Tal y como decía Platón, la música es matemática divina, armónica, expresada en el movimiento y en vibraciones (por ejemplo, sonoras) en el mundo. Con un monocordio pitagórico, y convertidos en medidas, podemos «ver» (en la medida de la cuerda, precisamente), «oír» y aun «sentir emocionalmente» los números.
Los diferentes acordes y la evolución de los mismos, en completa dependencia de los números que generan las diferentes notas musicales, expresan todo un mundo de emociones, y como explica muy pedagógicamente Jaime Altozano, los acordes mayores suenan triunfales y felices (solares); los menores, tristes (lunares); los disminuidos, tensos; y los aumentados, misteriosos.
O sea, el número se expresa como forma (ver los experimentos de la placa de Chadwick, o las figuras de Lissajous) y como emotividad, permitiendo así enlazar el mundo divino, arquetípico, con la vida que incesantemente corre, como las aguas de un río. Las diferentes vibraciones del aire que el oído capta, en proporciones matemáticas, se convierten en todo un universo de emociones y sentimientos gracias a la acción taumatúrgica del genio musical. Y Mendelssohn, recriminado en que el lenguaje verbal era objetivo y el musical subjetivo, respondería que nada hay más objetivo que el lenguaje musical y lo que genera y permite expresar.
Hablar de Richard Wagner es hablar de un titán, como Prometeo, trayendo el fuego de los dioses a los simples mortales. Y la Tetralogía es quizás el himno más gigantesco y aun complejo nunca escrito, tanto en sus formas musicales como en las literarias (también sublimes, parejas a la grandeza y encanto hechicero de sus notas). Himno no solo por el deleite de su inmortal belleza, sino como oración a lo sagrado, evocando la vida de los dioses (de la religión germánica, con todos sus ocultos significados). Una oración a lo sagrado que expresa los misterios de la naturaleza y de la vida, de una duración de unas quince horas, y que nos transporta a un mundo inefable.
El musicólogo Deryck Cooke (1919-1976) estudió la metafísica musical, a través de los leitmotiv, de esta obra gigantesca. En I saw the world end: A study of Wagner Ring desarrolló exhaustivamente El oro del Rhin y La walkiria, pues su temprana muerte frustró el fin de esta obra, también colosal. Afortunadamente, tenemos su Introducción, en unas sesenta páginas, que podemos encontrar y leer aquí:
https://hendrikslegtenhorst.com/wp-content/uploads/2020/11/intro.pdf
Y que afortunadamente, también podemos escuchar aquí:
https://www.youtube.com/watch?v=674NDzOYnnQ&ab_channel=SpencerRybkin
https://www.youtube.com/watch?v=v6CGqUPwBSk&ab_channel=SpencerRybkin
Al referirse a estos leitmotiv, que forman el tejido musical y anímico de la Tetralogía, dice:
«Para conferir unidad a este vasto esquema, Wagner construyó su partitura a partir de un número de temas recurrentes, cada uno asociado con algún elemento en el drama y desarrollado en conjunto con ese elemento a lo largo del trabajo.
Estos temas, o motivos principales, como se les ha dado en llamar, no son meras etiquetas de identificación; la partitura tampoco es un simple mosaico compuesto por la introducción de cada motivo en el punto apropiado de la acción escénica. La propia descripción de Wagner de sus temas los describía como «momentos melódicos de sentimiento», y al escribir sobre sus intenciones antes dijo: “estos momentos melódicos serán convertidos por la orquesta en una especie de guía emocional a lo largo de la estructura laberíntica del drama”.
Los motivos de Wagner tienen, en realidad, un significado fundamentalmente psicológico, y su partitura es un desarrollo sinfónico continuo de ellos, reflejando el continuo transcurso psicológico de la acción escénica.
En consecuencia, un análisis completo de El anillo de los nibelungos sería una enorme tarea. Supondría aclarar las implicaciones psicológicas de todos los motivos, y rastrear su significado cambiante a lo largo de todo su largo y complejo desarrollo. No obstante, la comprensión y el disfrute de la obra puede ser de gran ayuda simplemente estableciendo la identidad de todos los motivos realmente importantes, e indicando qué símbolos dramáticos inmediatos representan, lo cual es todo lo que esta introducción pretende hacer».
Más interesante sería saber cómo concibió cada uno de estos motivos, especialmente los motivos-raíz, cada uno de los cuales va a generar toda una serie o árbol de temas musicales. Se dice que algunos surgen de la traducción en ritmo y melodía en la partitura de la visión de las constelaciones en el cielo (enamorado como era Wagner de la astronomía) y otros son, simplemente, pura metafísica musical, en el sentido platónico. Y aquí entra todo un desarrollo de matemática sagrada, lo que es fácil comprobar con algunos ejemplos.
El motivo-raíz más importante de todos es el que da inicio a la tetralogía, un acorde mayor formado por siete notas ascendentes, y que Deryck Cooke llama «el motivo de la naturaleza». De estas siete, cuatro son largas, como para estabilizar, y tres, como articulaciones (más espirituales, por tanto), hacen el traspaso.
Sigamos a este musicólogo:
«El símbolo fundamental de El anillo es el mundo de la naturaleza, de donde todo surge y al que todo vuelve. Y el motivo básico de Wagner para esta última fuente de existencia es este elemento fundamental en la música: el acorde mayor. Este acorde, extendido melódicamente como un arpegio mayor ascendente que hacen sonar tubas, forma el misterioso motivo de la naturaleza que abre toda la obra».
Esta es la forma original del motivo de la naturaleza. Pronto se somete a una simple transformación melódica en un tema de cuerdas ondulante pacíficamente; y el resultado es lo que puede llamarse la forma definitiva del motivo de la naturaleza, ya que esta es la forma en que se repetirá a lo largo de toda la obra.
La siguiente transformación es que esta forma definitiva del motivo de la naturaleza simplemente comienza a moverse al doble de la velocidad, y al hacerlo se convierte en un nuevo motivo: el motivo creciente del río Rhin.
Resumiendo: en la creación del cosmos de la tetralogía, primero, desde el silencio, emergen siete sonidos fundamentales en un acorde mayor. Son los Siete Rayos o Constructores de la Doctrina Secreta, que darán la base armónica de todo cuanto existirá. Aunque los mismos no se van a oír de forma pura, salvo al principio, este motivo musical durante toda la obra se oirá ondulante, los Siete Rayos reflejados en las Aguas de la Existencia, que es el Diámetro Horizontal-Gran Madre de toda vida. En realidad, es su soporte, pues solo cuando se multiplica por dos la velocidad es cuando aparece el río Rhin, que simboliza el Diámetro Vertical (el segundo diámetro, con la presencia del espíritu), quien realmente vivifica y hace que los planos horizontales de la conciencia sean atravesados por esa entidad dinámica VIDA-FOHAT que obliga a que se comience a mover la Rueda de la Existencia.
Este «Primer Siete», motivo de la Naturaleza en su estado puro del inicio de la obra, en un tiempo sumamente lento, en un ritmo 4/4, se va a convertir en la diosa Erda, la gran diosa ancestral de las profundidades, y de su sabiduría, donde Wotan va a concebir a las nueve valquirias (equivalente en cierto modo a los nueve Kumaras de la tradición hindú, también vírgenes). Y de un modo especial se convierte en el Bifrost, el arco iris, invocado por la tormenta de Thor y la luz de Froh, que va a permitir el paso de los dioses al Valhala. Y también originará el oro, el estado puro de la naturaleza, libre de ningún tipo de tensión ni contradicción, en las profundidades del Rhin, que sometido a la maldición de la codicia de Alberich, se convertirá en anillo de dominación y esclavitud, angustia devoradora de opresores y oprimidos.
Este motivo de la naturaleza —que, en definitiva, es el de la aparición de los dioses—, cuando, por simetría, se hace descendente, se convierte en el motivo musical del ocaso de los dioses, que estará presente muy especialmente en la cuarta parte de la tetralogía, con este nombre. En el motivo y la voz de Erda, se oyen ambos, pues al nacimiento y juventud deben suceder el ocaso y muerte de todo cuanto existe, aun de los dioses (y no hablamos del reino de Maat o los arquetipos de Platón, cuya vida, al menos para nosotros, es eterna e invariable).
Puede el lector acompañar este desarrollo en la Introducción de Deryck Cooke que estamos siguiendo. Lo dicho son muy breves ejemplos, pero en la metafísica musical de la tetralogía parece que nos encontramos una matemática dinámica sagrada de conceptos, evolucionando, originando los unos a los otros en un perfecto orden armónico y orgánico, vital. Como siempre, los números siete, tres, cuatro, son piedras basilares, y el dos como entrada en la materia-vida, como reflexión en el espejo de la naturaleza.
Del mismo modo que se puede estudiar con detalle más y más las obras de Platón, de Kant o de H. P. Blavatsky buscando tesoros filosóficos, como en la cueva de Alí Babá que solo requiere el «ábrete sésamo» (o sea, «conócete a ti mismo»), se puede hacer lo mismo estudiando el texto y el lenguaje musical de Wagner en la tetralogía. Algunos, como Deryck Cooke, han abierto el camino, pero este se adentra hasta profundidades difíciles de imaginar aunque tentadoras, desde luego, para los audaces que sientan la llamada y conozcan dicho lenguaje.
¿A que se refière cuando escribe: matemáticas dinamicas?