Filosofía — 30 de noviembre de 2019 at 23:00

Confucio: ¿educador o político?

por
Confucio: ¿educador o político?

Confucio es una figura clave en la historia del pensamiento universal. A él le debemos la introducción del humanismo en la sociedad china, un siglo antes de que, en Occidente, Sócrates comenzase a hablar de ética y de moral en la antigua Grecia. Ante la pérdida de valores de la sociedad actual, se muestra como un ejemplo a seguir, tanto en su comportamiento personal como en su actuación como gobernante.

«Donde hay justicia no hay pobreza» (Kung-Fú-Tsé).

En plena época feudal, descompuesto el antiguo Imperio Celeste en multitud de estados que continuamente guerreaban entre sí, y donde la corrupción, los abusos, el desorden social y la miseria estaban siempre presentes, aparece este curioso personaje, cuyas enseñanzas van a trascender el tiempo, para convertirse en el eje sobre el que va a girar la vida de la sociedad china a lo largo de casi 2500 años. No en vano ha llegado a ser considerado por sus compatriotas el sabio más grande de todos los tiempos.

Sus mayores aportaciones fueron recoger para la posteridad lo mejor de los textos y tradiciones antiguas y, puesto que su principal objetivo era la educación, transmitir ese conocimiento para la formación ética de sus discípulos, creando la primera escuela abierta a todos (antes de ella, la gente común no tenía derecho a la enseñanza).

Fue el único ser humano en la historia de China respetado tanto por emperadores como por la gente sencilla como un verdadero sabio y educador. Fue y sigue siendo un modelo de virtudes para todo aquel que busca referencias para vivir en armonía.

Vida y enseñanzas

Como ocurre con todos los grandes personajes de la Antigüedad, la vida de Confucio presenta muchos puntos oscuros que han entrado a formar parte de la leyenda, dado que su biografía más antigua se remonta a casi cuatro siglos después de su nacimiento.

Se acepta que nació en el año 551 a. C. en el estado de Lu. Perdió a su padre a la edad de tres años, sumiendo a su madre y a él en la más mísera pobreza. Sobre su educación, los pocos datos que nos han llegado afirman que fue autodidacta. Su discípulo Tzu King afirmó que no había tenido necesidad de maestros. Sin embargo, debió de tener acceso a textos que le permitieron adquirir una gran cantidad de conocimientos, como demostraría después.

Sus capacidades innatas le llevaron a ocupar diferentes cargos en la administración, como el de inspector de granos a la temprana edad de diecisiete años. A los diecinueve se casó, teniendo de este matrimonio un hijo y una hija. A los veintiún años fue nombrado inspector de ganados y campos.

Estaba llamado a convertirse en un alto dignatario del Estado, pero al poco tiempo murió su madre, con escasos cuarenta años, y Confucio se retiró de la vida activa, para guardar luto durante veintisiete meses (tal como prescribía la tradición para los empleados públicos). Este tiempo, que invirtió en el estudio, la música y la reflexión, marcó un nuevo rumbo en su vida, pues al término del mismo, decidió dedicarse a su profunda vocación, empezando así su verdadera vida de maestro.

Creó una escuela de carácter humanista, donde la formación del carácter de sus discípulos era su preocupación fundamental. Para ello les enseñaba historia, ciencia política, música, poesía y, sobre todo, ética.

La historia era una de sus principales pasiones, porque consideraba que «en ella encontramos ejemplos de personajes dignos de imitar, y de comportamientos indignos que deben ser evitados».

Respecto a la política diría que gobernar es «servir de ejemplo», puesto que «el pueblo imita lo que hacen los gobernantes». Y añadiría: «Los antiguos gobernantes creían que amar a sus pueblos era el principio esencial de su gobierno, y seguir con rectitud las más elevadas reglas de conducta, el principio esencial que regía sus actos de gobernación sobre el pueblo que amaban».

En cuanto a la música, se esforzó en iniciar una reforma de la misma, para que fuese adecuada para expresar y estimular la armonía interna del espíritu, dado que «un espíritu armónico es la clave para que la conducta sea también armónica».

Confucio educador politico2

Sobre la poesía decía que era «la que despierta el alma».

La ética era para él «hacer que nuestros sentimientos sean conducidos por la razón y no arrastrados por la pasión humana», dado que esta última «es la que nos hace perder el entendimiento y la rectitud de nuestra alma».

Uno de los momentos más importantes de su vida fue el viaje a Lo, antigua capital del Celeste Imperio (que él tanto admiraba y cuyos gobernantes eran considerados «Hijos del Cielo»). La visión de sus avenidas, sus construcciones y monumentos, al tiempo que sus cuadros y estatuas, le hicieron revivir un antiguo pasado de esplendor que él pensaba recuperar para su pueblo. En ese viaje tuvo lugar un encuentro excepcional con Lao Tsé, el otro gran sabio chino, del que obtuvo algunas influencias decisivas para su vida.

Durante veinte años, el maestro viaja, enseña y se pone en contacto con diferentes príncipes, en cuyas rivalidades interviene, solicitado por ellos. Hasta tal punto llegó su fama de hombre sabio que fue llamado por el príncipe de Lu para ocupar el cargo de gobernador de una ciudad, y al cabo de poco tiempo, de ministro de obras públicas, y más tarde de ministro de justicia, el cargo de mayor responsabilidad en el Estado (pues no solo estaba encargado del derecho en sentido estricto, sino de toda la administración).

Logró tales mejoras para su país que los estados vecinos, temerosos de la influencia negativa que el éxito de Confucio pudiera tener para sus personas, decidieron neutralizarle. El ataque se dirigió hacia el príncipe de Lu (dado que sabían que Confucio era incorruptible): le enviaron como regalo las ochenta mejores y más bellas bailarinas, conducidas por los más hermosos carros y caballos. Así consiguieron que el príncipe perdiera la noción de sus deberes y, desde ese momento, en lugar de escuchar y aceptar los consejos del maestro, como hasta entonces había hecho, se dedicó a su nuevo y selecto harén, olvidando su misión como gobernante.

Confucio, dolorido y acongojado, se marchó de su Estado natal y durante catorce años recorrió diferentes regiones de China, instruyendo a príncipes y mendigos, a jóvenes y ancianos.

Confucio educador politico1

Tenía setenta años cuando fue formalmente invitado por el nuevo príncipe a regresar a su país. Allí permaneció hasta su muerte, tres años más tarde. Durante este corto periodo se dedicó a culminar la obra que inmortalizaría su nombre: la recopilación, redacción y edición de los llamados Cinco libros clásicos, destinados a ser fuente de inspiración para las generaciones futuras.

Su obra fue continuada por sus discípulos, que recogerían sus enseñanzas y las transmitirían a la posteridad tal como se las enseñó su maestro. En cierta ocasión, sorprendido por estos contemplando el curso de un río, les diría: «Hay una estrecha relación entre las aguas y la doctrina. Las aguas corren sin cesar; corren de día, corren de noche, hasta que se reúnen todas en el seno del vasto mar. Desde los sabios gobernantes Yao y Schun (míticos fundadores del Celeste Imperio), la sana doctrina ha corrido sin interrupción hasta nosotros; hagámosla correr también nosotros para transmitirla a nuestros sucesores, los cuales, a ejemplo nuestro, la transmitirán a nuestros descendientes, y así sucesivamente hasta el fin de los siglos».

La doctrina o enseñanza que Confucio se empeñó en transmitir se basaba en un desarrollo ético del ser humano, sin misticismos vanos, para concentrarse plenamente en el aquí y el ahora. Ante la pregunta que una vez le hicieron sobre la muerte contestó: «si no somos capaces entender la vida, ¿para qué preocuparnos por la muerte?».

Toda su labor pedagógica sobre el individuo persigue una fraternidad y armonía con el resto de los seres, de tal forma que para él no existe diferencia entre ética y política, pues el orden político es el fruto de un orden ético, al que se llega a través de una educación que promueva el desarrollo y evolución personales. En cierta ocasión, un discípulo preguntó a Confucio: «Maestro, ¿cuál es la mejor forma de servir a los dioses?», y el maestro contestó: «Antes de servir a los dioses, preocúpate de servir a los humanos que te rodean, de hacerles nobles, valerosos, honrados, justos y virtuosos; y una vez realizado lo anterior, dedícate a los dioses».

Así, en ningún momento negó la existencia de la divinidad, sino que entendió que si no somos capaces de amar a nuestro prójimo, de nada sirve tratar de llegar al amor divino.

El mundo actual no se diferencia mucho de aquel que Confucio conoció: falta ética en el ser humano, falta justicia en la sociedad, falta fraternidad entre las personas, falta armonía y unión entre los pueblos. Quizá sea, pues, el momento de tener en cuenta las enseñanzas de este gran sabio.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

es_ESSpanish