad de adaptarse a las circunstancias, sin perder la visión de los grandes valores, para encontrar el modo de hacerlos realidad aquí y ahora.