¿Qué sintió vuestra alma, campesinos de Abu Kemal, aquí, en mi Siria, cuando sacando piedras de la tierra de Tell Jariri mi rostro tan hermoso y sereno surgió a la luz? ¿Qué se removió en el recuerdo de vuestra raza cuando mis grandes ojos vacíos os contemplaron después de cinco mil años?
No os diré mi nombre. Soy una diosa tutelar del reino de Mari. Soy muy muy poderosa: ved la barba postiza de mi rostro y los cuernos del poder en mi tocado. Mis ojos eran de concha y lapislázuli, fijos, misteriosos. Solo quise ver el resplandor de mi patria, y por eso los dejé entre las ruinas. No quise contemplar lo que vino después.
Pero el tiempo pasó, es inútil lamentarlo, llorar por él. Ya veis, ni siquiera tengo ojos para hacerlo. En lugar de ello, os hablaré de mi reino.
Mi diosa superior es Istar. Yo estaba en un pequeño templo cerca del suyo, y los hombres y las mujeres nos llevaban ofrendas y exvotos. ¿Qué queréis saber, en vuestra curiosidad: el nombre de alguno de ellos? Eran Ebih-il el despensero, Idinaron el molinero…Y Lamgi-Mari, mi rey.
Mari, mi ciudad. Sede de la décima dinastía después del diluvio. Gran rival de Hammurabi de Babilonia. Anu y Enlil ayudaron a nuestro enemigo, y destruyó nuestras murallas. Yo no estaba sola con Istar. Había en Mari quince santuarios para divinidades, y todos los arrasó. Después destruyó nuestras figuras. A mí me encontraron rota, mis piernas y mi hermosa cabeza. Gracias a aquellos que aman la historia, que aman el arte, ahora me podéis ver en todo mi esplendor.
Casi. Me falta mi entorno. Mi último rey, Zimrilim, precisamente el adversario de Hammurabi, vivía en un gigantesco palacio de trescientas habitaciones. Qué prodigo de belleza era. En los cuartos de baño, las grandes tinas de barro se cocían allí mismo para integrarse totalmente.
Las pinturas murales eran un prodigio de color y geometría. Y en la biblioteca real, 25.000 textos contenían la historia y la economía de mi Mari. Vuestros estudiosos leen hoy en ellos el fondo de la historia…
Y ¿queréis saber más? Debajo de ese palacio hay otros dos. Los de la décima dinastía tras el diluvio. Pobres hombres de vuestro siglo, orgullosos de eso que llamáis rascacielos. ¡Ni siquiera podéis imaginar la fantasía de su arquitectura!
He visto tanta belleza que ahora yace rota… Hammurabi, ¿por qué destruiste mi ciudad? Tú, el gran legislador, ¿cómo no viste que no hay ley tan grande como la de Dios? Y Dios es hermosura y grandeza. ¿Cómo, pues, te atreviste a destruir lo que era reflejo suyo? Tan grandes, tan maravillosos éramos, que el mismo Edén, el Paraíso del Génesis, se situó en nuestras tierras. Mis ríos lo regaban. Mis árboles les daban sombra. Mis hombres construyeron maravillas, me hicieron a mí en forma material, me honraron, pusieron agua en mis manos y luz de mis joyas en mis ojos. Sí, viví en el Edén, tuvo su final, porque aún el hombre no es digno de ver el rostro de Dios,
Quizá algún día lo sea. Entonces renacerá mi paraíso, mi Mari, el agua de mi jarro, brillarán mis ojos. Brillará todo. Porque en el Paraíso no hay oscuridad.