La belleza de las pequeñas cosas, de los objetos sencillos, de cada día, los que se utilizan con frecuencia. Todo a nuestro alrededor debe ser hermoso. Como yo lo soy, un pequeño peine de marfil con que una dama etrusca hizo que su sirvienta peinase sus cabellos, y que la acompañé en su tumba para que siguiese hermosa en el más allá. Me fabricaron en Vetulonia, y soy muy costoso: no hay marfil en Italia. Me tallaron con delicadeza: el relieve de dos esfinges encaradas, y sobre mí dos felinos hoy rotos. Delicadas las púas que desenredaban los rizos. Me encontraron en la necrópolis de Marsiliana d´Albegna, y hoy descanso ante vuestras miradas en el Museo Arqueológico de Florencia.
La belleza de las pequeñas cosas…
A veces se os olvida, y no le dais importancia, es algo que ha llegado con vuestros tiempos, creo que lo llamáis utilitarismo. Creo que es una idea que os lleva a tener vuestros objetos cotidianos con líneas sencillas, apenas sin adornos. Un peine es un peine, y nada más. ¿Por qué llenarlo de figuritas?
Yo os digo: porque todo lo que nos rodea debe ser hermoso. Porque los actos cotidianos nos deben traer un aporte de belleza, que irá calando poco a poco en nuestras almas, porque las almas se alimentan de ella. Porque es un modo de demostrar a los pequeños objetos que les agradecemos que estén allí, a nuestro servicio cuando los necesitamos.
Nosotros, los pequeños útiles, tenemos también nuestra alma. Nos gusta serviros, como yo, alisando el cabello de mi dueña, colocando sus rizos, acompañándola luego en el Gran Viaje; cómo me gusta ahora, 2650 años después de mi nacimiento en las manos de un artesano etrusco, sentirme contemplado con admiración en mi vitrina del museo.
No sé si es sencillo crear belleza. Pero sé que es necesario. Llenar la vida de cosas hermosas, para que vuestros ojos se recreen.
Para que vuestro corazón se alegre.
Imagen: Peine etrusco del siglo VII a.C. (firenzemadeintuscany.com)
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