Una de las civilizaciones que más ha cautivado al público ha sido la del Egipto Antiguo. El desciframiento del jeroglífico en 1822 por Champollion, llamado justamente «el egipcio», el descubrimiento de la mastaba casi intacta de Tutankamon, han sido dos hitos en la aparición de la «egiptomanía». Pero la pasión por Egipto es casi tan antigua como esta civilización. Griegos, romanos, árabes, príncipes y aventureros, científicos y pensadores modernos se han sentido fascinados por la civilización de las riberas del río Nilo. Cada uno de ellos ha fabricado su propio mito que, a veces, ha ocultado al verdadero Egipto.
Para los griegos, desde el segundo milenio antes de Cristo, Egipto ya se les aparecía como muy antiguo, de tal manera que para ellos Egipto había existido desde siempre. Solón, uno de los siete sabios de Atenas, es instruido en la remota historia de su propia ciudad por los sacerdotes egipcios, hablándole, según narra Platón, de enfrentamientos con ejércitos de la mítica Atlántida, hace 12.000 años.
Egipto contaba a los ojos griegos con una organización social estable y casi perfecta que garantizaba la concordia social y el buen funcionamiento de la vida diaria. Licurgo y Solón visitaron Egipto para inspirarse y otorgar a Esparta y Atenas, respectivamente, una constitución política adecuada. Para estos sabios griegos la organización social egipcia era digna de ejemplo por el cumplimiento natural de los deberes comunitarios y el buen funcionamiento de la medicina y la justicia. Y lo hicieron tan bien, que durante los primeros tres mil años de su historia no van a conocer prácticamente guerras ni problemas sociales, de ahí que para los griegos el Antiguo Egipto se les apareciera como un pueblo pacífico desde el principio de los tiempos.
Para los romanos Egipto es la Tierra de la Salud. Y, efectivamente, hubo un gran desarrollo de la medicina. Ya desde el principio de su aparición en la Historia, contaba con especialistas de los ojos, del riñón, de la sangre, del sistema respiratorio. Decían los romanos que en Egipto había un médico para cada enfermedad. Y recomendaban a todos lo que tenían una salud delicada pasar una temporada en tierras de Egipto, como hizo el mismo Séneca, quien padecía una dolencia pulmonar. El ideal egipcio de la salud es la armonía que ellos llamaban «Magia»; cuando hay correspondencia entre lo interno y lo externo, entre lo espiritual y lo físico, entonces hay salud, armonía y magia. Curiosamente, hoy se vuelve a retomar esta idea de la Antigüedad y la medicina contemporánea cada vez investiga más las relaciones que hay entre las enfermedades del cuerpo y los desequilibrios del alma.
Una de las imágenes que más ha influido en la egiptomanía es la de las momias. El origen de esta palabra es árabe, viene de mumia que significa bitumen (betún), una sustancia que usaban tradicionalmente los árabes de Egipto. ¿Por qué los árabes identifican a las momias con la curación? Seguramente seguirían recordando los altísimos conocimientos de anatomía y medicina de los embalsamadores egipcios. Esta asociación de ideas provocó que durante toda la Edad Media se creyera en las propiedades curativas del polvo de momia; hubo un gran comercio de polvo de momia y los más hipocondríacos no salían de casa sin llevar encima un saquito con el supuesto polvo curativo. En el siglo XVIII se puso de moda desenliar momias en los salones ingleses.
La pasión por el Antiguo Egipto provocó también el expolio de cantidades enormes de tesoros y piezas arqueológicas que se buscaron con ahínco en el interior de las pirámides. Para los griegos las pirámides eran enormes llamas de fuego – de ahí su nombre, de pir, «fuego, ígneo»-, o sea, templos dedicados al conocimiento, dado que el Fuego era el símbolo de la Sabiduría. Pero con la pérdida de la clave interior, el tesoro que es el conocimiento se dejó de lado y se identificó ese tesoro del que hablaban los griegos con las joyas y el oro. En el s. XIV era tal la pasión por estos tesoros, que los buscadores árabes eran considerados como un gremio y pagaban impuestos como artesanos. Hasta los Reyes Católicos enviaron un embajador para participar del suculento «pastel». Mas, ¿qué simbolizaba para los propios egipcios la pirámide? Su arquitectura refleja el orden y la armonía del Cosmos que debe reflejarse en la sociedad; descubrirlo para aplicarlo era el gran tesoro para los egipcios.
Si Platón, Pitágoras, Tales, Solón, Demócrito, Marsilio Ficino, Giordano Bruno y tantos otros sabios aprendieron del Antiguo Egipto -como diría Howard Carter- «cosas maravillosas», el apasionado del Egipto Antiguo tiene la misma oportunidad de redescubrir aquellas viejas enseñanzas, que hablan de mejoramiento, de convivencia, de vivir armonizando el mundo celeste y el mundo terrestre, el mundo de las ideas y el mundo de las acciones.