Los inuits continúan siendo el grupo humano más sorprendente del planeta. Incluso se ha llegado a afirmar que son la gente más “feliz” del mundo. El pastor Biar los llamó «esquimales», adoptando así la palabra que, con el significado de «comedores de carne cruda», viene probablemente de la palabra de los indios wabanaki eskimantsik. Por ello la palabra «esquimal», tiene un sentido despectivo para estas poblaciones árticas que se llaman a sí mismos «inuit» (en su lengua significa «la gente»), o «yupik».
Desde el punto de vista geográfico, debemos de tener presente que las poblaciones inuit se extienden a lo largo de unos 5.150 kilómetros y dentro de esta vasta extensión se encuentran muy diversas etnias y pueblos. Inicialmente basaron su economía en la caza y la pesca, para lo cual empleaban utensilios nativos, elaborados con materiales naturales: arpones, cuchillos, kayaks, etc. Cada asentamiento estaba integrado por varias casas unifamiliares. Las viviendas de estas comunidades son los iglúes, vocablo que en lengua inuit significa «casa». El conocido iglú de hielo sólo es empleado en situaciones de emergencia.
La organización social inuit, antes de la llegada de los europeos, se asentaba sobre el núcleo familiar. Cada familia es un ente autónomo, que mantiene relaciones de amistad y cooperación con sus vecinos. Las relaciones sociales se fundamentan en la solidaridad y la cooperación. Los negocios e intercambios se llevaban a cabo sin regateo, siendo la ley comercial la hospitalidad y la generosidad. La tacañería se ha considerado siempre socialmente deplorable. Entre los esquimales un ladrón es ridiculizado por el grupo, mientras que al egoísta basta con ignorarle. En caso de asesinato, la justicia se cumplía mediante la venganza personal.
En lengua inuit, la noción clave del mundo sobrenatural con sus poderes, sus dioses y sus espíritus, es inua, que significa «su señor, su persona». Para los Inupiat de Alaska, todo lo que existe posee un alma. Todo está interrelacionado en el espacio y en el tiempo. En el espacio por las conexiones entre las diferentes dimensiones visibles e invisibles del universo. En el tiempo, por los ciclos dinámicos que recorren todas estas dimensiones. El verdadero ser humano no es el cuerpo, sino el alma, representada por el nombre, de ahí que, como los indios pieles rojas y tantas otras culturas antiguas, el nombre es algo que debe conquistar cada uno, cada uno debe lograr conocerse a sí mismo.
Todo en la naturaleza y en el mundo animal tiene su genio protector. La divinidad suprema de la tierra y del cielo lleva el nombre de Sila. Es la diosa del aire, del mundo y de la sabiduría, a la manera de la Isis egipcia, diosa del conocimiento secreto y del espacio, Madre de la Naturaleza. Toda la naturaleza es gobernada en última instancia por Sila por medio del viento, la tempestad de nieve, las nubes y las lluvias, así como por el mar y la atmósfera, que desempeñan un gran papel en la vida del inuit y son a menudo de una importancia decisiva en su vida de cazador y pescador.
Al cuervo lo concebían como creador del mundo y héroe civilizador. El dios de la luna en cuanto señor de la caza (mamíferos marinos) desempeñó también un papel importante. Presidía los nacimientos, la menstruación, etc.
En la superficie de la tierra, los seres sobrenaturales, «señores» de la tierra con sus montañas, sus tundras, sus lagos, fueron objeto de veneración. Los mamíferos marinos ( ballenas, morsas, focas), los peces, los animales de la tierra y el cielo, todos ellos provisto de un alma (inua), fueron objeto de veneración a través de ritos y ceremonias. La negligencia de esos ritos provocaba la cólera del genio del animal. Esta cólera tenía como consecuencia que los animales desaparecieran y los seres humanos se vieran abrumados por el hambre y la enfermedad. No se podía entonces reestablecer el orden del mundo y la armonía entre los hombres y los animales sino mediante un complejo ceremonial en el que se refleja la necesidad de armonía de los inuit con los demás seres vivos. Y éste ha sido siempre el sentido de las ceremonias, lograr unirse a la naturaleza y al cosmos, buscando la armonía y la unión con ese universo al que se pertenece.
En lo que concierne a los ritos de caza, debían garantizar al animal abatido un trato adecuado, mediante la conservación de algunas partes del cuerpo, sobre todo de la vejiga, depositaria del alma, para que pueda reencarnar adecuadamente y estar contento en su nuevo renacimiento. Curiosamente, la vejiga siempre ha sido considerada símbolo del mundo intermedio entre el cielo y la tierra, el elemento de comunicación entre dios y los hombres. Vejiga piscis es, en el Cristianismo primitivo, símbolo de Cristo, el intermediario entre el Padre y los hijos. La vejiga del pez tiene forma de semilla, es la mandorla sacra, la semilla sagrada del Pantocrator románico, es el Skanda de los hindúes, la semilla que contiene lo que no muere, lo que pasa de una vida a otra, aquello que vence la aparente muerte y renace con la potencialidad de lo aprendido anteriormente.
Para los inuits nada muere, todo reencarna. Para los Inuits de Groenlandia el hombre está compuesto de un cuerpo, un nombre y un alma inmortal. Tras la muerte del cuerpo, el alma se dirige hacia un paraíso, localizado en el mundo subterráneo, o hacia un mundo de hambre y frío localizado en el mundo de arriba. Los Inuits ven el cosmos como constituido por varios mundos, visibles e invisibles, interconectados, evolucionando simultáneamente y en los cuales ellos participan de varias maneras. La reencarnación pertenece al proceso dinámico de relaciones entre estos mundos. Los inuits dan al recién nacido el nombre de un miembro difunto de la familia cuando piensan que el bebé es su reencarnación. Dar al recién nacido el nombre de un antepasado quiere decir que esta nueva persona es de hecho este antepasado, o que éste se conecta mágicamente a la nueva persona, o que está protegida por la línea de los antepasados y los totems.
En la educación de los inuits la reencarnación ocupa un lugar muy especial. Para ellos la educación está basada en el despertar de memorias que remontan más lejos que la existencia actual. Aprender es recordar, como enseñaba Platón. Piensan que la observación atenta es el medio de aprender. A partir de aquí, la vida en curso es desarrollo y enriquecimiento. La educación inuit implica mucho más que una simple programación del cerebro, una puesta en marcha del ser humano integral, pretendiendo que aproveche la vida aprendiendo a vivir.
El chaman inuit, anqakoq o tonralik, tiene no solamente el deber de asegurar el alimento, sino también otras tareas, como la de restablecer la armonía entre los hombres y los seres del mundo sobrenatural cuando se rompe. Cuando las ofensas de las personas desequilibraban el Universo, el chamán puede volar al mundo de los espíritus y servir de mediador con ellos, con el fin de restablecer la armonía. También hay mujeres chamanes, cuya principal actividad es curar.
La gente inuit tiene muchos tabúes, rituales y ceremonias que significan una forma de vida armoniosa y ecológica. El respeto es, por lo tanto, un elemento clave para la espiritualidad inuit. Para el inuit el ser humano está integrado dentro de la Naturaleza y no es un elemento que permanezca al margen de ésta. La humanidad, la tierra y los animales están unidos no sólo físicamente, sino también ética y espiritualmente, ya que todos forman parte del mismo universo moral.
El hombre llamado civilizado –en comparación con pueblos menos desarrollados tecnológicamente-, debe aprender mucho de la espiritualidad de aquellas gentes, si quiere preservar su esencia humana. Muchos vivimos en sociedades donde se preserva el cuerpo, pero donde lo interno, lo verdaderamente importante, lo que da sentido a lo externo, se debilita y muere por falta de alimento adecuado.
La filosofía es alimento apropiado porque través de las preguntas fundamentales que todos los seres humanos nos hacemos, ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿hacia dónde voy?, cultivamos el conocimiento de nosotros mismos. Y en lo profundo, se descubre que tanto inuits, como europeos, americanos, orientales, etc., tenemos en común nuestro origen, nuestra esencia y nuestro destino.