«La Humanidad celebra en la vida de su alianza para la educación su continuo rejuvenecimiento, y así gana una vida más elevada y más bella; y aunque las generaciones vayan sucumbiendo como las hojas, crece el árbol de la vida más alto y más bello con fuerza jovial, mostrando en patente riqueza continuamente sus flores y sus frutos»[1].
Los frutos de los que habla esta cita solo reverdecerán en una sociedad que ponga en la ciencia de la educación todo su empeño. Esta preocupación ha sido la labor de los hombres más ilustres de todos los tiempos, y el más valiente de ellos, Sócrates, fue condenado a beber la cicuta. Pero su herencia no desapareció y su testigo lo han recogido grandes hombres que, sabiéndolo o no retomaban la responsabilidad de conducir al hombre al saber, alejándolo del adoctrinamiento político y del fanatismo.
En España, una de las instituciones que más se preocuparon por la educación fue la Institución Libre de Enseñanza, cuya influencia en el concepto de la educación y su puesta en práctica ha perdurado hasta hoy, tanto en España como en América Latina. La Institución apareció para llevar a cabo una reforma en el ámbito de la pedagogía. En sus estatutos se declaraba «completamente ajena a todo espíritu e interés de comunión religiosa, escuela filosófica o partido político; proclamando tan solo el principio de la libertad e inviolabilidad de la ciencia, y de la consiguiente independencia de su indagación y exposición respecto de cualquier otra autoridad que la de la propia conciencia del profesor, único responsable de sus doctrinas»[2].
En torno a la ILE aparecen grandes personajes: su fundador, Francisco Giner de los Ríos, y algunos literatos que influyeron también en su desarrollo, como Federico García Lorca y Antonio Machado. Aparecen, además, producciones literarias que abanderan sus principios, ya sean coetáneas —recordamos, por ejemplo, el grupo de teatro La Barraca dirigido por Lorca o la obra magistral titulada Juan de Mairena, de Machado— o posteriores, como el cuento La lengua de las mariposas, de Manuel Rivas, y su adaptación cinematográfica, producida por José Luis Cernuda en el año 1999.
En estas producciones literarias observamos un homenaje a la figura del maestro, cuya renovación fue uno de los objetivos principales de la institución[3]. La relación pedagógica debía sobrepasar las cuatro paredes, superar la relación profesor-alumno, abarcar a la persona toda para convertirse en una relación maestro-discípulo (Molero Pintado, 1987, p. 10). La función del maestro no debe ser la de un mero transmisor de una cultura inamovible, sino que debe fomentar el encuentro personal de cada niño y sus peculiaridades y el conocimiento en todos sus ámbitos.
Machado y la ILE
Antonio Machado proviene de una familia progresista, muy próxima al krausismo. Su primer acercamiento a la ILE se produjo cuando toda su familia se mudó a Madrid abandonando Sevilla, como consecuencia de la obtención de la cátedra en la Universidad Central por su abuelo, Antonio Machado Núñez, médico y profesor de Ciencias Naturales en la Universidad. «Antonio Machado estuvo en la Institución de los ocho a los catorce años, período decisivo en la formación intelectual y moral de un muchachito», donde tuvo «la fortuna de ser alumno de don Francisco Giner de los Ríos y otros extraordinarios maestros de la Institución» (Marichal, 1989, p. 41).
Sintió una profunda admiración por su maestro e impulsor de la ILE, Francisco Giner de los Ríos a quien describe así:
«Don Francisco se sentaba siempre entre sus alumnos y trabajaba con ellos familiar y amorosamente… Su modo de enseñar era socrático: el diálogo sencillo y persuasivo. Estimulaba el alma de sus discípulos —de los hombres o de los niños— para que la ciencia fuera pensada, vivida por ellos mismos»[4].
En contacto con la ILE, es influenciado por las ideas fundamentales abanderadas por la misma, de las cuales se acabaría impregnando, y estas quedarían posteriormente reflejadas en su producción poética. Las ideas principales serían el racionalismo krausista, el amor por la naturaleza y el diálogo como medio de aprendizaje.
El respeto y la veneración a la naturaleza ya se hallaba en su núcleo familiar, concretamente en su abuelo paterno, quien, como recordamos, fue escritor y catedrático universitario de diversas materias de ciencias naturales (Jiménez Landi, 1973: 761). Nos es conocida la afición de Machado por las expediciones al campo, teniendo especial inclinación hacia la sierra de Guadarrama o los parajes del Prado. Estas expediciones estaban en estrecha unión con la ILE. En una nota en los Complementarios, en la que el poeta recuerda cómo se enteró del estallido de la Primera Guerra Mundial el 3 de agosto de 1914, en La Granja, escribe:
«Salimos de Cercedilla, pernoctamos en la casita de la Institución don Víctor Masriera, su señora, Pepe y yo. De la casita a La Granja a pie. De La Granja a Segovia en automóvil. De Segovia a Madrid en tren. Corazón e itinerario de don Francisco Giner».
Los parajes del Prado los recorre junto a los señores Masriera, profesores de dibujo en la ILE, a quienes dedicaría su poema Las encinas. Se ha afirmado de Antonio Machado que es «un poeta de la naturaleza; sin duda el máximo poeta del paisaje castellano».[5] La naturaleza se plasma en numerosas composiciones de Machado: los múltiples componentes y valores de la naturaleza que recoge la obra del poeta universal, aparecen principalmente en su obra Campos de Castilla. Cabría, sin embargo, destacar, entre los numerosos poemas que componen este libro, la elegía que encontramos en el apartado Elogios, dedicada a su maestro Giner tres días después su muerte. Machado evoca en tono emotivo el recuerdo del maestro en torno a la viva naturaleza.
¡Oh, sí!, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas…[6]
De igual manera que la pasión por la naturaleza, la influencia del krausismo también llega primeramente a Machado por vía familiar, acrecentándose más adelante tras su ingreso en la ILE. Su abuelo fue discípulo de Federico de Castro, fiel discípulo del precursor del krausismo en España, Sanz del Río.
En su prólogo a Helénicas, de Manuel Hilario Ayuso (1914), Machado rememora a don Francisco Giner para elogiar al maestro Sanz del Río: «Todo el pensamiento filosófico moderno español, al margen de la escolástica, arranca de un pensador ilustre, hijo de la tierra soriana, de don Julián Sanz del Río, a quien deben su verticalidad —según frase del maestro Giner— la mitad, por lo menos, de los españoles que andan hoy en pie».
También se han encontrado semblanzas entre el ideario pedagógico de la formulación machadiana de una Escuela Popular de Sabiduría Superior y la obra traducida por Sanz del Río El Ideal de la Humanidad para la vida (1860), del maestro Krause, Urbild der Menschheit. El profesor Marichal indica: «No fue, sin embargo, solo una deuda en cuanto a unas normas de vida y conducta: también adquirió Machado en la Institución y en el ambiente intelectual madrileño de krausistas y afines, un pensamiento coherente sobre la existencia humana»[7].
La pedagogía de la ILE tenía en cuenta tres aspectos: el primero, que los niños no llegaban al colegio como una tábula rasa, sino que en su devenir experiencial traían un conocimiento consigo y que este debía aprovecharse. En segundo lugar, recordaban la función socrática del maestro: su trabajo consistía en educir, sacar de los niños saberes y habilidades que tenían latentes, para asentar sobre ello el posterior desarrollo mental, afectivo, moral y físico del educando. Y la tercera de las características era hacer de la educación un elemento práctico que permitiera a convertir a los niños en seres humanos aptos para actuar en la vida social, siguiendo el método intuitivo gineriano. Se trataba de crear un discípulo autónomo que pensase, que reflexionase por sí mismo, que investigase y que extendiese por sí mismo las alas del espíritu.
Antonio Machado heredó este afán por el diálogo como método de enseñanza. Una de las máximas de Antonio Machado es la heterogeneidad del ser: al resultar imposible encontrar la verdad en uno mismo, debe buscarse en los otros. Esto lleva a Machado a buscarse en sus complementarios, en sus posibilidades a través de la multiplicación en apócrifos[8]. De acuerdo con el método dialéctico, Machado pasa del yo intimista de Soledades al tú objetivo de Campos de Castilla para llegar a una síntesis final, el inclusivo nosotros de Nuevas canciones y de Cancionero apócrifo, que deja superadas las dos fases anteriores. A lo largo de sus producciones va desarrollando el principio dialógico que, a posteriori, denominaría «la heterogeneidad del ser»: el yo está en una constante tensión polar con lo otro y debe trascender su subjetividad para dejar de considerar a lo otro como algo extraño y lejano, y considerarlo como algo propio. En el sentido dialéctico, el yo se comunica con esa parte ausente y lo invoca a través del lenguaje.
No es el yo fundamental
eso que busca el poeta,
sino el tú esencial[9]
La heterogeneidad del ser queda principalmente desarrollada y reflejada en su principal obra en prosa, Juan de Mairena. En ella se retrata a sí mismo como una especie de pedagogo socrático que conversa con sus discípulos en una clase voluntaria y gratuita de retórica y de sofística.
Referencias implícitas: paralelismo entre don Gregorio y Juan de Mairena
En este punto estableceré un paralelismo entre la figura de don Gregorio y Juan de Mairena a partir de las referencias implícitas que se entrevén tanto en la película como en el cuento La lengua de las mariposas, basándome en los dos puntos anteriormente mencionados en la introducción: el amor por la naturaleza y la dialéctica.
La naturaleza
En la obra Juan de Mairena se hacen constantes alusiones a la naturaleza y a la importancia de la misma. A raíz del papel que adopta el maestro en la institución, como puente entre lo meramente teórico y lo práctico, el niño pasa de adoptar una posición pasiva en la educación a tener un interés activo, una posición de constructor. Los maestros debían despertar por ello la curiosidad en la contemplación, para, a través de ella, incitar a una reflexión acerca de lo observado. Juan de Mairena dice lo siguiente:
«Si lográsemos, en cambio, despertar en el niño el amor a la naturaleza, que se deleita en contemplarla, o la curiosidad por ella, que se empeña en observarla y conocerla, tendríamos más tarde hombres maduros y ancianos venerables, capaces de atravesar la sierra de Guadarrama en los días más crudos del invierno, ya por deseo de recrearse en el espectáculo de los pinos y de los montes, ya movidos por el afán científico de estudiar la estructura y composición de las piedras o de encontrar una nueva especie de lagartijas»[10].
Para despertar este amor a la naturaleza, la ILE implanta la necesidad de las constantes salidas al campo por parte de los alumnos. En La lengua de las mariposas, el maestro, don Gregorio, anuncia que pronto comenzará la primavera y que, por ello, las clases de Ciencias Naturales se impartirán en el campo. Seguidamente les pregunta a sus alumnos: «¿A ustedes les gusta la naturaleza? (…) Ya. No se han detenido a mirarla. La naturaleza, amigos míos, es el más sorprendente espectáculo que puede ver el hombre».
Los alumnos, efectivamente, no sienten devoción hacia la naturaleza. Por su parte, Mairena se lamenta de que la emoción por la naturaleza, tal y como la sintieron Virgilio y Lope de Vega, vaya desapareciendo[11]. El valor de la naturaleza ha cambiado: «¿Amor a la naturaleza? Según se mire. El hombre moderno busca en el campo la soledad, cosa muy poco natural. Alguien dirá que se busca a sí mismo. Pero lo natural en el hombre es buscarse en su vecino, en su prójimo (…)»[12].
El maestro don Gregorio consigue, a través de la curiosidad que suscita en su alumno Moncho, una estrecha unión con él. Don Gregorio le premia por su interés, le nombra «suministrador de bichos», le lleva a hacer excursiones al campo en su exclusiva compañía y le deja que exponga ante la clase los bichos que ha encontrado. Gracias a estas salidas al campo, don Gregorio pasa a conversar más con su alumno y consigue traspasar las barreras de la relación profesor-alumno hasta tal punto que Moncho le comienza a ver como a un compañero[13].
Diálogo
La clase de Retórica de Mairena no está construida a partir de un diseño preestablecido, sino que se va desarrollando en torno a las preocupaciones que surgen al instante o de la intuición del maestro acerca de las inquietudes latentes que sus discípulos están a punto de despertar. Como consecuencia, se produce un análisis de diferentes ideas, creencias y opiniones.
Teniendo en mente al maestro Sócrates, Machado declara lo siguiente: «Vosotros sabéis que yo no pretendo enseñaros nada, y que solo me aplico a sacudir la inercia de vuestras almas (…), a sembrar inquietudes, como se ha dicho muy razonablemente, y yo diría, mejor, a sembrar preocupaciones y prejuicios»[14].
Mairena no busca crear un séquito de seguidores de su doctrina, sino que busca crear discípulos que practiquen la autocrítica, y es por ello por lo que advierte: «No toméis demasiado en serio nada de cuanto oís de mis labios, porque yo no me creo en posesión de ninguna verdad que pueda revelaros»[15].
Don Gregorio se acerca a su alumno Moncho a través del constante diálogo que mantienen. El primer acercamiento significativo por parte del maestro se da tras la huida de Moncho del aula por haberse hecho pis encima, debido a la vergüenza que pasa cuando debe presentarse frente a la clase. Don Gregorio decide ir a casa del alumno para pedirle personalmente disculpas. Don Gregorio percibe la sensibilidad del alumno y responde a ella de una forma colaborativa. Tras ver el interés que muestra su maestro, Moncho comienza a mostrar un interés activo por la materia de Ciencias Naturales.
Moncho muestra un gesto de confianza hacia su maestro cuando, después de asistir a escondidas al entierro de la ex mujer de su padre, le pregunta que qué pasa cuando alguien se muere, a lo que el maestro responde preguntándole qué es lo que dicen en su casa:
(Moncho): Mi madre dice que los buenos van al cielo y los malos al infierno.
(…)
(Don Gregorio): ¿Y usted qué piensa?
(Moncho): Yo tengo miedo.
(Don Gregorio): ¿Es usted capaz de guardar un secreto? (Moncho asiente con la cabeza.) Pues, en secreto, ese infierno del más allá no existe. El odio, la crueldad: eso es el infierno. A veces el infierno somos nosotros mismos.
Esta verdad desvelada a su alumno podría parecer abrupta por la corta edad del mismo, podría ser considerado un arrebato de la inocencia de un niño. Recordemos, sin embargo, que una de las principales funciones que debería tener la educación, según el maestro Krause, es la de llevar al educando a ser su propio educador. Esto queda ilustrado en este pasaje de su obra El ideal de la humanidad para la vida.
«El hombre puede y debe ser así su propio educador; y toda educación que se recibe de fuera es en realidad una autoeducación no consciente, cuya conciencia y fuerza directora se halla fuera, en el educador. Un educador diligente debe así dirigir a su pupilo hacia la autoeducación (…) de tal modo que pueda aprender a educarse con conciencia y en libertad» (p. 226).
Don Gregorio acaba de actuar como la serpiente en la historia de Adán y Eva[16]. Al otorgarle la manzana de la razón, le pone en conocimiento de que el hombre es responsable de su propio comportamiento y que crea el infierno o el paraíso en torno a él cotidianamente, con sus pensamientos, con sus sentimientos y sus acciones. Tras una primera muestra de interés por parte de Moncho acerca de un tema metafísico, el maestro decide desvelarle la existencia del mal, no como algo lejano y externo, sino como condición sine qua non del ser humano.
De la misma forma, Mairena les recomendará a sus alumnos:
Por eso yo os aconsejo —¡oh dulces amigos!— el pensar alto, o profundo, según se mire. De la claridad no habéis de preocuparos, porque ella se os dará siempre por añadidura. Contra el sabido latín, yo os aconsejo el primum philosophari de toda persona espiritualmente bien nacida. Solo el pensamiento filosófico tiene alguna nobleza. Porque él se engendra, ya en el diálogo amoroso que supone la dignidad pensante de nuestro prójimo, ya en la pelea del hombre consigo mismo. En este último caso puede parecer agresivo, pero, en verdad, a nadie ofende y a todos ilumina.
Conclusión
Rivas en La lengua de las mariposas y Antonio Machado a través de su apócrifo Juan de Mairena se mantienen fieles a la idea de la educación del hombre como una formación en constante movimiento, en constante expansión, en constante descubrimiento, ya que «los hombres según su esencia nunca son subordinados, sino siempre enteramente equivalentes y coordinados; solo que cada uno forma su vida desde la primera semilla hasta lo más elevado, poco a poco; y mientras germinan en él sus miembros y sus fuerzas vitales, se hallan estas fuerzas en otros ya en pleno florecimiento, y en otros aun en plena madurez».
Los maestros se comportan a modo de daimon, como lo hace la serpiente de Adán y Eva. Es un Hermes entre el educando y el saber, que invita, muestra y ayuda a dirigir la mirada para que el amor por el saber surja en el corazón del niño y le lleve irremisiblemente a buscarlo siempre.
Citas bibliográficas
López Castro, A. (2006). «Antonio Machado y la búsqueda del otro». Estudios Humanísticos, 28. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es
Machado, A. (1936). Juan de Mairena. Madrid: Espasa.
Machado, A. (2010). Elogios. En Antonio Machado: poesías completas (p. 244). Barcelona: Austral.
Marichal, J. (1989). Antonio Machado: historia y poesía. En Antonio Machado: el poeta y su doble (pp. 37-55). Barcelona: Universitat de Barcelona.
Molero Pintado, A. (1987). «El modelo de maestro en el pensamiento de la ILE». Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 7-22. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=117520
Rivas, M. (1999). La lengua de las mariposas. Recuperado de http://laussy.org/images/b/ba/Lengua-de-las-mariposas.pdf
Imágenes:
Alumnos de educación primaria de la Institución Libre de Enseñanza; fotografía de 1903 de Christian Franzen.
[1] F Krause, Das Urbild der Menschheit, 1.ª ed. Dresden, 1811 (de la 2.ª edición: Göttingen 1851, p. 234).
[2] Art. 15 de los estatutos de la ILE.
[3] Véase Molero Pintado, A. (1987). El modelo de maestro en el pensamiento de la ILE. Revista interuniversitaria de formación del profesorado, 7-22. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=117520
[4] A. Machado, Antología de su prosa: I. Cultura y sociedad (ed. Aurora de Albornoz), Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1970, p. 152.
[5] Carlos Bousoño. Teoría de la expresión poética. Madrid, Gredos, 1952, pág. 106.
[6] Celma, P. (2010). Elogios: CXXXIX. En Antonio Machado: poesías completas (p. 244). Barcelona: Austral.
[7] Marichal, J. (1989). Antonio Machado: Historia y poesía. op. cit., p. 42.
[8] Léase López Castro, A. (2006). Antonio Machado y la búsqueda del otro. Estudios humanísticos, 28. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es
[9] Machado, A. (2010). Proverbios y cantares XXXVI op. cit.
[10] Obras completas, Clásicos castellanos, Edición de Oreste Macri, 1989, Tomo IV, 1961, p.39.
[11] «Después de Juan Jacobo Rousseau, el ginebrino, espíritu ahíto de ciudadanía, la emoción campesina, la esencialmente geórgica, de tierra que se labra, la virgiliana y la de nuestro gran Lope de Vega, todavía, ha desaparecido» (cap. XXVII).
[12] Machado, A. (1936). Juan de Mairena. cap XXVII, op. cit.
[13] «De regreso, cantábamos por las corredoiras como dos viejos compañeros» (La lengua de las mariposas, p. 4).
[14] Machado, A. (1936). Juan de Mairena. cap XXXIX, op. cit.
[15] Machado, A. (1936). Juan de Mairena. cap XLIV, op. cit.
[16] Esta alusión tiene relación con la simbología que se entrevé en la escena. Tras el diálogo entre don Gregorio y Moncho, el último muerde una manzana.