Libros — 4 de noviembre de 2010 at 20:13

«El desajuste del mundo», de Amin Maalouf

por

“EL DESAJUSTE DEL MUNDO. Cuando nuestras civilizaciones se agotan”.

Este es el título y subtítulo del último libro de Amin Maalouf, Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2010.

Amin Maalouf es uno de esos personajes interesantes que va por libre. Es un hombre a caballo entre Oriente y Occidente, que no ha tomado partido por ninguna de las dos civilizaciones, sino todo lo contrario, toma de cada una lo mejor, viendo las diferencias como fuentes de riqueza y no como motivos de enfrentamiento. Por ese motivo, algunos lo consideran como un autor incómodo. Es un hombre que cree que la universalidad de los valores no es incompatible con la diversidad de las culturas.

Nacido en Beirut (Líbano) en 1949, en el seno de una familia con larga tradición cultural, estudió con los jesuitas franceses e ingresó en la Facultad de Sociología de la Universidad de Beirut. Con veintidós años, trabajó como articulista para un periódico libanés, llegando a ser corresponsal de guerra en el extranjero, lo que le dio la oportunidad de viajar y conocer otras culturas hasta que en 1975 su país entró en guerra y se marchó a París con su familia.

Allí trabajó como periodista hasta que empezó a escribir.

El género que más practica es la novela histórica. Novelas que nos pasean por otras épocas y distintos rincones del mundo, que pretenden mostrarnos la esencia de la humanidad y la riqueza de sus distintas expresiones.

Su primer libro, “Las Cruzadas vistas por los árabes”, es una obra histórica rigurosa fundamentada en los testimonios de los cronistas árabes de la época. Es una crónica viva, llena de detalles, recuerdos y tradiciones que nos descubre, a los occidentales, la otra parte de unos hechos ocurridos hace nueve siglos y que continúan marcando la relación del mundo árabe con el mundo occidental.

En él descubrimos la grandeza de Saladino, el gran infiel, cuya honorabilidad y valor eran, incluso, admirados y loados por sus enemigos, los cruzados. También descubrimos que las preocupaciones, el día a día de las gentes de Oriente, no distaban tanto de las que tenían los cristianos. Aquí ya percibimos el profundo humanismo, el respeto, la comprensión y la tolerancia hacia las distintas culturas de los que están impregnados todas sus novelas y ensayos, que tanto nos gustan y atraen a sus lectores.

Nos hemos desviado, no del camino que trazaron nuestros padres para nosotros, sino del camino que nosotros debemos trazar para nuestros hijos”.

“Samarcanda”, “La roca de Tanios”, “León el Africano”, “Los jardines de la luz”…, son pequeños tesoros con los que podemos entretenernos a la vez que aprendemos y descubrimos la gran riqueza de la humanidad.

En “El desajuste del mundo”, Amin Maalouf habla sin tapujos de lo infieles que han sido Occidente y el mundo árabe-musulmán a sus principios, y de los graves conflictos a los que esta infidelidad nos ha llevado.

Amin Maalouf se plantea el agotamiento de las actuales civilizaciones y se pregunta si somos la prehistoria de una nueva civilización, una civilización que, si no quiere terminar con los recursos naturales del planeta, deberá dar prioridad a otras formas de satisfacción y placer, y él nos propone la adquisición de saber y el desarrollo de una vida interior más plena, “porque no podemos orientarnos en el laberinto de la vida moderna sin alguna brújula espiritual”.

Nuestras civilizaciones ya han hecho su servicio, tenemos que dejar atrás la historia tribal de la humanidad: luchas entre Estados, naciones, comunidades étnicas o religiosas.

Con un optimismo esperanzado, que para algunos puede parecer falta de cordura, tal y como está el mundo, pero que para otros es un sueño en el que trabajamos día a día, Amin Maalouf nos dice que este mundo de luchas intestinas se está acabando delante de nuestros ojos: “sí, es la prehistoria de los hombres, una prehistoria demasiado larga, hecha de crispaciones identitarias, de etnocentrismos ofuscantes, de egoísmos que ‘se supone’ que son sagrados”.

También nos habla con franqueza de la inmigración, otro de los grandes problemas de hoy: la aceptación del rasgo diferencial del otro. Nos invita a superar los prejuicios y los odios, que, como él asegura, no son una cosa que vaya con la naturaleza humana. “Aceptar al otro no es más ni menos natural que rechazarlo. Reconciliar, pacificar, unir… son gestos voluntarios, gestos de civilización que piden lucidez y perseverancia. Gestos que se aprenden, que se enseñan y se cultivan”.

Hay muchos inmigrantes que participan de la vida intelectual, cultural, social y económica de los países que los acogen, aportando nuevas ideas y sensibilidades diferentes, que les permiten un conocimiento íntimo de su nuevo hogar, que los enriquece a ellos y, al mismo tiempo, enriquece a los autóctonos que sin reparos abren sus corazones y mentes a los nuevos aires que traen estas gentes de otros países. De esto no hablan los periódicos ni las noticias de la televisión, pero es una gran realidad.

Amin Maalouf nos invita a ver las diferencias como fuentes de riqueza y hace un llamamiento hacia el respeto del otro porque, como muy bien dice, “no debemos perder de vista que cuando nosotros hablamos de ‘los otros’, nosotros mismos, seamos quien seamos o seamos lo que seamos, somos también ‘los otros’ para los demás”.

En este mundo ya no hay extranjeros: hay compañeros de viaje, porque todos estamos en el mismo barco y si no lo concienciamos, el barco se hundirá para todos y, ¿qué quedará para las generaciones futuras?

El futuro no está escrito en ninguna parte, somos nosotros quienes lo escribimos, quienes lo tenemos que construir. Con audacia, porque debemos atrevernos a romper con las costumbres seculares; con generosidad, porque debemos calmar, escuchar, incluir, compartir; y sobre todo, con sentido común”.

Si queremos aprovechar durante mucho tiempo todo lo que nos ofrece la vida, estamos obligados a modificar nuestro comportamiento”. Debemos hacer una reinterpretación de lo que es el mundo, la política, la economía, el consumo, el bienestar, las desigualdades existentes en el planeta, la religión, la tecnología, de forma adulta y coherente, honestamente, porque tenemos un deber con las futuras generaciones: el deber de dejarles un mundo mejor que el que nosotros hemos encontrado. No es una utopía; si lo concienciamos, si rescatamos del olvido los valores plenamente humanos y abrimos nuestra mente al verdadero conocimiento, el conocimiento que nos permite ver la esencia de los seres humanos, de la naturaleza, de las cosas, el conocimiento que no se queda en la superficie de las formas, nuestras pequeñas acciones, nuestro quehacer del día a día se reorientará en esta dirección.

Somos hijos de Prometeo, los depositarios y continuadores de la creación”. Prometeo fue castigado por dar a los seres humanos el fuego del Olimpo, el fuego del discernimiento. Hagamos honor al gran titán y aprendamos de una vez por todas a discernir.

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