Culturas — 1 de mayo de 2022 at 00:00

Palmas y flores, una ofrenda través del tiempo

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En la cordillera del Bálsamo de la región costera y montañosa de El Salvador, durante el período de las migraciones nahuas a territorio centroamericano se asentaron poblaciones nahua-pipiles llamados izalcos, por la relación con el gran volcán Izalco que da nombre a la parte occidental de la cordillera. En estos territorios encontraron un árbol que tomó carácter sagrado, el bálsamo, por sus propiedades curativas.

Por qué estos migrantes se asentaron en las montañas puede atribuirse a las características del territorio: montañas con pendientes muy inclinadas y, en medio, lengüetas que se elevan al cielo con profundas cañadas. Este contexto geográfico fue aprovechado para desarrollar los pueblos con medidas defensivas y mantener los rituales de sus ancestros, aprendidos en el altiplano del valle de México (1), y esto les haría sustentar su identidad. Aledaños se encuentran el sitio de los Planes de Renderos, el municipio de Jicalapa, Comasagua, y Rosario de Mora, donde despuntan grandes peñones que evocan a gigantes cual guardianes de la tierra. Desde allí se puede observar el litoral de la costa salvadoreña.

Los indígenas se organizaron para desarrollar un modelo de vida de tipo agrícola, con lo que resolvieron sus necesidades básicas. En estos territorios se dedicaron al cultivo de cereales básicos, frutas y hortalizas; el agua era un elemento de importancia, sin el agua nada crece, todo es infertilidad. Así, el agua, además del agua llovida que nacía de manantiales ubicados en la parte más alta de estas montañas, era el lugar ideal para ofrendar a sus deidades, cuya veneración mantuvieron en el tiempo (2).

En la Antigüedad prehispánica, la apertura del ciclo agrícola se hacía con ofrendas al dios de la lluvia, Tlaloc, que entre los nahuas era la deidad de la fertilidad agrícola. Habitaba en el Tlalocan, el corazón de las montañas, tierra, agua, flores y frutos, la misma deidad que estas poblaciones migrantes trajeron de México. El concepto de la celebración era controlar, a su favor, el ciclo cósmico de lluvias. La maduración del elote se trataba del nacimiento del dios del maíz, que aún pertenecía al ciclo de la estación de lluvias, con los temporales. De allí que las palmas se utilizaban para alejar el exceso de lluvia y cuidar los campos de sembradío (3).

Al llegar los españoles, a estas fiestas se les asignaron nuevos patronos y formas similares para celebrarlas. En este sincretismo, Tlaloc pasó a ser san Miguel Arcángel (4), al que ahora se le conoce como «el señor del temporal». Todo el ciclo agrícola comienza con la Virgen y termina con la festividad dedicada a san Miguel Arcángel en el mes de septiembre. Los participantes, desde muy temprano, se reúnen en la iglesia del pueblo, que está dedicada a san Miguel Arcángel. Allí toman las palmas cortadas desde la base, lo que las hace largas. Llevan flores de diversos colores, amarillas, rojas, rosadas y blancas, a las que, unidas a las palmas, se les llama flores de mayo o flores de ensarta.

Cuando las palmas y las flores están enlazadas, ya pueden acompañar a la Virgen María en su peregrinación, que comienza a las tres de la tarde. La procesión, en general, va acompañada de la danza de moros y cristianos, conocida como los historiantes. La fiesta busca hacer una petición por la llegada de las lluvias, y así da inicio el ciclo agrícola y la preparación de la semilla. Ante esa ofrenda, se espera que el clima sea benéfico, y si llueve ese día, se toma como presagio de que habrá abundante agua para las milpas de ese año.

Esta fiesta se celebra al menos desde hace cincuenta años en su modalidad actual, al igual que en los municipios de Comasagua, Panchimalco, Rosario de Mora y los Planes de Renderos, que pertenece tanto a la municipalidad de San Salvador como a Panchimalco. La más conocida es la versión de Panchimalco. La de Rosario de Mora, municipio contiguo a Panchimalco, se celebra en forma similar. ya que esa ciudad antaño era una hacienda aledaña a Panchimalco.

Todas las fiestas de las palmas y las flores tienen en común que se celebran en municipios que pertenecen a la llamada «cordillera del bálsamo». Estos territorios montañosos se encuentran frente a la costa del océano Pacífico y al sur de los departamentos de La Libertad y San Salvador.

Actualmente la procesión comienza recorriendo las calles del poblado de Huizúcar y termina llegando a la iglesia, que es la parte más alta del poblado. Las ceremonias recordaban momentos específicos importantes para estas poblaciones nahua.

Estas fiestas, llevadas a cabo por indígenas hasta 1932 a través de las cofradías, y con la forma de dedicación a la Virgen María, se vieron disminuidas luego de los eventos del alzamiento indígena que condujo a la matanza de ese año y casi a la extinción de la etnia indígena en El Salvador. Las cofradías eran organizaciones paralelas a las estructuras e instituciones provenientes del Gobierno y de los terratenientes, que aglutinaban a los indígenas. Estas a su vez eran dirigidas por el cacique, que organizaba la vida económica, social y religiosa de los indígenas. Un elemento importante era la capacidad mostrada para mantener a los indígenas integrados con la naturaleza a través de estos rituales sincréticos.

Luego de la matanza de 1932 hubo que esperar casi cuarenta años para que las cofradías retomaran su papel director de estas fiestas. Actualmente las cofradías ya no están conformadas por indígenas, sino por otro perfil de personas. Las fiestas, en la actualidad, mantienen un aspecto fuertemente religioso, aunque también apelan a una fiesta que atraiga turistas y permita un beneficio económico.

En forma velada se mantienen los elementos simbólicos antiguos: la ofrenda, elemento de comunicación con las fuerzas de la naturaleza, bajo la forma de dioses; la peregrinación, que busca lo superior bajo la forma de una montaña de donde todo surge, principalmente el agua, ahora bajo la forma de un templo en la parte alta del poblado. Es un hecho que algunas comunidades encontraron formas de permanencia de su cosmovisión y su cosmogonía, comparten y representan mitos y ritos que le dan sentido al orden que han establecido en su entorno y realizan expresiones religioso-culturales que en esencia no han perdido su pertenencia e identificación con la cultura pipil-mesoamericana.

Antes bajo la figura de Tlaloc, ahora la Virgen, Madre de Dios. Y aunque en el camino se perdió la influencia y el misticismo indígena, la fiesta desde los planos sutiles sigue manteniéndose intacta.

La figura de un dios mediador con lo sagrado para controlar el clima, san Miguelito, como le llaman los huizucareños, ofrece la particularidad de retomar la deidad prehispánica de Tlaloc, y en este caso, se vuelve el señor de las buenas lluvias, la milpa y la buena cosecha. Existe un punto en el cual el arcángel y Tlaloc se vuelven uno mismo.

Bibliografía

1- Escamilla Marlon. La Costa del Bálsamo durante el postclásico temprano (900-1200 d. C.): una aproximación al paisaje cultural nahua-pipil, p. 81.

2- Leiva Masin, Julio. Los Izalcos: testimonio de un indígena. Editorial Universitaria, p. 74.

3- Erquicia, p. 64.

4- San Miguel Arcángel, versión cristiana que desde el Medievo se utilizó para sustituir al dios romano Mercurio y a Hermes en su versión griega.

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