Historia — 31 de diciembre de 2020 at 23:00

De la tierra de Orfeo

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De la tierra de Orfeo

En la tierra de innúmeras colinas verdes que me vio nacer aparecieron también a la vista de los hombres dos grandes divinidades: Dionisos y Orfeo. Os hablo de la historia lejana y venerable de mi patria: la Tracia.

Somos un pueblo guerrero y misterioso, y no hemos dejado documentos escritos que vuestros sabios puedan descifrar. De mi lengua solo tenéis vagas nociones, solo unos nombres de lugares que habitamos, de ríos que bebimos, de ciudades que levantamos.

Y nuestra alma mística, propia de todo pueblo que oculta mucho y dice poco, que guarda para sí los secretos de su vida para preservarlos de aquellos que seguramente no iban a entenderlo. Así fueron nuestro Dionisos, ese dios de muchos rostros y muchas interpretaciones, y nuestro maravilloso Orfeo, el del mágico esplendor musical, el oculto, el subterráneo.

Nos cantó Homero, que amó nuestro valor y nuestras armas, nuestros caballos hechos del viento de las llanuras. Nuestro vino. Le llamó la atención nuestra alegría.

Porque si algo nos ha distinguido especialmente, quizá por la influencia de ese Dionisos de quien ya os he hablado, es nuestra alegría de vivir. A Herodoto le llamó la atención cómo enterrábamos a nuestros muertos en medio de alegres cánticos y fiestas. Me pregunto por qué iba a ser de otra manera.

¿No tenemos asegurada una eternidad de dicha en otro mundo que desconocemos, pero que sabemos feliz? ¿Cómo no habría de serlo, si nos esperan los brazos abiertos, la risa deica, la exuberancia inacabable de Dionisos?

Os hablo de Dionisos porque es de mi patria. Yo lo amo. Pero el único dios tracio que vosotros conocéis es una ignota deidad guerrera que recorría a caballo las colinas, crin al viento el uno, espada en mano el otro. No nos pedía mucho. Solo amar, guerrear…y ser felices.

Yo, como mi rostro severo, porque mi cometido es importante, vigilo el sueño de mi Señor. Me dejaron aquí para ello, en un túmulo en la pequeña aldea de Razgrad. Construyeron para él un vestíbulo hermosamente decorado con ovas y rosetas en rojo y azul, con cabezas de buey y guirnaldas.

Lo más hermoso éramos nosotras. Las diez damas con vestidos en forma de flor que rodean las paredes de la cámara del sueño, en una danza ritual eterna, las manos cogidas y los rostros serenos. Bailamos en torno a nuestro Señor, le circundamos, le protegemos. A veces le cantamos, sí. El amó la alegría, las fiestas y la música. Nosotras se lo seguimos dando todo.

Es joven y necesita de nuestro baile. Sí, nuestro Rey es joven, ni siquiera dio tiempo de terminar su tumba y las pinturas no pudieron llenarse de color. Mi Rey tracio, mi Señor, baila con nosotras. Porque la vida del guerrero es alegre, y tú lo fuiste, como lo fue tu pueblo, como deben serlo todos aquellos que saben que en otro lugar, cuando el genio de la Muerte nos envuelva con sus alas, no hay tristeza, porque están los dioses, porque es el Reino de lo Bueno.

Baila conmigo eternamente, mi Señor.

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