Seshat, «la señora de los libros», es la diosa egipcia de la escritura y la lectura, protectora de las bibliotecas. También es diosa de la arquitectura y del destino. Como diosa del destino, estaba sentada a los pies del árbol cósmico, allí donde el cielo superior y el inferior se unían; como diosa de la arquitectura era la encargada de calcular y dar la orientación precisa a la hora de construir y elaborar los planos de los templos. Muchas veces se la representa como escriba de los faraones anotando los logros de su reinado en las hojas del Árbol de la Vida, una función mágica, la de cuidar la inmortalidad del faraón en la Tierra.
Para aquellos que amamos los libros, para aquellos que sentimos admiración al recorrer las estanterías de viejas y también nuevas bibliotecas, repletas de antiguos y no tan antiguos saberes, seguramente Seshat es nuestra fuente de inspiración. Ella es la emoción que asalta nuestro corazón cuando encontramos, entre las estanterías de una biblioteca, un libro que llevamos tiempo buscando o cuando el hallazgo es inesperado. También es la que desata nuestra imaginación en la lectura.
Mi amor por los libros y mi trabajo cotidiano en las bibliotecas en diversos niveles ha marcado una trayectoria vital que responde a lo que comúnmente se llama vocación o destino y que me ha llevado a algunas conclusiones que quisiera compartir. Son puntitos, aparentemente inconexos, que cuando se observan desde una perspectiva superior, esbozan un sentido, una figura.
El libro como soporte de la escritura
En sus diversas variedades (piedras, tablas de madera, tablillas de arcilla, papiros, códices, libros y diferentes soportes electrónicos), creo que el libro ha estado íntimamente unido al desarrollo de la humanidad. Como nos dice Siri Hustvedt en Vivir, pensar, mirar, «los signos inertes de un alfabeto se vuelven significados llenos de vida en la mente. Leer y escribir alteran nuestra organización mental».
Sin embargo, Platón, al narrar el mito de Theut y el rey Thamus en el Fedro, nos advierte del peligro de fijar los conocimientos por escrito sin tener las claves para su correcto uso y el peligro que ello supone. El mito narra la tragedia del libro cuando no hay una conciencia despierta que vigile qué se debe escribir y qué no. Y en este aspecto me gustaría destacar la figura fascinantemente ambigua de Theut, como el incitador para introducirse en el laberinto que significaría fijar los conocimientos por escrito sin tener las claves para su correcto uso, frente a la serena clarividencia de Thamus, que sabe de antemano las consecuencias de dar ese paso. Por eso declina la invitación del dios para hacer uso del invento de la escritura, aunque se tiene la sensación de que forzosa y trágicamente hay que atravesar ese laberinto, descubrir sus leyes y alcanzar el centro. Un laberinto de escritos y libros.
La desconfianza de Platón hacia los poetas de la República es plenamente justificable porque trabajan con imágenes que prenden la imaginación de aquellos que no están maduros para comprenderlas y pueden caer en las trampas y sofismas de la manipulación. Si cambiamos la palabra poeta por otras más adecuadas a nuestra época como intelectual, publicista o «ingenieros del alma» (como los denominó Lenin), vemos que la precaución platónica tiene mucho sentido.
Platón también nos advierte en la Carta VII:
«En todo caso, al menos puedo decir lo siguiente a propósito de todos los que han escrito y escribirán y pretenden ser competentes en las materias por las que yo me intereso, o porque recibieron mis enseñanzas o de otros o porque lo descubrieron personalmente: en mi opinión, es imposible que hayan comprendido nada de la materia. Desde luego, no hay ni habrá nunca una obra mía que trate de estos temas; no se pueden, en efecto, precisar como se hace con otras ciencias, sino que después de una larga convivencia con el problema y después de haber intimado con él, de repente, como la luz que salta de la chispa, surge la verdad en el alma y crece ya espontáneamente. Sin duda, tengo la seguridad de que, tanto por escrito como de viva voz, nadie podría exponer estas materias mejor que yo; pero sé también que, si estuviera mal expuesto, nadie se disgustaría tanto como yo. Si yo hubiera creído que podían expresarse satisfactoriamente con destino al vulgo por escrito u oralmente, ¿qué otra tarea más hermosa habría podido llevar a cabo en mi vida que manifestar por escrito lo que es un supremo servicio a la humanidad y sacar a la luz en beneficio de todos la naturaleza de las cosas? Ahora bien, yo no creo que la discusión filosófica sobre estos temas sea, como se dice, un bien para los hombres, salvo para unos pocos que están capacitados para descubrir la verdad por sí mismos con unas pequeñas indicaciones. En cuanto a los demás, a unos les cubriría de un injusto desprecio, lo que es totalmente inadecuado, y a otros de una vana y necia suficiencia, convencidos de la sublimidad de las enseñanzas recibidas» (341 d. C.).
Debemos tener en cuenta que Platón es el filósofo de la presencia, del entendimiento directo, de la catarsis a través de la dialéctica como búsqueda de la verdad, y lo que nos está diciendo, en otras palabras, es que lo iniciático es inexpresable y no se puede escribir. Si se hiciera, solo se podría leer con indicaciones muy precisas dentro de un contexto discipular.
Sin embargo, para llegar al pináculo de la iniciación, el discípulo ha tenido que escalar una pirámide de libros y cruzar un laberinto de lecturas.
Pero que Platón no nos intimide. El libro es una herramienta que, bien usada, te eleva, pero su mal uso nos introduce en el mundo de Eris, la discordia.
Desde un punto de vista práctico, el libro ha sido uno de los grandes logros civilizatorios, como la rueda. Más allá de las modas, de los artilugios que pretenden sustituirlo, a pesar de ello, el libro aún perdura y convive con sus pretendidos sustitutos. Y seguirá siendo así.
Por eso la escritura y sus diversos soportes, donde el más eficaz ha sido históricamente el codicilo cosido a la derecha y que evolucionó hasta el libro en su forma actual, ha sido receptor de una poderosa simbología que se puede rastrear en múltiples tradiciones. De su estudio comparativo surge una hermenéutica coherente donde las realidades espirituales se sienten cómodas cuando se expresan en las series simbólicas que van desde la escritura inspirada por dioses o ángeles —el libro como expresión de la naturaleza y sus misterios— a los rituales de lectura. Hasta se podría hablar de un yoga de la lectura o una forma correcta de leer los libros sagrados y, por extensión, cualquier libro.
Como expresa Mia Couto en Trilogía de Mozambique: «Parecen dibujos, pero dentro de las letras están las voces. Cada página es una caja infinita de voces».
La lectura: punto de encuentro de lo visible y lo invisible
En cuanto a la lectura como punto focal donde se interconectan lo visible y lo invisible, son interesantes de destacar las ideas sugeridas por Mario Roso de Luna en el capítulo preliminar de su libro Simbolismo de las religiones, titulado «La palabra sagrada, el libro y la biblioteca»:
«Siendo la mente la facultad más preciosa, por lo mismo que a ella se debe hasta el nombre de Manú o Pensador que el hombre lleva en casi todas las lenguas sabias, natural es que los instrumentos que la mente emplea para vencer al tiempo y al espacio, o sea los libros, tengan para la humanidad importancia capitalísima, sobre todo en esos verdaderos tesoros acumulados del saber de las edades que se llaman “Bibliotecas”…».
«Un buen libro es la flor más preciada, el fruto más maduro y eterno que puede dejar un hombre en su paso fugaz por la vida terrestre».
«En medio de las negruras de la vida, el hogar intelectual y moral de cada hombre es su biblioteca… Hombre cuyos papeles y libros estén desordenados, es que tiene también un caos en sus ideas, y nada harán si antes no las ponen en orden, porque un lazo misterioso une al libro con el frondoso árbol de nuestra imaginación creadora, que no parece sino que tiene una raíz grande o pequeña en los múltiples pasajes de los libros que hemos leído y de los que aquella se representa a veces hasta el lugar que en la respectiva página ocupan».
«Si el hogar mental de cada hombre es su biblioteca, el hogar divino de cada pueblo es la biblioteca de su raza, ese sanctasanctórum donde yacen escondidos, como en la lira famosa de Bécquer, ideas trascendentes de un pasado, que estaría irremisiblemente muerto si no viviese una vida astral y misteriosa en las hojas de sus libros. Biblos es todo Oriente y Occidente; Pérgamo es toda Grecia; Alejandría es todo Oriente y Occidente; Roma, por su Biblioteca Vaticana es todo el ocultismo de Occidente; Londres por su British Museum es todo nuestro mundo… El incendio, la destrucción casual de tales centros sublimes del pasado, marcan algo así como el fin de una época y el comienzo de una era nueva, casi siempre peor que las anteriores en su espiritualidad, aunque mejor en cuanto a las apariencias intelectivas».
«Si toda iniciación ocultista se basa en la palabra sagrada respectiva, las palabras sagradas, iniciáticas a su vez, se desarrollan en las múltiples ideas que sucesivamente se van derivando de ellas hasta construir un libro. Los sucesivos libros que vienen luego así unos de otros a partir de uno fundamental y primitivo de cada pueblo —su libro sagrado respectivo— acaban constituyendo una biblioteca, cual aquellas bibliotecas troncales de las que nos venimos ocupando como suma y pináculo de toda la iniciación. Palabra sagrada, libro y ciblioteca son, pues, tres vértices del triángulo iniciático en cuyo centro se halla la mente humana cuando despierta a la vida de lo suprasensible, y estos tres vértices, como la circunferencia del círculo al triángulo circunscribe, pueden ser igualmente recorridos en el sentido que les hemos dado y también en el opuesto de biblioteca, libro y palabra, según procedamos por análisis o síntesis».
Mario Roso de Luna recalca la idea de libro cumbre o libro semilla, que sirve de simiente, de impulso o modelo a otros muchos libros menores que entran en el imaginario colectivo y popular a través de la literatura, las leyendas, las fábulas, estableciendo una filiación secreta que poco a poco se está redescubriendo a través de la literatura comparada y la hermenéutica; la repetición constante de mitos y mitemas de las que está repleta toda la literatura clásica y moderna, la pintura, la música, el cine y el cómic.
En este aspecto, la referencia al Libro del Dzyan es fundamental. Solo hay que leer lo que cuenta tan gráficamente Helena Petrovna Blavatsky en la introducción a la Doctrina Secreta.
Roso de Luna nos sigue hablando de la existencia de inmensos repositorios de libros, escondidos en diversos lugares del mundo, que por las cualidades de sus custodios tampoco serían necesarios, pues todo cuanto ha sido escrito ha quedado grabado en el libro de los libros que son los «registros akáshicos», que son fácilmente evocados. Esta luz astral la relaciona con el Libro de la Vida o del karma, donde todo es registrado por esos misteriosos seres o escribientes llamados los Lipika, que «registran en verdad hasta los más mínimos detalles de la vida, cuanto más las grandes obras del humano pensamiento y sus sublimes anhelos a los que llamamos “libros”».
En estas inmensas bibliotecas escondidas estarían los libros desaparecidos en momentos oscuros, preservados para «reaparecer el día oportuno», como una revelación consoladora. Los libros como elementos para el despertar de una época nos ofrecen un interesante tema de reflexión a la luz de la historia de la filosofía, como por ejemplo el redescubrimiento de los libros de Vitrubio en el Renacimiento, o de los textos herméticos.
En línea con Mario Roso de Luna, existen otras referencias al respecto, como, por ejemplo, las enigmáticas referencias que en las Cartas de los Maestros dirigidas a Sinnet se hace del término «libro de la vida» o «libros de las vidas», donde no queda claro, cuando se refiere a Sutratma, si se trata de cada una de las perlas de ese collar que se asemeja a una página de un libro que conformaría toda la evolución de un alma a lo largo de un gran período de existencia. Porque también parece decir que la humanidad toda es un libro y que cada alma conforma una página escrita o en proceso de escritura.
Hay que destacar que, en torno al libro como soporte y a la escritura como proceso, hay todo un mundo de fenomenología oculta que ha sido muy poco estudiado. Desde la inspiración de tramas argumentales o ideas hasta la configuración de arquetipos literarios o personajes que entran de lleno en el imaginario popular (los diversos personajes de Shakespeare, Fausto, Don Quijote y Sancho, Don Juan, Sherlock Holmes), que a veces cobran vida con independencia de sus creadores.
Si prestamos atención a lo que nos ha llegado sobre la elaboración de la Doctrina Secreta por parte de Helena Petrovna Blavatsky, vemos que hay un mundo parapsicológico que rodea al libro donde la intención y el deseo de saber mueve fuerzas invisibles que se manifiestan en la aparición sincrónica de aquello que buscamos en nuestro anhelo por saber y aclarar enigmas. Si la filosofía se muestra como un intenso anhelo, por lógica debe atraer esos libros y esos autores que nos iluminan el camino de la búsqueda de la verdad.
Leer: la conexión con la imaginación
Leer no solo es una experiencia intelectual, nos conecta con una de las herramientas más poderosas de nuestra mente: la imaginación. Y la imaginación, la capacidad de concebir y captar desde lo invisible para plasmarlo en lo visible, en lo material, es la esencia de lo humano, es el trabajo con Manas, lo que nos hace seres humanos conscientes. También es la esencia de eso que se ha venido en llamar «magia».
Antonio Basanta, en el vídeo de «Leer contra la nada», nos dice que «leer es siempre un traslado, un viaje, un irse para encontrarse. Leer, aun siendo un acto comúnmente sedentario, nos vuelve a nuestra condición de nómadas».
Esto nos lleva a una pregunta fundamental. ¿Puede un libro despertar o ayudar a despertar el alma de un filósofo? Por extensión, ¿puede un libro ayudar a superar una crisis existencial?, ¿puede ayudar a dar un salto, establecer un antes y un después que pueda ser fijado por la memoria, en nuestro desarrollo espiritual?
Hoy en día se habla mucho de biblioterapia, que consiste en el uso de la lectura con un objetivo terapéutico (libros de autoayuda) o de desarrollo (novelas). Se recurre a ella principalmente para apoyar el tratamiento de trastornos mentales y problemas emocionales y para promover la salud mental. Los libros recomendados tanto a pacientes como a sus familiares son de gran ayuda para entender mejor y afrontar los problemas de salud, así como para mejorar su bienestar.
A las bibliotecas como lugares especiales, y en cierto sentido mágicos porque atesoran el saber, despiertan nuestra imaginación, nos conectan con nuestra alma, nos infunden las ganas de saber e incluso nos pueden ayudar en nuestras crisis existenciales, podríamos aplicarles la doctrina de los tres círculos: primer círculo, el espíritu; segundo círculo, la psique; y tercer círculo, Soma (el mundo manifestado). Los tres círculos no están separados, sino que se imbrican uno con el otro.
El aspecto simbólico que ya hemos esbozado vendría a ser el primer círculo. El tercer círculo es evidente también, sería toda la proyección cultural sobre la sociedad a través de clubes de lectura, ferias del libro, invitación a autores para presentar sus obras, recitales de poesía e incluso el uso de las bibliotecas como refugio climático durante los meses de verano e invierno. El segundo círculo habría que definirlo, pero también es evidente. Su reflexión hace que se deriven un verdadero catálogo de responsabilidades del bibliotecario en relación con los usuarios y el resto de las estructuras del pueblo, barrio o ciudad.
Función social de las bibliotecas
- Las bibliotecas son fuente de trabajo y también de integración para un amplio perfil de usuarios. En una biblioteca no importa de dónde vengas o el género. En una biblioteca empatizas con el otro por la lectura y el estudio. Por ejemplo, ¿cuántas parejas o grupos de amigos se habrán conocido estudiando en la biblioteca de una facultad o instituto? Por otro lado, hay muchas asociaciones culturales donde el cuidado de las bibliotecas lo realizan voluntarios, otra forma de integrar diferentes perfiles de personas unidas por un ideal común.
- Son una proyección de la imagen del pueblo, el barrio o la ciudad. También de las escuelas, universidades, instituciones, asociaciones culturales que poseen una biblioteca que miman y cuidan. Somos muchos los que todavía recordamos la biblioteca de la escuela o el instituto, o los que al entrar en una asociación cultural nos hemos maravillado con su biblioteca. Las bibliotecas refuerzan la imagen institucional de las asociaciones.
- El bibliotecario o bibliotecaria no son simples mantenedores de libros. Pueden ayudar a introducir en el mundo de la lectura a aquellas personas que se sienten intimidadas al ver tantos libros juntos pero que sienten la necesidad de saber o de actualizar conocimientos, pero no han tenido la oportunidad de expresarlo por timidez o por un cierto complejo. Incluso, hoy que las bibliotecas públicas tienen la nueva función de refugio climático, donde muchos usuarios van allí buscando simplemente un poco de fresquito o calor, el bibliotecario o bibliotecaria puede despertar el gusanillo de la lectura. Por otro lado, también pueden ser puente entre profesores y estudiantes, entre profesionales de la salud y pacientes, en referencia a la bibloterapia comentada anteriormente. Ortega y Gasset, en su ensayo «Misión del bibliotecario», precisa que un bibliotecario o bibliotecaria es un guía (a la manera de un Hermes o un Anubis) entre el bosque aparentemente caótico de una biblioteca y el deseo o curiosidad de alguien que busca.
En tiempos oscuros los libros y las bibliotecas siempre han sido presa de los fanatismos y la locura desenfrenada de hombres y mujeres que pierden la cordura atribuyendo a los libros los males sociales e incluso poderes demoníacos, como si fueran la manzana que se comió Eva, cuando lo que realmente pretenden es cerrar el paso al saber universal al común de los mortales, convirtiéndose ellos en sus únicos custodios, creyendo que así, limitando la posibilidad de conocimiento e imponiendo sus ideas sectarias pueden someter al resto de seres humanos.
La historia está llena de incendios de bibliotecas y quema de libros; incluso hoy se siguen cometiendo estos mismos asesinatos del saber. Pero siempre, en medio de la oscuridad, hay pequeñas luciérnagas dispuestas a salvar el valioso patrimonio inmaterial de la humanidad para que futuras generaciones puedan volver a reconstruir las bibliotecas, para que los seres humanos puedan seguir aprendiendo y gozando de él, aunque con menos espiritualidad, como dice Mario Roso de Luna, pero con el mismo calor que nos abriga de la ignorancia y la tristeza, como dice la poeta Joana Respall.
Para finalizar, como resumen de todo lo escrito anteriormente, así reza el epitafio de la tumba de Benjamín Franklin, un gran lector y editor:
El cuerpo de B. Franklin, impresor (como la cubierta de un libro viejo, con su interior rasgado, despojada de su texto y sus dorados), yace aquí, como alimento para los gusanos; pero la obra no se perderá, porque (como él creyó) aparecerá de nuevo, en una edición nueva y más elegante, revisada y corregida por el Autor.
Bibliografía:
Una historia de la lectura. Alberto Mangel. Alianza Editorial, 2005.
La biblioteca de noche. Alberto Manguel. Alianza Editorial, 2007.
El infinito en un junco. Irene Vallejo. Debolsillo. 2022.
- El simbolismo de las religiones. Mario Roso de Luna. Editorial Renacimiento. 2006
Adaptación: Cinta Barreno Jardí