Arte — 9 de febrero de 2010 at 14:05

¿Hay ciencia en el Quijote?

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«Ninguna Ciencia, en cuanto a Ciencia engaña; el engaño está en quien no la sabe, principalmente la de Astrología».[1]

Don Quijote, gran admirador de la Caballería Andante, nos dice que: «ésta encierra en sí todas las más ciencias del mundo».

Cervantes oculta en su gran novela don Quijote de la Mancha conocimientos científicos, y decimos «oculta», porque habla de forma velada, ya que en la época que escribió su libro había en España una gran censura impuesta por la Inquisición, que vigilaba constantemente, para evitar que se propagasen las ideas protestantes en España, hasta el punto que los estudiantes españoles de la época no podían salir a estudiar al extranjero, mientras en las universidades españolas la lista de los libros prohibidos bajo pena de muerte, era extensa, incluidos los de Ciencia. De esta forma España quedó excluida del movimiento europeo conocido como Revolución Científica que daría nacimiento, con el tiempo, a la Ciencia Moderna.

Cervantes fue contemporáneo de personajes célebres como Galileo, G. Bruno, Kepler, Harvey y tantos otros que sería largo mencionar; escribieron éstos libros que fueron difundidos gracias a la imprenta, gran invento de la época, que hizo que tuviesen acceso a todos esos conocimientos y enseñanzas que impartían estos hombres. Es muy posible que Cervantes leyese u oyese hablar de ellos, pues según nos dice J. Summers: «Los conocimientos astronómicos de Cervantes eran superiores a los de una persona común del momento, e incluso por encima de los de cualquier hombre ilustrado en humanidades. Surge la duda de conocer cómo pudo adquirirlos, sobre todo cuando parece suficientemente probado que nunca frecuentó las aulas universitarias. Tampoco existe referencia del momento o lugar donde pudo adquirir tales conocimientos ni de las lecturas utilizadas».

¿Dónde aprendió? Siempre será un misterio. Cervantes vivió y viajó por Italia durante seis años, donde según F. Yates habían un gran número de academias donde se enseñaban ciencias y filosofía, siendo las más importantes las de grandes ciudades como Roma, Florencia, Nápoles y Venecia. Todas las academias profesaban el perseguir la virtud a la vez que el conocimiento. Buscar la perfección moral a la vez que intelectual, dentro del espíritu platónico, pues consideraban que el platonismo es más que una filosofía; es un camino de perfección, de iluminación. En Roma estaba la famosa Accademia dei Lincei, que contaba entre sus miembros a Galileo Galilei. F. Yates también nos aporta el siguiente dato: «En 1592, cuando Bruno regresó a Italia, se estableció en Venecia y frecuentó los mismos círculos liberales que Sarpi, (en particular la Academia de Andrea Morosini)».

Por sus obras y en especial el Quijote, se deduce que Cervantes leyó gran cantidad de libros clásicos y contemporáneos, hablaba también con mucha gente que tenía conocimientos literarios, así que no ignoraba lo que sucedía fuera de España.

-Ahora digo -dijo a esta sazón don Quijote-, que el que lee mucho y anda mucho, vee mucho y sabe mucho[2].

Cervantes vive en una España que está dominada por las normas impuestas por el Concilio de Trento, o en plena Contrarreforma, así que debe disimular lo que sabe, debe insinuar pero no afirmar, vela sus textos con la ironía y la contradicción las cosas que conoce, pero va dejando señales.

Se sabe que en el Quijote, su autor puso muchos anagramas[3]. Si cambiamos la palabra caballería por cábala, quizá el texto tenga otro sentido para nosotros.  La palabra Cábala deriva precisamente de Caballo, según Fulcanelli. Y según H.P.B. con la palabra Cábala o Kábala interpreta: «La sabiduría oculta de los rabinos judíos de la Edad media, sabiduría derivada de doctrinas secretas más antiguas concernientes a la cosmogonía y a cosas divinas, que se combinaron para constituir una teología después de la época del cautiverio de los judíos en Babilonia. Todas las obras que pertenecen a la categoría esotérica son denominadas cabalísticas[4]«.

Cuando don Quijote dialoga con el Caballero del Verde Gabán, éste le pregunta:

«-Paréceme que vuesa merced ha cursado las escuelas: ¿qué ciencias ha oído?

-La de la caballería andante -respondió don Quijote-, que es tan buena como la de la poesía, y aun dos deditos más.

-No sé qué ciencia sea ésa -replicó don Lorenzo-, y hasta ahora no ha llegado a mi noticia.

-Es una ciencia -replicó don Quijote- que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo, a causa que el que la profesa ha de ser jurisperito, y saber las leyes de la justicia distributiva y comutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene; ha de ser teólogo, para saber dar razón de la cristiana ley que profesa, clara y distintamente, adondequiera que le fuere pedido; ha de ser médico y principalmente herbolario, para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen virtud de sanar las heridas, que no ha de andar el caballero andante a cada triquete buscando quien se las cure; ha de ser astrólogo, para conocer por las estrellas cuántas horas son pasadas de la noche, y en qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de saber las matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad dellas…..[5]»

Así sabemos que entre todas las cosas que ha de conocer el caballero destacan las siguientes:

Jurisperito, que significa: «El que conoce en toda su extensión la Ciencia del derecho». Y que don Quijote puntualiza «ha de saber de las leyes, de justicia distributiva y conmutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene», aquí da Cervantes una idea sobre la Ley, según la enseña Platón en la República, sabido es que Cervantes era lector de Platón, al cual nombra en el Quijote y recordemos que los amores de don Quijote por Dulcinea eran de los llamados «platónicos».

Teólogo, que es persona que profesa o está versada en teología y que según el diccionario es «la Ciencia que trata de Dios y de sus atributos y perfecciones». Y aunque Cervantes pone en boca de don Quijote que ha de conocer la teología cristiana, no es precisamente ésta la que está más reflejada en la obra literaria, a juzgar por las «pullas» que les lanza a sus representantes los clérigos.

Médico. La medicina del siglo XVI poco había avanzado desde la época de Hipócrates y Galeno, médicos griegos. Cervantes debía de estar familiarizado con esta profesión, puesto que su padre era cirujano, aunque entonces no significaba lo mismo que hoy en día. Cervantes pone en su famosa novela un personaje médico llamado Pedro Recio de Agüero, que es el que le impide comer a Sancho cuando es gobernador en la ínsula Barataria.

Cuando don Quijote vence al Caballero de los Espejos[6], que en realidad es Sansón Carrasco, este queda bastante magullado al caer del caballo, y lo tienen que llevar al próximo pueblo para encontrar un algebrista[7]. En esa época se llamaba algebrista al cirujano que arreglaba y colocaba en su sitio los huesos rotos o dislocados.

Sin embargo es bastante curioso un pasaje de la primera parte del Quijote, en el que se enfrentan los dos ejércitos, que en realidad son dos manadas de ovejas y carneros, pero don Quijote ve caballeros y dice así:

«Pero vuelve los ojos a estotra parte y verás delante y en la frente destotro ejército al siempre vencedor y jamás vencido Timonel de Carcajona, príncipe de la Nueva Vizcaya, que viene armado con las armas partidas a cuarteles, azules, verdes, blancas y amarillas, y trae en el escudo un gato de oro en campo leonado, con una letra que dice: Miau, que es el principio del nombre de su dama, que, según se dice, es la sin par Miulina, hija del duque Alfeñiquén del Algarbe»[8].

Cambiando las letras de Algarbe, tenemos el anagrama de álgebra.

Así que la joven en cuestión está relacionada con esta Ciencia; recordemos que el caballero andante ha de saber de matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad de ellas. Si el álgebra es esa parte de las matemáticas en la cual las operaciones aritméticas son generalizadas empleando números, letras y signos; y cada letra o signo representa simbólicamente un número u otra entidad matemática. ¿Qué nos esta diciendo Cervantes?

La medicina de entonces, tenía la costumbre de realizar, según nos cuenta P. García Barreno:

«Una serie de prácticas de tradición galénica representadas fundamentalmente por las sangrías y las fuentes. La práctica de la flebotomía, siempre en manos de los cirujanos-barberos, fue el centro de una contro­versia médica que duró largos años. Se aceptaba que la sangría, para extraer el humor pecante de la enfermedad, según la doctrina humoral, debía tener carácter de revulsiva, como recomendaban los autores árabes; es decir, la sangre debía extraerse de las venas más distantes del sitio enfermo. Un segundo mecanismo para la salida de los malos humo­res fueron las fuentes o incisiones hechas en los miembros y que se mantenían abiertas -úlceras crónicas- mediante diferentes procedimientos que interferían su cicatriza­ción y con la pretensión de servir de desagüe de los malos humores».

Este tema lo refleja Cervantes, cuando la Dueña de la Duquesa, le cuenta:

-Con ese conjuro -respondió la dueña-, no puedo dejar de responder a lo que se me pregunta con toda verdad. ¿Vee vuesa merced, señor don Quijote, la hermosura de mi señora la duquesa, aquella tez de rostro, que no parece sino de una espada acicalada y tersa, aquellas dos mejillas de leche y de carmín, que en la una tiene el sol y en la otra la luna, y aquella gallardía con que va pisando y aun despreciando el suelo, que no parece sino que va derramando salud donde pasa? Pues sepa vuesa merced que lo puede agradecer, primero, a Dios, y luego, a dos fuentes que tiene en las dos piernas, por donde se desagua todo el mal humor de quien dicen los médicos que está llena.

-¡Santa María! -dijo don Quijote-. Y ¿es posible que mi señora la duquesa tenga tales desaguaderos? No lo creyera si me lo dijeran frailes descalzos; pero, pues la señora doña Rodríguez lo dice, debe de ser así. Pero tales fuentes, y en tales lugares, no deben de manar humor, sino ámbar líquido. Verdaderamente que ahora acabo de creer que esto de hacerse fuentes debe de ser cosa importante para salud[9].

Cervantes habla de varios tipos de Ciencia en el Quijote y en sus obras pero la que más nombra sobre todo es la Astrología.

No olvidemos que el caballero andante ha de ser astrólogo, que significa según H. P. Blavatsky «la ciencia que expone la acción de los cuerpos celestes sobre las cosas mundanas, y pretende pronosticar los acontecimientos futuros según la posición de los astros. Tanta es su antigüedad, que se coloca dicha ciencia entre los más primitivos anales del ser humano.

Claudio Ptolomeo, el famoso geógrafo y matemático que fundó el sistema astronómico que lleva su nombre, escribió su tratado Tetrabiblos aproximadamente en el año 135 de nuestra era. Los egipcios y los caldeos figuraban entre los más antiguos partidarios de la Astrología, si bien sus métodos de consultar los astros difieren considerablemente de las prácticas modernas.

En Roma y en otras partes cayó en descrédito el nombre de Astrólogo, fue esto debido a la superchería de los que pretendían sacar dinero por medio de aquello que formaba parte integrante de la sagrada Ciencia de los Misterios, y, desconocedores de esta última, desarrollaron un sistema basado por completo en las matemáticas, en lugar de estarlo en la metafísica trascendental y teniendo los cuerpos físicos celestes como base material.  Sin embargo, a pesar de todas las persecuciones, ha sido siempre muy grande el número de partidarios de la Astrología entre los talentos más intelectuales y científicos, como es el ejemplo de Kepler.

En la astrología, lo mismo que en la psicología, tiene uno que ir más allá del mundo visible de la materia, y entrar en los dominios del mundo invisible de lo espiritual. En tiempos antiguos, Astronomía era un término sinónimo de Astrología; Hipócrates tenía una fe tan viva en la influencia de los astros sobre los seres animados y sus enfermedades, que recomendaba de una manera especial no confiar en los médicos ignorantes en Astronomía»[10].

Hemos visto que a lo largo de la Historia el astrólogo no ha estado bien visto, también ocurría esto en la época cervantina pues el mismo don Quijote nos cuenta:

«-No me entiendes, Sancho: no quiero decir sino que debe de tener hecho algún concierto con el demonio de que infunda esa habilidad en el mono, con que gane de comer, y después que esté rico le dará su alma, que es lo que este universal enemigo pretende. Y háceme creer esto el ver que el mono no responde sino a las cosas pasadas o presentes, y la sabiduría del diablo no se puede estender a más, que las por venir no las sabe si no es por conjeturas, y no todas veces; que a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no hay pasado ni porvenir, que todo es presente. Y, siendo esto así, como lo es, está claro que este mono habla con el estilo del diablo; y estoy maravillado cómo no le han acusado al Santo Oficio, y examinádole y sacádole de cuajo en virtud de quién adivina; porque cierto está que este mono no es astrólogo, ni su amo ni él alzan, ni saben alzar, estas figuras que llaman judiciarias, que tanto ahora se usan en España, que no hay mujercilla, ni paje, ni zapatero de viejo que no presuma de alzar una figura, como si fuera una sota de naipes del suelo, echando a perder con sus mentiras e ignorancias la verdad maravillosa de la ciencia.[11]»

En la época de Cervantes también se confundía el término de Astrología con el de Astronomía, sin embargo los sabios antiguos, según nos cuenta el profesor J. A. Livraga:

«Dividían en tres partes fundamentales a la Astrología:

Astronomía, que es la ciencia que trata de la denominación, ubicación, traslación y relaciones de los astros físicos, en su aspecto formal.

Astrología Natural ,que estudia el Universo, no solo en su aspecto material, sino en el vital y energético.

Horoscopía, también llamada Astrología Judiciaria, que investiga la sucesión de los acontecimientos en el tiempo, y las causas que lo motivan.

Existen influencias evidentes de los astros, en general de los seres vivos. Esa influencia ha sido adjudicada a la relación que hay entre todos los componentes del Cosmos, ya que todos parten de una misma Fuente Espiritual y han sido recubiertos de materia según un mismo proceso generacional.

Y Plutarco[12], en su Los Misterios de Isis y Osiris, añade que en el hombre existen: el espíritu, inteligencia o nous; el alma o psique y el cuerpo o soma. De la unión de los dos primeros nace la razón; de la unión de los dos últimos surge la pasión. La Tierra ha dado el cuerpo, la Luna el alma y el Sol el espíritu. A la hora de la muerte cada elemento tiende a retornar a lo suyo.

La Astrología ha sido quizás una de las formas más antiguas de Religión. También está ligada esta Ciencia al carácter psicológico de los mitos, pues las luchas figuradas entre dioses o los encuentros entre las fuerzas de la Naturaleza reflejan en alguna medida las luchas y encuentros que se producen en el interior del hombre. La resolución de los mitos es un camino de respuesta para los hombres, los cuales, mediante el ejercicio de la voluntad, pueden influir en el resultado final. De ahí viene ese tan conocido dicho: «Los astros inclinan pero no determinan».

Cuando el hombre recrea en su interior el mito, los procesos de los dioses y de los planetas, cuando logra «vivir» realidades metafísicas, entonces se transmuta. Y es aquí donde la Astrología toma contacto con la Alquimia o Ciencia de las Transformaciones.

Todas las antiguas civilizaciones poseyeron una ciencia astrológica, a veces más y a veces menos desarrollada; a veces más y a veces menos conocida por nosotros en la actualidad. Pero todos estos conocimientos han sido tergiversados, fraccionados, perdidos en el más cruel de los olvidos.

La especialización progresiva de las ciencias terminó por separar los múltiples componentes de la antigua y compleja Astrología e hizo de ella una diversión de feria o de salón, que en el peor de los casos llevó a un absoluto escepticismo sobre el tema.

Hoy, las estadísticas tratan de probar «científicamente» las antes dogmáticas y sagradas afirmaciones astrológicas. El número ha superado al destino individual; la búsqueda se ha tornado racional y no mística, pero a la vuelta de todos los caminos esperan incólumes los mismos misterios, que siguen indicando una estrecha relación cósmica entre todos los seres vivos.»

En la aventura de los Batanes, Sancho dice a su amo:

«todo no quiera vuestra merced desistir de acometer este fecho, dilátelo, a lo menos, hasta la mañana; que, a lo que a mí me muestra la ciencia que aprendí cuando era pastor, no debe de haber desde aquí al alba tres horas, porque la boca de la Bocina está encima de la cabeza, y hace la media noche en la línea del brazo izquierdo.

-¿Cómo puedes tú, Sancho -dijo don Quijote-, ver dónde hace esa línea, ni dónde está esa boca o ese colodrillo que dices, si hace la noche tan escura que no parece en todo el cielo estrella alguna?

-Así es -dijo Sancho-, pero tiene el miedo muchos ojos y vee las cosas debajo de tierra, cuanto más encima en el cielo; puesto que, por buen discurso, bien se puede entender que hay poco de aquí al día[13]

Mariano Esteban Piñeiro nos dice: «Manifiesta aquí el escudero que, siendo pastor, había aprendido a medir el tiempo observando las estrellas, y no se equivoca cuando detalla el procedimiento. La «Bocina» era el nombre popular de la Osa Menor, constelación que tiene un extremo exactamente sobre la estrella polar y el otro se ensancha como la boca de un cuerno, trompa o «bocina». Debido a su proximidad a la polar, su giro alrededor de ésta es visible en cual­quier noche del año, de manera que la Osa Menor se comporta como la aguja o manecilla de las horas de un gran reloj centrado en la estrella polar. La deducción de Sancho es correcta: admitiendo que desde la medianoche al amanecer transcurren seis horas, y teniendo en cuenta, como él dice, que el extremo de la aguja -«la boca de la Bocina» estaba entonces en el «brazo izquierdo» -es decir, en la horizontal- y que en el momento presente se veía «encima de la cabeza» -es decir, en lo más alto-, habían pasado ya tres horas desde la medianoche y faltaban otras tres, pues todavía debía girar otro «cuarto» hasta quedar otra vez en la horizontal, momento que indicaba el amanecer. Todo es correcto salvo que Sancho se equivoca de brazo pues, mirando a la polar, la Bocina en la medianoche dirige su boca hacia el este, es decir, en «la línea del brazo derecho». Este error da mayor sentido a las dudas de don Quijote y a la respuesta de su escudero, quien confiesa que está mirando con los ojos del miedo y que es el sentido común el que le dice que falta poco para amanecer.»

En este capítulo llama la atención un párrafo que algunos escritores lo interpretan de diferentes formas:

«Bien notas, escudero fiel y legal, las tinieblas desta noche, su estraño silencio, el sordo y confuso estruendo destos árboles, el temeroso ruido de aquella agua en cuya busca venimos, que parece que se despeña y derrumba desde los altos montes de la luna[14]«.

En la cosmografía de la época, los altos montes de la Luna era el lugar donde nacía el río Nilo. El caso es que hay autores que comentan que en el tiempo en que Cervantes escribió la primera parte de su obra, no podía saber que realmente la Luna tenía montañas. Pues Galileo aún no había hecho las observaciones con el telescopio que demostraban las irregularidades de la superficie lunar, donde se apreciaban valles y montañas. Esto contravenía la doctrina vigente que se apoyaba en las teorías aristotélicas. El telescopio de Galileo  confirmó las teorías de Copérnico y otros librepensadores como Bruno. En 1610 se publicaron los descubrimientos de Galileo, donde describía las montañas de la Luna y las fases de Venus, que invalidaban así la cosmología geocéntrica. Al año siguiente el cardenal Bellarmino, consejero del papa Pablo V, hizo un pronunciamiento de que los descubrimientos de Galileo contravenían las teorías de Aristóteles.

¿Sabría Cervantes que había montañas en la Luna, por las lecturas de los libros de la época, aunque todavía no fuese oficial esta teoría? O quizá al decir que fueron a buscar las aguas que se despeñaban de los Montes de la Luna que eran las aguas del Nilo, se referían de una manera velada a buscar las fuentes herméticas, pues el hermetismo, tan famoso en la época, provenía de los libros de Hermes Trimegisto, que recogían enseñanzas del antiguo Egipto.

En la segunda parte del libro tenemos la aventura de Clavileño, que en cierto modo es una continuación o ampliación de la Aventura de la Batanes.

«-Señor, ¿cómo dicen éstos que vamos tan altos, si alcanzan acá sus voces, y no parecen sino que están aquí hablando junto a nosotros?

-No repares en eso, Sancho, que, como estas cosas y estas volaterías van fuera de los cursos ordinarios, de mil leguas verás y oirás lo que quisieres. Y no me aprietes tanto, que me derribas; y en verdad que no sé de qué te turbas ni te espantas, que osaré jurar que en todos los días de mi vida he subido en cabalgadura de paso más llano: no parece sino que no nos movemos de un lugar. Destierra, amigo, el miedo, que, en efecto, la cosa va como ha de ir y el viento llevamos en popa.

-Así es la verdad -respondió Sancho-, que por este lado me da un viento tan recio, que parece que con mil fuelles me están soplando.

Y así era ello, que unos grandes fuelles le estaban haciendo aire: tan bien trazada estaba la tal aventura por el duque y la duquesa y su mayordomo, que no le faltó requisito que la dejase de hacer perfecta.

Sintiéndose, pues, soplar don Quijote, dijo:

-Sin duda alguna, Sancho, que ya debemos de llegar a la segunda región del aire, adonde se engendra el granizo, las nieves; los truenos, los relámpagos y los rayos se engendran en la tercera región, y si es que desta manera vamos subiendo, presto daremos en la región del fuego, y no sé yo cómo templar esta clavija para que no subamos donde nos abrasemos.

En esto, con unas estopas ligeras de encenderse y apagarse, desde lejos, pendientes de una caña, les calentaban los rostros. Sancho, que sintió el calor, dijo:

-Que me maten si no estamos ya en el lugar del fuego, o bien cerca, porque una gran parte de mi barba se me ha chamuscado, y estoy, señor, por descubrirme y ver en qué parte estamos.

-No hagas tal -respondió don Quijote-, y acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el aire, caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas llegó a Roma, y se apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y vio todo el fracaso y asalto y muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto; el cual asimismo dijo que cuando iba por el aire le mandó el diablo que abriese los ojos, y los abrió, y se vio tan cerca, a su parecer, del cuerpo de la luna, que la pudiera asir con la mano, y que no osó mirar a la tierra por no desvanecerse. Así que, Sancho, no hay para qué descubrirnos; que, el que nos lleva a cargo, él dará cuenta de nosotros, y quizá vamos tomando puntas y subiendo en alto para dejarnos caer de una sobre el reino de Candaya, como hace el sacre o neblí sobre la garza para cogerla, por más que se remonte; y, aunque nos parece que no ha media hora que nos partimos del jardín, creéme que debemos de haber hecho gran camino[15].

Nos cuenta  Riquer[16] acerca del tema: «Se trata del doctor don Eugenio Torralba, procesado por la Inquisición de Cuenca entre 1528 y 1531, y al que entre otras cosas, se acusaba de hacer largos viajes en una noche montado en una escoba, gracias a lo cual se enteraba de los acontecimientos antes de que llegara noticias de ellos. En su proceso confesó que desde Valladolid se trasladó una noche a Roma, en la Torre de Nona (cárcel romana) oyó el reloj del castillo de Sant Angelo que daba la una, presenció el saqueo de la ciudad por Carlos, duque de Borbón, y hora y media después volvía a estar en Valladolid relatando lo que había visto».

Curiosamente de este acontecimiento también nos habla H. P. B.: «En los archivos de la Inquisición de Cuenca está el proceso seguido en el siglo XIV contra el famoso doctor Eugenio Torralba, médico de la casa del almirante de Castilla. Del proceso resulta que un dominico llamado fray Pedro regaló al doctor un demonio llamado Zequiel, a quien vieron y hablaron los cardenales Volterra y Santa Cruz, pudiendo convencerse de que el tal demonio era un benéfico elemental que sirvió fielmente a Torralba hasta la muerte de éste. El tribunal de la Inquisición tuvo en cuenta todas estas circunstancias, y absolvió a Torralba en la vista del proceso, celebrada en Cuenca el 29 de Enero de 1530[17].

Dice un artículo publicado por Luz Ángela Martínez:

«La descripción que hace Sancho de la tierra es una versión paródica de la entregada por El sueño de Escipión ciceroniano. El sueño consiste en el desprendimiento del alma que escapa de la cárcel del cuerpo, se eleva y conoce intelectualmente el lugar donde habitan las almas eternas. Aquí, la elevación e iluminación del alma no se produce por otorgamiento de la gracia divina cristiana, sino por un acto intelectual de vertiente neoplatónica y hermética. La posibilidad, entonces, de llegar a la trascendencia depende de la voluntad del hombre y no de Dios.

Prosiguiendo en su relato, sorpresivamente Sancho declara haber estado a un palmo del cielo perfecto o de la región del éter, y de haberlo visto, actualizando el famoso modelo de Plinio de «lo visto y lo vivido», fundamento en la época de la verdad histórica. Ahora bien, para la doctrina contrarreformista dicha cercanía y visión se encuentra a un pelo de la herejía. Don Quijote, que a estas alturas figura como un mero acompañante de la aventura de Sancho, es el encargado de detener el peligroso avance de la invención de su escudero y sanciona con una sentencia que abre otra ambigüedad: «O Sancho miente o Sancho sueña». Si la verdadera es la última de estas posibilidades, si Sancho sueña, habrá realizado el viaje intelectual del alma descrito por Cicerón, viaje en el que no interviene la divinidad cristiana.

Finalmente, don Quijote cierra la aventura con un pacto más desconcertante aún. Cito las palabras de nuestro hidalgo porque no me atrevo a intervenir con las mías un tan puro pacto de ficción:

«- Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos. Y no os digo más».

El sueño de Escipión es un relato de tipo neoplatónico, Platón, en su mito de Er, también habla de este tipo de viaje del alma. Y también los libros de Hermes Trimegisto, tan de moda en la época, por lo tanto es amplia la biblioteca donde pudo inspirarse Cervantes. Nunca sabremos si Cervantes imita en estos viajes a los autores clásicos, fascinado por la belleza de su literatura, o si nos está informando aunque veladamente de la existencia de esa Ciencia antigua, que conocía secretos de la naturaleza física, psíquica, mental y espiritual, conocidas con el nombre de Ciencias herméticas o esotéricas, que están en otro «campo» diferente de lo que conocemos como Ciencias exactas, como las matemáticas, la química, etc., pero aun así están vinculadas las unas a las otras. Estas Ciencias esotéricas, que en la antigüedad estuvieron presentes en las grandes civilizaciones, se consideraban heréticas en la época de Cervantes, por eso él pone frases en sus personajes y en sus obras como la siguiente:

«Has de saber ansimismo que en aquella ciudad de Alhama siempre ha habido alguna mujer de mi nombre, la cual, con el apellido de Cenotia, hereda esta ciencia, que no nos enseña a ser hechiceras, como algunos nos llaman, sino a ser encantadoras y magas, nombres que nos vienen más al propio. Las que son hechiceras, nunca hacen cosa que para alguna cosa sea de provecho: ejercitan sus burlerías con cosas, al parecer, de burlas, como son habas mordidas, agujas sin puntas, alfileres sin cabeza, y cabellos cortados en crecientes o menguantes de luna; usan de caracteres que no entienden, y si algo alcanzan, tal vez, de lo que pretenden, es, no en virtud de sus simplicidades, sino porque Dios permite, para mayor condenación suya, que el demonio las engañe. Pero nosotras, las que tenemos nombre de magas y de encantadoras, somos gente de mayor cuantía; tratamos con las estrellas, contemplamos el movimiento de los cielos, sabemos la virtud de las yerbas, de las plantas, de las piedras, de las palabras, y, juntando lo activo a lo pasivo, parece que hacemos milagros, y nos atrevemos a hacer cosas tan estupendas que causan admiración a las gentes, de donde nace nuestra buena o mala fama: buena, si hacemos bien con nuestra habilidad; mala, si hacemos mal con ella. Pero, como la naturaleza parece que nos inclina antes al mal que al bien, no podemos tener tan a raya los deseos que no se deslicen a procurar el mal ajeno; que, ¿quién quitará al airado y ofendido que no se vengue? ¿Quién al amante desdeñado que no quiera, si puede, reducir a ser querido del que le aborrece? Puesto que en mudar las voluntades, sacarlas de su quicio, como esto es ir contra el libre albedrío, no hay ciencia que lo pueda, ni virtud de yerbas que lo alcancen.»[18]

Pero volvamos al viaje de Clavileño, que habíamos interrumpido. Cuando éste terminó:

Preguntó la duquesa a Sancho que cómo le había ido en aquel largo viaje. A lo cual Sancho respondió:

-Yo, señora, sentí que íbamos, según mi señor me dijo, volando por la región del fuego, y quise descubrirme un poco los ojos, pero mi amo, a quien pedí licencia para descubrirme, no la consintió; mas yo, que tengo no sé qué briznas de curioso y de desear saber lo que se me estorba y impide, bonitamente y sin que nadie lo viese, por junto a las narices aparté tanto cuanto el pañizuelo que me tapaba los ojos, y por allí miré hacia la tierra, y parecióme que toda ella no era mayor que un grano de mostaza, y los hombres que andaban sobre ella, poco mayores que avellanas; porque se vea cuán altos debíamos de ir entonces.

A esto dijo la duquesa:

-Sancho amigo, mirad lo que decís, que, a lo que parece, vos no vistes la tierra, sino los hombres que andaban sobre ella; y está claro que si la tierra os pareció como un grano de mostaza, y cada hombre como una avellana, un hombre solo había de cubrir toda la tierra.

-Así es verdad -respondió Sancho-, pero, con todo eso, la descubrí por un ladito, y la vi toda.

-Mirad, Sancho -dijo la duquesa-, que por un ladito no se vee el todo de lo que se mira.

-Yo no sé esas miradas -replicó Sancho-: sólo sé que será bien que vuestra señoría entienda que, pues volábamos por encantamento, por encantamento podía yo ver toda la tierra y todos los hombres por doquiera que los mirara; y si esto no se me cree, tampoco creerá vuestra merced cómo, descubriéndome por junto a las cejas, me vi tan junto al cielo que no había de mí a él palmo y medio, y por lo que puedo jurar, señora mía, que es muy grande además. Y sucedió que íbamos por parte donde están las siete cabrillas; y en Dios y en mi ánima que, como yo en mi niñez fui en mi tierra cabrerizo, que así como las vi, ¡me dio una gana de entretenerme con ellas un rato…! Y si no le cumpliera me parece que reventara. Vengo, pues, y tomo, y ¿qué hago? Sin decir nada a nadie, ni a mi señor tampoco, bonita y pasitamente me apeé de Clavileño, y me entretuve con las cabrillas, que son como unos alhelíes y como unas flores, casi tres cuartos de hora, y Clavileño no se movió de un lugar, ni pasó adelante.

-Y, en tanto que el buen Sancho se entretenía con las cabras -preguntó el duque-, ¿en qué se entretenía el señor don Quijote?

A lo que don Quijote respondió:

-Como todas estas cosas y estos tales sucesos van fuera del orden natural, no es mucho que Sancho diga lo que dice. De mí sé decir que ni me descubrí por alto ni por bajo, ni vi el cielo ni la tierra, ni la mar ni las arenas. Bien es verdad que sentí que pasaba por la región del aire, y aun que tocaba a la del fuego; pero que pasásemos de allí no lo puedo creer, pues, estando la región del fuego entre el cielo de la luna y la última región del aire, no podíamos llegar al cielo donde están las siete cabrillas que Sancho dice, sin abrasarnos; y, pues no nos asuramos, o Sancho miente o Sancho sueña.

-Ni miento ni sueño -respondió Sancho-: si no, pregúntenme las señas de las tales cabras, y por ellas verán si digo verdad o no.

-Dígalas, pues, Sancho -dijo la duquesa.

-Son -respondió Sancho- las dos verdes, las dos encarnadas, las dos azules, y la una de mezcla.

-Nueva manera de cabras es ésa -dijo el duque-, y por esta nuestra región del suelo no se usan tales colores; digo, cabras de tales colores.

-Bien claro está eso -dijo Sancho-; sí, que diferencia ha de haber de las cabras del cielo a las del suelo.

-Decidme, Sancho -preguntó el duque-: ¿vistes allá en entre esas cabras algún cabrón?

-No, señor -respondió Sancho-, pero oí decir que ninguno pasaba de los cuernos de la luna.

No quisieron preguntarle más de su viaje, porque les pareció que llevaba Sancho hilo de pasearse por todos los cielos, y dar nuevas de cuanto allá pasaba, sin haberse movido del jardín.

Sancho, al mencionar a las cabrillas, se refiere a las Pléyades a las cuales les pone extraños colores que visualmente no tienen, no sabremos si es un recurso de Cervantes para hacer a su personaje más gracioso, o por el contrario si está hablando simbólicamente a través de los colores, ya que este lenguaje entraría dentro de la teoría de las Correspondencias Astrológicas. Según H. P. Blavatsky «Las Pléyades están relacionadas con los más grandes misterios de la Naturaleza oculta y completan el más secreto y misterioso de todos los signos astronómicos y religiosos»

Apunta sobre este tema Summers: «Cuando Sancho se refiere a «las siete cabrillas» se refiere al «cielo de las siete cabrillas», que es una forma de denominar a la octava esfera en la que se encontraban alojadas las estrellas fijas».

Otro personaje que sabía de Astrología era Crisóstomo, del cual contaban que:

-«Principalmente, decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de lo que pasan, allá en el cielo, el sol y la luna; porque puntualmente nos decía el cris del sol y de la luna.»

-Eclipse se llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos luminares mayores -dijo don Quijote. Mas Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento diciendo:

-«Asimesmo adevinaba cuándo había de ser el año abundante o estil.»

-Estéril queréis decir, amigo -dijo don Quijote.

-Estéril o estil -respondió Pedro-, todo se sale allá. «Y digo que con esto que decía se hicieron su padre y sus amigos, que le daban crédito, muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: »Sembrad este año cebada, no trigo; en éste podéis sembrar garbanzos y no cebada; el que viene será de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota».»

-Esa ciencia se llama astrología -dijo don Quijote.

-No sé yo cómo se llama -replicó Pedro-, mas sé que todo esto sabía, y aún más.[19]

Crisóstomo había estudiado en la Universidad de Salamanca, que fue el centro más importante de España, donde se cursaban estudios de Astronomía y Astrología; quizá por eso Cervantes hace que su personaje venga de dicho centro. Estos estudios de Astronomía, en cuanto su aplicación a la Agricultura y a la Navegación, estaban permitidos, también en relación a la Medicina, ya que esta correspondencia entre los planetas y el hombre hacía que fuese necesario interpretar los influjos celestes, por eso no es de extrañar que hubiese cátedras de esta Ciencia en universidades europeas como Bolonia y Cracovia.

En cuanto a la aventura del Barco Encantado don Quijote habla de una serie de objetos pertenecientes a la Astronomía náutica, en especial los que determinan las coordenadas astronómicas por métodos astrológicos.

«-¿De qué temes, cobarde criatura? ¿De qué lloras, corazón de mantequillas? ¿Quién te persigue, o quién te acosa, ánimo de ratón casero, o qué te falta, menesteroso en la mitad de las entrañas de la abundancia? ¿Por dicha vas caminando a pie y descalzo por las montañas rifeas, sino sentado en una tabla, como un archiduque, por el sesgo curso deste agradable río, de donde en breve espacio saldremos al mar dilatado? Pero ya habemos de haber salido, y caminado, por lo menos, setecientas o ochocientas leguas; y si yo tuviera aquí un astrolabio con que tomar la altura del polo, yo te dijera las que hemos caminado; aunque, o yo sé poco, o ya hemos pasado, o pasaremos presto, por la línea equinocial, que divide y corta los dos contrapuestos polos en igual distancia.

-Y cuando lleguemos a esa leña que vuestra merced dice -preguntó Sancho-, ¿cuánto habremos caminado?

-Mucho -replicó don Quijote-, porque de trecientos y sesenta grados que contiene el globo, del agua y de la tierra, según el cómputo de Ptolomeo, que fue el mayor cosmógrafo que se sabe, la mitad habremos caminado, llegando a la línea que he dicho.

-Por Dios -dijo Sancho-, que vuesa merced me trae por testigo de lo que dice a una gentil persona, puto y gafo, con la añadidura de meón, o meo, o no sé cómo.

Rióse don Quijote de la interpretación que Sancho había dado al nombre y al cómputo y cuenta del cosmógrafo Ptolomeo»[20]

La obra astronómica de Ptolomeo era muy conocida y servía de enseñanza en las universidades. Sin embargo don Quijote no habla de él como astrónomo ni como astrólogo, sino que se refiere a él como cosmógrafo. En el Renacimiento se usaba la palabra Cosmografía para referirse a la Geografía, incluyendo en este término la cartografía y el arte de navegar.

Como vemos en este trabajo, muchas cosas se han quedado en el tintero, como diría Cervantes, pero sirva de pequeña demostración de que las citas de Cervantes acerca de la Ciencia y en especial de la Astrología no eran simplemente una casualidad.


[1] Miguel de Cervantes Los trabajos de Persiles y Segismunda (libro I capitulo XIII; 1616)

[2] Cap. XXV, II El Quijote de Cervantes.

[3] Transposición de las letras de una palabra o sentencia, de que resulta otra palabra o sentencia distinta.

[4] No hay dos autores, sin embargo, que estén de acuerdo acerca del origen de la Cábala, del Zohar, Sepher Yetzirah, etc.  Algunos dicen que la Cábala viene de los patriarcas bíblicos, de Abraham y hasta de Seth; otros creen que proviene de Egipto, y otros aun de la Caldea.  Dicho sistema es ciertamente muy antiguo, pero, como todos los demás sistemas, sean religiosos o filosóficos, la Cábala deriva directamente de la primitiva Doctrina Secreta del Oriente; por medio de los Vedas, Upanichads, de Orfeo y Thales, Pitágoras y los egipcios. (H.P.B. Glosario Teosófico.)

[5] Cap. XVIII, II. El Quijote de Cervantes

[6] Cap. XV, II

[7] Curioso desplazamiento de significado el de la palabra álgebra, que originalmente (como también en nuestros días) se aplicaba a una rama de las Matemáticas, y proviene del árabe, por corrupción del título de un tratado famoso, llamado Kitab al-jabr wa al-muqabalah (Libro de la restauración y la oposición), en el que se resuelven numerosos problemas de aritmética y geometría, así como ecuaciones de primer y segundo grado. El libro fue escrito por un matemático iraquí llamado Muhammad Ibm-Musa Al-Juwarismi (h. 780-h. 850), cuyo apellido ha dado lugar también a un término científico: la palabra algoritmo». (Manuel Alfonseca)

[8] Cap. XVIII, I El Quijote de Miguel de Cervantes.

[9] Cap. XLVIII, II El Quijote de Miguel de Cervantes.

[10] Glosario Teosófico de  H.P. Blavatsky

[11] Cap. XXV, II. El Quijote de Miguel de Cervantes.

[12] Autor nombrado por Cervantes en el Quijote

[13] Cap. XX, I. El Quijote de Miguel de Cervantes.

[14] Cap. XX, I. El Quijote de Miguel de Cervantes.

[15] Cáp. XLI, II

[16] Martín de Riquer

[17] Isis sin velo III

[18] Los trabajos de Persiles y Segismundo de Miguel de Cervantes.

[19] Cap. XII, I El Quijote de Cervantes.

[20] Cap XXIX, II El Quijote de Cervantes

2 Comments

  1. He aprendido a comprender (interpretar) el Quijote. Es difícil volver 500 años. Gracias.

  2. En mi molesta opinión, el autor de este articulo ha oído campanas, tormentas de campanas, pero no sabe muy bien donde.

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