Me han pedido que escriba sobre mujeres pero, después de investigar lo suficiente, he decidido hacerlo sobre seres humanos. Y es que al acercarte a la realidad más habitual de La India, necesitas mencionar esa expresión lo más alto posible: «seres humanos».
Una niña de diez, once o doce años es negociada en matrimonio con un hombre de diez a quince años mayor que ella. Una vez celebrada la ceremonia y entregada la dote acordada, pasa a vivir con su familia política para la que trabajará abusivamente, a las órdenes de su suegra.
A los trece años tendrá su primer hijo. Si su marido o la familia de éste creen no cumplido el acuerdo de la dote, o lo esperado de ella, él le aplicará las agresiones que considere merecidas. Una medida compensadora frecuente es prenderla fuego con el queroseno que ella usa para cocinar, en medio de una disputa familiar cualquiera. Una vez quede viuda, podrá ser expulsada a la calle.
Otra fortuna sería, en lugar del acuerdo matrimonial, ser entregada a la prostitución o mutilada para ser usada en la mendicidad. Llega a considerarse tan mala suerte tener una hija en La India, entre otras cosas, por la dote que implica su casamiento, que uno de sus dichos es ojalá seas padre de mil varones
Contra estos y otros abusos, que cada día se suman a la pobreza del país, principalmente en determinadas castas y zonas rurales, y también contra los que pretenden realizar algunos funcionarios públicos (como quedarse con comida donada para venderla en el mercado, o sobornar a las familias quitándoles lo poco que tienen), se levanta el ejército de los saris rosas.
En el año 2006, una de aquellas niñas llamada Sampat Pal, una vez cumplidos los 44 años, crea junto con otras 25 mujeres una iniciativa contra tanta injusticia: el Gulabi Gang o banda rosa, en el Estado de Uttar Pradesh. Decidieron tener uniforme y eligieron el color de la mujer. Ahora son casi 100.000; juntas han dejado de sentirse solas, son fuertes y ya no están tristes. Realizan manifestaciones, se enfrentan a maridos, funcionarios y terratenientes. El pueblo las respeta y el criminal las teme. Han logrado hacerse un hueco necesario basado en mirar a los ojos al agresor, la unión, la razón y el manejo del lathi, palo de bambú que lleva la policía india.
Entre sus objetivos está también conseguir que la Educación llegue hasta la mujer y que los padres no acuerden matrimonios con niñas. De todos es conocido el potencial que el papel de la mujer tiene especialmente en los países en desarrollo. Su creciente importancia en la agricultura, gracias a los microcréditos, unido a su también ascendente acceso a la Educación, ha hecho que el PIB de muchas de estas naciones se vea consecuentemente favorecido y disminuyan sus niveles de mortandad, principalmente infantil. Por tanto, dejemos que hagan su papel, en lugar de agredirlas injustamente.
En realidad, la aparición de este nuevo Robin Hood rosa, como ya la ha llamado algún medio de comunicación, es un gesto heroico y necesario que nos ha de servir, sobre todo, para ser más conscientes de la realidad que tiene como trasfondo. Ese es el protagonista: lo que ocurre cada día en un pedazo de tierra hermana a la que pisamos, en un pedazo de carne hermana a la que sentimos, y que no debe seguir ocurriendo.
Gulabi gang tiene su propia página web www.gulabigang.in, pobre, como ellos, pero está, como ellos, a través de la cual se puede colaborar. Incluso, por si queremos saber más sobre este movimiento, su dirigente y fundadora, Sampat Pal, ha escrito un libro que podemos encontrar en la editorial planeta: El ejército de los saris rosas.