Que hay cierto tipo de inteligencia entre los animales es algo obvio. Tal vez no la misma que entre los humanos, o no en todas las especies de la misma manera. Quizás no lo tengamos que llamar inteligencia, pero son comportamientos que nos hacen reflexionar sobre los mecanismos inteligentes que la naturaleza muestra a través de sus hijos del reino animal.
Ygrámul, el Múltiple
Un gigantesco ser cruza el espacio. Causa cierto temor, porque se contornea continuamente con gran ostentación, aunque las cambiantes formas que adopta tienen una extraña belleza.
Parece comportarse como Ygrámul, el Múltiple, el personaje literario de Michael Ende de La historia interminable. Atreyu, el héroe que cumple una misión, está preparado para hacer frente a esa extraña una criatura, desconocida para él. Cuando entra en sus dominios, oye un estruendo y se encuentra con algo descomunal. Tan pronto es una araña gigante como una enorme mano con garras, o cualquier otra forma de tamaño extraordinario, en permanente movimiento, modificando continuamente su aspecto. Súbitamente, se da cuenta de que aquel ser no es un solo cuerpo sólido, sino que se compone de innumerables microseres que se combinan y recombinan en multitud de apariencias. En ese momento, comprende por qué lo llaman «el Múltiple».
Pero no, en esta ocasión no es Ygrámul, sino una enorme bandada de aves. Podríamos decir que tiene algo en común con el personaje de ficción. Pero… empecemos por el principio.
Nosotros, usted y yo, no vemos directamente a la mayor parte de los seres vivos de este planeta. Y, sin embargo, son tan importantes que usted y yo no existiríamos sin ellos. Muchos de ellos pertenecen al reino animal y los hay de todas las escalas laborales, ocupándose de cuestiones tan vitales como equilibrar los componentes de la atmósfera, reciclar los desechos, enriquecer el suelo, etc. Cuando estropeamos su labor, nosotros mismos nos colocamos entre los damnificados, pero no terminamos de ser conscientes de esto y seguimos poniendo en peligro el equilibro general. Así que, ¿quién es el inteligente: nosotros, que dañamos nuestra propia casa y lo que la hace habitable o los animales, que viven su existencia y cumplen su destino sin perturbar el orden del planeta?
La naturaleza es sabia, pero ¿también los animales?
Algunos seres del reino animal, puede que no sean inteligentes, pero se comportan como si lo fueran.
El leopardo de Amur (a punto de extinguirse, por cierto) no puede comer en exceso porque perdería agilidad. Al vivir en Siberia, no puede permitirse tampoco desechar la comida, así que la almacena y regresa a su despensa cuando lo necesita. Muchas otras especies practican este comportamiento previsor y beneficioso.
Otras conductas curiosas son similares a la de algunas cabras del Cáucaso, que bajan a lugares específicos fuera de su recorrido habitual solo para ingerir una dosis de tierra cuando les faltan los minerales que necesitan y que no están incluidos en su dieta en la montaña. Nosotros, para tomar una decisión de este tipo, necesitaríamos primero que un especialista nos diagnosticara por qué nos encontramos débiles.
La respuesta de algunos animales luminosos, como algunos insectos y seres marinos, es ingeniosa. Ya el hecho de llevar una bombilla incorporada los hace interesantes, pero utilizarla intermitentemente para obtener beneficios a la hora de alimentarse y reproducirse, como en el caso de las luciérnagas, les permite resolver muchos problemas de supervivencia.
Algunas «inteligencias» son un poco escalofriantes, como la de algunas crías de ave que nacen en un nido donde los progenitores pusieron dos huevos; para resolver su futuro, toman una decisión sorprendente. Las modernas técnicas de filmación nos permiten constatar la singular escena: un polluelo que solo tiene de polluelo la forma, sin plumas y casi sin ojos, recién salido del huevo, hace una serie de movimientos a trompicones, aprovechando que sus padres se han ido del nido a buscar alimento, y consigue lanzar al vacío al otro huevo, que se retrasó un poco en eclosionar. No se puede negar que cumple a la perfección el dictado de la naturaleza de sobrevivir. Casi estaría preparado para la vida moderna entre los humanos.
Si buscamos más ejemplos de lo que puede parecernos una conducta inteligente, ahí está la hormiga saltadora, uno de los bichitos más mortíferos de Australia, cuyo veneno podría acabar con una persona. La hormiga en cuestión es un fenómeno enlosando su nido. En invierno, recubre sus montículos-hormigueros con materiales oscuros para conservar el calor, y en verano los sustituye por piedras blancas para reflejar el calor del sol y mantenerlo fresco. Sin despeinarse.
Que hay cierto tipo de inteligencia entre los animales es algo obvio. Tal vez no la misma que entre los humanos, o no en todas las especies de la misma manera. Quizás no lo tengamos que llamar inteligencia, pero son comportamientos que nos hacen reflexionar sobre los mecanismos inteligentes que la naturaleza muestra a través de sus hijos del reino animal.
Arquitectos sin planos
Uno de los talentos más aplaudidos es el de esos animales que nacen con el título de arquitecto bajo el brazo. Los hay para todos los gustos.
Algunos pájaros tejedores de África construyen nidos colgantes espectaculares con ramas sólidamente trenzadas, sujetos de manera que se ven al completo, pero con la utilidad de que los huevos se ven pero no se caen.
Los pájaros jardineros o pájaros glorieta, en cambio, prefieren la decoración tipo porche, cada uno a su manera y con diferentes estilos. Un solo pájaro construye una glorieta en la que puede entrar una persona agachada, y la decora armoniosamente con bellas flores del lugar y objetos brillantes o coloridos, como piedras o caparazones de escarabajos.
Entre los mamíferos, el castor es un reconocido maestro. En diez minutos puede talar un árbol de 25 cm de diámetro y construir diques que retienen el agua suficiente para hacer inaccesible su vivienda y su despensa a los visitantes inoportunos. Otro mamífero, el perrito de la pradera, construye complejos sistemas de túneles subterráneos con agujeros que descienden verticalmente hasta tres metros y pasadizos de hasta cinco metros de largo, con redes que pueden conectar hasta seis madrigueras preparadas para no inundarse.
Como representantes de los insectos, tenemos a las abejas, que construyen panales paralelos para provocar un aumento de temperatura que los haga más modelables; o a algunas termitas, que levantan sus grandes construcciones cónicas provistas de conductos de ventilación, pilares y cámaras.
Trabajo en equipo
Si hay alguien que entiende lo que significa trabajar en equipo, esos son los animales. La conducta solidaria les reporta muchos beneficios.
Lo más básico es comer, y para conseguirlo se forman brigadas de delfines, lobos o algunos tipos de halcones. Las leonas son especialistas. Sigilosamente, toman posiciones y se hacen invisibles para la presa, a la que tienden una trampa y le cortan la retirada, haciendo que estalle la hierba a su paso en forma de leona cuando huye despavorida.
En otra zona del globo, las ballenas cazan en familia atiborrándose durante el verano antártico de kril (banco de crustáceos diminutos). Cuando el kril está en la superficie, simplemente abren la boca y se los tragan a millones. Pero cuando no es así, estos animales de más de cuarenta toneladas cooperan zambulliéndose profundamente y encerrando al kril en una espiral de burbujas que los agrupa y los convierte en su merienda.
No solo para comer se reúnen los animales; también para llegar al día siguiente. Los pingüinos emperadores pasan el invierno en la Antártida soportando temperaturas de hasta 70º bajo cero y vientos de 220 km/h. En una tierra cubierta por una capa de hielo de 5 km de espesor, los machos sobreviven a grandes tormentas mientras protegen cada uno un huevo, ya que su hembra está alimentándose a 180 km en el mar y traerá comida para el polluelo que nacerá cuatro meses después. Subsisten en colonias de hasta 25.000 ejemplares formando una apretada espiral que se mueve. Los pingüinos de la parte exterior caminan hacia adelante sin perder contacto con los de la fila interior contigua. Poco a poco, se introducen en la siguiente vuelta, y luego en la siguiente, hasta llegar al centro de la masa compacta circular de pingüinos. Allí no hace frío, reponen fuerzas y siguen caminando hacia adelante, hasta volver al exterior y repetir el ciclo una y otra vez. Reconozcamos que sobrevivir en estas condiciones tiene su mérito.
Los grupos animales tienen mayor capacidad para solucionar problemas y una forma de tomar decisiones que podríamos denominar “inteligente” para entendernos, pues esas respuestas no se producen en ejemplares aislados.
Desplazamientos multitudinarios
Capítulo aparte merecen las grandes migraciones animales. La más importante, denominada la Gran Migración, reúne a más de un millón de cuadrúpedos, entre ñus, cebras y gacelas preferentemente, que se desplazan en conjunto cada año con el cambio de estación. Siempre de viaje, recorren 2900 kilómetros por motivos tan interesantes como comer (y, por tanto, sobrevivir) o reproducirse (y, por tanto, que sobrevivan sus descendientes). Las migraciones son un fenómeno del mundo animal que nos asombra por su magnitud, por su ritmo estacional y por la lucidez en escoger los destinos más propicios para los fines que busca el grupo.
Una de las migraciones más llamativas es la de los cangrejos de la isla de Navidad. Millones de crustáceos salen de sus escondites subterráneos para reproducirse en el mar, aunque para ello tengan que atravesar zonas urbanas, lo cual genera un espectáculo de pinzas y caparazones apelotonados de gran vistosidad. Pero consiguen sobrevivir.
Otra migración, más enigmática, es la que anualmente realiza la mariposa monarca, una especie que no puede sobrevivir a los fríos inviernos de Estados Unidos, por lo que se desplazan hacia el sur y el oeste cada otoño, para hibernar en los abetos de México o en los eucaliptos de California. Utilizan los mismos árboles cada año, por lo que, teniendo en cuenta que no viven más de nueve meses y, por tanto, no son las mismas que el año anterior, ¿cómo saben dónde y por qué ruta tienen que ir? ¿Cómo reconocen los árboles y saben, además, que son los más adecuados para hibernar? Es la única especie de insectos que recorre cada año hasta 4000 km.
La misteriosa conducta de los grupos
Llegados a este punto, podemos plantearnos qué tipo de «inteligencia» es la que zarandea nuestra bandada de miles de aves que observábamos al comienzo, o la que dirige los cardúmenes integrados por millones de sardinas. Se mueven como si obedeciesen una sola orden. Son muchos, pero son uno. Como Ygrámul.
Su característica principal es que se mueven colectivamente, con rápidas respuestas de los individuos que forman el grupo a los cambios de dirección y velocidad de sus vecinos. Por tierra, mar y aire, encontramos especies con este comportamiento, ya sean las brillantes caballas danzando sincronizadamente en círculos, los queleas comunes de África volando por miles o las hormigas en sus múltiples variantes.
Actúan como superorganismos, que es un término que designa una comunidad inteligente de seres vivos, ya que en ella surgen cualidades que no existen en los organismos individuales que la forman y cuyos integrantes se comportan de forma solidaria, primando el bien general sobre el individual.
Quien haya observado el cielo de Roma al atardecer habrá visto algo parecido a colosales manchas de arena oscura que se mueven con el viento, que cambian de densidad constantemente, como globos que se inflan y se desinflan. Son estorninos: hacen y deshacen formaciones en un espectáculo perfecto sin coreógrafo, y nunca se separan. A medida que nos acercamos, el sonido que comenzó siendo como el de las hojas de un bosque cuando el viento las bambolea, se convierte en un estridente coro de piares, y las manchas adquieren la forma de animales voladores. De uno en uno, nos resultan familiares. Pero cuando vuelan en montones de hasta 50.000 ejemplares, son aterradoramente bellos en su inmensidad. Ocurre con muchas aves. La naturaleza se manifiesta en diferentes lugares con las mismas leyes. Unas leyes que no conocemos. Por eso nos asombran.
Superinsectos
Una colonia de hormigas se comporta como un superorganismo. Cada individuo tiene una categoría diferente según la función que realiza, y adquiere o hereda unas determinadas facultades que le permiten cumplir su misión, lo mismo que sucede con las células que constituyen un cuerpo humano. Lo de las hormigas es de asombrar: saben cultivar, pastorear, cazar y usar herramientas.
Las «células» del hormiguero se dispersan en cualquier dirección, pero no dejan de pertenecer a un todo, que es la colonia, una supercriatura que construye viviendas llenas de cámaras y galerías de diferentes pisos, con ventilación suficiente y temperatura constante, donde residen a veces millones de individuos. Nada que envidiar a nuestros modernos rascacielos. Se ha podido comprobar con cámaras endoscópicas que algunos hormigueros bajo tierra son ciudades del tamaño de un autobús. Cada especie tiene diferentes habilidades, como la cortadora de hojas, la legionaria o la cosechadora roja.
Lo interesante es que esta multitud, convertida en una sola bestia gigantesca, tiene que realizar muchas tareas: recoger comida, mantener en orden el nido, proteger y alimentar a las crías o sacar la basura. También tiene que responder a situaciones cambiantes: una día hay menos comida; otro, se produce una tormenta; más tarde, hay que reparar el hormiguero. Esto obliga a la colonia a ajustar la distribución de esfuerzos. Cada individuo toma decisiones locales, pero es la suma lo que permite que el sistema funcione. Además, hacen gala de destrezas excepcionalmente útiles, como construir puentes o escaleras conectando sus propios cuerpos para llegar de un sitio a otro, no teniendo muchas de estas acróbatas más apoyo físico que los cuerpos que agarran de sus compañeras.
Las abejas demuestran también comportamientos inteligentes, como la división del trabajo, la comunicación entre individuos y entre grupos a través de danzas, la cooperación constante en la búsqueda y recolección del néctar y su planificación reproductiva.
Inteligencia colectiva
Cada miembro de un superorganismo se convierte en una pieza necesaria y especializada del conjunto, haciendo frente a problemas complejos y cambiantes con la capacidad extraordinaria de resolver como conjunto lo que no podría resolver cada individuo por separado.
Una de las características propias de estos equipos es la autoorganización. Cuando una bandada o un cardumen se sienten amenazados, se comportan como si fueran un único animal gigante en el que todos los individuos actúan de forma sincronizada sin un cabecilla que los dirija. Esto demuestra también coordinación y cohesión, ya que los movimientos conjuntos son el producto de interacciones dinámicas y vitales entre los individuos. Los superorganismos son adaptables y fuertes, ya que el grupo puede responder a un entorno siempre inestable y sustituir automáticamente a un individuo que realizaba una labor por otro. «Si los individuos siguen reglas simples, la conducta grupal resultante puede ser sorprendentemente compleja y extraordinariamente efectiva» (Bonabeau y Meyer).
Si observamos desde arriba, a una suficiente distancia, una plaza populosa de una de nuestras modernas ciudades occidentales en un día de concentración de gente, veremos puntos que se mueven conformando una mancha, dentro de la cual se generan corrientes de movimiento, como si un riachuelo se hiciera visible. Si esta imagen la filmamos y la proyectamos a cámara unas diez veces más rápido, veremos que no se diferencia tanto de lo que percibíamos al mirar una bandada de pájaros en el cielo o un banco de peces. Las maniobras evasivas de los peatones que se encuentran provocan cierta autoorganización y empezamos a reconocer patrones de movimiento en la muchedumbre.
¿Puede haber inteligencia sin conciencia?
Puestos a comparar inteligencias, nosotros, los humanos, ¿no actuamos a veces sin conciencia aunque nos tengamos por inteligentes? Ya Ortega y Gasset nos bajó los humos cuando distinguió que unas veces los individuos se conducen como individuos, pero otras, se comportan como una masa, que es otra cosa, otro ser, con una conducta diferente a la que tendrían los individuos si actuaran solos. Freud decía que la masa era un rebaño obediente y Le Bon, en el siglo XIX, diría que forman un alma colectiva.
También se puede comportar como masa un conjunto en el que cada individuo está en su casa y no físicamente en el mismo sitio, pero que se mueven al unísono, o responden conjuntamente a determinados estímulos. Un ídolo musical, un deportista de élite, un político con buena oratoria o un líder religioso pueden conseguir mover a grandes multitudes. En estos casos, es frecuente que prime la emoción sobre la razón. Por eso, la reflexión es el antídoto para no ser llevados a conductas irracionales que no tendríamos normalmente. Cuando la conducta colectiva se vuelve irracional es señal de que se ha perdido la conciencia individual. En ese estado, el individuo se desentiende de la responsabilidad de sus actos.
Lo que el ojo no ve
Hoy podemos constatar con los medios que la tecnología pone a nuestro alcance algunas cosas que suceden pero que no podemos percibir. Hace falta ver a cámara lenta los ataques de algunos animales para saber qué ha sucedido; y hace falta ver a cámara rápida los asombrosos movimientos de las plantas para darnos cuenta de que efectivamente se producen.
Tal vez todo sea cuestión de velocidad, es decir, de vibración. Como decían los antiguos, todo vibra en el universo, todo está en movimiento, a diferentes niveles. Tal vez sea esto lo que crea diferentes niveles de realidad. Existen varias realidades en el espacio y en el tiempo. Pero para nosotros, existe solo si lo vemos o entendemos.
Es interesante cómo explicaban los antiguos esa inteligencia superior que protege y dirige a los animales. Ellos hablaban de un alma grupal, como si todos ellos tuvieran un alma de especie que les enseña cómo recorrer los pasos de la vida, como si fuera un GPS que les guía desde lejos, con una inteligencia práctica, diferente a la humana.
Esta diferencia vendría, precisamente, porque todos los seres vivientes de la naturaleza estarían viviendo en su nivel cristalizado de evolución como grupo: las piedras y minerales en su mundo de materia física; los vegetales, en su universo de danzas al compás del viento y desarrollando sus procesos vitales al ritmo de la luz solar; los animales, con las emociones y sentimientos de un escalón diferente, el del agresivo felino salvaje y el del fidelísimo compañero doméstico; y el ser humano, con ese tesoro de raciocinio, a veces oxidado del escaso o incorrecto uso, pero que le abre las puertas de un mundo superior que concibe como más profundo, más espiritual.
Desde este punto de vista, el hombre no sería el fruto de la evolución de un animal, o sea, no sería solamente el animal más perfecto entre todos los animales. Sería otra cosa, en otro nivel, tal y como defienden algunas teorías modernas, que coinciden curiosamente con otras muy antiguas. Pero en este otro nivel, su misión consistiría en recorrer su propio camino de desarrollo con su atributo especial, su capacidad de pensar, de reflexionar, de tomar decisiones de forma consciente.
Inteligencia animal aplicada por los humanos
La observación del comportamiento de las colonias de insectos más complejas y también de la conducta de otros animales, como el cuco, la luciérnaga o el murciélago, se ha utilizado para dar soluciones a numerosos problemas, desde cómo colocar de la forma más eficaz los productos en los estantes de los supermercados hasta solucionar algunos problemas de las rutas de transporte. Pero también, labores de optimización en ingeniería, diagnóstico de accidentes o algoritmos de control en grupos de robots, así como mejoras en diferentes áreas, como redes de líneas aéreas, ciencias sociales, industria o finanzas. El modo en que las hormigas agrupan sus muertos o clasifican sus larvas ha servido de ayuda para analizar los datos en los bancos. La división del trabajo entre las abejas ha inspirado muchas mejoras en las líneas de ensamble de las fábricas, aumentando el rendimiento y disminuyendo el esfuerzo. Si les pagáramos como consultores, no tendrían precio.
Lo malo es que solemos quedarnos en la parte práctica pero egoísta del asunto, porque son aplicaciones externas a lo que es el verdadero ser humano, el que se pregunta cuál es su papel en la naturaleza, si va a morir y cuándo, si tiene que hacer algunos reajustes en el rumbo de su existencia. Se nos olvida muchas veces la otra parte de buscar los buenos resultados para que toda la colonia funcione armónicamente, con una misma meta y encontrando para cada individuo su labor importante y diferente, pero necesaria para el conjunto, sin que nadie quede despreciado o inutilizado en la consecución del bien común. A lo que habría que añadir la interacción positiva con el medio ambiente, cosa que hacen todos los animales. Y pocos humanos.
En el mundo animal, los mejores resultados siempre se consiguen dando prioridad a la cooperación sobre la competencia. De esta forma, unos individuos no tienen que ser aplastados para que prevalezcan otros, sino que la mutua influencia genera un mejoramiento en la labor de cada uno y del conjunto.
Lo dijo el poeta inglés John Donne: ningún ser humano es una isla, algo completo en sí mismo, sino que cada uno es un fragmento del gran ser que lo contiene.