Editorial — 1 de abril de 2014 at 00:00

Tiempo para cambiar

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Hablamos mucho de cambios, en esta época de crisis, que por otra parte también significa cambio. Sentimos la necesidad de que las cosas sean de otra manera y tendemos a exigir a las autoridades, a quienes detentan el poder, que produzcan esas transformaciones que demandamos. El problema es que ni ellos ni nosotros sabemos a ciencia cierta en qué consisten esos posibles cambios que producirían una sociedad más justa, unos individuos más buenos y felices. Intuimos que se requiere tiempo y serenidad, primero para promover las reflexiones y debates que son indispensables y también para aceptar que los cambios no deben producirse desde fuera hacia dentro, sino al revés, es decir, que nosotros somos los que tenemos que cambiar nuestros enfoques, la manera en que pensamos y dirigimos nuestra existencia.

Nuestro empeño es promover esos debates, descubrir las propuestas que muchas personas ofrecen, desde los más variados ámbitos, para lograr esos objetivos comunes que tanto tienen que ver con el bien común. En el número de este mes encontramos un rasgo que las relaciona, aunque desde perspectivas muy diferentes. La importancia del mundo interior, de la imaginación simbólica a la hora de interpretar lo que nos sucede se desvela como una guía útil que nos abre nuevos caminos: desde una investigación geológica, que viene a coincidir con ritos mistéricos antiguos, hasta las posibilidades de sanación, pasando por el valor que nos aporta el análisis de los mitos y el descubrimiento de que pensamos a través de sus esquemas, aunque los relatos se elaboraran hace muchos siglos.

En efecto, hay muchos cambios que hacer y uno de ellos es que desarrollemos todo el potencial latente que se encuentra en nosotros mismos y en nuestro legado cultural.

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