Libros — 28 de febrero de 2019 at 23:00

«La estación perdida», de Use Lahoz

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La estación perdida, de Use Laho

Santiago Lansanc se pierde más veces que la estación que preside su título. Es el personaje principal, que sale de su pequeño pueblo en España para ganarse la vida, en un periplo que durará cincuenta años del siglo XX. Son las razones del emigrante, pero Santiago, no es uno cualquiera. Con él, escenarios y compañeros de camino poco importan ya que «quien es el problema» lo llevará en cuerpo y espíritu vaya donde vaya. Es un joven inestable y destructivo para sí mismo y quienes le rodean. No cambiará por muchos años que pasen, aunque trate de enmendarse. Porque a veces, el pobre, lo intenta.

La estación perdida es una historia entretenida, de aventuras pequeñas, llena de momentos de extrema ternura; capítulos tristes pero también con trazos de alegría. Use Lahoz es un buen narrador, pero no ha podido anular la sensación de que el relato se extiende de manera excesiva e innecesaria.

Disgusta pronunciar ese «pero», porque a grandes rasgos he disfrutado de esta lectura. Las venturas y desventuras de Santiago se repiten hasta la saciedad. Y lo peor es que el lector acaba por temerlas cada vez que este bendito señor emprende una nueva etapa, con las consiguientes mentiras que él mismo se cree. «Vamos a ver cómo lo fastidia todo ahora», te dice la cabeza según vas pasando páginas.

Es de esos personajes a los que quieres y odias. Que enternece y exaspera. Sabes que, por mucho interés que ponga, tropezará con piedras similares que ya conoce. Si no se las ponen, se encarga solito de cruzarlas en medio.

El autor incluirá razones (ya verán ustedes cuáles son y si les convence) para tratar de explicar la peculiaridad y extravagancias de la personalidad de Santiago. Será la madre, la seca pero entrañable Delfina, quien intenta dar luz a los «porqués». Qué estupendo personaje secundario, por cierto. De esas mujeres de antes, clavada en un pueblo «del pasado» y, sin embargo, con unos arrestos que tanto individuo avezado quisiera para sí.

Menos me convence su Candela. «Mujer de un solo hombre», dice la sinopsis en la contraportada, pero no creo que sea la definición adecuada. Más bien es la pareja simbólica del «hambre con las ganas de comer». No acepta que hay personas sin remedio. Puede conmover la ceguera voluntaria por amor de esa criatura, pero para eso el personaje debe resultar creíble. Cuesta pensar que su servil compañera soporte los carros y carretas donde el marido pasea el trauma, que viaja en su corazón desde la infancia.

Estos comentarios sobre lo que no me gusta y/o convence no anulan las partes buenas de la novela. Ya mencionaba antes a la gran Delfina (tampoco os perdáis al abuelo…, ese dios Baco de pueblo… Genial. ¿Y el padre de Santiago? Breve, pero transmisor de una tristeza que roba el aire), por ejemplo. Pero es que hay otros muchos pequeños personajes que son preciosos. Cada uno en su contexto, en todos aquellos lugares, trabajos, alojamientos por los que pasará Santiago.

Algunos, además, representativos de las épocas que se describen en la trama. Como almas a las que tocó nacer o transitar como en una lotería –buena y mala– de la vida. Estos pequeños universos ideados por Use Lahoz para acompañar y nutrir la historia de Santiago ofrecen sentimientos a tropel, para bien y para mal. Una característica que define en general La estación perdida.

Por cierto, que ese devenir por la historia de España (con los contrastes pueblo-ciudad) me ha hecho sonreír, con la mención de hechos y detalles reales, que forman parte nuestro imaginario colectivo.

Las posibles pegas que pudieran encontrarse en las páginas –como señalaba anteriormente– no restan valor a una novela que recomiendo y de la que diría –aunque suene simple– que es realmente buena.

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