Libros — 30 de junio de 2018 at 22:00

«Al mal tiempo, mejor cara», de Barbara Constantine

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al mal tiempo mejor cara

Con este título se intuye demasiado, y aunque se cumple lo previsto, no defrauda. Todo lo contrario. Es un soplo de aire fresco para la machacada esperanza que se arruga a diario. ¿Por qué no un poquito de placidez y positivismo? Esta historia es un regalito para el alma, donde los mayores confirman de lo que son capaces si se empeñan; un escenario de resiliencia elevado a la máxima potencia; una pequeña gran utopía que, te creas o no, no le quita lo bailao al cuerpo si las cosas no salen bien del todo.

No hay grandes pretensiones literarias en esta novela. Solo sencillez, como muestra su narrativa y, en especial, los diálogos. Tan normales como las personas que habitan esta novela. Se abusa en la literatura, como en la vida, de gustos recargados con ínfulas de exhibicionismo. Aquí no encontrarás ni la mitad de eso. Barbara Constantine llega con Ferdinand bajo del brazo y acaba con una comunidad variopinta compartiendo la granja del primero. Todos juntos y revueltos.

Es como un cohousing (ahora que le ponemos nombre a todo) carente de planificación, que acaba siendo un lío delicioso. Ferdinand, haciendo de tripas corazón –estamos en un entorno rural– le dice a su vecina Marceline –con la que no ha cruzado palabra en años– si quiere cobijarse en su casa, ya que la suya tiene más goteras que paredes y el costo de la reforma se sale de su presupuesto.

De Marceline pasaremos a Guy, de Guy a las hermanas Lumière, de ellas a Muriel, Kim… No se pierdan tampoco el personal de cuatro patas que habitará entre y con ellos. Y ojo, porque tenemos hasta un burro –no cualquiera–, Cornèlius, que es más humano que los de dos patas. ¡Me encanta este burro!

Pero no crean que todo es tan happy . En esa granja vive tanto dolor como gente. Y, sobre todo, años cronológicos. La media de edad de los inquilinos es altísima. Después se irá reduciendo y… hasta qué punto. Ya verán. Este proceso de congregación humana no será sencillo. Para nada. Cada uno es un mundo, sumarán muchos, se mezclarán, chocarán y, como es lógico, las «explosiones» no faltan. Esa es la dificultad y la gracia en este cóctel de humanidad, frustraciones, soledades, relaciones generacionales, etc.

Lo estás leyendo y te dices… «anda ya, esto no puede ser». Pero esta historia hay que leerla como alegoría de los beneficios de conceptos tan amplios como la bondad, la generosidad, la cesión. La unión hace la fuerza es el lema-resumen, una historia que son muchas juntas.

El lector será testigo de la construcción y evolución de esta extraña familia donde todo es posible, gracias además a la interacción con el exterior. No es un espacio estanco. Además, antes de cobijarse en la granja de Ferdinand, llegan con su mochila vital, donde caben desgracias que podrían hundir más de un espíritu.

Aquí los dramas se tornan en puertas con posibilidades de recuperación. Muestran la capacidad de reírse en plena adversidad, con toques cómicos que hacen sonreír al lector por mucho que el panorama de fondo sea gris sobre gris. La infelicidad no es una problema; es un punto de partida en el que hay que trabajar para dar la vuelta a la tortilla. Por eso, como comentaba, esta es una ofrenda de resiliencia, un homenaje a la buena cara cuando las nubes amenazan lluvia e incluso cuando están echando agua a rabiar.

Pasen y lean. Tienen personajes para elegir. Esta historia es tan entretenida y sencilla como terapéutica. Debería recetarse junto al paracetamol.

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