La presencia inevitable de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación en nuestras vidas es una buena oportunidad para la reflexión filosófica. Los límites entre lo virtual y lo real, cada vez más difusos, están sometiendo a millones de seres humanos a una alienación sin precedentes en la historia, con sus secuelas de pérdida de identidad individual y colectiva. Es tan fácil mentir, engañar, actuar en función de las apariencias, que el ser humano se siente cada vez más alejado de sí mismo, de lo que realmente ES. Por no hablar de la opresiva sensación de sentirse observado y, en el peor de los casos, vigilado, controlado.
Por más que existan límites legales a la difusión de datos personales, todos estamos expuestos a que nuestros más íntimos deseos, aficiones, aspiraciones, acciones, estén sirviendo para que otros se aprovechen de ellos sin nuestro consentimiento. Las maquinarias del marketing, cada vez más sofisticadas, saben cómo decirnos qué hacer o qué comprar, o a quién votar, sin que nos demos cuenta de que no somos nosotros quienes lo decidimos.
Estas amenazas nos plantean diariamente la necesidad de enfrentarnos a muchos desafíos, puesto que resulta imposible aislarse de las condiciones que afectan globalmente a toda la sociedad, que por cierto, también se vuelven contra los que utilizan los medios técnicos para hacer el mal, como afortunadamente comprobamos, merced a la ley universal de acción y reacción que, esa sí, se cumple siempre.
La mejor opción para hacerlo es, una vez más, la máxima filosófica del “Conócete a ti mismo”, más actual que nunca: pregúntate quién eres, qué eres, qué quieres llegar a ser, qué hay en ti de natural, auténtico, tuyo y qué de añadido por las modas, o los “trending topics”, o las campañas de publicidad y propaganda, qué quieres realmente. Eres mucho más que un “prosumer” o un nativo digital, o un mero comprador, o un cliente, o un usuario… Conócete.