«Los libros sólo tienen valor cuando conducen a la vida y le son útiles». Hermann Hesse
La máquina de la industria editorial lanza constantemente títulos y títulos sobre los más diversos temas. Si están de moda los libros de aventuras tenemos una oferta increíble de nuevos talentos del genero; si una película taquillera tiene su versión escrita encontramos nuevas ediciones cada semana; si lo que está arrasando en la televisión es la vida privada de uno u otro famoso encontramos biografías de su vida en cualquier quiosco de nuestro barrio; y si lo que lee algún famoso actor o presentador son libros de autoayuda le contratan para anunciar colecciones y colecciones de ensayos pseudo-psicológicos sobre métodos de «auto-ayuda», «auto-amor» o «auto-emancipación emocional». Pero, ¿es realmente este tipo de literatura el que disfrutamos y recordamos posteriormente?, es decir, ¿nos llena de tal manera que incorporamos en nuestra vida algo de lo que leemos realmente útil?. Y es aquí cuando nos debemos preguntar por qué no se le da la importancia que merecen a aquellos títulos que han trascendido a lo largo de la historia.
«La lectura de un buen libro es un diálogo incesante en que el libro habla y el alma contesta». André Maurois
Tal vez debemos preguntarnos primero, ¿qué es un libro clásico? No se trata solamente de mirar los años que hace que se escribió, o si le han puesto la etiqueta de «best seller» en la portada. Por encima de estos detalles está el valor de su contenido, para toda la humanidad o para uno mismo, para nuestros días y para tiempos pasados. No podemos medir la validez de un libro por su recaudación al mes de salir al mercado. Puede ser que una publicación de poca relevancia mediática sea para un lector de gran importancia por todo lo que le ha aportado en el momento de leerlo. Es decir, que ha establecido un vínculo con lo que ha leído, ha penetrado en aquellos contenidos escondidos en sus palabras y ha integrado a las propias experiencias algo de lo que el autor ha plasmado en las páginas de su libro. Aun así, los llamados clásicos (a nivel nacional, mundial o universal), tienen inevitablemente algunos ingredientes básicos que aportan algo útil para los hombres. Precisamente por esto, la lectura de estas obras de arte tiene diferentes interpretaciones según el momento, lugar o circunstancias en las que lo leemos. No es lo mismo leer una poesía de Amado Nervo con 15 años que con 30 o 40. Las sensaciones o impresiones que tenemos al leerla no son las mismas ya que, como lectores, aportamos a lo que leemos nuestra propia experiencia personal. Por tanto la comprensión de lo que el autor está describiendo no es igual para un adolescente enamorado del amor que para una persona de mediana edad. La explicación es sencilla:
Así como en la niñez no podíamos ni ver un plato de espinacas y ahora ya apreciamos su sabor, o en la adolescencia creíamos que nada de lo que decían nuestros padres era cierto y ahora nos damos cuenta de la razón que tenían, del mismo modo las lecturas que antaño rechazábamos por ser «aburridos cuentos antiguos», tienen ahora más valor.
En las escuelas, institutos y universidades los profesores elaboran planes de estudios que incluyen la lectura de libros (los llamados «de lectura obligatoria») que normalmente los alumnos leen deprisa y corriendo solamente para superar la prueba que se les impone sobre el tema. Poco tiempo después esos tomos olvidados pasan a las estanterías de nuestras casas o son donados a las bibliotecas. Pero un día, alguien nos recomienda ese libro, o recordamos que lo tenemos, o simplemente nuestros gustos maduran y al releer algunos textos apreciamos cosas que anteriormente ni siquiera habíamos imaginado.
Nunca escribo mi nombre en los libros que compro hasta después de haberlos leído, porque sólo entonces puedo llamarlos míos. Carlo Dossi
Si leemos, por ejemplo, «Don Quijote de la Mancha» de Cervantes en el instituto como tarea para aprobar la asignatura de literatura, nos fijaremos en detalles de menor profundidad, de lo gracioso que es ver al caballero enfrentarse a un molino o morir de amor por la bella Dulcinea. Pero la misma lectura años más tarde, aportando nuestras propias experiencias, nos dará una visión más amplia del contenido de la obra; veremos al Hidalgo en todos sus matices.
¡Cuánta confianza nos inspira un libro viejo del cual el tiempo nos ha hecho ya la crítica! James Russell Lowell
Otro tanto pasa al leer las aventuras y desventuras de Ulises, buscando su amada Ítaca. Nos identificamos con la búsqueda y las dificultades del protagonista de la obra de Homero. Pero así como el héroe se enfrenta a monstruos, tormentas, cantos hipnotizantes de sirenas o a sus propios temores, nosotros nos enfrentamos a nuestras dificultades diarias, a nuestros fantasmas y a nuestras debilidades. Este es el poder de las obras atemporales, de los llamados clásicos: una guía para descubrir o redescubrir que tenemos en nuestras manos las herramientas necesarias para enfrentarnos a los obstáculos que se nos presentan día a día, una enseñanza sobre la aventura de vivir.
Donde se quiere a los libros también se quiere a los hombres. Heinrich Heine
Es por esto por lo que estas obras sobreviven a lo largo de los años y los siglos, por encima de otras obras de gran difusión pero que se olvidan pasados unos años. El contenido de los clásicos va más allá de la trama argumental, y es precisamente por eso por lo que acabamos leyéndolos, no por obligación ni curiosidad.
Esto es lo que tantas y tantas veces deberíamos recordar a la hora de elegir una lectura, no solo la cantidad
de carteles publicitarios que vemos en las calles, sino el peso y valor que tiene un libro.
Se trata de escoger los libros, independientemente del año en que se escribieron o quién es el autor. Saber seleccionar lo que leemos; un equilibrio de buenas lecturas.
Todos los libros pueden dividirse en dos clases: libros del momento y libros de todo momento. John Ruskin
Un buen libro, uno de los que se consideran «clásicos», es aquel que nos sirve de referencia. Como el faro que indica al pescador donde está el puerto.
En su origen, la palabra «clásico» (del latín classicus: perteneciente a una clase superior) se refería a aquello que debía tomarse como modelo por ser de clase o calidad superior. Así pues, tomando esta acepción de la palabra, un libro clásico es aquel que alcanza el rango de sublime, imperecedero e inmortal. Y precisamente por ello no han de menospreciarse aquellas obras que han tenido relevancia a lo largo de toda la historia.
No es preciso tener muchos libros, sino tenerlos buenos. Séneca
Buscaba información para una conferencia sobre e¡como elegir un buen contenido y este escrito me ha sido de gran ayuda.
Gracias