Filosofía — 30 de noviembre de 2020 at 23:00

Estoicismo y vida natural hoy

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Estoicismo y vida natural hoy

La filosofía estoica está en alza en los últimos años. Es frecuente encontrar títulos que hablan de cómo ser un estoico en la actualidad, o tratan de la aplicación de las ideas de pensadores como Crisipo, Epicteto, Séneca o Marco Aurelio para afrontar los problemas de nuestro extraño mundo; incluso hay congresos anuales, como la Stoic Week de Éxeter (Reino Unido), en los que se evalúan los beneficios psicológicos de esta filosofía.

Esta actualidad y moda de una filosofía que surgió hace más de veintitrés siglos constituye un fenómeno singular en la historia de la filosofía contemporánea y pone de manifiesto la característica primordial de los autores considerados como «clásicos», esto es, su actualidad permanente, porque proporcionan claves para comprender la esencia del individuo y la sociedad que siguen siendo vigentes.

La filosofía estoica tuvo un desarrollo de más de medio milenio, con varias etapas a caballo entre el helenismo griego y el Bajo Imperio romano, y, en todo este tiempo, el objetivo de su pensamiento fue conseguir respuestas acerca de cómo debería comportarse el individuo para alcanzar el bien al que todo ser humano aspira, la felicidad. Es por ello por lo que esta filosofía es muy poco especulativa y sí tremendamente práctica, considerada, por tanto, como una filosofía moral, es decir, relativa a las costumbres que deberían adoptarse para obtener un fin determinado. Este es uno de los motivos de que los estoicos estén de moda: son muy prácticos y persiguen el mismo fin que cualquier persona actual, ser felices.

La filosofía estoica se basa en una concepción de la naturaleza totalmente en línea con lo que se sabe hoy del cosmos, y dentro de la Tierra, de los diferentes ecosistemas que constituyen la biosfera, esto es, que todo se encuentra estrechamente relacionado entre sí y basado en los mismos principios universales. Todo se organiza sobre la base de lo que hoy conocemos como sistemas complejos, vinculados entre sí como un conjunto de Matrioska o «muñecas rusas» y constituidos por elementos también asociados entre ellos mismos y cuya variación condiciona la situación del sistema. En otras palabras, el destino del ser humano depende de sus propias decisiones, pero también estas decisiones influyen en la naturaleza a todos los niveles.

En la denominación estoica, los principios universales que se encuentran en todo el cosmos se identifican con la idea de la divinidad, dando lugar a un panteísmo («Dios y el cosmos son una misma cosa») que, cuando se expresa plenamente, proporciona equilibrio y armonía. Es decir, cuando estos principios universales se desarrollan en un ser, dan lugar al equilibrio y la armonía, de ese ser consigo mismo y con el resto de la naturaleza.

Dicho de otra manera, fieles a la tradición socrática de la que son herederos, los estoicos buscan la forma de alcanzar un tipo de felicidad entendida como el Bien último o eudaimonia. Este Bien no debe ser perecedero ni particular, sino atemporal y universal y se sitúa en la práctica de la virtud, porque las posesiones materiales, la satisfacción de los apetitos o la huida del dolor son circunstancias temporales. Solo la virtud permanece y proporciona la eudaimonia.

Al no depender de factores temporales ni materiales, hablamos de una felicidad al alcance de cualquier ser humano. Y el camino para alcanzar la virtud consiste en conducirse según la propia naturaleza humana, es decir, según la razón y en función del bien común. Somos «animales racionales» y «animales políticos», en palabras de Aristóteles. Para los clásicos, virtud y razón no deben interpretarse con relación a un código ético particular, sino en un sentido más amplio, referidos a la excelencia humana y el discernimiento respectivamente.

En definitiva, la vida natural, para la filosofía estoica, busca alcanzar la armonía con el resto de la naturaleza, que se puede traducir como esa felicidad plena o eudaimonia, y que consiste en vivir de acuerdo con la propia naturaleza humana, que pondría de manifiesto las virtudes, es decir, los principios universales en la dimensión del alma. La mayor parte de la filosofía moral estoica proporciona el modo de conducirse en la vida cotidiana para conseguir ese objetivo de vivir conforme a la naturaleza humana.

La actualidad de esta doctrina es muy relevante, con un doble aspecto. Por un lado, sigue siendo el objetivo de todo ser humano el alcanzar la felicidad, y el camino diseñado por los estoicos está al alcance de cualquiera, independientemente de las circunstancias personales, porque no se basa en la posesión material, sino en el desarrollo de realidades interiores. Y, por otro lado, en este proceso tiene especial importancia restar relevancia y rechazar todo lo que no depende de cada uno, con lo cual se niega como vía para alcanzar la felicidad la posesión material, que, en último extremo, está condicionada por factores que no controlamos nosotros. Este último aspecto tiene una repercusión trascendental en la actual situación de inminente colapso ambiental, lo cual requiere de una explicación un poco más detallada.

Nuestro tiempo

La ciencia está describiendo casi en tiempo real el proceso de colapso ambiental al que se dirige la humanidad debido a procesos muy complejos de transformación de las características de la biosfera a escala planetaria: calentamiento global, extinción masiva de especies, contaminaciones extendidas, etc.

Simplificando mucho, una de las raíces de estos problemas estriba en un sistema que ha desarrollado un consumismo exacerbado como modelo de vida, lo que, unido a una pérdida de valores morales, ha llevado a una extracción compulsiva de recursos naturales con la consiguiente emisión de contaminantes de todo tipo y destrucción de ecosistemas, además de desarrollar un modelo social esencialmente injusto, basado en la posesión material.

Todo lo que la ciencia ha ido descubriendo acerca del funcionamiento de estos procesos y, por tanto, cómo deberían ser para reducir sensiblemente los impactos ambientales, choca frontalmente a nivel social con las características del sistema, que prima el beneficio económico sobre el resto de circunstancias, y a nivel individual, con la manera de buscar la felicidad, basada en el consumismo y la posesión.

Por lo tanto, el estoicismo y su fórmula de búsqueda de la felicidad y su modo de vida natural proporcionan una alternativa muy útil a este callejón sin salida al que parece haber llegado nuestra civilización.

En primer lugar, encontrar la felicidad en nuestra vida interior desincentiva el consumo desorbitado como camino para alcanzar esa dicha a la que todos aspiramos.

Y en segundo lugar, describe la naturaleza humana de tal manera que redefine cuál sería el lugar natural del ser humano en la propia biosfera.

El lugar natural, desde el punto de vista de la ecología evolutiva, define el nicho ecológico en el que una especie puede vivir en un equilibrio dinámico con el resto de especies del ecosistema. Este lugar natural está determinado por las características que hacen de una especie que sea única, y por tanto, no es incompatible con otras especies cercanas.

En el ser humano, el lugar natural al que nos ha llevado nuestra propia evolución no es un lugar concreto en la red ecológica de los ecosistemas, sino el determinado por las características que hacen de nosotros una especie única, las cuales son esencialmente capacidades interiores promovidas por la cultura y la educación. Cuando una persona cualquiera vive con pleno desarrollo de sus capacidades interiores, como la sensibilidad, la capacidad de comunicación, el discernimiento, la imaginación creadora o el marco ético de toma de decisiones, por mencionar unas pocas, necesita menos recursos externos para alcanzar una felicidad que será más duradera al ser menos temporal. En otras palabras, se vive una vida más plena con menos impacto.

Por tanto, cualquier filosofía como la estoica, que señala la manera de desarrollar las capacidades interiores, es una alternativa imprescindible para nuestro modelo de vida insostenible.

Yendo un paso más allá, hay científicos e intelectuales que señalan que el colapso de nuestra civilización es ya inevitable, por razones ambientales, sociales y económicas. Hay toda una rama del conocimiento, denominada colapsología, que investiga estos escenarios futuros, en los cuales también serían muy útiles las enseñanzas estoicas acerca de cómo alcanzar la eudaimonia viviendo según nuestra propia naturaleza.

Y tiene todo el sentido, porque si nos viésemos abocados a vivir en un escenario de incertidumbre y dificultad, tal y como sería un escenario de colapso, recurrir a todas nuestras capacidades interiores (tal cual promueven los estoicos y otras filosofías similares), características de nuestra naturaleza humana, sería volver a esgrimir las herramientas evolutivas que nos han hecho triunfar como especie. No fue nuestro instituto animal lo que nos sirvió para sobrevivir con éxito, sino nuestras capacidades humanas.

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