Arte — 1 de octubre de 2024 at 00:00

El sí de Platón a la poesía que se mira en lo bello

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Poesía filosófica

Vengo escribiendo poesía desde hace tiempo, y comparto en redes sociales algunos de los poemas a través del canal «Poesía filosófica – Filosofía poética».

Por eso he de confesar que siempre me llamó la atención, con un cierto descorazonamiento, la idea de que Platón rechazara para su ciudad ideal la labor de los poetas. Nunca supe, en verdad, la razón de todo ello, hasta que descubrí que Platón no estaba en contra de la poesía ni de los artistas, sino en contra de todo arte que nos hace bajar al subsuelo de nosotros mismos…

¿Rechazaba Platón el arte y a los poetas?

De ninguna manera cabe pensar que Platón no estaba interesado en el arte: antes bien, pocos filósofos han insistido tanto como él en las poderosas influencias que las artes ejercen sobre el desarrollo del alma.

Sin embargo, sí estaba en contra de los poetas y trágicos en cuanto artistas, porque habían sido durante muchos siglos los promotores y modeladores de las formas religiosas y éticas en Grecia, considerándoselos árbitros de la conducta y la verdad, en detrimento de los verdaderos filósofos.

En diversos diálogos, especialmente la República y las Leyes, Platón subordina el arte a una función formativo-educativa y recrimina la intervención de los poetas mencionados como totalmente ajena, incluso contraria a esta finalidad.

Nuestro filósofo pretende ir mucho más allá de la construcción de un Estado ideal o de una educación ideal. Pretende renovar completamente el panorama de la educación en la Atenas en la que vive y en la que ha crecido.

El origen de esta situación remite a que tomó conciencia de que el discurso sobre la divinidad y los actos de los dioses relatados en los mitos se presentaban como incongruentes. El objetivo de Platón, por tanto, es un intento de desmantelamiento de las concepciones religiosas que tradicionalmente habían sido aceptadas socialmente en el seno del Estado.

La crítica platónica estaba dirigida fundamentalmente a los relatos de Homero y Hesíodo, que, en reiteradas ocasiones, presentaban a los dioses realizando acciones y teniendo comportamientos impropios de la figura divina que encarnaban, aquello que tradicionalmente se entiende por divino.

Así, hace afirmar a Diotima en El banquete que los dioses son felices y bellos, y que la divinidad debe asimilarse a las ideas de felicidad y belleza.

Siguiendo el razonamiento platónico, un comportamiento impuro, inmoral, no es lógicamente compatible con la felicidad y la belleza, de ahí que proponga dar la dirección de la sociedad a los filósofos y derrocar a los poetas que desde mucho tiempo atrás venían ejerciéndola.

El banquete se convertirá, en consecuencia, en todo un manifiesto en cuanto a la figura del poeta-filósofo.

«¿Tú crees de verdad que los dioses tienen guerras unos contra otros y terribles enemistades y luchas o cosas de esta clase que narran los poetas, con las que los buenos artistas han llenado los templos?»1.

Un poco de historia

En realidad, son los presocráticos quienes inician el proceso que culminará con la propuesta platónica. Uno de los primeros en criticar el antropomorfismo de los dioses fue Jenófanes de Colofón2: «Homero y Hesíodo atribuyen a los dioses todo lo que es vergüenza y baldón: robar, cometer adulterio, engañarse unos a otros».

Si Platón critica, por tanto, a los poetas del pasado, es porque su estado de inspiración les lleva fuera de sí, y no dentro de sí, única forma de obtener la verdadera inspiración de las musas, portadoras de las ideas divinas.

Dada la importancia que tuvieron los poetas durante los siglos anteriores a Platón como árbitros de transmisión de conocimientos, costumbres y creencias religiosas, podría parecer que no hubiera más verdades que las expuestas por ellos.

La poesía, comunicada verbalmente, era la fuente de los conocimientos históricos, políticos, morales y tecnológicos de la comunidad. Los poetas en general, y Homero en particular, eran tenidos por fuente de instrucción en lo tocante a la ética y a los conocimientos administrativos, y eran, por consiguiente, auténticas instituciones en el seno de la sociedad griega.

Es precisamente de aquí de donde arranca la crítica platónica a los poetas, como exponentes de un arte que no se ajusta a las ideas arquetípicas de Bondad, Verdad, Belleza y Justicia.

En cualquier caso, el propósito platónico no es eliminar totalmente el uso de la poesía en todas sus formas, sino regularlo y controlarlo. Por eso plantea que, en caso de que los guardianes tengan que representar a algún personaje, deben imitar a hombres cabales que ostenten valores morales aceptables.

El soporte de la memoria

En el primitivo mundo griego, la memoria, guiada por la musa Mnemosine, era el verdadero eje de sustentación de la cultura; la oralidad poética se convertía en una técnica capaz de garantizar la conservación y la estabilidad de lo transmitido a través de la poesía; la palabra rítmica, hábilmente organizada según modelos métricos y verbales como para retener la forma, facilitaba su recitación constante y reiterada.

En esta técnica comunicativa, la memoria necesita de un soporte y este es la mímesis o imitación. El actor imita, encarnando el personaje, pero lamentablemente, la imitación puede engendrar hábitos o rutinas que inducen a la mecanicidad de la conciencia si no hay elevación a través de la búsqueda de la verdad.

Poesía filosófica

La imitación podría tener también efectos positivos, pero solo cuando la identificación emotiva encarna personajes que obran de manera virtuosa, con coraje y sabiduría.

Hemos de recordar que, en la antigua Grecia, el poeta incluía en su quehacer elementos tales como la música y la danza. Y afirma Platón que «la poesía, como la melodía, se compone de tres elementos, que son letra, armonía y ritmo».

Por eso defiende que en la polis deben evitarse las armonías que inciten al desenfreno, a la debilidad e incluso a la malicia, en tanto que sí serían aceptadas como aptas las armonías que imitan la voz y el acento de los héroes, así como la voz de personas pacíficas y sensatas, como valor aceptable para la educación de sus guardianes.

Los peligros de la imitación

No deja de sorprendernos la profundidad de pensamiento que Platón logró transmitirnos, y que llega con total actualidad a nuestro confuso y desarraigado siglo XXI.

Él supo alertarnos sobre los peligros de una imitación de elementos nocivos sin otro contenido que el otorgado por la voluble popularidad, que en absoluto constituye una prueba de belleza.

Esto nos recuerda lo planteado por el profesor Livraga, filósofo del siglo XX, cuando explicaba que todo arte ha de contener un mensaje, pues de otro modo es como un sobre vacío de carta.

La imitación emocional e inconsciente de lo feo es peligrosa puesto que, con el correr del tiempo, terminamos convirtiéndonos en aquello que imitamos. De allí que Platón criticara el arte imitativo, vacío de conciencia, y no el arte en su totalidad como erróneamente se cree.

Lo que él deplora es la personificación, imitación o identificación con ciertos modelos o personajes impropios e indignos, y por ello rechaza determinados tipos de poesía, de teatro y aun de música, en que la vinculación emocional —tanto en el actor como en el público— puede llegar a límites indeseables.

El peligro, por tanto, no está en la vulgar repetición (de un poema, o un tipo de música o danza), sino en la identificación con personas, costumbres o modas que son vulgares y no responden a ideas reales o verdaderas.

Hoy, como entonces, existen y existieron sofistas que alimentan la opinión pública, no con conocimientos verdaderos, sino estudiando las pasiones de las masas para luego reflejarlas en sus obras y en sus escritos. A tal punto ha tomado actualmente carta de naturaleza la acción de los sofistas que se ha dado en llamar posverdad al protagonismo de la mentira encubierta.

Con rara clarividencia y visión de futuro, Platón condenaba la confusión amorfa del arte contemporáneo (el de su época), especialmente de la música que no conduce a ninguna reacción positiva ni a ideas claras o sentimientos nobles.

Bajo este supuesto, ¿qué diría nuestro querido filósofo del arte actual, si en este tiempo «levantara la cabeza»3?

Poesía y belleza

Lo Bello es una idea que existe independientemente de las cosas bellas, y las cosas participan de lo Bello, cada una en su medida. La vida humana es una larga peregrinación desde las apariencias hasta la realidad (ideas arquetípicas), y el arte, o mejor dicho, la belleza como manifestación de lo Bello, nos ayuda en el empeño.

¿Somos conscientes de que, mientras no hay imágenes visibles de la sabiduría, sí hay en cambio imágenes visibles de la belleza?

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La belleza se aprecia entonces de manera sensible, mientras que lo Bueno, lo Verdadero y lo Justo están en el alma de las cosas, que participan de los arquetipos eternos. Pero esos arquetipos no se alcanzan por un proceso racional, sino que se requiere un salto intuitivo, apoyado en la percepción de la belleza.

Además, en el Fedro, Platón relaciona lo Bello con el amor: el alma, en presencia de la belleza, ansía regresar a su antigua patria celestial, de la que alguna vez provino. Ante la influencia de lo Bello, el alma —rota y con muñones en la tierra— siente que le vuelven a crecer las alas, se anima y se vuelve hermosa. «La belleza es el modo de ser de la luz»4.

Y afirma en El banquete: «Lo Bello no es sino el Bien que se manifiesta».

De acuerdo con la enseñanza platónica, toda obra de arte —y en el caso que nos ocupa, la poesía— debe proporcionar calma y serenidad.

Por eso el artista, el poeta, más que repetidor, debe ser educador y convertirse en ayuda eficaz para una vida justa y buena.

1 Eutyfro (6c, S6c).

2 Jenófanes de Colofón (560 a. C.-478 a. C.).

3 Dicho español que significa «si naciera de nuevo».

4 Verdad y método (Tomo I). Fundamentos de una hermenéutica filosófica. Hans Georg Gadamer, Salamanca, Ed. Sígueme.

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