Salmerón, gran político, eminente orador, destacado jurista, acreditado pedagogo; pero sobre todo fue un filósofo.
Un aniversario es, sin duda, una buena excusa para mirar al pasado e imbuirnos de la vida y obra del personaje evocado. Si además descubrimos que sus escritos gozan de una asombrosa actualidad, habrá transcendido al tiempo y es digno de ocupar su merecido lugar en la Historia.
Esto ocurre con Nicolás Salmerón y Alonso, personaje singular injustamente olvidado, cuando no menospreciado, del que conmemoramos el centenario de su muerte en Pau, donde se encontraba de vacaciones, el 20 de Septiembre de 1.908.
Salmerón destaca en política por sus propuestas y por su grandilocuente oratoria de verbo mayestático.
Tras una primera etapa como Presidente del Congreso, el 8 de Julio de 1873, es nombrado Presidente de la I República Española, con un programa ciertamente paradójico en un republicano federalista: Su principal preocupación era reestablecer el orden y la unidad de España a todo trance, así se lo encomienda a los generales Pavía y Salcedo; éste último derrotó a los últimos cantonalistas de Cartagena. Los Tribunales de Justicia impusieron a algunos insurrectos penas de muerte que Salmerón, fiel partidario de la abolición de la misma, no quiso firmar y prefirió dimitir de su puesto. Salmerón, gran político, eminente orador, destacado jurista, acreditado pedagogo; pero sobre todo fue un filósofo.
Esta faceta, la menos conocida del personaje, es sin duda la más importante. Cuando hablamos de Filosofía no nos referimos a que fue catedrático de Metafísica de la Universidad Central de Madrid, al que luego sucedió Don José Ortega y Gasset, sino a la integridad moral del personaje que hizo propio el gran axioma clásico de: “la Filosofía como modus vivendi”.
Así lo recoge en su emotiva conferencia dictada en Septiembre de 1.902 en el Círculo Literario de Almería; un magistral cuaderno de bitácora de este paisano que nació en Alhama de Almería en 1.837:
«Todas las demás cosas que en los accidentes de la vida política se me han podido ofrecer al paso, jamás las he considerado como sucios motivos de seducción para mi espíritu”.
“Os voy a hablar de filosofía: eso es lo que profeso, eso es lo que yo puedo ofrecer como fruto más preciado, y eso es, en suma aquello con lo cual, cuando me toque la hora de declinar mi cuerpo a la madre tierra, yo podré pedir a las gentes un recuerdo, si no eterno, porque no hay nada eterno en lo humano, al menos, respetuoso”.
La filosofía es para Nicolás Salmerón una necesidad humana cuyo origen es biológico; esta actividad especulativa intenta indagar sobre el hombre mismo mediante una actividad reflexiva; en definitiva, el hombre necesita respuestas sobre la Naturaleza, sus leyes, y sobre Dios.
La filosofía, por tanto es para Salmerón utilitarista, es un medio, un vehículo, una herramienta, si bien la más exquisita, por la que el hombre toma conciencia de sí, de la Naturaleza y de Dios. Este amor por la filosofía, valga la redundancia, es lo que le hace decir a Salmerón que ella es su “Dulcinea mental”.
Este volver hacia uno mismo nos permite encontrar esa luz interior, ese Universo íntimo que es el punto de partida para elevarse y buscar, mediante la razón “la síntesis del pensamiento”. La Filosofía es por tanto la Suprema Ciencia, aquella que contiene los conocimientos más elevados y que busca a Dios como Suprema empresa. Es el Nous aristotélico, el motor inmóvil.
Salmerón en la clásica dicotomía razón o fe, se decanta por la razón, de tal manera que la fe queda reducida a un mero racionalismo; este será para Salmerón el único camino de acceso a Dios la especulación filosófica, llegando a negar la búsqueda de Dios por la vía de la fe religiosa; en este sentido Salmerón rompe ese difícil equilibrio que entre razón y fe conviene mantener; esos opuestos-complementarios que se necesitan y se incluyen. Salmerón en su etapa de juventud solo admite la razón como único elemento especulativo de acceso a Dios.
Tras un obligado exilio a Francia tras el golpe del General Pavía, Salmerón toma contacto con el positivismo comtiano; y comienza a girar hacia un empirismo de método y resultado; sin que ello implique llegar a un rigor cientifista. De todas formas la filosofía para Salmerón sirve “para enseñar al hombre la ciencia misma de la vida”.
Justamente en esta época de su exilio surge en Salmerón la necesidad de elaborar una ética civil. Una ética válida para todos los seres humanos, exigente y exigible, plena de valores y virtudes cívicas que hagan hombres honrados de cuerpo entero; es su coherencia entre pensamiento y vida. Esta ética, independiente de la religión, podrá ser exigida por el Estado a todos los ciudadanos, sea cualquiera la fe religiosa que profesen. Realmente sus palabras cobran una valiosa actualidad con la aprobación de la asignatura Educación para la ciudadanía.
“El Estado, dice Salmerón, puede y debe consentir y amparar creyentes y no creyentes, pero el Estado no puede consentir en la vida social súbditos morales y súbditos inmorales”.
La filosofía humanista contribuye a mejorar la sociedad; a transformarla a través de cada hombre que busca descubrir lo mejor que se encuentra en su interior.
Estamos ciertamente ávidos de ejemplos como el de Nicolás Salmerón, un personaje que el paso del tiempo engrandece; como decía Ortega, lo que anhelamos hoy día de Salmerón es: “su sentido moral de la vida, su anhelo de saber y de meditar”.