Comenzó su trayectoria profesional como ingeniero industrial, pero con una intensa inquietud por la prehistoria desde pequeño que le llevó a profundizar en todo lo relativo a la historia del ser humano, y a formarse en antropología física y evolutiva. Su gusto por la divulgación y la escritura le ha permitido trabajar como formador y conferenciante sobre evolución humana. Es autor también, desde 2014, del blog divulgativo NutcrackerMan.com, y cofundador del Club de Ciencia Boadilla. A raíz de la lectura de una obra del paleoantropólogo Jean Jacques Hublin sobre la prehistoria de la compasión, se dedicó a investigar los hallazgos sobre las evidencias del cuidado a seres humanos enfermos, discapacitados o heridos en tiempos remotos en los que se suponía que las necesidades de supervivencia llevarían a los grupos humanos a prescindir de todo lo que supusiera una carga para aquellas sociedades primitivas. Nada más lejos de la realidad.
¿Cómo llega a la idea de hablar de la compasión en los primeros seres humanos?
Hasta hace poco más de dos décadas nadie había escrito sobre este tema a nivel académico, y yo creo que todavía hay bastante prudencia a la hora de abordar temas que vayan más allá de lo puramente físico. Desde luego, la morfología es un clásico a la hora de estudiar la condición humana, y debe seguir siéndolo, y luego está el estudio de la cultura, de la arqueología de las culturas y las industrias que iban desarrollando nuestros antepasados. Esos son los dos grandes núcleos desde los cuales se ha movido el estudio de la evolución humana a lo largo de ciento cincuenta años. Ahora, desde hace un par de décadas, las cosas se han ido ampliando, porque el conocimiento es mayor y las disciplinas científicas que podemos utilizar son más amplias, por ejemplo la genómica, gracias a la cual podemos acotar los grupos humanos y las especies que existían, al igual que con el estudio del proteoma.
Por un lado, está siendo fantástico poder ampliar miras y, por otro, algunas de las antiguas disciplinas que no se atrevían a salir tanto a la luz, como por ejemplo la bio-arqueología de la compasión, o la bio-arqueología de los cuidados, lo están haciendo, y se han formalizado métodos para poder determinar si, a partir del estudio de ciertos fósiles y su contexto, se puede llegar a deducir que determinados individuos tuvieron atención y tuvieron cuidados por parte de sus semejantes dentro de sus grupos. Grupos que eran pequeños y vivían en medios tremendamente hostiles y, de alguna forma, necesitaban cuidar de los suyos, primeramente para el beneficio del grupo; porque esto va de que, al final, en un grupo de veinte personas, los adultos en edad reproductora no son muchos y ningún individuo es despreciable. Por lo cual, al principio es posible que esos cuidados se dieran para beneficio del grupo, pero, poco a poco, va surgiendo otro tipo de comportamiento que nos lleva a pensar que ya no solo es para beneficio del grupo, sino que empezaban a sentir compasión o altruismo, vínculos de tipo afectivo que les llevan a cuidar de los demás sin ningún motivo particular que supusiera un beneficio concreto para el grupo. Por ejemplo, estoy pensando en casos de niños discapacitados que se ha visto que vivieron doce años sin ningún beneficio para el grupo; al revés, era un entorpecimiento para ellos.
Desde hace unos veinte años esto se viene estudiando y ya no hay tanto miedo al rechazo, porque la comunidad científica, hace cincuenta años, no abordaba estos temas que se salían un poco de lo físico, y se entraba en terrenos más sociológicos o filosóficos incluso. Ya no, ya estamos hablando de temas muy físicos también.
Curiosamente, en contra de lo que se solía entender como la idea de la supervivencia individualista del más fuerte, hay estudios recientes que hablan de la cooperación como el verdadero elemento de la evolución grupal darwinista…
El mismo Darwin, en su obra El origen del hombre, planteaba dos cosas: una, cómo nuestros antepasados comenzaron a desarrollar unas cualidades sociales muy importantes alrededor de la cooperación a la hora de dar a luz y de criar a los niños. En los humanos, los partos son mucho más difíciles que en otros animales y, desde luego, que en nuestros primates más próximos, como las chimpancés y las gorilas, que son totalmente autónomas para dar a luz y para cuidar de los recién nacidos, los cuales, además, no son tan frágiles y desvalidos como los humanos.
En los humanos pasa todo lo contrario, es un parto muy difícil y requiere atención. Difícilmente una humana puede dar a luz por sí sola, y los nacidos requieren cuidados en el primer año de vida, porque el recién nacido no tiene absolutamente ninguna autonomía. Entonces ahí, el propio Darwin, en su obra El origen del hombre, de 1871, planteó que uno de los núcleos de la sociabilidad y de los grupos sociales era la cooperación, que se daba a través de esas ayudas sociales que se producían necesariamente por el parto y la crianza. Él se planteaba hasta qué punto la selección natural podía favorecer determinados comportamientos altruistas que iban en contra incluso del beneficio de los grupos, ya que el cuidado de las personas más débiles entorpecía la marcha del conjunto. ¿Hasta qué punto esto favorecía la evolución? Bueno, la prueba está en que, al final, estos comportamientos son los que han salido adelante, es decir, se seleccionaron positivamente a lo largo del tiempo y de los procesos evolutivos que fueron configurando la humanidad.
Luego, con el tiempo, hemos visto que tampoco la evolución es un proceso lineal, ni mucho menos, sino que también es un poquito «prueba y error». La naturaleza ha ido jugando a través de «prueba y error» con nosotros, y algunos grupos humanos, tal vez, que iban desarrollando comportamientos cooperativos de forma más rápida y abundante que otros grupos humanos acabaron por extinguirse, o por causas naturales, o por falta de adaptación al medio o a determinados cambios climáticos.
Sin embargo otros, que estaban más atrasados en cuanto a tecnología, cooperación, etc., acabaron por desarrollar esos mismos comportamientos, así que, igual… la prueba somos nosotros de que esos comportamientos son, al final, los que nos han llegado y los que se desarrollaron de una manera cada vez más acusada durante el Paleolítico. Así, lo que en un principio podía ser una acción de interés para el grupo se acabó convirtiendo en un vínculo afectivo que se reforzaba con el comportamiento compasivo, lo que generaba un bienestar, que es otro tipo de beneficio para el grupo.
Entonces eran igual que nosotros ahora, que nos sentimos bien cuando actuamos en beneficio de otros. Ellos son de donde nosotros venimos y hace, tal vez, medio millón de años, ya comenzaban a sentirlo. Algo que podemos ver en Atapuerca, en la Sima de los Huesos, con la famosa «Benjamina», que aparece en el capítulo cinco del libro, con lo cual, hace un mínimo de un millón de años que ese sentimiento ya lo teníamos. Eso se suma a otros sentimientos que también se iban desarrollando, como los vínculos hacia el más allá, como se ve en el depósito intencional de cadáveres y con ciertos gestos como tirar un bifaz bonito, como Excalibur en la Sima de los Huesos, o hacer depósitos de cuerpos en el fondo de una cueva de complicado acceso, sin tener ningún motivo fisiológico o que pudiera ayudar a entender por qué hacían eso.
Hace dos millones de años algo cambió en nuestro cerebro, y este comenzó a encaminarse hacia la cooperación y hacia determinados comportamientos que consideramos «modernos»; uno de ellos es el cuidado de los demás. Y hace medio millón de años, como mínimo, existe un determinado vínculo más especial hacia dos tipos de perfiles. Por un lado, hacia perfiles que, en vida, han tenido algún tipo de problema y nos ha hecho sentir una necesidad de ayudarles, y eso nos ha permitido reforzar ese vínculo con ellos; luego, una vez muertos, ese vínculo tan especial en vida lo hemos llevado hacia unos enterramientos especiales, expresados de una manera espectacular, como vemos tanto en neandertales como en sapiens, con unos enterramientos muy especiales y adornados de este tipo de personas.
Hay especies animales en las que se dan también casos de cooperación y ayuda, incluso con individuos de otras especies, como es el caso de las ballenas protegiendo a focas y delfines de las orcas, pero el ser humano es el único que ha institucionalizado la compasión, creando entidades alrededor de la idea de prestar ayuda a otros, y la ha convertido en una seña de identidad propia. Respecto a lo que decía de esa idea simbólica ante la muerte, también es algo que caracteriza a nuestra especie y que resulta igualmente único, que no se ve en ninguna otra especie animal, ni siquiera en los primates más evolucionados.
En el libro, lo que trato de describir de alguna forma es que, en la evolución, no todo va de cero a cien, y en la naturaleza tampoco, de ninguna manera lo es, y en el caso de la compasión es igual. En el reino animal hay seres, como los que has mencionado u otros, que muestran una pena, una tristeza, un sentimiento… como cuando a una chimpancé se le muere el hijo. Pero hay dos grandes diferencias: una, que nosotros, a la hora de realizar determinados actos en vida y en muerte, lo hacemos de una forma sistematizada.
Esa es una de las grandes diferencias, y los primatólogos son los primeros que estudian y valoran todos estos sentimientos que muestran los animales de tristeza o de ayuda a los demás. Pero si pones en una lista un inventario de acciones que los primatólogos hayan podido documentar en primates en cautividad, que es diferente a la de los que viven en estado salvaje, desde luego es muchísimo más limitada que los comportamientos que cada día realizamos los humanos. Y, como tú bien dices, está institucionalizado en nuestras estructuras sociales, y las enfocamos alrededor de la atención y los cuidados hacia los otros, como eje del progreso de los grupos.
La otra gran diferencia es que los animales, por ejemplo, sienten pena cuando se muere un ser próximo, como un chimpancé macho al que se le muere un amigo suyo, o una hembra a la que se le muere el bebé, pero, hasta cierto punto, una vez que superan un periodo de duelo, abandonan el cadáver y pasan página. Nosotros, sin embargo, mantenemos ese vínculo con el ser querido que nos ha dejado, lo seguimos teniendo en el recuerdo, pero además hacemos algo físico con el cuerpo de ese ser querido; lo enterramos de una manera especial, lo seguimos visitando incluso después de muerto, incluso sabiendo que ese cuerpo se está descomponiendo, y establecemos un vínculo con él en el más allá, y eso es algo que nos diferencia de una forma muy grande con respecto al resto de los animales. Tú lo has dicho, somos la única especie que hace estas cosas tan «extrañas».
Sí, y además no ha cambiado con el desarrollo del ser humano, de las sociedades o de la tecnología. Seguimos usando formas y expresiones muy parecidas de relacionarnos con nuestros muertos.
Efectivamente, los seguimos enterrando, los seguimos depositando bajo piedras o sobre piedras, como hacían hace milenios en el Paleolítico, casi de la misma forma.
Me llamó mucho la atención en el libro la referencia a pólenes de plantas medicinales, y me preguntaba en ese momento: ¿desde cuándo se sabe que los humanos usaban plantas para curar? Ya no es solamente que prestasen ayuda a personas enfermas o heridas, sino que, quizá, también sabían o intuían cómo prestar esa ayuda.
En los neandertales, seguro, porque hemos encontrado en el sarro de los dientes esos rastros de plantas medicinales, muchas veces en esqueletos problemáticos que han sufrido dolores, porque se ha descubierto a través del estudio de los huesos.
Hay una cierta relación que podemos hacer, y es un poco especular, pero yo estoy convencido de que lo acabaremos descubriendo, y es de un instrumento tan sencillo como es el palillo de dientes. Los neandertales ya utilizaban pequeñas ramitas o pequeños trocitos de piedra para aliviarse el dolor de infecciones bucales. Hace casi dos millones de años, el famoso umbral donde todo empieza a cambiar, esto ya se usaba. Hace dos millones de años no solo uno, sino que son varios los especímenes de Homo erectus que conocemos con marcas de aliviarse infecciones bucales con palillos de dientes, que eran básicamente trocitos de piedra o trocitos de madera. Así que si los neandertales se sabe que usaban estos palillos y plantas medicinales, ¿por qué no los Homo erectus? Estoy seguro de que no nos tenemos que detener en los neandertales para encontrar esos restos; lo que pasa es que esos restos tienen una conservación muy difícil. Estoy convencido de que, igual que hemos logrado identificar en determinados casos la dieta de algunos homininos, en algún momento podremos descubrir más sobre el uso de plantas medicinales por los primeros humanos.
Tiene sentido que, si atendía a enfermos o heridos, desarrollaran algún tipo de conocimiento sobre sustancias que sirvieran de analgésico o de ayuda para evitar infecciones.
Hay un caso de cuidado, que es el que más me choca, el de la Homo ergaster de hace 1,6 o 1,7 millones de años, que tuvo un envenenamiento por exceso de vitamina A, que le produjo el desprendimiento del periostio, que es la membrana que recubre los huesos, y eso produce sangrado, dolores, inmovilidad, infecciones… Imagínate lo que tuvo que sufrir aquella humana, porque ya estamos hablando de los primeros humanos.
Sin embargo, ese periostio desprendido volvió formarse, el hueso curó, y eso lo que nos indica es que hubo una humana que, durante varios meses o, incluso puede que varios años, fue sacada adelante en el contexto de una vida totalmente nómada, en medios hostiles, porque no estaban en cuevas. La realidad es que casi nunca hemos vivido en cuevas, a pesar de lo que tenemos en la cabeza sobre la vida de estos primeros humanos. No somos cavernícolas y nunca lo hemos sido; por tanto, estábamos en abrigos o en donde podíamos, en un medio hostil, y aquella humana fue sacada adelante después de sufrir infecciones, dolores y desmayos a la hora de intentar moverla. Imagínate, incluso, los inconvenientes para el pequeño grupo al que pertenecía, y seguro que si conocían plantas, se las daban para intentar calmar esos dolores y sobrevivió, porque una persona en esas condiciones no podría sobrevivir por sí misma.
Le voy a preguntar por ese hito de los dos millones de años al que se ha referido y del que habla en su libro.
Hace dos millones de años el cerebro cambia. Los homininos tuvieron que adaptarse a unos nuevos medios, los cambios climáticos eran bastante importantes, el planeta se volvió más seco y frío, después de venir de un periodo cálido en la zona donde vivían, en África, posiblemente más que el que tenemos ahora, y tuvieron que adaptarse, y esa necesidad de adaptación tuvo que moldear el cerebro de alguna forma, porque hubo que recurrir a una serie de habilidades sociales que antes no existían para poder sobrevivir.
Entonces, en este tiempo, hay una multiplicidad de factores que hacen que el cerebro vaya cambiando y desarrollando nuevas habilidades como individuos y por el bien de los grupos. Eso hace que las zonas del cerebro que están más relacionadas con las habilidades sociales sean las que más se expanden y son las que más cambian estructuralmente.
Crece el cerebro, pero lo más importante no es esto, sino que cambia la estructura y se desarrollan determinadas zonas, sobre todo las parietales, que son las que están más relacionadas con las actividades sociales que aquellos seres necesitaban. Y es la pescadilla que se muerde la cola: el desarrollo de esas habilidades permite adaptarse y evolucionar, y la adaptación provoca esa presión evolutiva que hace que el cerebro vaya cambiando también.
La tecnología será otros factor de influencia tanto en el aspecto social como en el desarrollo del cerebro, y otra vez esa pescadilla, porque el cerebro cambia para que donde antes desarrollaban unas herramientas de una forma muy básica con cuatro golpes, ahora se obtienen herramientas mucho más complejas y simétricas con setenta golpes, y eso también está hablando de un cambio muy importante en el cerebro. Y otro dato importante es el de la curiosidad humana, la inquietud por explorar que nos caracteriza.
En esta revista entrevistamos hace poco a Marcos García Diez, y hablamos con él sobre el proceso de expansión de las tecnologías, ya que hay tecnologías o hitos que aparecen en un momento determinado y apenas se expanden, pero hay otros que resultan más exitosos y se expanden rápidamente, y son los que acaban marcando nuestra evolución como seres humanos. ¿Este desarrollo del cerebro que comenta se da globalmente o aparece en un grupo pequeño y luego se alguna manera esto se amplía a otros grupos?
Qué buena pregunta. Una de las evidencias que hay es que cuando comienza este desarrollo del cerebro, cuando empieza a vislumbrarse este paquete de «lo humano» justo salen y se van muy lejos. Estamos hablando de que hace 2,1 millones de años, cuando los primeros humanos llevaban apenas 200.000 años sobre el continente africano, ya aparecen en el este de Asia, en el yacimiento de Sangchen, en la parte más oriental de China. ¡Es un recorrido rapidísimo!
En el registro fósil, a través de las nuevas técnicas de datación, vemos que convivieron, en el mismo momento, en torno a los dos millones de años, tres grupos de homininos. Uno de ellos con un cerebro pequeño, de unos 500 cc. Otro con un cerebro un poco más grande, que ya se iba aproximando a los 1000 cc, con unos 700-800 cc, y que convivieron con los de 500 cc. Los otros homininos que había en ese mismo paisaje eran una especie de australopitecos robustos, que eran parántropos, estaban en el mismo nicho; tenían otro tipo de alimentación pero compartían el paisaje con los otros dos tipos, incluso, probablemente, viéndose de vez en cuando, y todos ellos tenían asociada algún tipo de tecnología. Son, en definitiva, Homo habilis, rudolfensis y erectus, tres grupos humanos muy distintos entre sí pero que, en torno a los dos millones de años, conviven y construyen herramientas. Así vemos que es muy complicado asociar cerebros con tipos de herramientas.
Si damos un salto enorme y nos vamos al Homo naledi, que vivió hace unos 300.000 años en África, todavía no se le ha podido asociar a ciencia cierta un determinado tipo de herramienta, pero sí que en todo su entorno próximo hay yacimientos con una tecnología que se llama MSA, middle stone age, que tiene cierta similitud con el musteriense de los neandertales.
Por eso, si tú tienes un cerebro tan pequeño como el del Homo naledi, de unos 500 cc, parecido al del Homo habilis, que tal vez tendrían una tecnología más avanzada incluso que la achelense, vemos que determinados patrones tecnológicos comienzan a tener éxito, porque se ve que son más eficaces, y se convierten en una tecnología que dura un millón de años.
De todos modos, tengamos en cuenta que un hominino de estos no se acuesta tallando olduvayense y a la mañana siguiente se le ocurre la achelense; todos estos procesos son una transición que es muy difícil de determinar, y el solape de dos tecnologías como la olduvayense y la achelense es claro en el tiempo, dura milenios y es difícil asociarlo a cerebros más grandes o más pequeños. Lo interesante es que los Homo habilis ya empiezan a tener esa reconfiguración del cerebro que va a observarse en el Homo erectus cien mil o doscientos mil años más tarde, vinculada a las relaciones sociales o a la elaboración de herramientas más complejas.
Hay una gran complejidad en todo esto, son distintos grupos, con distintos tamaños cerebrales, distintas tecnologías que convivían en los entornos y que, en algunos casos, pudieron llegar a mezclarse, ¿es correcto?
Es un tema realmente interesante el de la complejidad de estos grupos. Un tema que me encanta es el de que toda esa complejidad se la tuvieron que transmitir unos a otros. Así que ese paquete de lo humano se refleja muy claramente en la transmisión del conocimiento.
Dice «transmisión del conocimiento» y pienso en tradición oral. ¿Desde cuándo se sospecha que hablamos?
No es lo mismo lenguaje que habla, pero al final la forma de expresar y transmitir determinados conocimientos con unas mínimas capacidades básicas de habla son seguro mucho más antiguas que el desarrollo de lenguajes más estructurados, que es algo más moderno relativamente. Pero la capacidad de hablar de forma física la tenemos desde hace, como mínimo, 500.000 años.
Se sabe por el análisis de la capacidad de escuchar sonidos complejos, que se deduce del estudio de algunos cráneos, como por ejemplo en el sonido de las consonantes. Más allá de esa fecha no tenemos nada. Los estudios con restos de parántropos de hace dos millones de años, arrojan que estos no tenían la capacidad de escuchar esos sonidos complejos. Hace 500.000 años, los restos de la Sima de los Huesos nos revela que sí la tienen. En medio, no sabemos qué ha pasado ni cómo, aunque, seguramente por la necesidad de transmitir los conocimientos, la capacidad del habla será más antigua que la evidencia física que hemos podido estudiar hasta ahora, de hace medio millón de años. Y la verdad es que siempre vemos que todo es mucho más antiguo de lo que hasta ahora creíamos o habíamos podido deducir. Si hace medio millón de años encontramos evidencias de habla y de pensamiento abstracto, es seguro que acabaremos encontrando evidencias más antiguas de una cosa y de la otra, porque el paquete de «lo humano» va en un todo unido, y poco a poco va haciéndose más complejo. Está claro que nos falta mucho por entender.