Solemos mirar la prehistoria como un tiempo de barbarie, donde los hombres y mujeres «primitivos» utilizaban herramientas de piedra y, por lo tanto, su única preocupación era la supervivencia y el temor a la muerte. Pero prehistoria e historia son dos términos que se refieren a «antes de la escritura» y «después de la escritura». De esta manera, según se fueron desarrollando los diferentes tipos de escritura, los pueblos fueron entrando sucesivamente en la historia.
Prehistoria: ‘Período de la humanidad anterior a todo documento escrito y que solo se conoce por determinados vestigios, como construcciones, instrumentos, huesos humanos o de animales, etc’.
Por otra parte, en cuanto al concepto de civilización, aunque la RAE la define como ‘Conjunto de costumbres, saberes y artes propio de una sociedad humana’, la historiografía reserva este concepto para cultura, describiendo la civilización como una forma más compleja de organización que la tribal, en la que los seres humanos construyen ciudades (civitas-‘civilización’) y desarrollan instituciones para gobernar una sociedad estructurada.
Se suele relacionar el concepto de «civilización» con el de documentos escritos que recogen las leyes, los nombres de sus gobernantes o sus creencias religiosas. Pero ¿qué pasa cuando encontramos restos arqueológicos en una región sin documentos escritos asociados? Me refiero a construcciones colosales, como los dólmenes, cuyos elementos necesitaron de la colaboración de muchos seres humanos, y a lo largo de mucho tiempo, para poder ser movidos y colocados según un plan, que requiere unos objetivos, unos medios y unas técnicas que no han quedado registradas en ningún lugar.
La comarca de Antequera, en el centro de Andalucía, cruce de caminos entre la Andalucía atlántica y la mediterránea, entre las gentes del valle del Guadalquivir y las de las montañas béticas, es muy rica en yacimientos prehistóricos, la mayoría muy desconocidos. El más impresionante es el complejo dolménico de Antequera, situado justo a la entrada de la ciudad (yendo desde Málaga), constituido por tres edificios: los dólmenes de Menga y Viera, que se encuentran uno junto al otro (recinto 1), y el tholos del Romeral, separado de los anteriores por 4 km (recinto 2), en dirección a la Peña de los Enamorados. Realmente, el Conjunto Arqueológico de los Dólmenes de Antequera, reconocido como Patrimonio Mundial de la UNESCO en 2016, incluye, además de los tres dólmenes, dos elementos del paisaje que están íntimamente unidos a ellos, que son la Peña de los Enamorados y el Torcal de Antequera. También incluye el Cerro de Marimacho (recinto 1), lugar aún por excavar y estudiar a fondo, pero donde se han encontrado restos que hacen pensar en el poblado de los constructores de los dólmenes.
Pero además del conjunto dolménico, datado en el Neolítico tardío-Calcolítico, hay también otros yacimientos contemporáneos de una gran importancia. En el mismo municipio de Antequera se encuentran los restos del poblado neolítico Loma de Cortijo Quemado, muy erosionado, de unos 2 km2 de extensión, y la necrópolis de cuevas artificiales de Alcaide, al norte del municipio, muy cerca de Villanueva de Algaidas. Y hay que destacar también otra necrópolis de cuevas artificiales, muy similar a la de Alcaide, en la misma comarca pero en el municipio de Campillos, que es la necrópolis del Cerro de las Aguilillas.
Esta concentración de restos, datados en torno al 3800-2500 a. C., nos habla de una densidad de población muy alta y de una sociedad tan compleja como para poder hablar de «civilización».
Las primeras referencias a los dólmenes de Antequera, en concreto al dolmen de Menga, las encontramos en el siglo XVI. Rafael Mitjana describía el dolmen en 1847 como «templo druida», atribuyéndolo a los celtas, y Manuel Gómez Moreno los describió en 1905 como pertenecientes a la cultura tartésica. Actualmente, se prefiere hablar de cultura megalítica, expandida por toda Europa con importantes elementos comunes.
Pero centrémonos ahora en el complejo dolménico para establecer unas conclusiones al final.
Dolmen de Menga
El dolmen de Menga es el más conocido y espectacular de los tres. Por una parte, por sus dimensiones, pues es uno de los más grandes de Europa. Por otra, por su orientación, sin relación con solsticios ni equinoccios, sino con un elemento crucial del paisaje, que es la Peña de los Enamorados. Y por otra, por su antigüedad.
Este dolmen, conocido desde antiguo como «cueva de Menga», es un dolmen de corredor, en el que podemos diferenciar tres zonas:
— El atrio, del cual se conservan dos ortostatos a cada lado. Es un pasillo de acceso descubierto que da paso a la entrada, constituida por el famoso trilito que lo identifica.
— El corredor, constituido por cuatro ortostatos a cada lado, cubiertos por la losa del trilito de la entrada.
— La cámara, que se ensancha desde el corredor adquiriendo una forma ovalada (como el útero materno), y que está formada por siete ortostatos a cada lado, cubiertos por cuatro enormes cobijas, la última de las cuales se estima en más de 150 toneladas de peso. Esta cámara («funeraria») es enorme, constituyendo casi tres cuartas partes del edificio conservado.
El conjunto tiene una longitud de unos 19,5 m, y no solo es extraordinario por sus dimensiones, sino que, además, presenta características que son únicas en la arquitectura megalítica.
La primera de ellas es la existencia de tres pilares en su interior. Se podría pensar que se colocaron para sujetar el peso de las enormes losas que lo cubren, aunque podemos observar que estas no llegan a apoyarse en ninguno de ellos.
La segunda es la existencia de un pozo en la parte final de la cámara, con una profundidad de 19,5 m, la misma que la longitud del edificio.
Y por último, su orientación, pues, a diferencia de tantos otros dólmenes en Europa, el dolmen de Menga está orientado en un ángulo de 45º N respecto al eje E-O, justo hacia donde se encuentra un elemento del paisaje fundamental: la Peña de los Enamorados, cuyo relieve semeja el perfil del rostro de una mujer durmiente. Si nos fijamos, alineado con esta dirección vemos el dolmen del Romeral; y, además, al pie de la «barbilla» del rostro de la «diosa», se localiza el abrigo de Matacabras, que contiene pinturas rupestres de tipo esquemático. Esta alineación de elementos habla de una clara intencionalidad y demuestra que la orientación del edificio no se hizo al azar. Nos habla de un culto a la Diosa Madre, a la Madre Tierra, lo cual convierte esta área en un santuario muy especial al cual peregrinarían desde todos los asentamientos de la región.
La datación del edificio, que, en un principio, por semejanza con otros monumentos en los que se encontraron enterramientos o algún otro tipo de restos orgánicos, se había establecido en unos 2500 años a. C., fue corregida en las excavaciones de 2006 gracias al hallazgo de restos carbonosos en la entrada del dolmen, cuya datación por radiocarbono dio la cifra de 3780 años a. C., convirtiéndolo en uno de los dólmenes más antiguos de toda Europa. Estamos ante un edificio de hace, como mínimo, 5800 años.
Y en cuanto a su uso, aunque se sigue hablando de «monumento funerario», las grandes dimensiones de la cámara, su orientación, la presencia del pozo y los pilares, junto con la total ausencia de restos humanos en la cámara, nos hacen dudar de su función funeraria. Se suele explicar la ausencia de restos óseos por el prolongado periodo de exposición al expolio, aunque los sucesivos periodos de excavaciones llegaron a quitar más de 1,5 m de sedimentos.
Tampoco se han hallado restos de cadáveres en el fondo del pozo, cuya función se desconoce por completo. Se interpreta que se construyó para obtener agua, pero ¿qué falta haría el agua en una tumba? Por otra parte, teniendo en cuenta que en el periodo al que nos referimos toda la depresión de Antequera era una zona encharcada, la construcción de un pozo para obtener agua sería totalmente innecesaria. Y además, el río de la Villa, que nace al pie del Torcal y cuyo gran caudal proporciona el agua potable a la ciudad de Antequera y muchas de las villas de la comarca, rodea el recinto 1, donde se hallan los dólmenes de Menga y Viera, pasa entre estos y el Tholos del Romeral, para terminar desembocando en el río Guadalhorce. No. No había necesidad de construir un pozo para poder beber agua en el interior del dolmen. Sin embargo, en un templo o en una cámara de iniciación, el descenso vertical hacia el agua podría tener una importante función simbólica relacionada con la resurrección.
Y no podemos dejar de mencionar otro detalle: el de los signos grabados en las rocas del corredor. Símbolos femeninos y cruces, que también se han descrito en otros lugares neolíticos, representativos del culto a la diosa madre.
Si preguntáis a los guías por la estrella de cinco puntas, os dirán que es el molde de un fósil, pero eso no es cierto: esa estrella fue tallada en la roca. Lo que no podemos decir es cuándo: si fue elaborada por los constructores del dolmen o fue posterior, por otros usos que pudieran hacerse de él.
Dolmen de Viera
Se encuentra justo junto al dolmen de Menga, y recibe su nombre del apellido de los hermanos José y Antonio Viera Fuentes, que descubrieron su entrada en 1903.
Este dolmen, también de corredor, es más moderno que el anterior, y de menores proporciones. Aunque su recorrido es muy parecido, unos 21 m de largo, la amplitud de las cámaras y el tamaño de las piedras es mucho menor.
Los laterales debieron de estar formados por dieciséis losas a cada lado, de las que se conservan catorce en el lado izquierdo y quince en el derecho. De la cubierta se conservan cinco losas y restos de otras dos, pero puede que se hayan perdido los restos de hasta tres o cuatro losas más a la entrada.
La planta de este dolmen consta de un pasillo de entrada, hoy reconstruido con piedras pequeñas, con una piedra horadada que da paso al corredor, y una cámara cuadrada al fondo, separada también del corredor por otra piedra horadada.
Si la forma del dolmen de Menga recuerda un útero, la del dolmen de Viera es mucho más lineal y estrecha, más parecida a un rayo de luz.
Tampoco en este dolmen se han encontrado restos óseos, aunque sí algunos objetos (un cuenco de cerámica, un vaso de piedra, un punzón de cobre, varias hojas y pequeñas herramientas realizadas en sílex) que se interpretan como «ajuares funerarios». ¿No es raro que los profanadores se llevasen los huesos y dejasen esto?
Las dataciones por C14 también han expandido la antigüedad de este dolmen desde los 2500 a. C que se le suponían hasta 3500 (base del túmulo) o 2800 años a. C. (relacionada con el primer uso «funerario» del dolmen).
El dolmen de Viera presenta la típica orientación solar hacia el este, marcada por la entrada del sol en el amanecer, tanto en el equinoccio de otoño como en el de primavera, hasta el fondo de la cámara. Esta orientación solar permitía la medición del tiempo y la previsión de los procesos relacionados con la agricultura. Por lo tanto, más que monumento funerario, tendríamos aquí un monumento eminentemente solar.
Me resulta curioso que los sabios de la cultura megalítica tuvieran tanto empeño en marcar el punto de los equinoccios, cuando es mucho más fácil marcar los solsticios: el punto más al norte hasta donde se mueve el sol sería el solsticio de verano, y desde allí volvería a retroceder hacia el sur, para llegar al máximo en el solsticio de invierno. Sin embargo, los equinoccios están justo a mitad de camino, y sin relojes que midan la duración del día y de la noche, es más difícil marcar este punto.
Cerro de Marimacho
Visto desde una perspectiva aérea, el cerro de Marimacho, situado justo al este de los dos dólmenes descritos, tiene la forma de un túmulo mucho mayor que los anteriores juntos. Sin embargo, no es un edificio construido con bloques de piedra, sino un montículo formado por los estratos en su posición natural (inclinados 20º hacia el SO). Si este montículo fue modificado por las manos humanas, es algo que no podemos afirmar ni negar. Pero sí es verdad que se han encontrado varias cavidades con pruebas de haber sido ocupadas y modificadas, en una de las cuales se encontraron los restos de un esqueleto humano que permitió datar el yacimiento en la época del Neolítico tardío-inicios del Calcolítico, justo en la época en que se establece la construcción de los megalitos.
Desgraciadamente, aún no se han realizado las excavaciones necesarias para determinar si estas cuevas constituyen o no el poblado de los constructores-conservadores de los monumentos megalíticos.
Tholos del Romeral
Separado unos 2 km del conjunto formado por los dólmenes de Menga y Viera, y localizado sobre la línea que une el dolmen de Menga con la Peña de los Enamorados, encontramos el tercer monumento megalítico. Fue descubierto también por los hermanos Viera, en 1904.
En este caso, la técnica constructiva es la de un tholos más que de un dolmen: ya no se usan los ortostatos (grandes losas puestas verticalmente), sino acumulaciones de piedras más pequeñas de formas irregulares a modo de mampostería, sin ninguna argamasa o mortero, y las grandes piedras constituyen las cobijas de los pasillos. Las cámaras son de base circular, con falsa cúpula.
En el Romeral encontramos de nuevo un pasillo abierto que conduce al corredor cubierto por el túmulo, largo y estrecho, de sección trapezoidal, que termina, a través de una puerta adintelada de grandes losas, en una gran cámara de sección circular y con falsa cúpula, es decir, con una acumulación de losas en planos sucesivamente más cerrados, y sellada finalmente por otra gran losa. Esta cámara tiene un diámetro en la base de 5,20 m y de 2,20 en la parte superior, cubierta con una gran losa. La altura de la cámara es de unos 4 m. Al final de esta cámara se desarrolla otro pasillo más pequeño que termina en una segunda cámara del mismo tipo que la anterior, pero de solo 2,34 m de diámetro y 2,40 de alto.
En la pequeña cámara del fondo se encontró una gran losa en el suelo que se interpretó como un ara de ofrendas. Debajo de ella se encontraron algunos restos descritos como «elementos de ajuar funerario»: restos de huesos humanos y animales, fragmentos cerámicos y restos de hachas. Esta escasez de objetos y huesos vuelve a explicarse por el expolio.
La datación de este monumento no ha podido establecerse de manera absoluta, puesto que aún no ha sido estudiado con estas técnicas. Se considera más moderno que los anteriores, con una edad de entre el 1800 y el 1700 a. C., aunque recientemente se le da una antigüedad mayor: del 3000 y el 2200 a. C.
Lo más singular de este dolmen, además de su relación geométrica con Menga y la Peña de los Enamorados, es su orientación. En este caso, el monumento está orientado hacia el S-SO, justo hacia el pico Camorro, el punto más alto de la sierra del Torcal de Antequera. Y astronómicamente, hacia el mediodía del solsticio de invierno. Es precisamente en este día, el 21 de diciembre, y esta hora, no el amanecer, sino el mediodía, cuando el sol penetra por el corredor del edificio hasta llegar a la segunda cámara, que está levemente desviada del eje general del monumento. Es el único monumento megalítico en el que se ha constatado una orientación de este tipo.
Conclusiones
Todos estos elementos excepcionales hacen del conjunto megalítico de Antequera un enclave esencial de nuestra «prehistoria». Tenemos aquí un santuario neolítico de primera magnitud, que refleja un mundo mucho más complejo, poblado y desarrollado de lo que solemos imaginar.
Su religión se manifiesta mediante dos tipos de cultos: el culto a la Madre Tierra, potenciado en este ombligo del mundo por el relieve de la diosa emergiendo de las profundidades de la tierra, y el culto solar, con sus ritmos anuales de equinoccios y solsticios, amaneceres y ortos.
¿Conocían los metales? No se han encontrado restos de metales en ningún yacimiento, que sepamos, pero tampoco es tan extraño si contamos con los largos años, siglos y milenios de reutilización y expolio de estos lugares y monumentos.
¿Eran estos pueblos los tartesios? ¿Fueron ellos los constructores de los dólmenes, o solo los reutilizaron? Estas son preguntas que, hoy por hoy, no podemos contestar. Yo, por ahora, me conformo con poder imaginar una civilización perdida, rica y desarrollada, hábil, refinada y llena de misterio, en los campos de nuestra Andalucía.