Teorías sobre la evolución del ser humano, los animales y las plantas datan de hasta el 500 a. C., en la época de los presocráticos. Ha sido un largo camino para llegar a la ciencia como la conocemos ahora, pasando por Aristóteles y su desarrollo del campo de la zoología. Lo único constante en este largo camino ha sido el cambio, aunque muchas veces lo solemos olvidar.
Existen lugares naturales que, haciendo de laboratorio, nos permiten evidenciar ejemplos de vida que han logrado evolucionar, adaptarse e incluso cambiar su aspecto físico frente a los cambios de su entorno. Observando estos lugares podemos aprender de su naturaleza, siempre moldeable, e imitar la sutileza y calma que presentan frente a momentos de «crisis» o eventos naturales: fenómenos geológicos, cambios climáticos extremos e incluso el desgaste del paso del tiempo.
A 1000 km de la costa ecuatoriana se encuentra un archipiélago considerado como una de las zonas volcánicas más activas del mundo. El científico naturalista Charles Darwin, luego de su expedición a bordo del HMS Beagle en 1835, llegó a la conclusión de que este archipiélago era un laboratorio natural que iba a revolucionar nuestra visión de la ciencia y a inspirar a todo aquel que se dejara envolver en su encanto. De ahí que Darwin, al igual que los navegantes del siglo XVII, se refirió a las Islas Galápagos como «las Encantadas».
En aquel entonces, cuando Darwin llegó, la flora y la fauna de las islas venían evolucionando hacía ya millones de años. Su principal misión como naturalista a bordo de la expedición era recolectar rocas, fósiles, muestras de plantas y restos de animales para ser enviados a expertos en Londres y Cambridge (Darwin, 1909). Seguramente, Darwin no se imaginó que las siguientes cinco semanas cambiarían su manera de ver la vida para siempre.
El joven naturalista pasó sus días estudiando este lugar de la manera más pura y orgánica: mediante la inteligente observación, usando dibujos y anotaciones para desarrollar teorías y conclusiones a partir de sus reflexiones.
Se hace casi imposible imaginar el asombro que debió de haber experimentado este joven naturalista inglés al observar tortugas gigantes, aves que habían perdido la habilidad de volar acortando sus alas, iguanas marinas capaces de bucear a varios metros de profundidad para comer algas, e incluso pingüinos tropicales (Salinas de León et al., 2020). Sin embargo, lo que más llamó su atención fue el hecho de que la misma especie –tortugas, cucuves, pinzones—, variara tanto físicamente de isla a isla.
Pinzones, cucuves, picos y caparazones
Aunque popularmente se cree que los pinzones de las Galápagos fueron la especie que inspiró a Darwin para desarrollar su teoría sobre la evolución, esto no es del todo cierto. Incluso se conoce a estas aves como «pinzones de Darwin». Sin embargo, fueron los cucuves de las Galápagos y sus picos variados lo que dejó a Darwin intrigado y curioso por saber qué «fuerza» natural impulsaba estos cambios.
Mientras los exploradores del HMS Beagle recorrían el archipiélago, Darwin iba recolectando especímenes de cucuves de cada lugar y clasificándolos según su hábitat e isla. Notó que, en algunas islas, el pico de los cucuves era más grueso y corto, mientras que en otras era alargado y fino. Por el contrario, la recolección de especímenes de pinzones no fue metódicamente clasificada (Sulloway, 1984). Sin embargo, también era obvio la gran especiación que existía entre ellos. Lo mismo ocurrió con las tortugas y sus caparazones. A medida que el hábitat de las tortugas cambia en elevación y entre islas, sus caparazones también varían en su forma y tamaño, pues en algunas islas su alimento se encuentra alto en la vegetación y el caparazón debe permitirles estirar más su cuello, mientras que en otras islas su alimento esta sobre el nivel del suelo, presentando un caparazón más achatado.
Cuando regresó a Inglaterra con sus especímenes recolectados, tuvo varias reuniones con el reconocido ornitólogo John Gould, junto con el cual discutía los orígenes de estas aves y todas las posibles explicaciones de su especiación entre islas. De igual manera, Darwin tenía un colega, el naturalista británico Alfred Wallace, que, paralelamente, se encontraba en el sudeste asiático recolectando especímenes y reflexionando sobre su origen y evolución. Fue el intercambio de cartas con su colega lo que convenció a Charles Darwin para publicar su libro El origen de las especies, ya que su colega estaba a punto de publicar análisis similares a los que Darwin había concluido.
Luego de varios años desde su expedición a las Encantadas, Darwin publica sus conclusiones científicas, conclusiones que sabía que causarían gran disgusto a la sociedad conservadora y religiosa de la época.
Principios claves de Darwin
- En todas las especies hay variaciones.
- Cada especie tiene rasgos determinados por la herencia. Los rasgos heredados se transmiten de padres a hijos.
- La mayoría de las especies producen cada año más crías de las que el medio ambiente puede soportar. Esto provoca una competencia entre los miembros de la especie por los limitados recursos naturales. Solo los individuos supervivientes se reproducen y transmiten sus genes a la siguiente generación.
- Supervivencia del más apto: algunos individuos sobreviven a la lucha por los recursos. Los rasgos que ayudaron a estos organismos a sobrevivir se transmitirán a su descendencia. Este proceso se conoce como «selección natural», expresión original de su colega biólogo Herbert Spencer.
Lo cierto es que Charles Darwin sacudió la mentalidad creacionista de la época con sus teorías de evolución y selección natural. Gracias a él, las islas Galápagos son laboratorio evolutivo reconocido en todo el mundo hasta el día de hoy. Aunque Darwin lideró de cierta forma este cambio de mentalidad en el campo de la ciencia, gran parte se debió a la colaboración y aportaciones de sus colegas.
Origen de las Encantadas
Hace más de tres millones de años las islas Galápagos —archipiélago compuesto de trece islas— se formaron a causa de erupciones volcánicas. Las calderas volcánicas o «hot spots» que originaron las islas siguen activas y se encuentran actualmente bajo la isla Fernando e Isabela (Sinton, 1996).
Erupciones recientes (2020) se han reportado en el oeste del archipiélago, en las cuales grandes flujos de lava basáltica se generan en el interior de las calderas, en muchos casos llegando hasta el mar. Existen varias especies protegidas, como tortugas gigantes o las exóticas iguanas rosadas de Galápagos que habitan a las faldas de estos volcanes activos, como es el caso del volcán Wolf en el norte de Isabela.
La constante actividad volcánica pone en riesgo a la población y a las especies protegidas. Sin embargo, esto viene sucediendo a través de la historia desde hace miles de años. Es parte de la naturaleza de las islas, y es muy probable que poblaciones enteras de alguna especie hayan desaparecido sin que lo sepamos, a causa de estas erupciones.
Ejemplos de adaptación y resiliencia
Las especies endémicas de este lugar conocen muy bien la naturaleza de las islas, y si las tenemos presentes en la actualidad es porque ellas han ido cambiando con su entorno. Por ejemplo, los endémicos cormoranes no voladores, que hace miles de años perdieron su habilidad de volar, sus alas se acortaron y su vida se volvió más acuática que aérea. Al haber abundancia de vida marina, estas aves han desarrollado pulmones de apneístas y, por lo tanto, pueden bucear hasta más de cuarenta metros de profundidad en busca de alimento.
Otro ejemplo de una especie endémica y acuática es la iguana marina. Estas iguanas han logrado adaptarse a la escasez de comida terrestre y explotar ambientes marinos en busca de algas, y ocasionalmente algún pez. Su dieta es oportunista y pueden vivir de distintos nichos dependiendo de las condiciones. Un caso particular de adaptación en las iguanas se evidenció en años de extremos con el Niño, fenómeno climático que causa un significativo incremento de temperatura oceánica en el Pacifico este tropical. Investigadores que habían estudiado poblaciones de estas iguanas durante más de ocho años, descubrieron que la longitud corporal de estas se redujo hasta un 20% a causa de la escasez de alimento por las extremas condiciones climáticas. Esta reducción permitió que su demanda energética bajara, y así poder sobrevivir consumiendo el poco alimento disponible (Wikelski y Thom, 2000).
Cuando las condiciones extremas pasaron y la situación climática se normalizó, el cuerpo de las iguanas regresó a su longitud usual.
Enseñanzas actuales
Durante siglos, las Encantadas han maravillado a la comunidad científica y al mundo. Actualmente no deja de sorprendernos y recordarnos que siguen en constante evolución.
Hace unos meses se redescubrió un espécimen de tortuga gigante de Fernandina (Chelonoidis phantasticu). Esta especie de tortuga se creía extinta hace más de cien años; sin embargo, su reaparición nos demuestra que aún tenemos mucho que aprender sobre este laboratorio natural y su biodiversidad.
En el siglo XIX, las poblaciones de tortugas gigantes de Galápagos fueron explotadas casi hasta el borde de la extinción por balleneros y bucaneros. Desde entonces, esfuerzos por preservar esta especie icónica han sido llevadas a cabo por muchas fundaciones y organizaciones internacionales. También se considera la posibilidad de que muchas poblaciones de tortugas gigantes de Galápagos hayan desaparecido a causa de erupciones volcánicas.
Otro evento reciente fue el colapso del famoso Arco de Darwin, localizado en las islas más norteñas del archipiélago: Darwin y Wolf. El derrumbe del arco se dio por causas naturales; en este caso, la inevitable erosión del paso del tiempo. Vientos, mareas y oleajes contribuyeron a este suceso; sin embargo, este fue otro ejemplo del constante cambio a causa de fuerzas naturales que rigen este laboratorio. El Arco de Darwin, ahora llamado «los Pilares de la Evolución, son remanentes de la cúspide de un volcán sumergido, de gran importancia ecológica, pues, bajo el agua, actúa como sitio de agregación de peces pelágicos, incluyendo tiburones ballena.
Lo que alguna vez fue una ventana natural —el Arco de Darwin— ahora es una representación del constante cambio que vivimos. La Tierra, el gran ser vivo que habitamos, nos recuerda que grandiosas fuerzas naturales moldean inexorablemente nuestro mundo: lo único constante es el cambio y la evolución.
Bibliografía
Darwin, C. (1909). The origin of species (pp. 95-96). New York: PF Collier & son.
Salinas de León, P., Andrade, S., Arnés-Urgellés, C., Bermúdez, J. R., Bucaram, S., Buglass, S. & Worm, B. (2020). «Evolution of the Galapagos in the Anthropocene». Nature Climate Change, 10 (5), 380-382.
Sinton, C. W., Christie, D. M., & Duncan, R. A. (1996). «Geochronology of Galápagos seamounts». Journal of Geophysical Research: Solid Earth, 101 (B6), 13689-13700.
Sulloway, F. J. (1984). «Darwin and the Galapagos». Biological Journal of the Linnean Society, 21 (1-2), 29-59.
Wikelski, M., & Thom, C. (2000). «Marine iguanas shrink to survive El Niño». Nature, 403 (6765), 37-38.
Camí tú sabes que me gusta leer tus artículos. Este es muy interesante para conocer un poco más de la evolución de las islas encantadas